Fidel y la cultura
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Todo empieza por el conocimiento de las vocales y luego de las consonantes, ya sea por la antiquísima Cartilla de Cartagena, editada hace siglos por los colonizadores españoles para privilegiados de América, que se difundiría subrepticiamente entre los navegantes, o los métodos más contemporáneos. Por esa razón fue el aprendizaje de la lectura y la escritura y lo será siempre en cualquier parte del mundo. Sin embargo, desgraciadamente es común que método tan simple se le negara, también por siglos, a millones de seres humanos en el mundo.
No será nunca ocioso decir que el desarrollo de la cultura en la Cuba revolucionaria comenzó masivamente con la Campaña de la Alfabetización que impulsara Fidel, quien ya en La Historia me Absolverá, planteaba como una necesidad imperiosa la enseñanza, la necesidad de maestros y el fin del analfabetismo.
Ese año de 1961, llamado de la Educación, es un momento memorable, aunque no quiere decir, de ninguna manera, que en ese el Jefe de la Revolución comenzara su afán por la lectura, sin la cual no hay cultura, en general, en la Cuba revolucionaria. Los ejemplos vienen de él mismo, en cualquier circunstancia.
Además, bastaría conocer siquiera someramente algunos episodios de la lucha revolucionaria en la Sierra Maestra, en el Segundo Frente Oriental Frank País, o en Minas del Frío, para constatarlo. Bajo el impulso de Fidel, de Raúl o del Che, con distintos modelos, comenzó la alfabetización de los grupos más populares de Cuba que integraban el glorioso Ejército Rebelde. Por ejemplo, en el Segundo Frente Oriental Frank País, hubo un Departamento de Educación. Raúl, personalmente, con la colaboración de maestras, como Asela de los Santos, para mencionar una, creó escuelas, modestas pero eficientes, en los amplios territorios liberados del norte de la antigua provincia de Oriente.
En la Sierra Maestra también se alfabetizó. Se sentaron mecanismos culturales de propaganda revolucionaria en la emisora Radio Rebelde. Fueron las bases para ir más lejos, una vez que triunfara la Revolución; las bases dirigidas a abrir los oídos a la cultura de masas. Esa emisora insigne no fue solo el vehículo noticioso –único veraz, sin fisuras– de la lucha en la Sierra Maestra, desde el territorio de la Columna Uno, comandada por Fidel, sino también un espacio a la música. El Quinteto Rebelde es un ejemplo. Como lo fue El Cubano Libre, que hiciera imprimir el Che; los espacios gráficos, las caricaturas y dibujos testimoniales del joven y artista rebelde Santiago Armada (Chago), estuvieron presentes en ese periódico que nació con Antonio Maceo en la manigua mambisa. Eran impulsos ambiciosos pero concretos sobre la difusión y la cultura en condiciones de guerra de guerrillas. La música, el canto, los dibujos, los textos orales o escritos constituyeron un alimento espiritual en medio de la lucha armada.
Si revisamos fotos del Jefe de la Revolución tomadas en la Sierra veremos más de una en la cual está leyendo un libro. Ese hecho nos remite a la Academia Abel Santamaría, que funcionó en el Presidio de Isla de Pinos durante el encarcelamiento de los combatientes del Moncada y Bayamo. Allí se enseñaba desde matemática hasta historia, todas las disciplinas posibles, a los que menos sabían.
Mientras tanto, el propio máximo jefe revolucionario, Fidel, que como él mismo ha explicado muchas veces, tuvo el privilegio de estudiar en Belén, una de las escuelas más privilegiadas, y luego graduarse de abogado en la Universidad de La Habana, combinó ese tiempo solitario del confinamiento entre los proyectos revolucionarios, que culminarían en la organización del Movimiento 26 de Julio y de todas las batallas, pero ni en esos momentos dejó de leer. Un solo día bastaría para sustentar el hecho, y su afán paralelo de conocer la Historia de Cuba, en lo profundo un fragmento de sus cartas desde el presidio político en Isla de Pinos, no lejos de la finca El Abra, donde tuvo un refugio José Martí, escribió Fidel, en los días en que reconstruía su histórico alegato La Historia me Absolverá, líneas sobre la lectura, como las que se transcriben:
Diciembre 13
Me antojo de un libro, Cecilia Valdés, de Villaverde. Hace años no le presté ninguna atención y hoy estoy apuradísimo por tenerlo. He vivido días felices, embelesado, olvidado de todo, trasladado, prácticamente al siglo pasado en las páginas de tan formidable historia de Cuba.
Desde hace tiempo me viene inquietando el deseo de conocer mejor nuestro pasado, nuestro pueblo y nuestros hombres de ayer. Me ayuda el entusiasmo, el interés y la pasión con que leo acerca de todo esto. Quiero constatar, esta vez, en la obra de quien tan soberbiamente pintó aquella época, algunos aspectos vivos de la mentalidad cubana, sobre todo en relación con este problema de la esclavitud, tan interesante, porque según voy observando, de él se derivó en gran parte la enorme confusión y las vacilaciones que matizaron el pensamiento político cubano hasta la década del 68.
Intercalar una novela, además, cuando viene al caso, es un método que me gusta por lo que me permite descansar en medio del estudio y redoblar el interés. Con frecuencia me siento tentado a evadirme un poco por el campo de la ficción, aunque por suerte la Historia me entretiene, mucho más cuando como esta no es solo historia política, sino historia económica, social y cultural, lo más amplia y profunda pueda pedirse.
El 7 de diciembre lo conmemoro leyendo, lleno de profunda veneración, las cartas y documentos de Maceo en un volumen que tengo de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos. Días atrás pasé también encantadores momentos con la biografía de Bolívar, por Zweig, incomparablemente superior a la de Rouge. Así sucesivamente los días pasan, en verdad, nada duros.