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Melba, a prueba de fuego

En una visita en el año 1972, a la entrada de una de las cuevas donde vivieron los lausianos durante la guerra: Melba (la tercera de izquierad a derecha) y Mirta (sentada en el lado derecho) . Foto: Cortesía de la entrevistada
En una visita en el año 1972, a la entrada de una de las cuevas donde vivieron los lausianos durante la guerra: Melba (la tercera de izquierad a derecha) y Mirta (sentada en el lado derecho) . Foto: Cortesía de la entrevistada

Fecha: 

09/03/2017

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

Traía consigo la herencia de una familia mambisa. Fue una de esas mujeres que, en el siglo anterior, dejó el título colgado al lado de su toga de abogada y se entregó, en cuerpo y alma, a la lucha contra la tiranía de Fulgencio Batista.
 
El carácter de hierro que decían mostraba Melba Hernández del Rey, conjugaba con su decisión de convertirse en una guerrillera del movimiento revolucionario cubano, dirigido por Fidel Castro.
 
Como una más de los combatientes del Moncada, en 1953 desandó prisiones, fue testigo presencial de torturas y asesinatos a sus compañeros de contienda; en el juicio de los asaltantes denunció la desaparición de algunos de ellos como Abel Santamaría y desmintió la supuesta muerte de Fidel en las acciones revolucionarias.
 
Un «amor santo por la libertad, por cuyos principios estamos dispuestos a ofrendar la vida», la había llevado a aquella gesta, declaró en transmisión radial al salir de prisión.
 
La confesión pública aclaraba que a Melba la movían los ideales. Nada más firme y arriesgado en los días de una dictadura militar.
 
A prueba de fuego vivió los años posteriores: 1954, 1955, 1956. Una labor minuciosa desempeñó primero en la organización de las notas que Fidel lograba sacar del Presidio Modelo donde estaba confinado, y luego, en la distribución clandestina de ese alegato, conocido como La Historia me absolverá. Después de México, donde apenas tuvo descanso mientras organizaba la expedición del yate Granma y el reinicio de la insurrección armada en Cuba; como miembro del Movimiento 26 de Julio se unió a ese grupo de rebeldes en la Sierra Maestra.
 
Al terminar la guerra con la victoria de las fuerzas revolucionarias, Melba no se fue a casa a descansar. Había mucho que hacer aún y ella estaría en el nuevo frente, entonces con otras armas, pero los mismos propósitos de justicia social y sentimiento de amor al ser humano.
 
A juicio de Mirta Muñiz Egea, compañera de trabajo de Melba en esta etapa, sin menoscabar el accionar de la guerrillera de la Sierra antes de 1959, a partir de dicha fecha su actividad en el ámbito de la solidaridad internacional fue muy prolífica.
 
Cuenta que la conoció tras los hechos del Moncada y que a inicios de la Revolución mantuvieron cierta relación de cercanía porque desempeñaba trabajos de divulgación en la televisión.
 
Pero fue la casualidad lo que las unió en el mismo equipo de trabajo. Comenta que el 20 de diciembre de 1963 asistió a un acto en el teatro de la Central de Trabajadores de Cuba, donde el Che hablaría en defensa del pueblo de Vietnam del Sur en guerra, y al llegar notó que «solo estaban Melba, en una butaca, y él —cuenta—. Este al verla entrar le preguntó si ella tenía algo que ver con la organización de ese encuentro, a lo que respondió con una negativa, y Che con una irrevocable misión: «pues usted a partir de ahora preparará estos actos».

Desde ese día, recuerda, comienza una campaña de solidaridad con la causa vietnamita, presidida por Melba Hernández, quien logró aglutinar a personas de distintas especialidades y conformar un Comité de Solidaridad con Vietnam del Sur primero y, cuando la guerra avanzó, con otros países como Laos y Cambodia.
 
En la década del 60 volvió la revolucionaria a vestir botas y uniforme de campaña, pero ahora como una misionera de la solidaridad. Esta vez sus principios y fe en el hombre la llevaban a las montañas de Laos.
 
Relata Mirta que vivieron durante un mes en las cuevas donde se protegían los laosianos, en una de las cuales conocieron al príncipe Souphanouvong, quien lideraba la guerra en ese territorio.    
 
«Aquel hombre tenía detrás de la mesa de trabajo un mapita de Cuba, y al frente, un periódico Granma, y le dijo a Melba: estoy tratando de aprender español para cuando vea a Fidel hablarle en español».
 
«Al despedirnos, salió, y delante de la cueva cortó una flor para cada una de las mujeres que íbamos en la delegación, una sensibilidad y preocupación por el ser humano en medio de una guerra, de bombardeos, de horrores».   
 
Mirta, una mujer que se formó en el mundo de las relaciones públicas, la publicidad, la propaganda y el periodismo, reconoce que más allá de que fueron años de un activismo político y una solidaridad voluntaria muy grande, aquella movilización social y preocupación por esos pueblos de Asia, fue gracias a la capacidad organizativa y de convencimiento de Melba. «Fidel era el artífice de todo este proyecto y ella quien lo materializaba», expresa.
 
Describe a Melba como «una mujer exigente, pero muy halagadora cuando las cosas salían bien».
 
No todos los jefes —argumenta— están tan prestos a regañarte y luego a saludarte. «Si había que dar un cocotazo lo daba y si había que dar una flor también».
 
Nunca la vi exigir lo que no se exigiera a sí misma primero. Siempre estaba dispuesta a ir adonde fuera, a pasar los trabajos necesarios.
 
«Era una persona con gran sensibilidad humana. Los vietnamitas le decían mamá y es que ella era muy abierta, muy humana, ponía el dedo en la llaga, donde estaban los problemas y trataba de resolverlos».
 
Señala que cuando se produce la victoria de Vietnam en el año 1975, el Comité de Solidaridad desaparece, se crean asociaciones de amistad con cada uno de estos países asiáticos, y Melba continúa su labor como Secretaria General de la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL).
 
Entonces —advierte— se amplió el proyecto de apoyo a otras naciones en conflicto, entre ellas Corea, Siria, Argelia, el Líbano y otras.
 
«Para el trabajo de divulgación y toda la colaboración no había un presupuesto definido y ahí radica la gran obra de Melba, en que fue sumando personas a esta causa que no buscaban algo que les reportara sino algo en qué aportar, y logró así aunar las voluntades de grandes científicos, médicos, artistas cubanos; en que consiguió que los obreros y campesinos conocieran y hablaran del pueblo vietnamita o del laosiano y que además se escuchara, en eventos internacionales, a través de Cuba, la voz de esos países», reflexionó.
 
Una vida consagrada a los otros, una misionera del bien, así recuerda Mirta a su compañera de tantos viajes y causas, quien ayudó a forjar, a su entender, uno de los mayores movimientos de masas a favor de la solidaridad mundial.