La Patria, Martí, los árboles en fila
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Dos patrias tiene Martí: Cuba y la noche, pero son una las dos. Cuba es la cadena que arrastra en las canteras de San Lázaro, el anillo de hierro con su nombre, la vida entera por la independencia y la justicia; la noche, es la poesía.
Cuando en el Diario de Campaña escribe: «La noche bella no me deja dormir», toma cuerpo en el verso su expansión cósmica, porque sabe que, «el universo habla mejor que el hombre». A la hora de morir, en Dos Ríos, se consolida el acto poético de sembrar la Patria con su propia sangre.
La Patria de Martí se prefigura en los versos finales de su poema dramático Abdala: «Nubia venció! Muero feliz: la muerte/ Poco me importa, pues
logré salvarla.../ ¡Oh, qué dulce es morir cuando se muere/ Luchando audaz por defender la patria!». Es otra vez la muerte dando vida a la Patria.
Es con todos, la Patria; pero para el bien de todos, sin esa condición ética de amar el bien colectivo no se puede ser parte del todos, por eso en el propio discurso hay exclusiones. Los anexionistas, los que hablan de miedo a la guerra de independencia, miedo al negro, al español, los alzacolas que no quieren el bien de todos, quedan fuera.
La Patria de José Martí –el que, de pie sobre sus principios, creó el Partido Revolucionario Cubano, raíz primigenia del Comunista de Cuba– es una batalla diaria por la justicia desde la ética que salva el bien común. Así lo expresa días antes de morir, al dominicano Henríquez y Carvajal: «Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber».
Para fundar la Patria, Martí tiene que enfrentar al colonialismo español y a la Roma Americana, el monstruo hambriento sobre el Caribe y la América Nuestra. El Apóstol nació sin tiempo que perder; su tierra, aún colonizada, quiere ser engullida por el vecino del Norte.
Olvidar el pasado de Cuba es otra manera de perder las fuentes dolorosas y heroicas de nuestra libertad. Cuando se ve arder, en un videoclip, el rostro de Martí, para cambiar al de Washington, no hay dudas de que un neoanexionismo regresa en otros panfletos.
Con Washington por Martí, se abren las páginas de Nuestra América, tan llenas de advertencias y lecciones: «¡Los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas!». No se trata de monedas, sino de símbolos. Hay que regresar al campamento de Dos Ríos, asomarse a la carta que escribe a Manuel Mercado, y comprender que Martí viene de Martí, con la honda de David.
Cuando Tomás Estrada Palma pide la intervención de Estados Unidos en 1906, estaba negando la Patria soñada por Martí. Si más de cien años después, alguien pide la intervención de Estados Unidos en Cuba, desea entregar la nación al apetito voraz del imperio.
De esos, de los apóstatas, vendidos a los que pagarían por comprar el archipiélago, la Mayor de las Antillas ha sabido cuidarse siempre. Para cada tiempo, Cuba ha sabido levantar las barricadas, bajo la voz conductora del único Partido, el Comunista, «cemento de la nación», dijo Fidel, también expresión política de los árboles en fila de Martí, médula de la unidad, que es, en fin, la savia de la Patria.