Fidel
Soldado de las Ideas
Inconforme y rebelde, el joven médico José Ramón Machado Ventura subió a la Sierra Maestra. En las montañas, demostró sus cualidades como organizador al frente de los servicios médicos, y encontró en Raúl a un hermano y a un maestro. Como la Revolución misma, sus ideas y convicciones fueron madurando: de su radical antimperialismo y del contacto con el campesinado cubano, nació su militancia comunista.
Es un hombre de pequeña estatura, movimientos rápidos, y mirada incisiva. Respetado por sus compañeros de la Sierra, y por los nuevos, que ya integran varias generaciones, todos nacidos al filo o después de la Revolución que impulsó con las armas y con su ejemplo de trabajador incansable, Machado Ventura, como se le conoce, es uno de los grandes de la historia. No le gusta aparecer en primer plano, pero está atento a todo, y sus señalamientos críticos suelen ser certeros. Tampoco acostumbra a dar entrevistas.
La Gran Revolución Socialista de Octubre fue sin dudas uno de los grandes acontecimientos de la historia de la Humanidad, el asalto al cielo de los pueblos oprimidos. Los jóvenes de hoy ni siquiera conocieron el estado multinacional que aquella experiencia –con sus luces y sombras–, engendró, y en el que miles de sus padres y abuelos estudiaron.
Cuando llegaron los médicos y enfermeros cubanos a Turín, ella, que es cantante lírica, pero cubana, se inscribió en la Cruz Roja para servir de intérprete. Ileana Jiménez Calá, toda risa y cordialidad, se torna seria al decirme:
Italia.–Una foto, tomada al azar, me interpela. No era la que buscaba, pero me obliga a replantear la crónica del día. Unos brigadistas, en un cambio de turno, permanecen absortos frente a la pequeña pantalla del celular. Hablan, sí, pero no entre ellos: del otro lado del Océano, o del ciberespacio, hay siempre un rostro que asoma, que da sentido a la espera, al riesgo de luchar por la vida. Solo los iniciados perciben la intensidad de la escena.
Hace 20 años nos reunimos en Casa de las Américas algunos intelectuales latinoamericanos, para conmemorar y homenajear las cuatro décadas del triunfo de la Revolución Cubana.
Mi generación nació en los primeros años posteriores al triunfo de la Revolución de 1959 y una parte de ella, en los meses previos. Cuando los barbudos tomaron Santiago, y luego llegaron en caravana hasta La Habana, la República Popular China contaba apenas con una década de fundada y los estados socialistas de Europa del este no rebasaban los 15 años de vida.
A fines del siglo XIX era ya inimaginable una Revolución social auténtica que no ubicase sus sueños de redención en el ser humano, una atalaya que desborda los límites de la raza y la nación. La democracia griega excluía a los esclavos y a las mujeres y –sin extenderme en ejemplos de otras épocas– los ideólogos de la Revolución burguesa se desentendían, además, de los pueblos colonizados.
No es posible ni sensato «hablar» en base a consignas, cuando se precisan explicaciones o argumentos. Pero hay momentos en los que las consignas, las buenas, son descargas de artillería, insustituibles definiciones colectivas.
Caminaba con dificultad, pero sin ayuda. Los asistentes avanzaban a su lado, pendientes de su paso, pero imagino que ordenó que lo dejasen solo. Se sentó en su puesto, el suyo para siempre, aunque ya no era formalmente miembro del Comité Central. Transcurría la última sesión del 7mo. Congreso del Partido. Y habló. Su voz de Comandante en jefe recuperó el tono exacto de sus grandes discursos, aunque a veces se adelgazaba, como el sonido de una estación de radio mal sintonizada.
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