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El pensamiento solidario del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz

Date: 

13/08/2024

Source: 

Centro Fidel Castro

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Cuba y Puerto Rico fueron las últimas posesiones coloniales del imperio español en América. Considerada como la joya más preciada de su corona, a la mayor de Las Antillas se aferró España con empecinamiento singular. Un ejército de cerca de 300 mil efectivos, jamás trasladado por potencia alguna a América, y la consigna de Hasta el último hombre y la última peseta, son muestras fehacientes de lo que representó Cuba para España.
 
Los cubanos, durante sus guerras por la independencia, supieron diferenciar entre el colonialismo y el pueblo español. A este último, jamás se le mostró animadversión; siempre respeto y amor. Desde Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria cubana e iniciador de las guerras por la independencia, a nuestro Apóstol José Martí, los patriotas cubanos preconizaron una guerra sin odio, y como objetivo supremo, la solidaridad.
 
España fue el país que mayor presencia tuviera en las filas del Ejército Libertador de Cuba en los tres conflictos bélicos ocurridos en la Isla entre 1868 y 1898.
 
Documentos consultados en los archivos cubanos confirman la presencia de más de mil quinientos mambises españoles, solo en la guerra del 95, ciento ocho de ellos gallegos. Ello presupone que en la de los Diez Años, entre 1868 y 1878, en una España envuelta en guerras civiles, gobiernos republicanos y la tercera Guerra Carlista, la cifra de combatientes haya sido, cuando menos, el doble.
 
La presencia española en las filas del Ejército Libertador de Cuba, se explica desde el espíritu del programa de la Revolución del 95 conocido como Manifiesto de Montecristi, en el que José Martí y el general Máximo Gómez escribieron:
 
«Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos. No nos maltraten y no se les maltratará. Respeten y se les respetará. Al acero, responda el acero, y la amistad a la amistad. En el pecho antillano no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a asesinar en pechos de hombres la libertad que él mismo ansía. Más que saludarlo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad y bienes que no han de hallar aún por largo tiempo en la lentitud, desidia y vicios políticos de la tierra propia. Este es el corazón de Cuba y así será la guerra…».
 
Esa magnanimidad cubana y amor y respeto por España, queda demostrada en los siguientes ejemplos. Diez españoles combatieron como generales del Ejército Libertador Cubano, uno de ellos, Francisco Villamil, gallego, muerto en 1873 como consecuencia de heridas de bala recibida en la guerra. El teniente asturiano Fernando Collado Blanco, era el abanderado de la escolta del Consejo de Gobierno de la República de Cuba en Armas en la guerra del 95. El teniente José María Morón Zapata, de Logroño, fue el asistente y cocinero del general en jefe del Ejército Libertador Máximo Gómez y el sargento Francisco Chao Fernández, de Lugo, era su archivero, el hombre encargado de preservar y proteger toda su copiosa y sensible documentación. El último ascenso aprobado por el Lugarteniente general Antonio Maceo, dos días antes de su muerte en combate, fue al español Plácido Vázquez, desertor del Ejército Español.
 
Del más de un centenar de gallegos que combatieron por la independencia de Cuba, naturales de  A Coruña fueron los coroneles José Álvarez Pérez, jefe de Regimiento de Caballería y Fernando del Río y Leal, quien a las órdenes del general Antonio Maceo, participó en la Invasión a Pinar del Río como jefe de un Escuadrón de caballería. También, el teniente coronel Antonio Castro Velo, quien comandó una brigada de infantería.
 
Comandante fue Domingo Pastoriza Bermúdez, de Vigo, tres veces herido en combate durante la Invasión a occidente, y Marcelino Siero Toriz, de La Estrada, Pontevedra, herido en una pierna y en la frente, en el combate de Tumbas de Estorino cuando ya figuraba como comandante.
 
El gallego Enrique Regueira, cayó en el combate de San Pedro de Punta Brava el 7 de diciembre de 1896, junto al general Antonio Maceo.
De Lugo era Félix de los Ríos, amigo de José Martí en New York, náufrago de la expedición del Hawkins, que legara para la historia sus Memorias de un gallego mambí recientemente publicadas en Galicia.
 
Son muchas las historias épicas que dejaron los mambises gallegos en las luchas por la independencia de Cuba, algunas, escritas con sangre. Para ellos, nuestra eterna gratitud.
 
Hablar en Láncara, en fecha tan significativa como un 13 de agosto, constituye un alto honor. En este lugar comenzó a tejerse la historia familiar de un hombre que trascendería como uno de los revolucionarios y estadistas más importantes del siglo XX y los primeros años del XXI: Fidel Castro Ruz.
 
Aquí nació, en cuna humilde, el 4 de diciembre de 1875, su padre Ángel, un hombre laborioso, emprendedor, incansable, con una ética y disciplina forjada en el trabajo, valores que inculcó a la prole que formó años después en la isla de Cuba.
 
En entrevista concedida al periodista franco español Ignacio Ramonet publicada en el libro Cien horas con Fidel, el líder de la Revolución Cubana lo describía como un hombre con mucha fuerza de voluntad, emprendedor y con gran capacidad organizativa, que aprendió a leer y escribir por sí solo, a costa de grandes esfuerzos. De él diría:
 
«Tenía su genio. No se puede haber hecho lo que él hizo -construirse solo, tan joven, primero en la guerra, lejos de su familia y de su país, y más tarde obtener a partir de nada, sin un centavo, sin relaciones, siendo al principio analfabeto, con su único esfuerzo, un latifundio, una riqueza- si no se tiene un carácter fuerte. Como la mayoría de los inmigrantes gallegos, poseía un espíritu modesto y trabajador. Mucha voluntad y carácter. Pero nunca fue injusto. Jamás le dio una respuesta negativa a alguien que le solicitara su ayuda. Él mismo pasó muchas necesidades desde niño. (…) Muchos testimonios coinciden en que fue un hombre generoso. Hasta bondadoso. Con muy buen corazón….».
 
Ángel fue uno de los muchos jóvenes españoles que, llevados por las circunstancias y la pobreza, incluso en contra de su voluntad, viajaron a Cuba a tomar parte en una guerra que les era ajena, y en la que estuvo a punto de perder la vida por la gravedad de las enfermedades tropicales que padeció. No obstante, la Isla lo cautivó. En febrero de 1899 regresó a la península con las tropas españolas, para retornar en diciembre de ese mismo año, a una Cuba que hizo propia, y fertilizó con un semillero de extraordinarios retoños, entre los que sobresalen sus hijos Fidel y Raúl.
 
Su vida cubana, fue dura, de esfuerzos y sacrificios, de luchar contra obstáculos que parecían insalvables, pero lo acompañaba el empuje e hidalguía de los hombres de su tierra, caracterizados como incansables trabajadores.
 
Aquel campesino que cultivó su cultura con grandes sacrificios, se encargó de educar a sus hijos en el amor a la historia, el estoicismo, la sencillez y la solidaridad humana.
 
Precisamente, bebiendo de su sed insaciable de lector y su pasión por la literatura histórica, Fidel hizo del internacionalismo y la solidaridad, uno de los principales pilares de su práctica revolucionaria y pensamiento político. Conocida es su labor en defensa de la soberanía de República Dominicana, en favor de la independencia de Puerto Rico, y su papel como estudiante combatiente en las calles de Bogotá, Colombia, durante el Bogotazo. Aquellos años forjaron las ideas que lo convertirían en un paladín de la solidaridad humana.
 
Desde el triunfó de la Revolución el 1ro. de enero de 1959, y hasta su retiro oficial de la vida pública, fue una constante en el discurso político de Fidel, sus alusiones a lo que llamó indistintamente solidaridad humana, solidaridad revolucionaria, ayuda solidaria, sentimientos internacionalistas, vocación internacionalista, deber internacionalista, conciencia internacionalista, espíritu internacionalista, entre otros. La deuda de gratitud de la revolución naciente, solo podría pagarse construyendo una Patria sólida y ejemplar, dispuesta a tender la mano a quien la necesitase.
 
El 23 de enero de 1959 arribaría Fidel a Venezuela en su primera salida al exterior tras el triunfo revolucionario del 1ro. de Enero. En la Universidad Central de la capital venezolana, definiría el compromiso político de la naciente revolución con los pueblos del planeta:
 
«…tengan la seguridad de que somos hombres conscientes de nuestra responsabilidad con nuestra patria, de nuestra responsabilidad con los pueblos oprimidos y de nuestro deber ineludible de solidaridad con todos los pueblos del continente americano; que somos revolucionarios, y que ser revolucionario no es llamarse así como se llaman muchos. Ser revolucionario es tener una postura revolucionaria en todos los órdenes, dedicar su vida a la causa de los pueblos, dedicar su vida a la causa de la revolución de los pueblos, a la plena redención de los pueblos oprimidos y explotados….».
 
Durante su visita a Estados Unidos, el 24 de abril de ese año, en un mitin en el Parque Central de Nueva York, refirió sin ambages cual sería la posición internacional de la naciente Revolución: «…Desde aquí decimos que Cuba y el pueblo de Cuba y los cubanos, dondequiera que estemos, seremos solidarios con los anhelos de liberación de nuestros hermanos oprimidos…». Y añadía:
 
«…Pero hay algo que los pueblos oprimidos necesitan y es la solidaridad, hay algo que los pueblos oprimidos necesitan y es el sentimiento de los demás pueblos. Y puedo hablar de eso, porque recuerdo aquellos días difíciles de nuestra lucha revolucionaria; recuerdo aquellos momentos duros de los primeros reveses y en aquellos instantes para nosotros nada valía tanto como saber que los demás pueblos nos acompañaban con su solidaridad, que los demás pueblos nos acompañaban con sus sentimientos y que en cualquier lugar de América una voz se levantaba para defendernos, que en cualquier lugar de América los pueblos se levantaban para defendernos. (…)
 
Y es que lo que hace posible las grandes empresas libertadoras es la fe y el aliento, sembremos fe y estaremos sembrando libertades, sembremos aliento y estaremos sembrando libertades, sembremos solidaridad y estaremos sembrando libertades».
 
Tras su viaje a Estados Unidos, Fidel pasó a Canadá, Trinidad Tobago y visitó Argentina, Uruguay y Brasil. Nuevamente el tema de la solidaridad fue eje de su discurso. El 5 de mayo en la explanada municipal de Montevideo, al referirse al papel de Cuba en los destinos de los pueblos de América, y su martiana responsabilidad histórica, declaraba:
 
«…Cuba, país pequeño, que surge sin ambiciones de dominio alguno, que surge con su Revolución sin ambiciones personales de ninguna índole; Cuba, que es hoy, en su Revolución, todo desinterés, toda generosidad, Cuba es como una luz de la que nadie puede sospechar, a la que nadie puede mirar con recelo, porque jamás podrá verse en Cuba, sino que toda entera se da a los demás pueblos hermanos, que toda entera se solidariza con los demás pueblos hermanos».
 
Tras el periplo internacional, el 8 de mayo, en la entonces Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución José Martí, expresaba Fidel a nuestro pueblo:
 
«…Nuestra Revolución necesita el respaldo de la opinión pública de todos los pueblos del continente para obtener un triunfo más seguro en su obra creadora. La Revolución necesita el respaldo de la opinión pública de los demás pueblos del continente para llevar adelante su obra, de manera segura e inevitable, para que los enemigos de nuestra Revolución no encuentren aliados en los pueblos confundidos con la mentira o la calumnia…».
 
El 19 de octubre de 1959, en acto celebrado con los trabajadores bancarios, refería la necesidad de la solidaridad internacional con la Revolución, en especial la del pueblo de Estados Unidos: «…Hace falta lograr que los pueblos se solidaricen con nosotros, entre ellos el pueblo norteamericano. Frente a la campaña de los “Time”, los “Life” y todos esos órganos que son instrumentos de los grandes monopolios, que le hacen tanto daño al pueblo norteamericano como a nosotros, tenemos que buscar la solidaridad del pueblo norteamericano…».
 
El 2 de septiembre de 1960, Fidel convocaría al pueblo en la Plaza de la República, para contestar a las ofensas de la OEA en su reunión de Costa Rica. Ante un millón de personas reunidas en magna Asamblea Popular, conocida como Primera Declaración de La Habana, enfatizaría en su artículo séptimo la irrenunciable vocación internacionalista de la Revolución:
 
«…La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba postula: El deber de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes, de los intelectuales, de los negros, de los indios, de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos, a luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales; el deber de las naciones oprimidas y explotadas a luchar por su liberación; el deber de cada pueblo a la solidaridad con todos los pueblos oprimidos, colonizados, explotados o agredidos, sea cual fuere el lugar del mundo en que éstos se encuentren y la distancia geográfica que los separe. ¡Todos los pueblos del mundo son hermanos!...».
 
Dos meses después, en el Palacio de los Deportes, analizaba la importancia de resistir y triunfar, como ejemplo para otros pueblos del mundo. «…De nada valdría la solidaridad internacional si nosotros no fuésemos capaces de presentar, desde el primer segundo, una resistencia tenaz e invencible…». El 8 de junio de 1961, en la clausura de la reunión del Comité Ejecutivo de la Unión Internacional de Estudiantes, efectuada en el Capitolio Nacional, declararía:
 
«…El mundo ha sido solidario con Cuba y por eso Cuba se siente cada día más y más solidaria con todos los pueblos del mundo. Cuba ha tenido la ocasión de experimentar lo que es la solidaridad de los pueblos, esa palabra está llena de sentido para los cubanos y por eso nosotros que sabemos lo que es la solidaridad mundial, nos sentimos obligados con todos los pueblos que necesitan de nuestra solidaridad y Cuba le debe a esa solidaridad en gran parte, haber podido resistir los ataques del imperialismo y Cuba sabe que con esa solidaridad continuará luchando y continuará resistiendo…».
 
En esa cita, profetizando lo que sería una de las más bellas ideas y práctica de la Revolución Cubana, anunciaba la convicción de convertir la Isla en una gran escuela para estudiantes del Tercer Mundo:
 
«…Estudiantes, que esta visita sirva para estrechar más los lazos de unión entre todos nosotros, que esta visita de ustedes a Cuba sirva para acercar más a nuestros pueblos, que esta visita a Cuba sirva para que marche adelante la lucha de los pueblos por su soberanía, por su independencia, por su justicia. Que esta visita sea un eslabón más para que en todos los pueblos del mundo algún día pueda decirse como hoy aquí, como hoy aquí podemos decirle nosotros al estudiante del África, del Asia, de Europa o de América Latina, sea cual fuere el rincón del mundo de donde venga: estudiante, esta es tu casa; estudiante, esta es tu tierra; estudiante, este pueblo es hermano tuyo; estudiante, eres bienvenido….».
 
Esas ideas quedaron materializadas en el proyecto de escuelas internacionales en la Isla de la Juventud a partir de 1976 y en las miles de becas otorgadas a estudiantes del Tercer Mundo.
 
La ayuda estratégica que la Unión Soviética brindó a Cuba tras la ruptura de relaciones de Estados Unidos con la Isla y la ofensiva imperial para derrocar la Revolución, fue decisiva para su sobrevivencia. Desde todos los órdenes, la mano amiga soviética y de los especialistas del campo socialista, contribuyeron a la consolidación del proyecto revolucionario.
 
El 26 de julio de 1978, al valorar el significado para Cuba de la ayuda internacional recibida a lo largo de la historia, Fidel afirmaba:
 
«…El internacionalismo es la esencia más hermosa del marxismo- leninismo y sus ideales de solidaridad y fraternidad entre los pueblos. Sin el internacionalismo la Revolución Cubana ni siquiera existiría. Ser internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad».
 
En junio de 1975 visita Cuba el Primer Ministro del Reino de Suecia Oloff Palme. En un acto de masas celebrado en honor del visitante en la Ciudad Escolar 26 de Julio en Santiago de Cuba, Fidel expresó:
 
«…El internacionalismo es una de nuestras banderas más sagradas, y desarrollamos nuestra conciencia internacionalista en la práctica del internacionalismo. Y sumándonos también modestamente, en la medida de nuestras fuerzas, a la tarea de colaborar y luchar también por otros pueblos. Este espíritu internacionalista es la esencia de nuestros ideales revolucionarios…».
 
Ese mismo año comenzaría la Operación Carlota, en la que el pueblo cubano bajo la conducción de Fidel, escribió una de las más bellas páginas de altruismo y humanismo en la historia. Miles de mujeres y hombres, civiles y militares, ayudaron al pueblo angolano a consolidar su independencia y construir una patria digna y soberana. Lo mismo habían hecho antes en Viet Nam, y harían después en Etiopía, Nicaragua y Granada. El historiador italiano Piero Gleijeses, en entrevista que le hiciese el periódico Granma en junio del 2015, declararía que «…No existe otro ejemplo en la era moderna en el que un país pequeño y subdesarrollado haya cambiado el curso de la historia en una región distante. El internacionalismo de los cubanos es una lección política y moral plenamente vigente…».
 
Para Fidel, por razones históricas, la presencia cubana en Angola no podía concluir sin la independencia de Namibia y el fin del apartheid en Sudáfrica. La victoria militar de Cuito Cuanavale, trajo consigo la paz en Angola, la independencia de Namibia, la libertad de Nelson Mandela y el fin del oprobioso régimen del apartheid en Sudáfrica.
 
Entre 1989 y 1991 se desmoronó el campo socialista. Cuba perdió el 85 % de su comercio exterior. Comenzaba el período especial. Ni en esas condiciones dejó la Revolución liderada por Fidel de ser solidaria. La atención médica a las víctimas del accidente de Chernobil fue el más vivo ejemplo.
 
Los organismos internacionales como la ONU, el CAME o el Movimiento de Países no alineados, entre otros, han sido escenarios donde los cubanos han dado batallas solidarias por los pobres de la tierra. Fidel convirtió el podio de la Sala de Sesiones de la ONU, en las reuniones de jefes de estado y gobierno, en tribuna solidaria en defensa de la vida humana y de las causas nobles.
 
A la Escuela Latinoamericana de Medicina y la Brigada médica Henry Reeve, se unen las brigadas de maestros internacionalistas Ernesto Che Guevara y Augusto César Sandino, que llevaron el saber a pueblos de África y América Latina.
 
Una relación especial de solidaridad e internacionalismo ha tenido la revolución cubana en los últimos años, de agradecimiento sincero y basado en raíces históricas, con el pueblo de Venezuela. De la mano de Fidel y con el apoyo entusiasta del comandante Hugo Rafael Chávez Frías, nació la Operación Milagro, con la que se operaron gratuitamente de cataratas a millones de pobres en América Latina. El 29 de abril de 2006, nacería el ALBA como proyecto solidario de desarrollo y colaboración.
 
La Revolución Cubana es una obra de eterno amor, hija de la educación y la cultura. La insistencia de Fidel desde los días de la Sierra Maestra en alfabetizar al pueblo y a los combatientes, incluidos los prisioneros del Ejército de Batista, está en su convencimiento de que en ambas radica la sobrevivencia de una nación. «…No le decimos al pueblo cree. Le decimos lee…», había afirmado el 9 de abril de 1961. Corría el Año de la Alfabetización, en el que niños, adolescentes y jóvenes invadían los hogares más pobres, para llevar la luz de la enseñanza.
 
La obra de la Revolución Cubana tiene mucho de la hidalguía y quijotismo de aquel ingenioso manchego que, cabalgando en Rocinante, luchando contra imposibles, llevó la justicia dondequiera que consideró necesario.
 
José Martí había escrito sobre el célebre personaje creado por Miguel de Cervantes y Saavedra. «El héroe de la Mancha cruzó los desolados llanos con la lanza bajo el brazo, el yelmo sobre la cabeza, y la mano cubierta de guantelete, en busca de injusticias para remediarlas; de viudas para defenderlas; y de desventurados para ayudarlos». El brigadier estadounidense Henry Reeve, símbolo de la solidaridad internacional con la causa de la independencia de Cuba, aprendió español con un viejo ejemplar del Quijote, que llevaba consigo en su equipaje de campaña.
 
El comandante Ernesto Che Guevara, símbolo de la solidaridad revolucionaria, refería en 1965, en carta a sus padres: «Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo».
 
Fidel, martiano soñador de elevada espiritualidad, tenía en sus oficinas ejemplares y estatuillas de el Quijote, personaje que lo inspiraba. Él mismo, en su afán transformador, lleno de sueños de justicia, había afirmado en sus años de estudios universitarios sentirse como Don Quijote de La Habana. En 1959, apenas triunfa la Revolución, creó instituciones culturales transformadoras: La Imprenta Nacional de Cuba, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, la Casa de las Américas y el Ballet Nacional de Cuba.