Devastación de El Encanto, preámbulo de la invasión (XXI)
Date:
08/04/2011
Source:
Periódico Granma
El vandálico incendio de la tienda El Encanto el 13 de abril de 1961, se inscribe dentro de toda la estrategia contra Cuba en la fase final de preparativos para la invasión.
Estuvo antecedido el siniestro por operaciones de introducción de armas, explosivos y agentes, a través de infiltraciones por las costas y por vuelos piratas, en especial sobre el Escambray, para fortalecer a las bandas de alzados con armas, equipamiento y agentes entrenados.
En la primera fase se introdujeron toneladas y toneladas de armas y explosivos por las costas —algunas se enterraban hasta poder contactar a los complotados en la Isla—, a través de agentes que eran infiltrados desde barcos madres. Las lanchas que llegaban al litoral en ocasiones exfiltraban agentes y dirigentes de ellos para entrenarlos en Estados Unidos y crear después cientos de organizaciones en todo el país, como soporte interno a la invasión en montes y ciudades.
Esa fase primera se incrementa desde finales del 1960. Había tomado forma desde el 8 de enero de 1960, cuando Allen Dulles orientó a Richard Bissell, subdirector de la CIA, organizar una fuerza operativa especial para derrocar a la Revolución. Esa fuerza, denominada rama 4, comenzó con 20 personas y en abril de 1961 había crecido a más de 500. "Aunque la rama 4 tenía como objetivo las operaciones del desembarco en preparación, no suponía suspender o abandonar otros programas paramilitares que eran acelerados e intensificados. Ellos incluían el suministro por mar y aire de implementos para los bandidos a sueldo que atentaban contra su propio pueblo; la conducción de operaciones de sabotaje; introducción de grupos paramilitares especialmente entrenados, y la extensión de nuestras redes de agentes a través de la Isla". (1)
Al entrar ya en la etapa más inmediata a Girón hay varios procesos. El primero fue organizar una red de sabotajes de grandes proporciones para en los días 10 y 13, como preludio a los ataques a los aeropuertos, crear un ambiente y desestabilizar el país. Así se seleccionan objetivos emblemáticos de la capital: El Encanto (EE), la Papelera de Puentes Grandes y varias tiendas más, como los Ten Cents de la cadena norteamericana Woolworth, situado uno enfrente a la tienda El Encanto (EE) en la céntrica Galiano y San Rafael, y otros en las calles Obispo, Monte y en 23 y 10, los aeropuertos de La Habana y Santiago, preludio de la Invasión.
Mario Pombo Matamoros, jefe en el sector del comercio del grupo denominado Movimiento de Recuperación del Pueblo (MRP), citó urgente a Carlos González Vidal, miembro activo de la organización terrorista, quien había sido reclutado por su tío, Reynold González, agente de la CIA y principal cabecilla del MRP.
González Vidal, joven de unos 20 años a quien le gustaba jugar billar en el club de empleados de EE, evolucionó desde una posición de simpatizante de la Revolución a enemigo encandilado por las relaciones que le proporcionaba la rica clientela de la tienda. El se desempeñaba como vendedor en la sección de discos, situada en el segundo piso, donde había comenzado dos años antes.
Influido también por su tío, acudió solícito al lugar de la cita, en el 156 de la bucólica avenida Paseo, Vedado. Matamoros comunicó a Vidal que como hombre de confianza se necesitaba recurrir a él para una misión importante. Se trataba del mayor de los atentados en que había participado ese grupo y se acercaba la hora cero. El objetivo era incendiar la más famosa tienda del país y se recurría a él por su condición de empleado en ella.
Días antes, el 9 de abril, habían hecho estallar una bomba en los portales de EE junto a la puerta principal, que logró destruir las vidrieras de la calle Galiano. La onda expansiva rompió también las vidrieras del Ten Cent y de la peletería La Moda, ambas situadas frente al EE, mas no paralizó la tienda como quería David Phillips, principal organizador de la subversión en el grupo de la CIA que operaba desde Miami con el críptico nombre de JM/Wave.
Se aseguró a Carlos, con razón, que el impacto allí sería sensacional, dado el abolengo en el mundillo comercial, tanto en Cuba como en el exterior, sobre todo en Estados Unidos, de la tienda habanera.
El 13 de abril, Vidal recibió de manos de Dalia Jorge, responsable de acción y sabotaje del MRP, dos petacas incendiarias preparadas con explosivo plástico C-4 en cajetillas de cigarros Edén, que había traído de Miami Cawy Comellas, agente CIA infiltrado en la Isla. No esperó nada, esa misma tarde a las seis, despachó su última venta en el departamento de discos y se dirigió al cercano de sastrería, que tenía delante colgados los trajes en venta y detrás las telas, un sitio ideal para provocar un gran incendio. "Deslizó una petaca entre dos rollos de género y regresó al pasillo; avanzó unos pasos a otro anaquel y repitió la acción. Se sentía seguro". (2)
Ya todos los empleados salían, se apagaban las luces y dejaban de funcionar las escaleras automáticas. Salió del establecimiento, montó en un auto que lo esperaba y le condujo hasta la playa Baracoa, en las afueras al oeste de La Habana, donde se escondió en una casa para salir del país como se había acordado.
En Galiano, alrededor de las 7 de la noche, cuando no quedaba casi nadie dentro de la tienda, comenzó el incendio y rápidamente se expandió por los conductos de aire acondicionado propagándose por todo el inmueble, lo que provocó el desplome de una de sus paredes. Una de las empleadas, Fe del Valle Ramos, decidió regresar al establecimiento a fin de recoger el dinero recaudado por la Federación de Mujeres Cubana del centro, del cual era la responsable. Fe era la jefa del cuarto piso y de la sección Niños. Pudo llegar pero las llamas y el humo tóxico le impidieron salir.
La abnegada trabajadora, casada, madre de dos hijos, una familia enteramente integrada a la Revolución, resultó la única fallecida en el siniestro. Recibieron lesiones, además, 18 personas. Las pérdidas materiales se valoraron en 20 millones de dólares, pues el carácter hermético en la estructura del edificio para el aire acondicionado, facilitó que el fuego completase la destrucción del inmueble. Bomberos, milicianos, empleados de la tienda, gente de pueblo, lucharon para que las llamas no se extendieran a locales aledaños y al amanecer se logró aplacar el fuego. Pero nada quedaba ya de El Encanto. Cientos de hombres y mujeres que habían permanecido luchando, iniciaron las labores de escombreo con una mezcla de dolor e ira. Solo quedó en pie la simbólica bandera cubana en un comprimido residuo de pared por la calle Galiano. Fe apareció carbonizada.
BÚSQUEDA Y CAPTURA
Las señales lumínicas que salían de una de las casas del litoral baracoense para guiar la embarcación que sacaría al terrorista del país, provocaron que se requisase la hilera de residencias, desde dónde se originaban las luces, por el destacamento de milicianos acuartelado en la zona. Como ya se sabía que el desembarco era inminente, estaban muy alertas y en una de esas viviendas, donde se había refugiado, fue detenido González Vidal, quien al ser interrogado respondió que se hallaba allí de visita en casa de una tía. Mas el jefe del grupo, el teniente de milicias Pena, quien también era empleado de la tienda y conocedor del sabotaje, lo reconoció y le remitió al Departamento de Seguridad, para ser investigado. Allí estaba otro de los trabajadores de la tienda, al par que miembro de la Seguridad del Estado, el hoy coronel Oscar Gámez, quien no tardó en clasificarlo como uno de los principales sospechosos al conocer de sus antecedentes. El oficial logró la confesión de que había sido el autor material. Meses después fue procesado por la justicia revolucionaria.
Estuvo antecedido el siniestro por operaciones de introducción de armas, explosivos y agentes, a través de infiltraciones por las costas y por vuelos piratas, en especial sobre el Escambray, para fortalecer a las bandas de alzados con armas, equipamiento y agentes entrenados.
En la primera fase se introdujeron toneladas y toneladas de armas y explosivos por las costas —algunas se enterraban hasta poder contactar a los complotados en la Isla—, a través de agentes que eran infiltrados desde barcos madres. Las lanchas que llegaban al litoral en ocasiones exfiltraban agentes y dirigentes de ellos para entrenarlos en Estados Unidos y crear después cientos de organizaciones en todo el país, como soporte interno a la invasión en montes y ciudades.
Esa fase primera se incrementa desde finales del 1960. Había tomado forma desde el 8 de enero de 1960, cuando Allen Dulles orientó a Richard Bissell, subdirector de la CIA, organizar una fuerza operativa especial para derrocar a la Revolución. Esa fuerza, denominada rama 4, comenzó con 20 personas y en abril de 1961 había crecido a más de 500. "Aunque la rama 4 tenía como objetivo las operaciones del desembarco en preparación, no suponía suspender o abandonar otros programas paramilitares que eran acelerados e intensificados. Ellos incluían el suministro por mar y aire de implementos para los bandidos a sueldo que atentaban contra su propio pueblo; la conducción de operaciones de sabotaje; introducción de grupos paramilitares especialmente entrenados, y la extensión de nuestras redes de agentes a través de la Isla". (1)
Al entrar ya en la etapa más inmediata a Girón hay varios procesos. El primero fue organizar una red de sabotajes de grandes proporciones para en los días 10 y 13, como preludio a los ataques a los aeropuertos, crear un ambiente y desestabilizar el país. Así se seleccionan objetivos emblemáticos de la capital: El Encanto (EE), la Papelera de Puentes Grandes y varias tiendas más, como los Ten Cents de la cadena norteamericana Woolworth, situado uno enfrente a la tienda El Encanto (EE) en la céntrica Galiano y San Rafael, y otros en las calles Obispo, Monte y en 23 y 10, los aeropuertos de La Habana y Santiago, preludio de la Invasión.
Mario Pombo Matamoros, jefe en el sector del comercio del grupo denominado Movimiento de Recuperación del Pueblo (MRP), citó urgente a Carlos González Vidal, miembro activo de la organización terrorista, quien había sido reclutado por su tío, Reynold González, agente de la CIA y principal cabecilla del MRP.
González Vidal, joven de unos 20 años a quien le gustaba jugar billar en el club de empleados de EE, evolucionó desde una posición de simpatizante de la Revolución a enemigo encandilado por las relaciones que le proporcionaba la rica clientela de la tienda. El se desempeñaba como vendedor en la sección de discos, situada en el segundo piso, donde había comenzado dos años antes.
Influido también por su tío, acudió solícito al lugar de la cita, en el 156 de la bucólica avenida Paseo, Vedado. Matamoros comunicó a Vidal que como hombre de confianza se necesitaba recurrir a él para una misión importante. Se trataba del mayor de los atentados en que había participado ese grupo y se acercaba la hora cero. El objetivo era incendiar la más famosa tienda del país y se recurría a él por su condición de empleado en ella.
Días antes, el 9 de abril, habían hecho estallar una bomba en los portales de EE junto a la puerta principal, que logró destruir las vidrieras de la calle Galiano. La onda expansiva rompió también las vidrieras del Ten Cent y de la peletería La Moda, ambas situadas frente al EE, mas no paralizó la tienda como quería David Phillips, principal organizador de la subversión en el grupo de la CIA que operaba desde Miami con el críptico nombre de JM/Wave.
Se aseguró a Carlos, con razón, que el impacto allí sería sensacional, dado el abolengo en el mundillo comercial, tanto en Cuba como en el exterior, sobre todo en Estados Unidos, de la tienda habanera.
El 13 de abril, Vidal recibió de manos de Dalia Jorge, responsable de acción y sabotaje del MRP, dos petacas incendiarias preparadas con explosivo plástico C-4 en cajetillas de cigarros Edén, que había traído de Miami Cawy Comellas, agente CIA infiltrado en la Isla. No esperó nada, esa misma tarde a las seis, despachó su última venta en el departamento de discos y se dirigió al cercano de sastrería, que tenía delante colgados los trajes en venta y detrás las telas, un sitio ideal para provocar un gran incendio. "Deslizó una petaca entre dos rollos de género y regresó al pasillo; avanzó unos pasos a otro anaquel y repitió la acción. Se sentía seguro". (2)
Ya todos los empleados salían, se apagaban las luces y dejaban de funcionar las escaleras automáticas. Salió del establecimiento, montó en un auto que lo esperaba y le condujo hasta la playa Baracoa, en las afueras al oeste de La Habana, donde se escondió en una casa para salir del país como se había acordado.
En Galiano, alrededor de las 7 de la noche, cuando no quedaba casi nadie dentro de la tienda, comenzó el incendio y rápidamente se expandió por los conductos de aire acondicionado propagándose por todo el inmueble, lo que provocó el desplome de una de sus paredes. Una de las empleadas, Fe del Valle Ramos, decidió regresar al establecimiento a fin de recoger el dinero recaudado por la Federación de Mujeres Cubana del centro, del cual era la responsable. Fe era la jefa del cuarto piso y de la sección Niños. Pudo llegar pero las llamas y el humo tóxico le impidieron salir.
La abnegada trabajadora, casada, madre de dos hijos, una familia enteramente integrada a la Revolución, resultó la única fallecida en el siniestro. Recibieron lesiones, además, 18 personas. Las pérdidas materiales se valoraron en 20 millones de dólares, pues el carácter hermético en la estructura del edificio para el aire acondicionado, facilitó que el fuego completase la destrucción del inmueble. Bomberos, milicianos, empleados de la tienda, gente de pueblo, lucharon para que las llamas no se extendieran a locales aledaños y al amanecer se logró aplacar el fuego. Pero nada quedaba ya de El Encanto. Cientos de hombres y mujeres que habían permanecido luchando, iniciaron las labores de escombreo con una mezcla de dolor e ira. Solo quedó en pie la simbólica bandera cubana en un comprimido residuo de pared por la calle Galiano. Fe apareció carbonizada.
BÚSQUEDA Y CAPTURA
Las señales lumínicas que salían de una de las casas del litoral baracoense para guiar la embarcación que sacaría al terrorista del país, provocaron que se requisase la hilera de residencias, desde dónde se originaban las luces, por el destacamento de milicianos acuartelado en la zona. Como ya se sabía que el desembarco era inminente, estaban muy alertas y en una de esas viviendas, donde se había refugiado, fue detenido González Vidal, quien al ser interrogado respondió que se hallaba allí de visita en casa de una tía. Mas el jefe del grupo, el teniente de milicias Pena, quien también era empleado de la tienda y conocedor del sabotaje, lo reconoció y le remitió al Departamento de Seguridad, para ser investigado. Allí estaba otro de los trabajadores de la tienda, al par que miembro de la Seguridad del Estado, el hoy coronel Oscar Gámez, quien no tardó en clasificarlo como uno de los principales sospechosos al conocer de sus antecedentes. El oficial logró la confesión de que había sido el autor material. Meses después fue procesado por la justicia revolucionaria.