Cuando medio siglo de preescolares no rinden a una maestra
Fecha:
Fuente:
Autor:
Cuando la seño Sonia pasa, en el aire se percibe un grato olor a hierba buena. La barrendera detiene un instante el escobillón y se le escucha decir alto, para que todos en Bayamo se enteren: “Ahí va la mejor maestra que yo tuve en mi vida”. Luego se le ve barrer con más esmero. La euforia de los jóvenes también cede ante su aproximación. “Cuidado, no sigan tirando la pelota, ahí viene la seño Sonia”. En la escuela, al verla los alumnos, aunque no sean de preescolar, miran de reojo sus uniformes y aspecto personal, al tiempo que arreglan cualquier desliz: si la camisa está fuera del "short", o los cabellos desaliñados, o el nasobuco de babero, o las uñas sucias.
Sonia Medina Mejías es de esas maestrazas que quedan en la mente y el corazón de sus aprendices. Con frecuencia la sorprenden abrazos y cariños: “¿Maestra, no me reconoce?, yo fui su alumno"; o la voz afectuosa de un joven, que al ella llamar para saber si entró el medicamento u otro producto, la reconoce de inmediato: “¡Maestra Sonia! ¡Mamá, corre, que es la seño Sonia!”. En Bayamo, y otros lugares del Oriente, por donde ha pasado, todos la tienen por referente del magisterio y la quieren como profesora de sus hijos, sobrinos, nietos,- y de ser humanamente posible-, que fuera maestra de todos los niños de Cuba y del mundo.
Casi medio siglo dedicado a la educación de la primera infancia no le apagan el ímpetu y las ganas de hacer por los más pequeños, y ahí sigue, enseñando trazos, sonidos fónicos, letras, números, formas y colores, a los nuevos inquilinos que cada curso escolar pone en sus manos. Hace de todo por conquistarlos. Al saludo matutino o vespertino, la pedagoga añade el buen gusto al vestir; siempre lo hace combinando ropa, zapatos, gangarrias. El cabello, teñido y bien peinado. Aunque moderado, el maquillaje tampoco le falta. Detalles a los que añade el abolengo de la bondad.
Nada de complejos porque haya dejado setenta y tantos almanaques detrás. Comparte un secreto: “No importa la edad, el niño no se fija en la edad de la maestra, para él la mejor es aquella que más le llega, la que más le aporta. Él no sabe que está recibiendo, pero la atención y la felicidad que estás viendo en sus ojos, te dicen que está recibiendo, recibiendo todo lo que le das desde todo punto de vista”.
Por eso esta Hija Ilustre de Bayamo, además de enseñarle las habilidades y contenidos previstos para su edad; les canta, les toca las claves, les baila, les recita, les cuenta, los saca del aula y los divierte con cuanto “invento” pedagógico existe, sin dejar de llevarlos al encuentro con la patria chica y la virtud.
No me concibo sin trasladarme con ellos por las calles. No concibo que mis niños no conozcan la historia de los héroes de su ciudad. No concibo que cuando pasemos por algún sitio histórico, no sepan decirme: Seño, aquí estuvo el teatro que Francisco Vicente Aguilera ayudó a construir, o allí se cantó por primera vez el Himno Nacional, y se cantó ahí por este motivo.
Yo digo, por ejemplo, que en las escuelas se les enseña a los niños la poesía de Martí, La Niña de Guatemala, pero nosotros los educadores bayameses, cuando enseñemos eso tenemos que decir qué relación tuvo el Apóstol con Bayamo. Tengo que decir que José Juaquín Palma y José María Izaquirre, fueron amigos de Martí y que cuando enterraron a la niña de Guatemala, los que se quedaron junto a él frente a la tumba fueron ellos y no otras personas.
Los que me conocen saben que no me conformo solamente con enseñar cómo hacer un trazo, o el anáisis de una palabra, o cómo resolver un problema matemático; eso es importante, pero esa otra parte de formación del individuo desde edades pequeñas no se puede perder, y eso forma parte de ese amor que siento por el magisterio, de ese amor que nació allá en la Campaña de Alfabetización.
***
Tenía apenas 13 años Sonia, cuando Fidel prometió ante el mundo que un año, en Cuba se erradicaría el analfabetismo. Y para ello contaba con los jóvenes cubanos. Pero el padre de la adolescente no dio su aprobación. Ninguno de sus cuatro hijos iría a alfabetizar. “Cuando fueron a ver a papi, mi maestra fue dos veces, él decía que no, que no. Mi mamá que sí, y él que no, que no. Pero fue tanta la conversación, la explicación de toda la protección y todo lo que iba a pasar con los jóvenes, que finalmente aceptó”.
Como todos los jóvenes brigadistas, fue a Varadero a recibir la cartilla, el manual, el farol y la preparación necesaria para la misión que enfrentaría. Cuenta que para ella, que era del centro de Bayamo, en ese entonces fue una sorpresa, que en los campos de Cuba no hubiese electricidad. “Esta lámpara china ustedes la llevan a los campos para que puedan alfabetizar en cualquier horario, pero además para les sirva de estimulación a los campesinos. Porque tal vez tengan una chismosa, una vela, un farolito, pero no una lámpara china que alumbre tanto”; hurga Sonia en sus recuerdos de la Campaña.
“Las botas, el uniforme, reunirnos tantos jóvenes del país, miles de jóvenes. Conocíamos personas de la actual Isla de la Juventud, de la Habana, de Baracoa, de cualquier lugar del país. Cantábamos, bailábamos, y llorábamos al despedirnos, o sea, que fue la primera vez que los jóvenes cubanos estuvieron en masas, después del triunfo revoluconario. Eso fue una cosa novedosa, que nos llamaba la atención”.
De ahí Sonia retornó a su ciudad natal, al Centro de Dirección de la Alfabetización de la región, donde supo el lugar en que alfabetizaría: El Mango, -zona en la cual hoy radica la Camaronera del Litoral Sur (Calisur). Tendría que ir en tren desde Bayamo hasta Río Cauto, de allí hasta Guamo Viejo y luego trasladarnos en carreta hasta aquel sitio de la costa sur.
Mi mamá dijo. Yo no las puedo dejar ir solas, éramos dos hermanas las que íbamos para ese lugar. Y se fue con nosotras. Ese primer día recuerdo que había llovido mucho, realmente no había camino. La carreta se virada hacia un lado, hacia el otro. Se nos salían las lágrimas a todos, a mi mamá, por supuesto que también, pensando en qué lugar estaríamos nosotras. La maestra del cuartón, que era la que iba a estar al frente de los brigadistas, mandó a parar el transporte; aquella era la casa donde me quedaría. Cuando llegué, la señora (Cena se llamaba), decía emocionada: ¡Ay!, ¡llegó mi abrigadista! ¡llegó mi abrigadista! (así nos llamaban), y llamó a los hijos, y le dijo a mi mamá: Váyase confiada, nosotros la vamos a cuidar, la vamos a querer.
- ¿Cómo fue eso que el primer día en El Mango, te obligaron a tomar un “búcaro” de leche?
“Mi mamá le comentó a Cena que yo no tomaba leche, que en mi casa había que obligarme. Ahí mismo Cena le dijo: pero no, tranquila con eso, espérese que ahora mismo ella se va a tomar el primer vaso de leche, aquí, delante de usted, y buscó, -yo digo que era como un búcaro, porque era un vaso muy grande y ancho, con mucha capacidad. Cena lo llenó. Y me tuve que tomar aquella cantidad de leche”; nos hace vivir Sonia el ocurrente episodio, con ese don de contar muy suyo, muy de maestra de preescolar.
Dice la alfabetizadora que Cena les hizo tantas recomendaciones delante de su mamá, a los hijos, sobre la abrigadista, que si bien no se fue contenta, porque era la primera vez que se separaban, sí se marchó más tranquila. “Va a ser como una hermana de ustedes, aquí en esta casa no se puede oír una mala palabra, una palabra fea, tienen que respetarla”.
Sonia nunca había estado lejos de su familia, ni nunca había enfrentado la triste realidad del campesinado cubano, heredada de la etapa prerrevolucionaria.
Las condiciones de la casa donde yo me quedé no eran buenas. Una casa de tabla y guano, zinc en la cocina. No había electricidad. Pero la de la vivienda donde yo tenía que ir a alfabetizar a otras personas, -de las 4 que yo alfabeticé-, eran mucho peores. Yo siempre recuerdo el caso de Hilda, aquella señora que mascaba tabaco, que tenía un camastro en una esquina, una especie de taburete y debajo como leña o carbón, y allí ella cocinaba. Sin embargo, yo me sentía muy feliz cuando iba a esa casa, porque cuando yo le llamaba: Hilda, aquí estoy, ella decía con mucha alegría: Llegó la abrigadista. Abrigadista le hice un dulce. Eso para mí era una satisfacción. Y satisfacción también era verla a ella con el interés que puso para aprender.
Pese a las penurias que le impactaron, la adolescente citadina experimentó muchas alegrías, además de los dulces caseros de Hilda. Montar a caballo, alimentar a los animales en el patio, bañarse en el río, disfrutar de las estrellas en las noches oscuras de la campiña, servir de Pepe Grillo: "Ay, porque usted no hace esto. Ay, esa blusa está linda, pero la que se puso ayer le quedaba mejor". La mayor felicidad, cuando logró que Hilda dijera OEA, que era la primera lección de la cartilla, cuando logró que sus alfabetizados leyeran y escribieran.
Era la satisfacción de un propósito cumplido, de haber encontrado su vocación. Confiesa Sonia que en ese momento no lo pudo percibir, pero años después, cuando le tocó decidir a qué dedicaría su vida, no lo dudó: “Yo lo quiero es enseñar, yo lo que yo quiero hacer es ser maestra. Y cuando valoro, ese amor por el magisterio, ese querer enseñar, lo recibí en los campos de Cuba”.
***
Entre la muchedumbre de jóvenes en aquel desfile de lápices y cartillas enormes, en la Plaza de la Revolución, estaba la jovencita Sonia Mejías Medina. Sesenta años después, vuelve a husmear en sus memorias de entonces y encuentra uno especial: el viaje hacia La Habana para celebrar la declaración de Cuba como país libre de analfabetismo.
Nos trasladamos en trenes cañeros, que solo tenían las rejas del vagón y techos de guano. Las hamacas las colgábamos de un barrote a otro. Nos cayó tremendo aguacero por el camino. Pero señores, un júbilo tremendo, íbamos cantando, nadie iba pensando que si está lloviendo, que si el techo, que si el guano, nadie pensó en eso. Lo más importante para nosotros era la alegría de haber cumplido la tarea e ir a reunirnos con Fidel.
La contrarrevolución estaba haciendo su campaña, se decía que iban a envenenar brigadistas. Pero se tomaron todas las medidas, nos daban pollo hervido y alguna vianda envueltos en nylon cuando pasábamos por las provincias y así llegamos sin problema. Los miles de brigadistas nos quedamos en casa de los habaneros. Era una efervescencia revolucionaria tremenda. Yo siempre digo que yo estuve en una casa en La Habana y allí fue la primera vez que vi los tomos de las obras martianas y esa familia nos las donó para que la lleváramos de recuerdo de ellos.
Nos reunimos con Fidel. Era la primera vez que yo lo veía. Fue maravilloso. Cómo olvidar aquellos lápices, aquellas cartillas gigantes, los jóvenes dando vivas a Cuba, a Fidel. Le decíamos: Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer. Y él lo único que nos dijo fue que estudiáramos.
Sonia volvería a La Habana, muchísimas veces más, pues cursó la escuela de idioma ruso y después el pre universitario, también en la capital, luego regresó a Bayamo. El Instituto Pedagógico Frank País, de Santiago de Cuba hizo una captación en busca de personas que tuvieran actitud para el magisterio y ella no tuvo dudas, lo que quería era eso: educar. En cuanto el rector conversó con la joven, le dijo: usted tiene actitud. “Le contesté: ¿usted sabe desde cuándo me viene esa actitud? Pues desde que enseñé a leer y a escribir a campesinos en la Campaña”. A los pocos días le llegó la confirmación y en la Universidad de Oriente estudió para ser maestra de secundaria básica.
- ¿Cambió usted “la edad de la peseta” por la primera infancia?
No, no existen niños pesados, sino mal educados por sus padres y maestros. En mi caso, yo empecé a desear el trabajo con la primera infancia, cuando hice prácticas docentes un año en Minas de Frío con aquellos maestros "macarencos", -cuyo primer paso era estudiar allí. Fui maestra de los alumnos más pequeños, el núcleo 4 de abril, niños que venían de La Habana porque querían ser maestros. Pensaba que como mismo me había sucedido a mí con la alfabetización, a ellos el estímulo de sus maestros les había despertado la vocación. Y pensé: ¡qué gran oportunidad tienen los que enseñan en las primeras edades!.
Antes de Minas, después de graduarse, Sonia ejerció el magisterio en varias secundarias: Mangos de Baraguá, en la Conrado Benítez, de Banes. Luego de Minas, vino el trabajo en la escuela regional del Partido en Dos Palmas, hasta que su mamá enfermó y retornó a Bayamo e integró el claustro de profesores de la Facultad Obrera Campesina (FOC). Pero sentía que el hecho de haber tenido en sus manos a niños pequeños como los "macarencos", la llamaba al trabajo con la primera infancia. Lo que no sabía era que los azares de la vida la llevarían muy pronto a su deseo más genuino.
“La dirección política de la región me llama porque había una situación en uno de los círculos de Bayamo, y me plantea que necesitaban que yo pasara de ser subdirectora de la FOC a dirigir aquel círculo, que esperaba pronto una visita de la nación. Tenía entonces veintitantos años. Recibí la visita de Electra Fernández al frente, que era la jefa nacional de la enseñanza, y mi círculo salió bien, digo así porque los lugares donde he trabajado forman parte de mí.
Luego me proponen la dirección de la primera infancia. Al año me piden que fuera jefa del departamento metodológico del propio Instituto de la Infancia. Viene la unión de este con Educación y paso a la dirección municipal del organismo como jefa del equipo de preescolar. Y desde antes del ochenta (1980) ando metida en los preescolares, enseñando a los niños y asesorando a los maestros”.
La seño Sonia llegó a la primera infancia para quedarse. Mira que las personas le decían: Sonia, con los títulos que tú tienes, puedes estar en otra enseñanza, que pagan mejor. Pero ella decía que no, que donde tenía que estar era allí.
- ¿Orgullos de la maestra Sonia, además de preservar tanta belleza y energía a los "tatatata"?
Tengo el orgullo de decir que los que han pasado por mis manos, los que han pasado por esa educación que llega hasta sus familias, -se hayan convertido o no en profesionales-, son personas de bien. Yo siento que no importa al nivel que lleguen, la profesión que tengan, lo más importante para mí es que son niños que nunca incumplen los deberes, que cuando pregunto por ellos, -siempre he seguido a mis alumnos en todos los grados-, me dicen: no Sonia, no te preocupes, son muy buenos.
También me enorgullece que me recuerden, que siendo ya jóvenes o adultos, me digan: seño Sonia o maestra Sonia. Cómo puede ser que el niño no sepa el nombre de su maestro o maestra. Eso te dice que esa persona no quedó en él, y eso debe ser lo más importante para un educador: quedar en la memoria, en el corazón de nuestros niños.
Y tengo una alegría muy grande con respecto a la alfabetización, porque gané el cariño de varias familias. Sus casas se convirtieron en mías e igualmente la mía en la de ellos. Recuerdo que Cena venía a mi casa estando enferma. Ella murió, pero la relación entre las familias continuó porque algunos se mudaron para Bayamo. Veía a Melchoro, a Marino, todavía veo a Silvia, que es la que aún vive, y cuando me ven, como me tratan, con aquel cariño. Margot, que le puso a su primera hija, mi nombre.
La Campaña y el magisterio también me dieron otra grandísima alegría: cuando la Batalla por el regreso del niño Elián, que representé a Granma en el Palacio de las Convenciones, donde tuve la oportunidad de contarle al Comandante lo que había hecho en la Campaña.
El entonces ministro de Educación nos había dicho que Fidel estaría con nosotros, que no nos pusiéramos nerviosos. Pero yo me pasé la noche entera leyendo lo que iba a decir. Apenas dormí, porque decía: es la única oportunidad que tengo de tenerlo cerca, y asimismo fue. Recuerdo que mientras yo hablaba, él acomodó los brazos en la butaca y se echó hacia adelante, para disfrutarlo porque se estaba hablando de una etapa y un propósito muy lindo de la Revolución. Sentía que no podía leer aquello, que yo lo que tenía que hacer era decírselo mirándolo a los ojos. Para mi hablar de la alfabetización, de mi aspiración de ser maestra después de aquella experiencia, y decírselo a él, y que él me escuchara fue maravilloso.
- ¿La fórmula de Sonia para ganarse a niños, padres y hasta "el copón bendito" en Bayamo?
El cariño. Yo realmente no creo que sea malacrianza. El maestro tiene que dominar el grupo, pero no se logra a fuerza de hablar alto, gritar o decir: “Este niño no entiende nada”, “Este niño que bruto es”. Así no, no. Es dedicar el tiempo que el niño necesita para aprender, pero también dedicarle el tiempo que necesita la educación del niño. Y a la educación no se entra ninguna de esas formas incorrectas, sino poco a poco. A mis alumnos yo no los entrego nunca a sus familias, antes que digan primero: "Buenas mamá", o "Buenas papá". Y la primera que tiene que dar el ejemplo soy yo.
Pero muchas veces eso se nos va de las manos, se nos va por la forma de vestir, o por la forma en que nos expresamos y comportamos en el aula o en la comunidad, donde ellos también están. Porque yo también hago la cola en la casilla, en la bodega y en la tienda, pero tengo que tener presente en todo momento que soy una maestra; para poder ganarme ese cariño y ese respeto de ellos y de sus familias, y cuando yo los corrija por algún motivo, me respeten y tengan en cuenta mi consejo.
Creo que en el caso de la primera infancia es buscar vías, métodos, hay que convertirse en un artista en una aula para captar su atención. ¿Y por qué ellos están así de atentos cuando les estoy enseñando cualquier materia? Pues porque logro con amor, paciencia y dedicación captar todo lo que hay dentro de sus corazones. Y a su vez, recibo de ello, porque el maestro aporta al educando, pero los niños también nos enseñan, y mucho; asegura la Máster en Ciencias Pedagógicas y quien en el 2020 recibió el Premio Consagración al Magisterio, que otorga la Asociación de Pedagogos de Cuba.
Una vida dedicada al magisterio, casi medio siglo de consagración a los más pequeños. Actualmente responsable de un Colectivo Técnico de Área, mediante el que asesora a maestros de la primera infancia y analiza el desarrollo de cada pequeño. Pero a Sonia, no la encontrarás, casi nunca, detrás de un buró, sino en el salón de clases o en la calle rodeada de sus infantes.
Dice que muchas personas le preguntan que con los años que tiene, por qué no está en la casa ya, descansando; a quienes isofacta les responde: “¡Ay!, porque creo que todavía puedo hacer más”. Entonces rememora un himno que cantaron aquel día del desfile de lápices y cartillas gigantes, y que aún resuena en sus oídos:
Cumplimos, cumplimos, cumplimos
Triunfamos, triunfamos, triunfamos
Cuba lo dijo ante el mundo
Nosotros lo realizamos
Fidel, Fidel
Dinos qué otra cosa
Tenemos que hacer
Fidel, Fidel
Siempre cumpliremos
con nuestro deber.
"Creo que cumplir con ese deber de educar hasta el final de mis días es mi tarea. Mira, ahora mismo tengo en el salón a un niño postcovid que necesita un seguimiento especial”, comenta la pedagoga septuagenaria y marcha hacia el aula, encorvada por el peso de los años, pero no por el ejercicio de servir a miles de preescolares durante casi medio siglo. Eso no la rinde.