Juan Almeida Bosque. La música en el alma
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¡Vaya hombre para cultivar amigos y amar a su patria! Basta escuchar su nombre, en los labios nos afloran canciones, anécdotas y expresiones como “¡Aquí no se rinde nadie, c…!”. Porque el comandante Juan Almeida Bosque tenía ese don de música en el alma y palabras para transmitir los combates, los esfuerzos y los sueños.
Una sensibilidad humana y un espíritu de resistencia que rozaban el delirio.
Dicen que ni los grados ni los cargos transformaron al hombre sencillo, de pueblo, que solía andar en su Lada con la ventanilla baja y sin aire acondicionado. El autor de un “senado” en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba para escuchar las preocupaciones y comentarios del pueblo sobre los más diversos temas. Quien un día en Las Tunas pidió a un limpiabotas que subiera al puesto de cliente para mostrarle a todos su habilidad en uno de los tantos oficios que alguna vez ejerció.
Además de peón de Obras Públicas en construcción y reparación de calles, fue también taquillero, mozo de limpieza y albañil. No importaba lo duro que fuera, hacía cualquier trabajo para sacar adelante a los suyos: once hermanos, la madre, ama de casa, y el padre, inspector de abasto de leche, cuyo salario no alcanzaba para el sostén del hogar.
Hubiese querido estudiar más, de haberlo hecho probablemente habría sido un gran músico o intelectual en su juventud, pero la precaria economía familiar solo le permitió alcanzar el octavo grado. No obstante, le gustaba leer y se interesaba por el destino del país. Cuando comenzó a trabajar en el balneario universitario, conoció a Fidel Castro y pronto las inquietudes revolucionarias del líder estudiantil avivaron las del joven del habanero reparto Poey, quien a través de su vecino y compañero de albañilería, Armando Mestre, se vinculó a la Generación del Centenario.
Fidel no logró que Almeida desistiera del Moncada
Ese día hablaron, como otras tantas veces en los últimos tiempos, el visitante y el joven albañil. Este presentaba una leve lesión en su mano derecha, por lo cual el amigo que llegó a la casa trató de persuadirlo: ya tendría oportunidad más adelante de emprender la obra en que ambos, y muchos más, se hallaban comprometidos. Para Charo, la madre, el hombre alto era alguien que venía a contratar a su hijo para un trabajo fuera de la capital.
Muchos años después doña Charo recordó: “Macho dejó que el hombre hablara para al final pedirle que le lanzara una pelota que estaba en un butacón. La agarró en el aire con la mano izquierda: ‘Como acabas de comprobar, la mano con problemas es la derecha y no sé si te has percatado, yo soy zurdo’. Pero el hombre no se daba por vencido. Parece que como vio la casa tan bonita, se le ocurrió decirle: ‘Hay otro problema, tú eres casado’. Mi hijo se rio:
‘¿De dónde has sacado eso? Aquí vivo con mis padres y mis hermanos’. Y alzó la voz: ‘Vieja, ven acá’. Fui hasta donde ellos y Macho me dijo: ‘Vieja, este es Fidel Castro. ¿Te acuerdas de que conversé contigo acerca de la oportunidad de cambiar de trabajo? Bueno, es con el ingeniero Fidel, que voy a hacer unas obras en Varadero. Es una buena oferta, ¿verdad?’. Le dije al señor: ‘Mucho gusto, Rosario Bosque para servirle. Esta es su casa. Si Macho dice que puede, póngale el cuño, que es cumplidor’”.
Ni Fidel ni nadie harían renunciar al joven de 26 años a formar parte de los que lucharían por la libertad de su patria. Años después, Almeida recordaría cuando Mestre lo fue a buscar como a las dos de la tarde a la obra en que trabajaba.
“Me dijo: ‘Tenemos que salir para Oriente a una práctica de tiro’. ‘¿Tan lejos para una práctica de tiro?’, le pregunté. ‘Vamos a tirar con calibre 50 o con cañón para ir tan lejos’. ‘Vamos, date prisa’, me dijo. Fui a cambiarme de ropa, me despedí de los demás, dejé el trabajo y regresamos al reparto. En la casa dijimos que íbamos a los carnavales en Oriente. Cogimos una muda de ropa, la echamos en una jaba y salimos para O y 25 en el Vedado, de donde partimos en auto para Oriente. Fidel nos despidió en la puerta con afecto y cariño”.
La extraordinaria espiritualidad de un hombre común
Convencido de que en el presidio la vida vacía, sin contenido, deterioraba, llenó los días con ejercicios, deportes, lectura, imaginación y cuanto alimentara su espíritu. A pesar de las desdichas inherentes a la prisión, aquel “mundo de columnas” devino escuela para su formación como ser humano, revolucionario. Entre sus vivencias más conmovedoras, la primera salida al patio: “Al fin nos encontramos directamente con el sol, parecemos camaleones. Lo tomamos sentados y acostados en los bancos, recostados a las columnas, acostados en los corredores. Así le damos movimiento al cuerpo. Nos quitamos las camisas y nos dejamos tostar como en la playa. También, después de tanto tiempo, volvemos a oír y ver las aves, cerca de nosotros los gorriones haciendo sus nidos en los aleros. Al otro día, muchos de nosotros no podemos ponernos las camisas, con quemaduras de primer grado”.
Por fin se produce la primera visita, el reencuentro con la familia: “Voy vestido con el uniforme azul y el número 3833 en el pecho. La alegría es inenarrable. A mi madre le brotan las lágrimas, solas, sin hacer un gesto de dolor. Mi padre palidece. Yo no sé cómo ellos me ven ni lo que hago, solo sé que siento mucha alegría al verlos. Después le toca el turno a cada uno de mis hermanos, pues todos han venido a solidarizarse conmigo y con mi causa, que a partir de este momento es también de ellos. Resulta emocionante esta visita después de tres meses de prisión, los acontecimientos vividos y cómo había sido la despedida del hogar.
“Han llegado cartas. Me pregunto cómo pueden unas letras proporcionar tanta alegría a una persona. Disfrutan una carta como si en realidad estuviesen junto a quien la escribe y me imagino que, como yo, hasta escuchan su voz. En la cárcel, en el exilio o en el hospital, las cartas traen la misma o parecida alegría. Aquí hay compañeros que cuando no reciben carta se les unen el piso y el techo. Nosotros decimos una frase generalizada en la cárcel: Este tiene el psíquico.
“Otros toman las cosas con más calma, ven la vida con otro prisma. Es cuestión de temperamento. También los hay afortunados que no pueden quejarse, pues reciben cartas de amigos, parientes y arientes. Yo me encuentro entre estos, aunque no recibo cartas de la novia, que se mantiene enojada. Porque la vida de un revolucionario es dura, nunca dice a dónde va, con quién está o por dónde anda, y son pocas las mujeres que pueden resistirlo. Una novia que sienta y piense como uno es lo ideal”.
“La discriminación por el color de la piel hace sentirse inferior, hasta atemoriza a la persona negra, la inhibe, la inmoviliza de tal manera que la cohíbe para actuar y demostrar sus conocimientos, sus posibilidades, su verdadero valor. Aquí entre mis compañeros no he sentido el color de mi piel, pero afuera siempre tratan de recordármelo”.
Almeida y la filosofía del cubano sobre el negro
Como quizás se nos haya escapado alguna vez eso de “días negros”, a Almeida también le sucedió en varias ocasiones, pero de inmediato rectificaba el error y aprovechaba la oportunidad para reivindicar a los que como él sufrieron discriminación por el color de la piel.
“Bueno, días negros no, días malos. A un racista o a un fatalista lo primero que se le ocurre decir es que el día lo tiene negro. Tenemos que reconocer que se ha hecho un hábito decir que todo lo malo es negro. Negros son los nubarrones; negra es la suerte, cuando no favorece el deseo de la gente; negra es el alma, cuando se tienen malos sentimientos. El día puede ser gris, verde, azul. ¿Pero por qué negro? Y al final, cuando una persona es agradable, atenta, como hay millones de negros en Cuba, entonces dicen: ‘¡Qué lástima que sea negro!’ o que ‘Ese negro tiene el alma blanca’.
“La discriminación por el color de la piel hace sentirse inferior, hasta atemoriza a la persona negra, la inhibe, la inmoviliza de tal manera que la cohíbe para actuar y demostrar sus conocimientos, sus posibilidades, su verdadero valor. Aquí entre mis compañeros no he sentido el color de mi piel, pero afuera siempre tratan de recordármelo. Lo he sufrido, pero no me ha dolido. Me preparo para luchar y que esto llegue a su fin algún día.
“Miro las rejas que nos impiden la salida. Así de fuertes, como empotrados en hormigón, están arraigados los prejuicios raciales. Destruirlos no será fácil, como no es fácil nada que sea importante en la vida. La vida es sacrificio. Sacrificio es lucha, es combate, es quedar con vida y lograr los objetivos. Al final, estos se alcanzan, pero no hay lucha fácil. La historia dejará entonces estos hechos en el pasado. Hay que pensar y actuar; mirar el camino, pero también el horizonte. Hay que ser a la vez realista y soñador, sin doblegarse jamás ante las dificultades”.
“Yo declaro bajo juramento que sí participé en el asalto al cuartel Moncada y que nadie me indujo, a no ser mis propias ideas que coinciden con las del compañero Fidel Castro […] si tuviera que volver a hacerlo, lo haría, que no le quepa la menor duda a este tribunal”.
En la intransigencia de Cuba, Almeida
Recoge la historiografía que, en el juicio a los revolucionarios implicados en los sucesos del 26 de julio de 1953, Almeida contestó al fiscal: “Yo declaro bajo juramento que sí participé en el asalto al cuartel Moncada y que nadie me indujo, a no ser mis propias ideas que coinciden con las del compañero Fidel Castro”. Más adelante, ante la pregunta de si se arrepentía de su participación en los hechos, replicó: “No, señor, si tuviera que volver a hacerlo, lo haría, que no le quepa la menor duda a este tribunal”.
Tras la declaración, la condena, el presidio, el exilio, la travesía del Granma y pocas horas después el desembarco. En Alegría de Pío, disparos por todos lados y una voz que persuadía a la rendición, al oírla, aquel mulato gritó enérgico el sentimiento que le nacía de las entrañas: “¡Aquí no se rinde nadie!”. Luego, la palabra rotunda. Ya en 1957 su dignidad se acrecienta en el ataque al cuartel de El Uvero, donde –con un disparo en el pecho– fue, al decir de Raúl, “el alma del combate”.
Por méritos propios, de simple combatiente pasó a capitán y después a comandante. Fue elegido por Fidel para dirigir el Tercer Frente Mario Muñoz, en el que además de los 6 000 kilómetros cuadrados que protegía militarmente, se interesaba por mostrarle con hechos la Revolución al campesinado y demás pobladores de la zona.
Después del triunfo de enero de 1959, jefe de la Fuerza Aérea Revolucionaria. Asumió la jefatura del Estado Mayor del Ejército Rebelde tras la desaparición física de Camilo Cienfuegos y luego del Ejército Central, del cual había sido fundador. Viceministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y, en una corta etapa, ministro. Integrante vitalicio del Comité Central y del Buró Político del Partido desde su institución en 1965. Presidente de la Comisión de Revisión y Control del Comité Central. Vicepresidente del Consejo de Estado y presidente, desde 1993, de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, hasta su fallecimiento el 11 de septiembre de 2009.
Desde sus muchas responsabilidades políticas y gubernamentales, impulsó obras de bien público. “Es obligado hacer un reconocimiento profundo al compañero Juan Almeida que, como delegado del Buró Político del Partido en las provincias orientales, ha trabajado con tanto tesón, con tanto entusiasmo, con tanta devoción, y con tanto cariño por el desarrollo del progreso y la marcha exitosa de esta querida región oriental del país”, precisó Fidel en Manzanillo, el 28 de julio de 1977.
El “comandante música”, como lo bautizara Fidel, continuó sirviendo a su pueblo, siempre con un papelito a mano para cuando el impacto o el recuerdo estimularan la canción. Así reunió más de 300 letras, 10 libros, y conquistó el cariño y respeto de los cubanos, quienes lo recuerdan como un luchador que nunca tuvo vacilaciones cuando de defender a la patria se trataba.
Cada febrero, desde otra dimensión de la vida, Almeida cala en la hondura de un país que no se resiste al encanto de quien llevaba la armonía en el alma. ¡Felicidades eternas al músico comandante!