En el corazón de la unidad latinoamericana
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Nuestra América vive días intensos. No hay motivo, ni tiempo, para el desaliento. Los pueblos del continente han abierto las grandes alamedas de su emancipación, y el imperialismo no puede cerrarlas
Nuestra América vive días intensos. No hay motivo, ni tiempo, para el desaliento. Los pueblos del continente han abierto las grandes alamedas de su emancipación, y el imperialismo no puede cerrarlas. Bolívar, Martí, Sandino, señalaron el camino de la unidad. «¿Hasta cuándo vamos a permanecer en el letargo? –preguntaba Fidel en 1959, durante su visita a Caracas– ¿Hasta cuándo vamos a ser piezas indefensas de un continente a quien su libertador lo concibió como algo más digno, más grande? ¿Hasta cuándo los latinoamericanos vamos a estar viviendo en esta atmósfera mezquina y ridícula? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos?».
Desde su etapa de formación, en los años 40, Fidel se había involucrado en los reclamos de justicia más apremiantes de la región: la independencia de Puerto Rico y el derrocamiento del dictador Trujillo en República Dominicana, entre otros, y viviría junto al pueblo colombiano los sucesos que hoy la historia recoge como el Bogotazo.
Su visita a Venezuela, apenas unos meses después del triunfo revolucionario, resultaría premonitoria. Allí diría, a propósito de la necesaria unidad de nuestros pueblos: «¿Y quiénes deben ser los propugnadores de esa idea? Los venezolanos, porque los venezolanos la lanzaron al continente americano, porque Bolívar es hijo de Venezuela y Bolívar es el padre de la idea de la unión de los pueblos de América».
Pero no se refería Fidel solo a la unidad interna de los pueblos, indispensable para el triunfo de la justicia, sino a la unidad entre naciones del continente, aunque sabía que habría gobiernos «sietemesinos» sin fe en su tierra, dispuestos a entregar las riquezas colectivas y los anhelos populares en espera de indignas recompensas personales. Por eso en muchas ocasiones trató de mostrar las ventajas de la unión, desde el respeto a la diversidad de modelos socio-económicos, y de identidades. «¿Cuál es el destino, además, de los países balcanizados de nuestra América? ¿Qué lugar van a ocupar en el siglo xxi? ¿Qué lugar les van a dejar, cuál va a ser su papel si no se unen, si no se integran?», insistía en 1990.
En los años finales de esa década de renuncias y desesperanzas, Fidel relanzaría el internacionalismo médico cubano (que había nacido en Argelia, en 1963), para los pueblos de Centroamérica y Haití –donde no existían Gobiernos ideológicamente afines–, a raíz del paso de dos huracanes devastadores: centenares de trabajadores de la Salud acudieron a los rincones más apartados y atendieron desde entonces a las poblaciones más desamparadas. El pueblo cubano se encontraba cara a cara, sin intermediarios, con sus hermanos del continente.
Fidel se reunía siempre con cada brigada antes de su partida, conversaba con sus integrantes como un padre. El 25 de noviembre de 1998 diría: «Quiero desde ya recalcar bien esto: nuestros médicos no se mezclarán en lo más mínimo en asuntos de política interna. Serán absolutamente respetuosos de las leyes, tradiciones y costumbres de los países donde laboren. No tienen por misión propagar ideologías. (…) Van a Centroamérica como médicos, como abnegados portadores de salud humana, a trabajar en los lugares y en las condiciones más difíciles, para salvar vidas, preservar o devolver el bienestar de la salud, y enaltecer y prestigiar la noble profesión del médico; nada más».
Ese año, un discípulo de Bolívar llegaría a la presidencia de Venezuela. Dos soñadores, dos locos cuerdos, Fidel y Chávez, se encontrarían, en el empeño de contribuir a la unidad necesaria. Y nació el alba, el proyecto de unidad más avanzado que ha existido en nuestro continente, un acuerdo cuya base radicaba en el pueblo, en su infinita capacidad solidaria. Cientos de miles de latinoamericanos tuvieron salud, educación, recuperaron la vista, la dignidad. Nuestra América, concepto martiano que también incluye a las islas del Caribe, fue entonces más grande, porque supo mirarse por dentro y unirse, complementarse, en proyectos comunes. El imperialismo trata hoy de desarticular esas conquistas, a las que tanto teme. Es bueno recordarlo, en vísperas del tercer aniversario de la partida física del Comandante en Jefe Fidel Castro, el hombre que dedicó su vida a la defensa de la unidad de los pueblos y las naciones de América Latina.