Fidel tiene en el mundo muchos amigos
A los jóvenes dedicó Ignacio Ramonet la cuarta edición cubana del libro Cien horas con Fidel, los que apenas habían crecido o nacieron después de la publicación inicial en el 2006, los que no conocieron directamente al líder en las tribunas, los combates, y el día a día de los desafíos de la construcción de una Patria nueva.
Esos que, según recuerda Luis Morlote, vicepresidente primero de la Uneac, asaltaron con preguntas al intelectual español radicado en Francia el año pasado cuando presentó en las universidades de Las Villas, Camagüey, Holguín y Oriente su ensayo "El imperio de la vigilancia", pues muchos querían saber de primera mano cómo era Fidel en la intimidad del fuego cruzado de la conversación.
Ya la editorial Ciencias Sociales y la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado habían adelantado la preparación de la nueva edición, a la que Ramonet, convencido de su valor histórico y testimonial, quiso redondear con la inclusión de un nuevo capítulo, Dos horas más con Fidel –producto del encuentro entre ambos el viernes 13 de diciembre del 2013–, el artículo Fidel Castro y la represión contra los intelectuales, escrito a raíz del deceso del líder, y precisiones en cuanto a hechos y fechas en el texto original, como para completar una entrega de imprescindible lectura y consulta.
Además añadió un preludio, que por sus revelaciones, conceptos y carga emocional fue calificado por Miguel Barnet, presidente de la Uneac y anfitrión de la última presentación del ciclo, como «la obra de un poeta».
En plano confesional, Ramonet, ante el auditorio que colmó la sala Martínez Villena, de la organización de los escritores y artistas cubanos, dijo que no es fortuito haber subrayado el carácter conversacional del libro. «Yo no entrevisté a Fidel; conversamos a lo largo de tres años; cada trimestre venía a Cuba y él sacaba tiempo para nuestros encuentros. Yo quería desatar sus memorias, escuchar sus argumentos».
Ramonet se opone a esa clase de entrevistadores que ejercen la inquisición, y pretenden situarse por encima de los entrevistados. Prefiere ser cómplice, vehículo para que el otro, en este caso Fidel, exponga lo que tiene que decir. «Fue un libro –destacó– que nació de la confianza. Él pudo decirme no voy a tratar este u otro tema, pero no lo hizo. Antes de cada cita, yo le daba a Pedro Álvarez Tabío, por entonces al frente de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, el temario y las preguntas; sin embargo, Fidel los obvió y eligió conversar de manera franca y abierta sobre todos los asuntos, por muy espinosos que parecieran. Eso solo lo pudo hacer un hombre como él, de una ética irreprochable. Al final una frase lo define: No le diremos nunca una mentira».
El autor compartió dos vivencias interesantes relacionadas con el libro. Una, la consulta a Hugo Chávez para confrontar detalles acerca de lo acontecido con el intento golpista en
Venezuela en abril del 2002. «Fidel sentía pasión por la exactitud de los datos», acotó. Otra, cuando comentó al Comandante que le parecía insuficiente para el libro el retrato de Lina Ruz, su madre, y él acudió a Raúl, para que aportara recuerdos y elementos complementarios.
Para Ramonet Cien horas con Fidel es una obra que le ha dado mucha satisfacción. Se ha traducido a casi una veintena de lenguas y aspira a que la versión en árabe se haga realidad. «Una buena oportunidad sería –señaló– el año próximo cuando la Feria del Libro de La Habana tenga a Argelia como país Invitado de Honor». En hebreo lo acogieron cálidamente en centros universitarios de Jerusalén, Tel Aviv, Haifa y Nazareth. Asistió a 70 presentaciones en Francia.
«Jamás en esos tantísimos encuentros nadie ha cuestionado una sola palabra del libro –concluyó–. Fidel tiene en el mundo muchos más amigos que los que uno imagina».