¡Mátame a mí, pero no a Fidel!
En aquellas semanas tras el desembarco los guías de Fidel fuimos los hermanos Ignacio y Sergio Pérez y yo. Con los 23 fusiles que teníamos el Comandante planificó el primer combate al cuartel de La Plata. Aquel sería mi encuentro con la verdad. Cogí un fusil con dos peines de cuatro balas cada uno, y ni sabía lo que eran las armas. Él me puso a escoger y seleccioné un semiautomático. Me acuerdo que en la primera práctica, en el río del Brazón, tiré solo una vez para probar, no podía hacerlo más porque solo tenía ocho proyectiles. Ahí me familiaricé con las balas, y de ahí entramos a La Plata. Los campesinos Eutimio Guerra y Crescencio Pérez fueron los guías para llegar allá. Cercamos al cuartel y le hicimos una emboscada al asesino Nuñez Biti. Lo capturamos. A la 1:00 a.m. rompió el fuego. Tomamos el cuartel, cogimos diez fusiles Springfield y balas. Eso fue un éxito. ¡Te imaginas diez fusiles más! Luego arrancamos sin dormir ni comer por el río Palma Mocha. Más adelante Fidel ordenó detener la marcha para repartir equitativamente lo capturado. Acampamos en la casa de un campesino de apellido Acuña para distribuir el botín de guerra. Fidel dijo: «Todo lo que se capturó en el cuartel que se ponga ahí».
Entonces Manuel Acuña le metió bala en el directo al fusil que él había cogido, le apuntó a Fidel y le dijo desafiante: «¡Ven a coger este si tú quieres!». Raúl saltó sobre todos nosotros y le dijo: «Coño, mátame a mí, pero no mates a Fidel. Mátame ya». Y con esa actitud de Raúl el hombre bajó el fusil y se tranquilizó. Todos pensábamos que Fidel lo iba a sancionar, pero nos dijo: «Que se quede con el fusil y las balas, nosotros vamos a capturar más y mejores y se los vamos a quitar al ejército».