Poema XLII de Isla en el Tacto
Plaza de la Revolución, arena
tibia que un mar humano invade:
golpea su oleaje, el ímpetu
no cesa. Las banderas desfilan
y es el futuro que ondea
en este viento fundador,
en este viento que levanta gritos y cabellos,
que agita consignas y sombreros y sonrisas.
Los olores navegan como las voces
en esta ondulante masa que se nutre
de sí misma, y que abre todo el espacio de la tarde
a su avance de tempestad serena.
El sol se refleja en la piel numerosa,
en esta unidad plural que se reparte
como en olas o escamas;
el sol arde en la punta de los edificios y los pensamientos,
en las nubes y en las frentes,
y como algo que no estaba escrito
esta presente y poderoso
y alza el gusto y el brillo de la vida
y hay un rumor profundo como de historia que se hace,
que se cocina en este fuego, en esta
flamígera sustancia incontenible,
en este turbión apasionado.
El yo se disuelve en un nosotros inmenso,
en nosotros hecho de todos. Las gotas de agua
que reúnen el mar, que lo completan
en su imagen de titán jamás vencido.
Es que el pueblo ya sabe
el secreto del mar, esa sencilla
manera de ser uno y diverso,
de formar una sola gran fuerza que no se detiene,
que se mueve creadora, que abre
caminos y abismos y levanta montañas
y nunca se dispersa y se renueva siempre
y permanece el mismo.
Plaza de la Revolución, zócalo
de la unidad victoriosa, trinchera
ardiente de la paz, con el pueblo con tanques
y banderas y sueños y fusiles, dimensión
donde el coro de la Internacional brota
como para cubrir la tierra toda
con su cálido aliento humano, pedestal
de Martí en el firme corazón de las masas
que aman y fundan, tribuna
donde todas las voces florecen
en una sola resonante voz
que llega a todos los ámbitos
con el clamor de Cuba en sus ecos
como de olas que estallan
al resplandor de un mundo nuevo.