Fidel, para acompañarte siempre
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Debemos, todos, agradecer a la vida que nos haya dado un Fidel Castro, un Martí de nuestros tiempos, una referencia obligada a la hora de citar cualquier obra, proyecto, batalla, desde que un día asaltó al Moncada y tras esa acción, decidió prepararse y aglutinar hombres y armas para emprender el “asalto al cielo”, logrado el 1ro. de enero de 1959.
El Comandante, como preferimos llamarle los cubanos y millones allende las fronteras, supo sumar en su andar por esta vida, virtudes de gigante: valor, inteligencia, ética, perseverancia, humanismo y esperanza, entre otras. Valor, ética y humanismo, pudieran ponerse en mayúsculas, por haber hecho de esas cualidades su razón de ser.
Cuando se encontraba frente a sus adversarios en el juicio del Moncada, no dudó un instante en defender su proyecto. Sus explicaciones del porqué de la acción convencieron, no solo a quienes ya lo seguían en sus planes y sus combates, sino que hizo entender a muchos de los que defendían al régimen de Batista como soldados, que la causa de la lucha que emprendía era la del pueblo y por el pueblo. Por eso, él y sus hombres habían tomado las armas y asaltado aquel bastión militar del oprobioso régimen.
Su alegato en el Moncada se convirtió luego —cuando ya cumplía prisión en la cárcel de Isla de Pinos—, en una compilación imprescindible para la lucha y el futuro de Cuba: La Historia me absolverá.
Tras su salida del presidio, supo escoger y preparar a sus hombres cuando emprendió esa otra gran hazaña contra lo que parecía imposible, y desde Tuxpan, México, se hizo a la mar en una tormentosa noche con la mirada y el corazón puestos en las montañas orientales, la Sierra Maestra, desde ese momento convertida en símbolo de rebeldía y en patrimonio de una Revolución conducida por el mismo líder: Fidel.
Siempre ha estado al frente de sus hombres a la hora del combate. Su ejemplo lo ha convertido en una acumulación moral difícilmente superable.
Por razones de trabajo pude acompañarlo en varios de sus viajes al exterior y también en acciones en Cuba que marcaron mi vida para seguirlo siempre.
Lo recuerdo en Sudáfrica, cuando visitó la cárcel en Robben Island, donde había permanecido preso Nelson Mandela por 27 años. Fidel observó cada rincón del lugar. Midió con sus brazos el alto de aquella celda; el tamaño de la entrada y los pocos espacios en función de ventanas. Luego exclamó: ¡Es impresionante! Y prosiguió: ¿cómo pudo Mandela, un hombre alto y corpulento, estar tantos años encerrado aquí, donde tenía que caminar doblado por la poca altura del lugar, y de donde salía solo hacia las canteras de cal que le laceraban la piel?
Ese es Fidel. El ser humano. El preocupado por la vida de hombres que, como Mandela, han sido símbolos de la resistencia y la perseverancia, que lo llevaron a la victoria de su país contra el oprobioso apartheid.
En otra oportunidad, el Fidel valiente y consecuente se presentó ante nuestros ojos un día lluvioso en el aeropuerto de Panamá, cuando viajó en el año 2000 a la Cumbre Iberoamericana. En aquella ciudad estaban Luis Posada Carriles y otro grupo de asesinos y terroristas con el único plan de asesinarlo.
El Comandante lo sabía y traía con él toda la información recopilada por los servicios de seguridad cubanos y se proponía, ante todos, denunciar local e internacionalmente el plan terrorista concebido para matarlo.
Una vez en tierra y tras un brevísimo acto de protocolo de los anfitriones para recibirlo, se dirigió a los periodistas y nos dijo: “Vamos para el hotel que tengo una denuncia muy importante que hacer”.
Ya en el hotel supimos del hecho y, además de indignarnos, pensamos en el posible peligro para el cumplimiento del programa preparado al presidente cubano.
Pero Fidel, el de siempre, dijo a los anfitriones y a la delegación cubana: ¡Qué no se varíe nada en el programa previsto! ¡Qué no se cambie ni un minuto del horario a estar en cada lugar!
Ante tal denuncia las autoridades panameñas tuvieron que optar por apresar a los terroristas, quienes se proponían volar el Paraninfo universitario donde hablaría Fidel, no importaba que murieran allí cientos de estudiantes y profesores que irían al acto.
He conocido al líder que siempre ha desafiado el peligro y actuado con serenidad, valor y convicción en disímiles circunstancias.
En 1969, un desembarco de un grupo terrorista por Punta Silencio, en Baracoa, en el Oriente cubano, llevó allí a Fidel para trazar la estrategia e impartir órdenes para liquidar aquella agresión en el menor tiempo posible.
Esa noche habló a los combatientes en un lugar conocido como La Máquina. Rindió homenaje a quienes habían caído durante la acción, en acto improvisado, en medio de una plantación cafetalera y de otros árboles que daban sombra a los cafetos.
Al otro día por la mañana, el general Tomasevich, al frente de los combatientes cubanos, nos llamó a los tres periodistas que estábamos allí para que entrevistáramos a un mercenario que había sido detenido. “Yo lo oí todo anoche. Oí cuando Fidel hablaba. Yo me metí en aquel hueco y me cubrí de hojas secas de café. Puse mi fusil AR-15 a un lado y lo tapé también con hojas. Revísenlo no he disparado ni un solo tiro”, dijo aquel tembloroso hombre para querer justificar su actuación de mercenario.
Un rato después, el propio Tomasevich nos decía que desde la posición en que estaba escondido ese mercenario y el moderno fusil que portaba, pudo haber disparado contra Fidel y contra todos los que estábamos allí.
Aquella explicación de un militar de vasta experiencia, nos conmovió. A mí, en lo personal, me dio más motivos para ser, hasta el último minuto de mi vida, un acompañante de Fidel en esta gran tarea que él concibió, dirigió y a la que sigue aportando y apostando desde sus nuevas y no menos difíciles trincheras.
Porque, como diría el teólogo brasileño Frei Betto, Fidel “es una persona tímida, que casi pide permiso para ser quien es. A pesar de toda su genialidad, de toda la historia que encarna, consigue hacernos sentir su hermano”.
En el 90 cumpleaños, sigue adelante Fidel, para acompañarte siempre.