Speeches and Statements

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la graduación de 400 médicos y 26 estomatólogos, efectuada en el Pico Cuba, Sierra Maestra, el 14 de noviembre de 1965

Date: 

14/11/1965

Señores invitados;

Profesores y graduados de medicina y estomatología;

Estudiantes;

Campesinos:

No resulta fácil pronunciar estas palabras de graduación en el Pico Turquino —para nosotros siempre, sin entrar en estos detalles más o menos sin importancia, estas lomas siempre fueron el Pico Turquino— por una serie de razones: primero, porque sé muy bien lo que han hecho todos los que han llegado hasta aquí. Tengo muy presente las largas horas de caminata, de cansancio, de sed, de angustia —en algunas ocasiones—, de desesperación, de acopio heroico de voluntad y de fuerzas para llegar hasta aquí. Y hay algo que no se puede resumir con palabras ni expresar con palabras y es realmente ese momento en que se llega al Turquino. Y cada cual lo expresa a su manera: algunos se quedan mudos, otros lloran de emoción y, en fin, no creo que haya uno solo que en esos instantes no experimente un momento único de infinita satisfacción consigo mismo por el esfuerzo realizado, por la victoria obtenida, por la fuerza de voluntad demostrada, y que en algunos casos individuales es realmente lo que puede llamarse un esfuerzo heroico.

Nadie sube con facilidad las lomas, nadie sube con comodidad y sin esfuerzo las lomas. Incluso todos esos campesinos que ustedes ven que suben y bajan casi corriendo con cualquier carga a cuesta, no suben las lomas sin sacrificio. Simplemente se han acostumbrado a ese esfuerzo, a ese sacrificio continuamente.

Para unos es mayor que para otros, pero el espíritu con que colectivamente se llegó hasta aquí es verdaderamente admirable. Si hay algo digno de destacar es en realidad el sentido del honor y la vergüenza que prevaleció en todo el conjunto de los compañeros y las compañeras que hicieron esta marcha.

Y nosotros, que en distintas ocasiones hemos caminado por estas montañas en los días de la guerra y después, y hemos visto cómo se comporta, cómo se comportaban los que venían, debo decir que en realidad el nivel —si se quiere medir en porcentaje o como se quiera— de vergüenza, de sentido de compromiso, de honor, que nosotros hemos observado en este viaje es superior al que hayamos observado en ninguna otra ocasión anterior (APLAUSOS).

En la guerra eran muchos los que venían a incorporarse a nuestras fuerzas en un momento determinado, pero también eran muchos los que regresaban. En la escuela donde nosotros internábamos para preparar a los que deseaban ingresar a nuestro Ejército Rebelde y para los que no teníamos armas, puede decirse que de cada 100, 80 regresaban. Desde luego, los otros 20 eran incuestionablemente buenos. Y en muchas otras ocasiones, excursiones, el número de los que han regresado ha sido mucho mayor. Y a nosotros nos llamaba la atención, mucho, mucho, ese espíritu universal, ese sentido de sacrificio, de abnegación, que pudimos observar.

Y es particularmente digno de destacarse y de admirarse el esfuerzo que hicieron un grupo nutrido de profesores de la escuela de medicina (APLAUSOS). No es que, desde luego, los profesores de la escuela de medicina sean viejos, como algunos han dicho: "Los viejos", en realidad podemos decir que tenemos un profesorado bastante joven en nuestras escuelas universitarias y entre ellas la de medicina. Pero hay que decir que el tipo de actividad que realizan por lo general los profesores, aunque no sean viejos o muy viejos, la falta de contacto con la naturaleza, de posibilidades de hacer esfuerzos físicos fuertes, ejercicios —aunque dicho sea de paso yo sé que algunos a partir de esta experiencia se han propuesto entrenarse bien para contingencias como estas—, que para algunos que eran muy saludables, y lo siguen siendo, desde luego, pero que tuvieron algunos tropiezos, este viaje al Turquino ha sido como una llamada de alerta para no dejarse realmente debilitar por el trabajo meramente intelectual.

De todas formas, eso a todos nos llamó mucho la atención, y nos satisfacía extraordinariamente ver que esa universidad de la cual hablaba el doctor Dorticós, esa escuela de medicina donde infortunadamente, no voy a decir solo que por razones políticas, porque vamos a ser justos: por una mezcla de razones políticas y de mal trabajo, en los primeros tiempos de la Revolución desertaron muchos profesores universitarios —lo de mal trabajo lo digo como una cuestión autocrítica que es justo que digamos, pero no, desde luego, como una excusa para nadie, porque cualquier factor de orden subjetivo, cualquier mal trabajo, no justifica que nadie deserte de su obligación—, pero es muy satisfactorio saber que nuestra facultad de medicina y estomatología, ciencias médicas —vamos a decirlo en una sola palabra o en un solo concepto— cuente con profesores de ese tipo, de ese espíritu.y en realidad en un momento como hoy, que es un momento de triunfo de nuestra medicina, no solo en su aspecto científico, que incuestionablemente es magnífico, a aquellos que decían que nuestra universidad estaba improvisando médicos, hay que recordarles que estos que aquí se gradúan comenzaron a estudiar en la universidad y han cursado sus estudios durante estos siete años de Revolución, y que han estudiado en condiciones incomparablemente mejores que antes, con un rigor, una disciplina y una moral que jamás se conoció en nuestra universidad. Esa moral que nos permite decir con orgullo que el estudiante que trate de copiar o de obtener fraudulentamente una nota, no necesita que las autoridades universitarias lo castiguen, porque los propios estudiantes, con una conciencia muy alta del deber y de la justicia, se encargan de expulsarlo de su seno (APLAUSOS).

¿Cuándo conoció nuestra universidad en el pasado nada semejante? ¿Cuándo habían adquirido nuestros estudiantes esa conciencia moral de repudio al fraude, a la mentira, a la nota y al título inmerecido? Pero no es solo el nivel científico, sino la extraordinaria calidad humana alcanzada por nuestros estudiantes en general, y muy especialmente por nuestros estudiantes de ciencias médicas.

Por eso digo que hoy es un día de triunfo para nuestra medicina, para nuestra universidad. Y tiene que ser necesariamente un día de honda satisfacción para todos los que han contribuido a eso, porque hoy puede decirse que vale la pena ser profesor de una escuela o de una facultad que produzca tales hombres (APLAUSOS). Y es un orgullo salir con un título de esa facultad, y es un orgullo pertenecer a ese contingente, a esa generación que en el día de hoy se gradúa.

Y nos muestra una lección de cómo son los hombres de fe los que pueden hacer grandes cosas, y cómo sencillamente son los hombres de poca fe, los hombres que no creen en los hombres, los que desertan, los que abandonan su deber, los que serán siempre incapaces de realizar absolutamente nada en bien de la humanidad.

En este viaje muchos de ustedes han tenido oportunidad de comprender muchas cosas, sin palabras, sin adoctrinamientos, sin discursos, en ese lenguaje mudo pero elocuentísimo, de las realidades, de las realidades sociales y de las realidades humanas. Porque estoy seguro de que mucho más que las ideas abstractas, las inclinaciones, la vocación, la condición natural de cada uno de ustedes —incuestionablemente buena—, contribuirá a que ustedes sepan cumplir el deber, a que ustedes en cada ocasión sepan comportarse de la mejor manera, la actitud de los campesinos de estas montañas (APLAUSOS), la clase de hombres y mujeres que ustedes han visto; la bondad, la amabilidad, la generosidad, la solidaridad, el reconocimiento, la gratitud de los hombres y mujeres, de los niños y de los ancianos que en tan duras condiciones de vida han trabajado, han crecido y han vivido en estas montañas; sus gestos, absolutamente espontáneos, las flores con que los recibían, las frutas de sus cosechas, el café, el agua, la voluntad de ayudarlos, la colaboración que prestaron en la organización de todo, la estimación hacia los médicos (APLAUSOS).

En este aspecto, por esta razón hablaba de gratitud, de reconocimiento, porque les demostraban cuánto la población aprecia su trabajo, cuánto la población los estima, cuánto este campesinado les hace ver el concepto tan alto que el pueblo tiene de la función social que ustedes van a desempeñar.

Pero, además, nos daban esa lección revolucionaria al enseñarnos mejor que con ninguna palabra y con ningún argumento por qué luchamos, por quiénes luchamos y para qué luchamos, por qué se hace la Revolución, para quiénes se hace la Revolución y quiénes hacen y defienden la Revolución.

Porque desde que se entra en estas montañas, no porque estas montañas hayan sido escenario de la lucha, sino porque estas montañas son expresión de los frutos de esa lucha; desde que se acerca a la ciudad escolar, desde que empiezan a aparecer los muchachos de las Minas del Frío, esas impresionantes realizaciones revolucionarias de nuestro pueblo, ese tipo de hombres y de jóvenes que allí se está forjando, ese contingente de futuros educadores, ese encuentro de nuestros universitarios con esas otras fuerzas que surgen, ese espíritu, ese nivel de conciencia en nuestros campesinos, ese nivel de educación y de cultura, esa sensibilidad humana, esa actitud enteramente nueva ante la vida, esa seguridad, esa confianza, ese optimismo de toda una población; y no solo su confianza, su optimismo, su seguridad ante el futuro, sino también su fuerza, porque no nos mostraban los campesinos solo su bondad, y su solidaridad, su sensibilidad, nos mostraban como aliados y baluartes de los obreros, de los intelectuales revolucionarios, la fuerza con que pueden defender su causa (APLAUSOS).

Porque a muchos compañeros hemos oído hablar con admiración y con elogio de las Compañías Serranas (APLAUSOS). Han podido ver lo que es la fuerza organizada de los propios campesinos, la fuerza invencible basada en su entereza, en su conocimiento de estas montañas, en su capacidad de aparecer de día o de noche, con sol o con lluvia, por cualquier trillo, por cualquier firme, con luz o sin luz, con caminos o sin caminos, y que le hace ver a cualquiera que nada ni nadie podría vencer semejante fuerza.

Y nosotros lo sabemos bien, y sabemos, sabemos lo que eso constituye, sabemos lo que ese mundo representa, porque hay dos mundos, siempre hay dos mundos. Y hay que decir dos, porque es tan extraordinaria, tan radical la diferencia entre un tipo de pueblo y otro tipo de pueblo, entre un tipo de hombres y otro tipo de hombres, es tan inconmensurable la diferencia en todos los órdenes entre ese pueblo profundamente revolucionario y esa minoría repugnantemente débil, repugnantemente incapaz de toda sensibilidad, repugnantemente incapaz de toda solidaridad humana, es tan enorme esa diferencia, que bien puede decirse que no se acaban de comprender estas cosas de la Revolución hasta que no se tienen contactos con estas realidades, y que cuando solo se tiene contacto con una parte de las realidades, cuando se tiene solo contacto con uno de esos mundos, no se sabe nada de la Revolución. Y se sabe, se siente, se vive cuando se tiene contacto con este mundo revolucionario que es el mundo que nos ha rodeado a todos nosotros en estos días.

Les decía también que nos costaba trabajo pronunciar estas palabras porque para nosotros estas montañas son obviamente muy queridas, estos sitios son para nosotros muy sagrados.

Y para nosotros que fuimos hombres de fe, que con muy pocos recursos materiales, que contra obstáculos muy grandes hubimos de luchar manteniendo nuestra confianza y nuestra fe, resulta lógicamente emocionante pasar por estos sitios, asistir a este acto, ver esta graduación en lugares como estos.

Y comprendemos la importancia tan grande que tiene la fe en el pueblo, la fe en los hombres, la fe en los semejantes, porque con eso, movilizando esas fuerzas morales, movilizando voluntades, movilizando virtudes que en caudal tan grande existían en potencia en nuestro pueblo, fue posible esta obra de la Revolución, fue posible esa increíble ciudad escolar que se levanta, fue posible esa todavía más increíble escuela donde ingresarán en el próximo curso 9 000 jóvenes para prepararse como educadores, fue posible ese grado de optimismo, de seguridad, de confianza y de felicidad en nuestros campesinos y en nuestro pueblo.

Y por eso, ¿con qué ojos, con qué sentido, con qué espíritu hemos de mirar las dificultades que tengamos delante, con qué ánimo habremos de observar a los que pretenden destruir esta obra, a los que sueñan el imposible de echar hacia atrás, cuesta arriba, este incontenible torrente creador de nuestra Revolución, con qué desprecio —incluso— a aquellos que quieren destruir esto, a aquellos que quieren sustituir esto por el ayer, por el pasado, toda la belleza de lo que la Revolución hace por toda la podredumbre que la Revolución barrió? (APLAUSOS)

Lógico es que a nuestros enemigos les duela esta victoria, lógico es que a nuestros enemigos les duela esta graduación. ¿Cómo no ha de dolerles? Y lo manifiestan. Lógico que a nuestros enemigos les desagrade extraordinariamente todos los augurios que esto implica, el avance en todos los órdenes de nuestra organización, no solo de nuestras instituciones docentes formadoras de profesionales y de técnicos, de nuestro Ministerio de Salud Pública, de nuestra televisión, de nuestros técnicos que han sido capaces de hacer esto que por primera vez ocurre en nuestro país (APLAUSOS), lo inimaginable de trasmitir por televisión la graduación desde el Pico Turquino; son avances, son hechos, son éxitos.

El juramento de los estudiantes graduados, su contenido revolucionario internacionalista, todo esto tiene que dolerles mucho. Y quisieron tal vez contrarrestar de alguna manera esto, y ayer, o anoche, según noticias que llegaron esta mañana —y que se las voy a comunicar—, siendo las 12:45 de la madrugada aproximadamente, una lancha pirata abrió fuego hacia tierra, a la altura de la calle Lagunas en La Habana. Tres o cuatro minutos después otra lancha pirata, al parecer buscando la casa del Presidente, abrió fuego produciendo un gran número de impactos de ametralladora en el Acuario Nacional. Eso precisamente hoy.

¡Qué magnífica oportunidad de contrastar! ¡Qué magnífica oportunidad de comparar la obra de la Revolución y la obra de la contrarrevolución; de comparar el simbolismo de 400 médicos y estomatólogos graduándose en el Pico Turquino para llevar la salud, para llevar la vida, para llevar la felicidad al pueblo (APLAUSOS), y los miserables, los miserables que al servicio del imperialismo, de la reacción, de los egoísmos más bastardos, ametrallan, disparan contra cualquier casa, no importa si matan a una madre, si matan a un niño!

Es evidente que esa estupidez es obra de la desesperación, es obra de la irritación de nuestros enemigos, que sufren derrota tras derrota en todos los campos; como la derrota que sufrieron a raíz de los planteamientos del Gobierno Revolucionario el 28 de septiembre (APLAUSOS). Porque hay que decir, hay que decir que no fueron los imperialistas los que abrieron las puertas; ¡fuimos nosotros los que las abrimos con un puñado de verdades dichas oportunamente! (APLAUSOS.) Fue la Revolución, con su moral, con su verdad, la que dándoles un empujón a las puertas del imperialismo —cerradas con mentiras y con hipocresías— le abrió la puerta a la gusanera contrarrevolucionaria o similares, del monstruo imperialista. Y eso al parecer les duele.

¿A quién hemos de responsabilizar con estas fechorías si no al gobierno de Estados Unidos? ¿A quién hemos de responsabilizar si no a la CIA que es la que ha perpetrado todo tipo de fechorías y de crímenes contra este país?

Y cuando nosotros entregábamos el diploma a esa madre vestida de luto y a ese padre cuyo hijo no pudo graduarse hoy aquí, en el alma nos dolía recordar aquel otro zarpazo, aquel otro crimen de Girón, en virtud de lo cual un día como hoy tenga que venir una madre vestida de luto a recoger el diploma de un joven cubano, de un joven que se preparaba para ser médico. Nos recordaba todas las fechorías que han cometido contra nosotros.

Pero voy a decir —hablando con el corazón— que no es malo que nos hostiguen, que es bueno que nos hostiguen; que no es malo que se porten como lo que son nuestros enemigos, porque nosotros sabremos comportarnos como lo que somos: ¡Sus enemigos irreconciliables! (APLAUSOS.) Porque nosotros, en realidad, ¡con el imperialismo no queremos paz de ninguna clase! ¡Mientras haya imperialismo, y mientras haya pueblos víctimas de la agresión imperialista, y mientras haya pueblos luchando contra el imperialismo, su causa será nuestra causa en cualquier rincón del mundo! (APLAUSOS.)

Y por eso seguiremos preparándonos; aunque nos cueste recursos, aunque nos cueste energía, ¡seguiremos armándonos hasta los dientes! (APLAUSOS), ¡seguiremos preparando al pueblo!, ¡seguiremos organizando compañías serranas, y del llano y de la ciudad y de dondequiera! (APLAUSOS.) ¡Porque todos ustedes saben que este pueblo que ustedes han visto aquí tiene condiciones y tiene capacidad de combatir y de pelear y de luchar hasta la última gota de sangre! (APLAUSOS.) Y no porque seamos belicosos, sino porque tenemos dignidad, porque tenemos patria y patriotismo, porque tenemos vergüenza, y porque no concebimos la vida de una manera ignominiosa, de una manera indecente, y que no podemos sino reaccionar contra toda esa porquería, contra toda esa basura, contra toda esa miseria, contra todo ese bandidismo, contra toda esa desfachatez insólita de los imperialistas.

Y aquí, desde aquí, desde este Pico Turquino, es bueno proclamarlo. ¡Porque el triunfo de la Revolución no nos ha hecho más débiles! ¡Los éxitos de la Revolución no nos han hecho menos revolucionarios, sino que nos han hecho más revolucionarios!

Y este ascenso al Turquino de nuestros estudiantes, de nuestros profesores, de todos nosotros, entraña un símbolo, y es el símbolo de que el espíritu que nos trajo a estas montañas, el espíritu que nos llevó a estas montañas, es hoy como ayer, y será siempre, nuestro espíritu, ¡el espíritu de nuestra Revolución!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)

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