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Razón y luz

Date: 

04/12/2016

Source: 

Periódico Granma

Author: 

Más que mirar, observar… siempre observar. Límpida mirada que no permite que ignores. No hay detalle que escape a tu estatura de fe. Y todavía hay quien pregunta por qué son tantos los «necios» que te siguen.
 
Miren aquí, mejor no. Deténganse como él. Miren sus voces. Escuchen sus rostros. No hará falta nada más, hay cosas que hablan por sí solas.
 
Santiago Rivero, exprimer secretario del PCC, municipio de Bartolomé Ma­só, Granma
Aunque al igual que todos los revolucionarios cubanos, por la muerte de Fidel me embarga un gran dolor, solo comparable con el que sentí cuando perdí a mi madre, quisiera aportar modestamente algunas anécdotas que tengo, de dos visitas que hizo el Co­man­dante en Jefe Fidel Castro al municipio de Bar­tolomé Masó, Granma, donde yo me desempeñaba como primer secretario, en el año 1981.
 
La primera fue el 21 de enero de 1981 con el objetivo de chequear la marcha de la construcción de la carretera de La Plata, una obra concebida por Fidel para conectar con asfalto y hormigón el poblado de Bartolomé Masó con el Alto del Naranjo, un lugar en el firme de la Sierra Maestra, a mil metros sobre el nivel del mar, que viabiliza y estimula la visita a la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata y la escalada al Pico Real del Tur­qui­no.
 
Cuando nos encontrábamos a las 6:00 a.m. esperando la caravana, en el poblado de San­to Domingo, lugar histórico donde se produjo uno de los grandes combates para en­frentar y derrotar la gran ofensiva de verano de la tiranía batistiana, nos llama poderosamente la atención un joven con dos muletas, que con muchas dificultades venía escalando la montaña en silencio.
 
Alrededor de las 8:00 a.m. llegó el Coman­dante en Jefe y después del saludo y de hacerme muchas preguntas sobre el lugar histórico, continuamos en los carros hasta el Alto del Naranjo; allí, después de impartir orientaciones y tomar la decisión de duplicar los equipos de la brigada que construía la carretera, posibilitando de esta forma adelantar dos años la construcción de la misma, emprendimos el regreso.
 
Cuando veníamos bajando en su histórico jeep cuatro puertas, los dos sentados en el lado derecho —él delante y yo detrás—, observamos al joven de las dos muletas, que habíamos visto subir, parado en atención en la casa de un campesino, situada en una loma cercana después del farallón del terraplén por donde íbamos. Realmente el joven no se movió. Pero Fidel intuyó que él quería decirle algo. Es más, nos comentó la sospecha de que ese joven podía ser hijo de Clemente Verdecia, un destacado colaborador del Ejército Rebelde, que le había dado la poliomielitis y que Yeyé (Haydée Santamaría) se lo había llevado para La Ha­bana al triunfar la Revolución para recibir atención médica, y que había regresado por su cuenta para la Sierra.
Como Fidel seguía insistiendo que ese joven quería plantearle un problema y él pensaba visitar las escuelas y las casas situadas a ambos lados de la carretera, le propuse enviar al presidente del gobierno municipal para que entrevistara al joven.
 
Al terminar la visita a la escuela de Santo Domingo, le informé que efectivamente el joven era el hijo de Clemente Verdecia, y que había subido al Alto del Naranjo porque se había enterado de su visita y quería plantearle que la dirección municipal de Trabajo le había negado la Asistencia Social en cuatro oportunidades, y estaba pasando necesidades.
 
Una vez más Fidel tenía razón. Nos orientó analizar el caso y darle solución, lo que hicimos 24 horas después.
 
En el mismo recorrido, de bajada, llegamos a la casa de un campesino en Santo Domingo. Allí enseguida acudieron muchos niños y campesinos del lugar, estableciéndose un intenso intercambio con los vecinos sobre sus necesidades, preocupaciones, especialmente, la necesidad de construir una escuela y reparar el consultorio médico, que estaba en muy mal estado; cosas que orientó y se cumplieron de inmediato.
 
Pero lo que más me marcó fue, que en medio de la conversación, hizo un aparte conmigo y bajito me preguntó que si aquel niño de unos seis o siete años que estaba entre los presentes, y que le faltaba la mitad del bracito izquierdo, había sido por un accidente o por nacimiento. Realmente ninguno de noso­tros se había percatado de su limitación física. Enseguida el padre nos informó que era de nacimiento. Al conocerlo, Fidel orientó hacer una investigación genética en la zona, tomar fotos del niño, para que cuando fuera mayor se le garantizara una prótesis. Ello dejaba demostrado su gran preocupación por los niños, su inmensa sensibilidad humana.
 
La otra visita fue el 19 de julio de 1981, con el objetivo de inaugurar el primer centro nacional de pioneros exploradores de Cuba, en Santo Domingo, del municipio de Bartolomé Masó, de la cual recuerdo otro grupo de anécdotas.
 
Como el acto era en un lugar intrincado de la Sierra Maestra, se pensaba que Fidel vendría desde el día antes y por tanto se prepararon las casas de visita de Bayamo, Manzanillo y Masó. El sábado 18, a las 2:00 p.m., cuando me encontraba en Santo Domingo chequeando los últimos detalles de la inauguración del acto, se me acerca el Chino, uno de los jefes de la escolta de Fidel en aquel momento, y me pide las llaves de un grupo de casas recién terminadas en una zona cercana en la Sierra Maestra, llamada Pueblo Nuevo, pero que estaban pendientes de entrega por faltarles algunos detalles. Rá­pi­da­mente las localicé y se las di sin preguntar.
 
Todos estos indicios nos hicieron sospechar que Fidel no se iba a quedar en ninguna de las casas de visita. Efectivamente, como habíamos pensado, a las 5:00 p.m. pasó la caravana y me mandó a buscar. Cuando llegué al campamento, me encontré a Fidel ya acomodado en una casita de campaña en medio de la Sierra.
 
Antes del acto político-cultural hicimos un recorrido por el centro, incluyendo el museo que se iba a inaugurar en la casa de Lucas Castillo, un colaborador del Ejército Rebelde asesinado por Sánchez Mosquera, jefe del batallón derrotado por Fidel en la gran batalla de Santo Domingo, como parte de la contraofensiva.
 
Esta casa se convirtió en un museo de siete salas con el apoyo de la comisión de historia del Consejo de Estado. Fidel en cada salón se detenía a leer las notas escritas por él en la batalla y que Celia personalmente recopiló. Pero desde la tercera sala me empezó a preguntar si no había ninguna foto del Co­man­dante Ramón Paz. Le dije que en la sala siete había un panel y una vidriera dedicada a él. Ramón Paz fue un valiente Capitán, ascendido posteriormente a Comandante, al que Fidel le había dado la tarea de cortarle en Providencia, la retirada al asesino Sánchez Mos­quera, cuando saliera huyendo. Aunque Paz tomó Providencia, no pudo cumplir la misión porque cayó abatido en el combate.
 
Cuando Fidel llegó a la sala siete, se apoyó en la vitrina y estuvo varios minutos leyendo los documentos y fotos relacionados con Ra­món Paz. De esta forma le estaba rindiendo honores al heroico combatiente, cuyo nombre recibió el centro de pioneros exploradores que se iba a inaugurar. Ese era Fidel, el que no olvidó nunca a los compañeros caídos.
 
Remigio R. Gorrita Pérez, especialista en Pediatría. San José de Las Lajas, Maya­be­que
Era una mañana muy fresca la de aquel 27 de enero del 2001 en San José de las Lajas.
 
Nunca antes en esa localidad, el pueblo se había movilizado para una concentración po­pular como la que se efectuaría en las áreas cercanas al reparto La Victoria, o como todos denominaban «Pío Pío», por el origen de sus viviendas en los locales de la antigua Granja Avícola Clodomira. La po­blación de las antiguas provincias habaneras es­taba ampliamente representada con más de 300 000 moradores.
 
El motivo era de significación máxima. Fidel hablaría por primera vez en una concentración popular en esta localidad, hecho que ni siquiera se produciría poco tiempo después cuando la antigua provincia de La Habana alcanzó la sede por el aniversario 48 de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Ma­nuel de Céspedes.
 
Todos los lajeros de una forma u otra estábamos allí. Me habían situado en una tienda de campaña que constituía uno de los puestos médicos que se habían habilitado para la ocasión. Aún no había comenzado la avalancha de desmayos y quebrantos habituales cuando la temperatura sube y el calor y la sofocación se hacen patentes.
 
Estaba con otros compañeros de pie, a la entrada, saludando y esperando que el acto diera inicio.
 
Después del Himno Nacional y las presentaciones y aclamaciones iniciales, Fidel co­menzó su discurso que, poco a poco, como era su costumbre fue subiendo de tono y energía. No le veíamos, pero sí le oíamos perfectamente gracias a la amplificación.
 
Vi entonces que alguien se acercaba y traía de la mano un niño pequeño, tal vez de unos cuatro o cinco años y explicaban que se había perdido en el gentío. Llamaba sin embargo la atención que venía con ropa de dormir, y estaba increíblemente tranquilo, sin llorar, y no mostraba para nada la angustia del niño extraviado.
 
Pero yo conocía perfectamente aquel niño, era uno de mis pacientes, Rafael Alejandro, el hijito más pequeño de Redi y María, y lo comenté con los que allí estaban. «¿Qué an­gustia estarán sufriendo esos padres ante la pérdida del niño en medio de la concentración?» Se lo expliqué a la compañera que le traía, le di la dirección de su domicilio y le orienté que lo llevara donde, a través de la amplificación, pudieran localizar a los seguramente desesperados padres.
 
Concluyó Fidel su discurso:
 
Días después, me detuve en mi habitual camino a un consultorio al encontrarme con María, la madre del niño perdido, que venía en sentido opuesto.
 
«María: ¿Qué angustia, qué susto habrán pasado cuando se te extravió el niño en la concentración?».
 
Y ella me respondió: «Qué va, susto ninguno, para nosotros, más que eso, fue una tremenda sorpresa cuando me lo entregaron. Yo no le llevé a la concentración, ese día le dejé durmiendo en la casa al igual que a su hermana mayor. Él se despertó y se levantó sin que ella se percatara.
 
No vio ni a su padre ni a mí, y percibió que todo el mundo en la calle, entre aclamaciones y consignas, iba a ver a Fidel, así que salió el solito y siguió con el pueblo por más de 20 cuadras hasta el sitio del acto. ¡Hasta Rafael Alejandro quería estar con Fidel!».