Raúl jamás va a estar solito
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No. El semblante del pequeño Leo no es el habitual. A diferencia de ese brillo, siempre en sano contubernio con la intranquilidad propia de los primeros años (sobre todo en estos modernos tiempos) hay en él una mezcla de melancolía con preocupación.
Mamá —dice, por fin— ¿entonces es verdad que Fidel y Raúl eran hermanos?
— Sí, Leo; hermanos y siempre se quisieron mucho, como tú y Gabriela.
El niño queda pensativo durante unos segundos, inmerso quién sabe en qué meditaciones, hasta que vuelve a la carga:
— ¿Y Fidel era mayor, verdad?
— Así es —vuelve a responder, con voz muy suave y mirada compasiva, la mujer.
Esta vez el niño no guarda silencio. Con el rostro más ensombrecido aún, como si acabara de confirmar la validez de una sospecha, vuelve a preguntar:
— ¿Entonces ahora Raúl se queda solito?
Sorprendida, la madre se le acerca, le da un beso y responde lo mismo que diríamos usted, que lee; yo, que escribo o cualquier otro adulto: “No Leo. Raúl jamás va a estar solito. Él tiene una familia muy linda, tiene mucha gente que lo quiere y tiene, en toda Cuba, al mismo pueblo que tanto adora a Fidel.”
Una especie de destello, desde el interior, pone fin a la mustia expresión en la cara del niño que, aliviado, corre en busca de algún juguete, allá por el vientre del cuarto donde duerme.
Ahora soy yo quien quedo absorto, lejano, meditando. Al pequeñín le duele que abuelo Fidel ya no esté vivo. Y le preocupa, además, que su hermano Raúl pueda quedar solo. Eso tiene un nombre: sensibilidad humana, o como siempre oí decir: sentimiento. También pudiéramos llamarle identificación.
Aún así, hay quienes apuestan por el fin de nuestra historia o ponen en duda la continuidad de este, el único camino posible para un país como Cuba. ¡No fastidien! Lo que llevan dentro Leo, miles de niñas y niños, jóvenes y adultos de todas las edades no hay fuerza en el mundo capaz de arrancarlo ni de aplastarlo. Esa es la gran verdad. Esa es la real idea.