Fidel
Tiempo, anuncia al hombre que avispó a la historia.
Di los latidos del corazón enorme, las madrugadas
sin café, los días de abstinencia;
di cada árbol, cada piedra, cada trillo
donde su paso estuvo, donde estuvieron sus deseos,
porque él también amaba,
porque temblaban nombres en sus labios,
pero era darse lo primero.
Di los enjambres de su espíritu
cuando apartaba monte y soledad
y el mar lejano era una fiesta.
Di los inicios de la lucha: sus botas cosidas con alambre,
Su modo de encarar las lluvias y crecidas;
sobre todo, en esos días porosos
en que nos come la nostalgia;
porque calado anduvo el héroe,
hambriento, cercado y fatigado.
Sus pisadas se saben de memoria el susto de la yerba,
el azoro del polvo,
o bien las contraseñas del silencio.
Aún brillan en su barba gotas de rocío,
sobresaltos de luna e intemperie
(entonces, la Sierra estaba llena de roces y asechanzas).
Tiempo, di el susurro que pasa a medianoche
cuando un cortante escalofrío siembra el miedo en la sangre
y nos espían las hojas
y no hay gallos que alerten
y uno siente que el alba no acaba de llegar.
Eran días de escurrírsele a la muerte,
de ventear la traición y la emboscada,
de andar y desandar muchos recuerdos.
Tiempo, di la entereza y el ejemplo de Fidel:
su pensamiento claro, la línea primordial de sus ideas,
pues dijo hombre, libertad y mundo
al darse cuenta de que un hombre no es un hombre
sin el derecho al pan y la alegría.