La Revolución y la montaña, en un solo abrazo
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«Aquel día que vimos a Fidel por estas lomas supimos que algo grande pasaría. Un tiempo después, volvió, nos hizo una promesa, y la cumplió: la montaña nunca más estaría abandonada».
Así lo dice, a sus 86 años, el abuelo Eliecer, un guajiro «nací 'o» y «cria' o» en las faldas de la serranía oriental, hasta donde un día escaló la Revolución para convertirse en arroyo permanente de conquistas sociales y anhelos dignificados.
Y no fue solo allí. Desde el 2 de junio de 1987, y por iniciativa del propio Comandante en Jefe, un vendaval de certezas comenzó a esparcirse por todos los rincones de los cuatro macizos montañosos del país, bajo el nombre de Proyecto Integral para la Atención a las Regiones de Montaña –conocido luego como Plan Turquino–; aunque bien pudo llamarse plan de altruismo y sensibilidad.
Fidel lo sabía desde el Moncada. Cuba «latía» fuerte en sus escarpadas lomas, y la historia se lo confirmaría. En la Sierra encontró abrigo el Ejército Rebelde y la posterior lucha contra bandidos en el Escambray, tras el triunfo revolucionario. Por ello, a su gente –humilde y trabajadora– le debía la nación el derecho genuino a crecerse social, económica y culturalmente.
Fue así como las ignominias acumuladas durante siglos de dominación y olvido empezaron a ser borradas de la cotidianidad de los lomeríos cubanos. El Plan Turquino vino, entonces, a abrir senderos donde antes solo había monte enrevesado; puso pupitres y pizarrones en las alturas más insospechadas; llevó la luz eléctrica a parajes intrincados; y sobre mulos subió más que café, frutas y viandas; porque subió, también, a los médicos y enfermeras, cuyo programa de Salud sigue siendo, 35 años después, un referente de eficiencia en el indicador de baja mortalidad infantil y materna.
Y porque se trataba, y se trata, de un proyecto de desarrollo integral y sostenible, la atención a la montaña ha estado siempre en las prioridades del Estado. Sin embargo, dos años de pandemia y un bloqueo en su más agresiva fase mellaron ese empeño y pusieron en pausa no pocas aspiraciones. No obstante, se sabe que el desafío mayor es el de no dejar apagar el faro de esa noble obra.
Nuestro líder histórico, el Comandante en Jefe Fidel Castro, con su preclara visión, lo alertaría desde el propio año 1959: «Era necesario escribir, de una vez y para siempre en nuestra limpia estrella solitaria, aquella fórmula del Apóstol de que la Patria era de todos y para el bien de todos».