Dolor cubano en Venezuela
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Venezuela se estremece de dolor en todos los rincones donde un cubano se entrega a la solidaridad con el pueblo hermano.
Las voces de miles de colaboradores se dejaron escuchar en los pequeños grupos que se buscaron temprano en la clínica o la consulta para un homenaje de batas blancas, conjunto y en silencio; en el área deportiva donde el atleta antillano responde a los niños curiosos el porqué de su tristeza en el rostro; en la guitarra rasgada lentamente por el instructor de arte que recuerda al líder entregándole en persona su título de graduado.
Las llamadas telefónicas se cruzan de una punta a la otra del país y los mensajes de texto conduelen y animan, mientras un sentimiento de pesar atraviesa las selvas, se escurre desde los cerros y cruza el mar de regreso a la isla antillana.
Allí quisiera estar, ahora mismo con mis hermanos, para la despedida, dijo a Granma Darnelys Vázquez, desde el Zulia, con la conmoción de un familiar que ha partido y al que llama paradigma de mi vida, faro y guía de la Patria.
Con su trabajo cultural en una lejana base de misiones, ríe y hace reír a muchos niños vestida de payasita, pero hoy lo más alegre no es su rostro sino lo que lleva dentro, en la dicha, en el orgullo de haber nacido en la tierra que dio vida al gigante de la historia.
Raiza Rodríguez, enfermera sembrada en el corazón de la selva amazónica, brincó sobresaltada de la cama con la llamada de la madre y sus hijos, desde Cuba: Algo pasó y es grave, se dijo, pensando en un problema familiar.
Y en efecto, lo era. Pedí que lo confirmaran porque eso no es posible. Fidel no morirá nunca, no para quienes lo sentimos como padre, creador de este ejército internacionalista que por muy lejos que sea, como en esta misma selva, fomenta la vida y la esperanza. Cumpliremos con él. Está vivo.”
En la colinas rojas de Petare, donde el ladrillo de una casa sobre otra simula esas colmenas humildes de los cerros de Caracas, la estomatóloga Elizabeth Infante lo llama “el más inteligente de los hombres y luego suspira hondo, como para llevarle oxígeno a su pecho, porque ahí está sembrado, en nuestros corazones para siempre.
La acompaña Ismely Montero, doctora en los mismos cerros. Observa el barrio complejo, la cotidianidad difícil, la noticia tremenda que llegó desde Cuba, pero afirma no rendirse: Él mismo nos enseñó eso, a superarnos en las dificultades, el maestro del que aprendimos a vencer los momentos adversos. Ahora nos creceremos más. Es su legado. Lo amaremos siempre.”
En Carabobo, tierra histórica, también se expresa el sentimiento cubano; a veces de un cooperante solitario, como Marleny López, que le habla como si lo tuviera frente: Padre amado, te lloro, o el decir familiar de Jorge Luis, Daysi, Amanda y Yandro, estomatólogos matanceros unidos por la sangre, que viven, trabajan y ahora sienten juntos el dolor y el compromiso: Nuestra solidaridad, aquí o donde nos necesiten, será siempre nuestro mayor homenaje.
Trasnochado por la noticia, Kenny Ortigas conjura la tristeza pulsando suavemente la guitarra. Siente como si fuera hoy el peso de la mano grande sobre el hombro adolescente, cuando del propio Fidel recibió en Camagüey su título de instructor graduado.
«Recuerdo que en la emoción le dije: ¡Qué viva Cuba, mi Comandante!, y él respondió pausado: Qué viva, qué viva Camagüey...
Kenny regresa del ensayo con su Colmenita Bolivariana, «la central, porque ya son muchas en Venezuela. Todos los niños en ellas saben quién es Fidel».
Hace sonar otra vez la guitarra, pero no puede cantar. La voz solo le alcanza para un deseo: «Viva usted, mi Comandante, viva siempre...»