Un pueblo con botas de Comandante
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Fue uno de los grandes «meteorólogos de la política», así que era normal que acertara en el mapa cuando dijo hace 61 años, en su comparecencia tras el paso del ciclón Flora, que «… una revolución es una fuerza más poderosa que la naturaleza. El ciclón y los huracanes y todas esas cosas son una bobería comparados con lo que es una revolución. Una revolución tiene unas fuerzas muy superiores a los fenómenos y a los cataclismos naturales que hay. Una revolución es un cataclismo social; también es el pueblo desbordado una revolución, que lo inunda todo, lo invade todo y también es capaz de arrasar todo lo que se le ponga delante y todos los obstáculos que se le pongan delante. Eso es una revolución».
Fidel Castro acababa de compartir con su pueblo los sobresaltos de un ras de mar especial —llegó «… no del mar, sino desde la montaña, desde tierra adentro vino un ras de mar»— y no dudaba en describir el hecho como el choque de dos cataclismos: «… el social que es la Revolución, contra el otro, natural; y va a salir victoriosa la Revolución, de eso no hay la menor duda».
Ya se sabe que, en Cuba, un huracán nunca es solo un huracán. Los mayores ríos de la nación estaban, literal y metafóricamente, revueltos, y los oportunistas de siempre querían «pescar», con cordeles del norte, mucho más que unas truchas.
Fidel hizo, en torno al Flora, un comentario que valdría para Oscar, Rafael y cuanto meteoro se plante en nuestro cielo: «Los contrarrevolucionarios, los gusanos y los imperialistas han estado lamiéndose la boca, han estado haciéndose ilusiones de que este es el momento, creen que el cataclismo natural va a vencer al cataclismo social. Y creen que las aguas que arrasaron vidas de humildes campesinos y destruyeron riquezas de hombres del pueblo, y de hombres humildes del pueblo, van a devolverles sus latifundios y sus centrales azucareros y sus millones de pesos y sus privilegios. Eso es lo que creen. Creen que lo que arrasa con los intereses del pueblo y con los intereses de los humildes, les va a traer flotando, a flote de las inundaciones, creen que van a ir a recibir otra vez todos sus privilegios y toda su fortuna».
¡Qué manera, Comandante, de leer los ciclones y las bandas… criminales que, en contra de las manecillas del tiempo, acecharían a Cuba en los años por venir!
Él quería más: pese al poder del ciclón, que se llevó para siempre a más de mil hermanos, el líder —tal fue su cargo mejor desde sus luchas estudiantiles hasta su último día— decidió que ya era hora de poner semejante furia natural al servicio de la gente: «… ¡imagínense cuánta agua se habría podido acumular ahí para resistir años de sequía!».
El programa llamado Voluntad Hidráulica, que nacería de allí, fue hijo ante todo de la voluntad de un hombre llamado Fidel.
Las «tormentas eléctricas» de siempre
Las peores amenazas venían, sin embargo —¡con bloqueo!—, del remolino estacionario sentado en la Casa Blanca. El Gobierno estadounidense hizo lo que mejor sabe: intrigar. Impidió a sus aeronaves especializadas volar sobre el ciclón cuando ensombrecía Cuba, en un intento fallido (porque aquí teníamos ciencia propia) de dejar los reportes en manos de Dios.
Luego, curiosamente, apareció un despacho de la agencia de prensa UPI que afirmaba que «el Primer Ministro de Cuba Fidel Castro ha prohibido a los aviones norteamericanos Hunter, caza-huracanes, volar sobre esa isla comunista…».
¡Esta isla comunista… no hay año en que no le enoje… al imperialismo! Hay que imaginar la cara de Fidel mientras aclaraba no solo que jamás se prohibió tales vuelos, sino que para el Flora se comunicó expresamente a la Fuerza Aérea y al observatorio meteorológico que
cualquier solicitud al respecto fuera autorizada. «¡Pero lo insólito de esto es que ellos, para violar nuestro espacio aéreo, no piden permiso!», terminó el líder con una frase que no tiene desperdicio.
Zafando el lazo de flora
Tres palabras pueden decir más que mil imágenes, porque el resto del cuadro lo completa la conciencia. Lo probó para entonces el diario Revolución en uno de sus artículos: Oriente «huele a muerto», publicaba el periódico. El ciclón Flora tocó territorio cubano el 4 de octubre de 1963 y salió de él en la mañana del día 8, tras un recorrido que fue lazo y nudo a la vez por la forma en que encerró y asfixió.
Fidel se erigió en «desamarrador» mayor. Movilizó a los mejores pilotos de Cuba, que expusieron su propia seguridad por la integridad de gente que salvaban incluso del caballete de los bohíos, activó todas las fuerzas de auxilio de la nación, socorrió él mismo exponiendo su pellejo como había hecho antes frente a las balas, abrazó y dio aliento a muchos cubanos desconocidos que habían perdido, con sus seres, los abrazos más cercanos.
Fidel se sostuvo, durante 46 horas seguidas, solo con agua y galletas porque se negaba tajantemente a tocar la comida de los damnificados.
El Comandante Juan Almeida, que siempre tuvo tino para escoger las palabras, contó así el jíbaro recorrido del Jefe hacia la zona del desastre: «Fidel ha seguido el paso del huracán con cuantos medios encontraba por el camino, pues las grandes inundaciones lo obligaban a ir cambiando. Primero en auto, después en yipi, en camión, más tarde en anfibio, y por último a nado, ayudando a algunos compañeros que con él se hallaron en situaciones críticas, casi a punto de ahogarse, luchando en el agua con alambres del tendido eléctrico, unas cámaras y un bote».
Parecía una especie de Ulises volviendo a casa —su Birán natal era un punto de la gran parte de Oriente y Camagüey lastimada— contra mil obstáculos que retaban su voluntad; no para recuperar un trono sino para socorrer compañeros. Como novia, tejiendo hijos, esta Cuba Penélope siempre le esperaba.
Con los años, Fidel Castro sería en el imaginario y en la vida real el Caballo, el Caguairán, el Quijote, el descomunal guerrero de los pueblos, pero en los días del Flora pudo ser también el Helicóptero: como todos le esperaban desde cualquier punto porque ninguno ignoraba que él no dejaba a los suyos, cuando volaba un helicóptero no veían la nave; le veían a él: «¡Llegó Fidel, ahora sí estamos salvados!», decían, como dirían tantos miles en tantos ciclones que vendrían después.
Ningún huracán es ajeno
El ciclón Flora era la historia que es cuando Fidel Castro, el socorrista ya anciano, escribió en una de sus Reflexiones que «Nada es tan desolador como la destrucción y el daño que se observa después de un huracán. Cientos de miles de compatriotas se movilizan y trabajan intensamente en la fase ciclónica y de recuperación. Las reservas se reducen o agotan. Hoy más que nunca el golpe a los suministros de alimentos es costoso y sensible. Pero este es nuestro país, la parte que nos correspondió de nuestro planeta, y hay que desarrollarlo y defenderlo».
La frase pudiera ponerse, como resumen del día, en cualquiera de los consejos de defensa artemiseños o guantanameros que hoy levantan nuestra parte de planeta.
Obviamente, no tienen iguales deseos para una Cuba bajo ciclón los meteorólogos de nuestra Casablanca que los «odiólogos» de turno de la Casa Blanca. Pronto habrá permuta en Washington y es probable que desde enero la «tiñan» de naranja, pero eso no cambiará el odio hacia Cuba. Aquí, en cambio, nunca ha faltado el gesto distendido.
Cuando en 2005 el huracán Katrina rompió los diques del lago Pontchartrain y el Missisippi inundó Nueva Orleans causando un desastre humano, Fidel, que con casi 80 años había visto bajo su puente muchos ciclones y larga política, supo en seguida que lo que correspondía era dar la mano franca.
«Nuestro país —anunció— está listo para enviar en horas de la madrugada de esta noche cien médicos generales y especialistas en Medicina General Integral, los cuales estarían al amanecer de mañana sábado en el aeropuerto internacional de Houston, Texas, el más cercano a la región de la tragedia».
A seguidas, nuestra Cancillería comunicó a la gobernadora de Luisiana que el personal ofrecido, «… hasta la cifra de 1 586 médicos de calificación y experiencia, con los medicamentos adecuados o cualquier otro que las circunstancias lo demanden, está listo para partir de inmediato por vía aérea hacia el estado de Luisiana tan pronto usted disponga de la autorización correspondiente de las autoridades federales».
Diecinueve años después, la respuesta no ha llegado, pero Fidel no perdió la oportunidad de salvar vidas y cambiar mundo. El 19 de septiembre creó una fuerza de «choque» —amoroso choque— única en este planeta de guerras: el Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve, que para mayor lección lleva ese, el nombre del joven mambí norteamericano que, con grados de brigadier, cayó peleando por Cuba.
¿Los desviaba o domaba?
Se dice que Fidel Castro estuvo en la primera línea de peligro en más de 50 eventos catastróficos de la naturaleza; en Cuba y fuera de ella. La cifra es lo de menos porque cualquiera que sepa quién fue, no tendrá la menor duda de que, como Quijote a molinos, él le salió al paso a todos los que se acercaron a su fértil existencia o se atrevieron a amenazar a su pueblo. No era un hombre de esperar los partes sino de ir a sus fuentes.
Si venció en una lucha fuerza cinco a diez presidentes estadounidenses y burló al menos 638 atentados cuidadosamente planificados, generosamente pagados, lacayamente intentados… los de 50 ciclones serían para él lances consustanciales.
Esa asunción tan natural para él no siempre se veía así. En la parte en remolino de la Florida, la de la contrarrevolución, no faltaron en ciertos momentos
los batistianos desesperados que llegaron a decir que él tenía un arma secreta capaz de desviar ciclones. Si en algún momento algún ciclón «imperialista» reculó y se fue al norte sin tocarnos, Fidel no tuvo nada que ver más allá que la voluntad entrenada en lealtad mutua con el pueblo: «¡pa lo que sea…!».
Lo que sí está probado es que, según la Organización Meteorológica Mundial, Cuba es uno de los «líderes mundiales en términos de preparación para huracanes y gestión de desastres». Cada cubano sabe cuánto dejó en ello, como inspirador de nuestra Defensa Civil, el domador de ciclones.
El mundo en un papelito
Quienes van al Centro Fidel Castro Ruz suelen referir el dilema de las impresiones: ¿el edificio, la tecnología de respaldo, cierta anécdota aprendida, la naturaleza serrana implantada, los obsequios internacionales que el líder prefirió obsequiar al pueblo, sus pertenencias, simples objetos preciados… qué es lo que más emociona?
Si tuviera que elegir la reliquia más profunda, el autor de estas letras optaría por una pequeña, casi un grano de maíz, que alumbra cierta vidriera: un papelito, con la caligrafía al trote de Fidel Castro, que es el original de su impactante discurso en la Conferencia de la ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro, el 12 de junio de 1992.
«Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre», dijo Fidel con esa altura de sugerencias igualada solo por su capacidad de acción concreta. La nota es una clase magistral de cómo el genio puede mover el mundo no ya con una
palanca, sino con una hebra de letras.
Fidel Castro sabía, como pocos, que los daños primigenios no los causa la naturaleza sino el egoísmo, el odio y la insolidaridad humana. Sin obstáculos externos sería más factible rebajar la cuenta en los daños de un ciclón. Por eso dijo, tras el Flora, una de sus muchas frases para hoy: «Y si en algún momento es criminal el bloqueo de Estados Unidos ante los ojos del mundo, en ningún momento más que este».
El sol limpio entre las nubes
Ahora que Cuba vuelve a levantarse, con mucho peso en su espalda de Archipiélago, es bueno recordar un fragmento de la nota que, al día siguiente de la marcha del Flora, publicó el periódico Revolución: «57 años de mal tiempo vivió este país, y un Primero de Enero salió el sol. Ni cien ‘Floras’ ni cien imperialismos pueden derrotarnos».
Ese espíritu se nutría mutuamente, de abajo a arriba y de arriba a abajo. Bienvenido Pérez Salazar, capitán jefe de la escolta de Fidel hasta 1970, contó alguna vez sobre las fuentes de semejante entrega: «El Comandante no paraba ni de día ni de noche; iba directamente a las casas a llevarles comida y aliento a las personas».
El oficial recordaba que el líder siempre llevaba sus botas para el ciclón y que, adonde llegaba, se formaba el encuentro improvisado de cubanos que le amaban.
Cierta vez, en su resumen de pérdidas, un campesino le dijo: «Nos hemos quedado sin nada, aquí estamos hasta sin zapatos». Fidel apenas le dejó acabar la frase; se quitó sus botas, se las dio y al momento ordenó a sus acompañantes que entregaran las de ellos.
Por cierto, hay un par de ellas en el Centro Fidel Castro. Uno las mira tras los cristales y tiene que preguntarse a quién le servirán las enormes botas de Fidel. La respuesta no es tan difícil: únicamente a él y a su pueblo, que todavía las usa para enderezar ciclones. El sol que en el año 1963 subía mostrando letras en las columnas del periódico Revolución es el mismo que miles han visto en Guantánamo y Artemisa cuando les falta otra «luz». Él alumbra al pueblo que limpia el futuro con las zancadas de su Comandante.