Fidel
Soldado de las Ideas
Durante su misión internacionalista en Granada, el doctor villaclareño Omar Hernández Rivero, viajaba el primer viernes de cada mes a la isla granadina de Carriacou para cumplir sus funciones como único consultor de psiquiatría en el sistema de salud pública de ese país caribeño.
Hacía dos días, Fidel había hecho su primera y magistral alocución en las Naciones Unidas.
Imposible no volver a Fidel cuando el Sur global confluye, por segunda ocasión, en La Habana en busca de soluciones a los principales problemas de los países subdesarrollados. Porque si alguien señaló caminos a seguir para ayudar a los pobres de la tierra, ese fue el Comandante en Jefe de la Revolución cubana.
Luego de haber asistido a la toma de posesión de Rómulo Betancourt como nuevo Presidente de Venezuela, el médico y político chileno de izquierda revisó sus bolsillos y hallando que le quedaban “unos dólares de más” -así lo relataría él mismo al periodista Régis Debray- decidió viajar a Cuba para vivir la experiencia del poder en manos del pueblo que promulgaba la naciente Revolución cubana.
“Cuatro años en la vida de un hombre son nada”, decía Mella. Pero él mismo superó su teoría. En apenas seis almanaques forjó un impresionante legado político. Fidel lo calificó como “el cubano que más hizo en menos tiempo”.
Cuando marines yanquis profanaron la estatua de José Martí en el habanero Parque Central, en marzo de 1949, el joven Fidel Castro Ruz fue uno de los que encabezó la iracunda protesta frente a la embajada de los Estados Unidos.
Consternación, esa tal vez fue la primera emoción que se nos dibujó en el rostro aquella noche del 25 de noviembre de 2016 cuando interrumpieron la programación televisiva y vimos a Raúl Castro comunicando una noticia que, por lo entrecortada de su voz y la tristeza de su semblante, muchos la dedujimos antes que él pronunciara palabra alguna.
Mi abuela no era militante del Partido Comunista, tampoco combatiente de la clandestinidad, ni siquiera miembro destacada de los Comités de Defensa de la Revolución o de la Federación de Mujeres Cubanas, pero sí una guajira pinareña muy agradecida de Fidel.
No hablaba casi nunca de política porque era analfabeta y decía que si uno no sabía algo, lo mejor era callarse, no opinar. Pero a quien osara demeritar los logros fidelistas en Cuba, ella le cantaba "las cuarenta".
No fue posada. Después de subir la empinada Loma del Joaquín (agarrándose de lo que podían), mientras ayudaban a los periodistas estadounidenses a subir los equipos de filmación que pesaban 250 libras. Luego, bajar por la otra falda, casi vertical, conocida como El Paso de los Monos.
En un santiamén, los niños le quitaron el papel protector a lo que le habían regalado y por un momento se quedaron observando el humo que desprendía. Muchos lo soplaron.
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