¡Unidos!, es así como triunfamos
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Si quieren los pueblos saber de dónde les vienen los principios y valores que los hacen excepcionales, deben saber que si buscan en su historia, encontrarán allí la mayoría de las respuestas. Esa verdad insoslayable determina en gran medida la manera en que se edifican el presente y el futuro de una nación, porque todos los propósitos colectivos que se defiendan hoy tienen, de manera indiscutible, raíces en el pasado.
De incalculable valor ha sido esa práctica enriquecedora para los cubanos, porque de ella sacamos una lección imperecedera: unidos, marcamos la radical diferencia entre el fracaso y la victoria, no hay términos medios. Lo cierto es que la historia demostró muchas veces que cuando la unidad en torno a los ideales defendidos no pudo consolidarse, los objetivos primarios se diluyeron entre las contradicciones.
Pero martianos de corazón, decididos a darle larga vida al Apóstol, a su legado, los jóvenes del Centenario tenían claro que en la capacidad de aunar voluntades estaba una de las claves esenciales para que su lucha tuviera de verdad posibilidades de triunfo. Fidel, en su carácter de líder natural, defendió cada vez más la idea de que mucho podían hacer los que luchaban, pero que la libertad definitiva de Cuba estaría siempre condicionada por el apoyo que brindara el pueblo a esa lucha.
Fueron esos los motivos por los que, desde el 26 de julio de 1953, con las lecciones que dejó en su brillante alegato después, en los meses del presidio, en México y en la Sierra, en cada día de vida de la Revolución, nunca descuidó el líder los certeros pasos que conducirían de manera indiscutible a la cohesión de las fuerzas revolucionarias.
Esa convicción permitió la firma de la Carta de México entre el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario, dejando claro que la causa común era la lucha contra el tirano. Después, en 1958, ambas organizaciones rubricarían el Pacto del Pedrero, definitorio en materia de unidad, para contrarrestar intentos enemigos de propiciar divisiones.
Y qué decir de la invasión a Occidente, que protagonizada por el Che y Camilo, perpetuó el camino victorioso del Ejército Rebelde. Como parte indispensable de la Contraofensiva Estratégica de Fidel, la epopeya fue un llamado de lucha para la Isla toda. Se puede añadir a eso, que se sostuvo desde las ciudades, en el más absoluto secreto, el apoyo incondicional a los que vestían el verde olivo.
Pero la causa en sí misma, por noble, por justa, ganaba espontáneos adeptos. Incontables fueron las familias campesinas que brindaron sus humildes hogares como refugios a los guerrilleros, que no cedieron a las presiones para delatarlos, que también unieron a ellos a sus más preciados tesoros, sus hijos.
Quizá la expresión suprema de la unidad del pueblo en torno a la lucha revolucionaria, fue el paso por toda Cuba de la Caravana de la Libertad. Millones de cubanos y cubanas saludaron el triunfo, personificado en aquellos que creyeron siempre en la posibilidad de una Cuba digna, capaz de ejercer como nación soberana su derecho a construir una sociedad más justa para sus hijos.
Y fue aquel enero, lo que le demostró que la verdadera fuerza de un pueblo está en su capacidad de unirse, de dejar de lado las individualidades cuando intereses colectivos superiores reclaman sacrificio y esfuerzo. Por eso fueron posibles la primera y segunda Declaraciones de La Habana, por eso fueron posibles medidas tan radicales como la Ley de Reforma Agraria, y declaramos el carácter socialista de la Revolución, y propinamos al imperialismo en Girón su primera derrota en América Latina. Solo unidos hemos podido sobreponernos a los efectos del bloqueo, y enfrentamos un periodo especial en el que lejos de renunciar a la construcción del socialismo como pensaron los enemigos, nos aferramos a la defensa del único sistema social capaz de dignificar al ser humano.
Nunca ha sido fácil el camino y no alcanzarían las páginas para enumerar los ejemplos históricos que hablan de lo que puede hacer este pueblo, gracias a su negativa a fragmentarse. De ahí la existencia de un único Partido, que nada tiene que ver con intereses electorales, porque constituye el estandarte de todo aquello en lo que creemos. Dígase Partido Comunista de Cuba, y se dirá también ejemplaridad, sacrificio, guía certera.
Lo cierto es que nuestra determinación, la voluntad que nos caracteriza, proviene del concepto de que Cuba somos todos. Y así enarbolamos seguros nuestra idea de continuidad, cuando muchos aseguraban que al partir físicamente, partiría también, con Fidel, esta obra. Pero en respuesta a esos ilusos, hemos crecido mucho.
Discutimos y aprobamos una nueva Carta Magna, asumimos el reto de sobreponer a la enfermiza persecución económica de la que somos objeto, la creatividad, la planificación, el orden, el ahorro, la responsabilidad colectiva, el pensar juntos un país.
Hoy, cuando aquellos que se alimentan del odio hacia nuestra Isla pensaron regodearse con una lista interminable de cubanos muertos a causa de la pandemia de la COVID-19, damos cada día nuevos pasos en pos de la completa recuperación del país y hemos aprobado un plan de medidas para recuperar la economía, como principio indispensable de sostenibilidad.
Logramos contener la enfermedad y brindar al mundo, bajo nuestra premisa de que la solidaridad es un valor cimero del socialismo, nuestra modesta experiencia en el empeño de salvar lo más sagrado: la vida. Pero esa hazaña, porque no existe otro calificativo posible, es el resultado de ese abrazo inquebrantable que nos dimos de manera simbólica, desde el momento en que asumimos que seríamos capaces de sobrevivir y vencer.
En el aniversario 67 de los sucesos del 26 de julio, es la unidad indestructible de este pueblo el mayor homenaje que hacemos a Fidel, a toda la Generación del Centenario, y a los que entregaron su vida para traernos hasta aquí.