Se hizo… ¡y qué luz!
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Quizá muchos nos preguntamos alguna vez qué hubiese sido de Fidel si no deja atrás las comodidades que en el horizonte le tendía Birán, para entregarse por completo a cimentar las bases libertarias de Cuba, asaltar el Moncada, fundar el Movimiento 26 de Julio, preparar la expedición del Granma, desembarcar, encabezar la lucha guerrillera en plena sierra, triunfar y continuar, hasta el final de su vida, sin un minuto de calma.
Nadie podría responderlo, sobre todo porque aún no he conocido a alguien que lo imagine de otro modo. Es que nació para ser Él.
Lo supo Lina Ruz desde que ojos y comisuras labiales delataron su alegría aquella madrugada del 13 de agosto de 1926, al ver el hermoso hombre que acababa de darle al mundo.
Y probablemente lo supiera también, de alguna anticipada manera, la propia historia.
Tal vez muchas personas se hayan hecho otra pregunta no menos curiosa: ¿Qué hubiera sido de Cuba sin Fidel?
Es fácil de imaginar: lo mismo que había sido este país desde que Estados Unidos metió algo más que la nariz en la guerra virtualmente ganada por nuestros mambises contra el dominio español.
En otras palabras: sin él, Cuba hubiera continuado sumiéndose en las tinieblas del infierno que aún nos reserva, gustosa, la otra historia: la modelada desde ese Washington casi sin historia.
¿Por dónde le llegó a Fidel el antídoto contra virus tan comunes hasta los años 50, como la corrupción política, el servilismo ante el imperio, el entreguismo de la nación sin el más mínimo escrúpulo?
¿Por qué intravenoso «misterio» le fluyeron siempre en sangre honradez, espíritu de sacrificio, apego a los humildes, perseverancia, capacidad de no declinar armas ni principios ante nada ni nadie…?
La propia Lina, Ángel Castro, Ramón (su hermano), montones de libros, José Martí, Céspedes, Gómez, Maceo, Baliño, Mella… todos tuvieron balanceada cuota de responsabilidad, sin excluir hasta aquel cotidiano y natural roce con familias de oscura tez que plantaron en Birán raíces originarias de la lejana y sufrida África.
Quiso el amor de una noche, acaso de rayo lunar filtrado por la madera o de ventana a cielo abierto, que viniera, para el mundo, uno de los seres más trascendentes de la humanidad. Vaya gratitud cubana que a malagradecidos mortifica.
Por eso más de 600 intentos de eliminación física nada pudieron contra la luz de aquel alumbramiento. Por eso, más de un centenar de altas condecoraciones y distinciones honorarias en diversas latitudes. Por eso, su huella humana sin frontera en la salud de millones de personas. Y por eso, lo que en temprana carta le escribió Lina:
«…tengo en ustedes más que a mis hijos a los héroes imborrables de toda una juventud y de todo un pueblo que tiene cifradas sus esperanzas y su fe en aquellos que salieron de mis entrañas y a los cuales vi crecer bajo la mirada que solo tenemos las madres…».