Fidel
Soldado de las Ideas
Ya sabíamos de su enfermedad, pero por aquellos días corría desbocadamente el comentario de que había fallecido en Cuba, tras ser operado. Sus opositores, felices de no tener atravesado a tan grande contrincante. Sus amigos, que eran muchísimos más que sus detractores, tristes hasta las entrañas y con la esperanza de que solo fuera una mentira malintencionada.
Por estos días de enero, un pensamiento muy feliz siempre provoca mi memoria: la imagen de una niña cortando flores en el jardín de su casa o pidiéndole rosas blancas a alguna vecina para hacer un ramito. “Es que hoy me toca ponerle flores a Martí”.
En estos dos últimos años en que la pandemia de la Covid-19 ha marcado la cotidianidad de las familias en el planeta, seguramente muchos nos preguntamos: ¿Qué hubiera pasado si Fidel no hubiese impulsado el desarrollo biotecnológico en el país, a pesar de carencias económicas y presiones externas? Una respuesta acecha de inmediato: "los muertos hubiesen sido muchos, pero muchos más.
Cuando la seño Sonia pasa, en el aire se percibe un grato olor a hierba buena. La barrendera detiene un instante el escobillón y se le escucha decir alto, para que todos en Bayamo se enteren: “Ahí va la mejor maestra que yo tuve en mi vida”. Luego se le ve barrer con más esmero. La euforia de los jóvenes también cede ante su aproximación. “Cuidado, no sigan tirando la pelota, ahí viene la seño Sonia”.
Cuando Fidel le escuchó hablar aquella noche en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, hace hoy 27 años, reconoció en el joven, madera de revolucionario verdadero y creyó con vehemencia en la profecía que este anunciaba: “El siglo que viene, para nosotros, es el siglo de la esperanza; es nuestro siglo, es el siglo de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí, del sueño latinoamericano”.
Muchos años después, cuando le preguntaron por su hija, -con la mirada y la voz casi apagadas por la vejez y el dolor que solo siente quien ha perdido un hijo-, José María Uranga, padre de la floretista Nancy Uranga Romagoza, apenas atinó decir:
“Hoy igual que el primer día, siempre la estoy recordando, yo, la mujer… ¿Pero qué vamos a hacer? Veintipico o treinta años de ponerle flores…”
Mientras Gerardo hablaba, -como el habla: muy “campechano”, claro y ocurrente, un señor que pasaba por la acera frente a la sede de los CDR detuvo su marcha. No pidió pasar al lugar, no llamó la atención para que los lentes y las cámaras lo enfocaran, pero incluso a distancia y con un nasobuco de por medio, se le veía asentar con la cabeza y al final, vitorear.
Cuando Fidel, luego de minutos discursando exclamó: “¡Patria o muerte! ¡Venceremos!” y dio unos pasos de retirada, todos pensaron que había culminado su alocución, pero de pronto regresó a los micrófonos.
Es 12 de agosto de 1996. Un pensamiento casi mágico se esparce entre los cubanos: “mañana es el cumpleaños de Fidel”, ¡¿qué hará Fidel en su cumple 70?!, preguntan otros.
Está encantado con la escena que contempla: un gigante en la casita de su abuela Rosa Inés, en Sabaneta de Barinas. La puerta es bajita y aquel hombre, inmenso. “Esto parece una novela de García Márquez”, le comenta a su hermano Adán y sigue mirando a Fidel, como si fuera un sueño.
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