Muy cerca de Fidel
Mi vecina dice que me envidia. Como no tengo nada material de evidente competitividad, pregunto por qué y me aparta a un lado para decir bajito: "Yo he vivido y disfrutado más que tú. Pero yo nunca he estado cerca de Fidel, nunca he podido hablarIe y tú sí" .
Sonrió. Ya he perdido la cuenta de las veces que me han hecho confesiones como esa. En el extranjero y en Cuba. Dondequiera que Fidel es noticia -y no conozco sitio donde no lo sea- los periodistas que reportamos el hecho a veces llegamos a serIo también. Todos quieren saber detalles de lo que no se dice. De sus manos, de su olor, de la mirada, de la memoria que tiene... y se decepcionan cuando digo que pasé el tiempo calculando cuándo y cómo hacer la pregunta perfecta y terminé interrumpiendo una respuesta que seguramente lo era.
Es el precio de reportar la Historia. Exige precisión y oficio, mucho oficio. Con Fidel las noticias pueden llegar incluso después de que concluyen los eventos. Y bajo el encanto de una conversación que parecía informal, cualquier periodista puede transformarse en un entrevistado de él.
En el periódico para el que trabajo hace ya casi 15 años nos pasó en 1990. Fidel llegó, una noche después de anunciarse el recorte de la prensa escrita en un ochenta por ciento, la primera y más dura medida del Período Especial para enfrentar la desaparición de nuestras fuentes asequibles de papel. De repente todos nos sentimos anfitriones y nadie buscó grabadoras o agendas. Más de tres horas duró el encuentro donde se habló largo tiempo de la estrategia con que el país iba a enfrentar los años siguientes, y al otro día apenas pudimos publicar una página con sus declaraciones y sólo por la milagrosa memoria de un compañero que pasó la madrugada anotando los detalles mientras se los contaba a su mujer.
Cinco años más tarde cuando la Asamblea Nacional conoció el primer signo de crecimiento de la economía cubana tras la caída del PIB en más de un treinta por ciento, los testigos de aquella noche en una oficina de Juventud Rebelde, recordamos una frase de Fidel reiterada en el diálogo y hoy sabemos que muy proféticamente: "Cinco años, si resistimos cinco años, el país podría volver a levantarse otra vez."
Fue también en 1990 cuando leí algo de un escritor francés que había visitado La Habana y después de una larga entrevista con Fidel lo describía como el último caballero de estos tiempos. Me pareció que hablaba de mi mano derecha. Casi la pierdo por una alergia a las yerbas durante una movilización agrícola. Fidel lo notó en un acto y me dio algunas recomendaciones. Al mes siguiente ya no quedaban secuelas, pero él no lo había olvidado y al saludarme su primera pregunta fue para saber de ella.
Con el tiempo aprendería que aquel escritor lo había nombrado caballero desde una perspectiva mucho más universal y trascendente. Ni en las horas más dramáticas y oscuras de la Unión Soviética, los periodistas logramos de Fidel una declaración amarga u ofensiva hacia quienes entonces conducían los destinos de la gran nación por caminos inciertos. Entendía que la voluntad de sus dirigentes había sido mejorar el socialismo, pero habían fallado en los métodos. Recuerdo que, por esos días, más de una vez insistió en que se guardara memoria de lo que estábamos viviendo: "Esta es una etapa de regresión mundial, pero ya veremos el advenimiento de otra era de revolución y progreso."
Y transcurrieron estos años de prueba que difícilmente otro pueblo ha vivido en alguna época. En agosto de 1994 Cuba sufrió la más caliente amenaza de una guerra fría que se suponía enterrada con los restos del muro de Berlín. Con todas sus fuerzas enfiladas hacia un sólo país, nunca el capitalismo mundial pareció más cerca de probar la inviabilidad de una experiencia socialista propia, por muy auténtica que fuera.
Hay que revisar la prensa del mundo cuando ni siquiera viejos camaradas de la izquierda parecían entendemos. Cuba era Numancia y los cubanos unos locos sin remedio. Pero estoy seguran de que, de vivir el Che, habría reservado para esos años una frase de su última carta a Fidel: "Pocas veces brilló más alto un estadista que en aquellos días..."
Sería la única imagen capaz de sintetizar los acontecimientos del 5 de agosto de 1994, cuando las tensiones polarizaron los ánimos y los artífices del bloqueo se regodeaban paladeando de antemano cómo se vería en pantalla panorámica la autodestrucción de un pueblo después de 35 años de resistencia. Fidel salió a las calles de una Habana apedreada y violenta sin más escudo que su dignidad y su fe en el pueblo. Y todos fuimos testigos de que a su paso la ciudad era otra de repente. Los revolucionarios, abrazados en la Punta de la Habana Vieja, lo rodeábamos cantando el himno de la Patria y por primera vez reparamos en lo que él había dicho tantas veces: "Los buenos somos más y juntos no hay quien nos venza".
Es mucho más rica mi memoria afectiva de los momentos cerca de Fidel. Con ellos hice mi patrimonio espiritual y el valladar con que enfrento las derrotas, traiciones y olvidos que cualquier persona sufre en su existencia. Estar cerca de Fidel, aunque sea sólo una vez en la vida, es cierto que otorga una especial fuerza para vencerlo todo. Pero yo insisto con mi vecina y con otros que puedan envidiarme sanamente esa fuerza: "Hay un modo de estar siempre cerca de él para cualquiera de sus contemporáneos, esté donde esté. Sus palabras contienen muchas claves para descifrar misterios humanos del pasado, del futuro, del presente. Asómate a tu realidad y al mundo desde ellas. Es increíble todo lo que podrás llegar a sentir y a saber".