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A Fidel, un altar de altruismo y fidelidad en Vietnam

Fecha: 

09/08/2024

Fuente: 

Granma

Autor: 

Cuando en la antesala de su partida física, Fidel solicitó que no se construyeran monumentos a su memoria, ya él mismo, sin advertirlo, se había construido uno en la patria de Ho Chi Minh.
 
No en bronce ni en mármol, como el de la Plaza Fidel Castro, que el visitante encuentra en el centro urbanístico de Dong Ha, capital de Quang Tri; ese lo esculpieron los vietnamitas, tres años después del deceso del Comandante en Jefe.
 
Yo hablo del otro, erigido por el líder cubano; ese que tiene por arcilla el desprendimiento, la solidaridad a prueba de personales riesgos, asumidos en un territorio sembrado de minas estadounidenses sin detonar, esparcidas en volumen superior a más de 800 000 toneladas.   
 
Me refiero también a esas verdades que otros no se atrevían a decir, o lo hicieron con demasiada tibieza, y que el entonces Primer Ministro cubano dejó escuchar sin ambages en todos los foros.
 
Ni desaprovechó tribunas para denunciar el crimen del ejército de ee. uu. contra los hijos del Tío Ho, ni ocultó su admiración por la homérica resistencia del pueblo hermano, que a pesar de todo, vencía.
 
Fidel fue «el más activo de nuestros embajadores», le dijo a este reportero Nguyen Xuan Phong, uno de los dos traductores que acompañaron al Jefe de la Revolución Cubana en su histórica visita a ese territorio, en plena guerra contra la invasión estadounidense.
 
La voz de Fidel, inmaculada y firme, es –digo yo– la «maldición gitana» que persigue al imperio y condena sus crímenes; los vietnamitas lo saben.
 
Con su presencia en aquella tierra, Fidel desbordó de credibilidad y poder movilizativo sus pronunciamientos en defensa de un pueblo por el que «es preciso correr todos los peligros», había aseverado, en alusión a quienes reducían a simples discursos la solidaridad con la nación agredida.
 
De esa cubanísima intrepidez, Nguyen Manh Thoa, otro héroe vietnamita, responsable de la protección de tan distinguido visitante en Quang Tri, recuerda el momento cuando la comitiva encontró a una adolescente impactada por una mina; estaba casi sin vida en una cuneta.
 
El Comandante detuvo la caravana, con sus propias manos ayudó en los primeros auxilios, y dispuso que la ambulancia y su médico personal condujeran a Ti Huong (la víctima), al hospital más cercano.
 
Las mejillas de Fidel acabaron humedecidas por el dolor, Manh Thoa jura que lo vio, «con mis propios ojos».
 
–Y usted, ¿qué hizo?
 
–Callar, solo eso; y admirarlo. Recuerdo que en ese instante, el Canciller del Frente de Liberación de Vietnam del Sur estaba a mi lado, y me dijo en voz baja, «Ya ves, compañero, así es el amor del Comandante por nuestro pueblo».
 
¿Por qué Fidel es tan querido en Vietnam?, pregunto. «Porque supo ser un hermano», respondió Dhao Phi, joven de Quang Tri; «él estuvo del lado nuestro sin temer a los poderosos.
 
«Porque, a riesgo de su vida, cuando estábamos en problemas, vino desde el otro lado del mundo a traernos energía y aliento», respondió Lé Quang Nhát a la misma pregunta,  «vino cuando otros no se atrevieron a hacerlo».
 
«Caminó por allí, mire», narra Quang Nhát, en Dong Ha, y apunta con un dedo a la acera opuesta de la calle donde nos encontramos. «Se detuvo a dos manzanas de aquí, y puso un pie sobre la estera del tanque arrebatado en combate a los ee. uu.».
 
El hombre, que ahora tiene 57 años, tenía solo cinco en 1973, pero narra el suceso desde una cercanía vivencial que parece rara.
 
 
La anfitriona muestra el recorte de la edición de un periódico que narra el suceso que la vinculó por siempre a Fidel. Foto: Thuan Anh Nguyen
–¿Quiere decir que tú lo viste pasar?
 
–No, eso no. A mí, como a todos los niños y a los ancianos, nos tenían en refugios, lejos de aquí.
 
–Entonces, ¿cómo puedes hablar con tantos detalles de un suceso que tú no viste?
 
–Con esos detalles me lo contaron mis padres y otras personas mayores. Y también en la escuela.
 
Esas mismas fuentes las invocó Dang Thuy Linh. «Mis abuelos, al igual que mis padres, hablan mucho de él», refirió la muchacha de 33 años. «En la escuela siempre nos recordaban que, por este país, el Comandante y su pueblo estuvieron dispuestos a dar hasta su propia sangre; amigos como esos jamás se olvidan».
 
Esa carga de gratitud y cariño, de las calles de Dong Ha pasó luego a la sala del hogar de Ti Huong, la vietnamita herida por una mina, y rescatada por Fidel en una cuneta.
 
«De no haber sido por él, yo no estaría en este mundo», asegura; la tristeza le dificulta el verbo. Le acompañan su esposo, una hija y dos nietas. En el centro, una foto de «mi segundo padre».
 
Ti Huong le reservó a Fidel ese rinconcito de reunión familiar. «Él es parte de esta familia; nunca nos dio la espalda; sueño con ir a su tumba antes de morir, para despedirme del Comandante».
 
La imagen del líder cubano en la casa de Huong tiene detrás un árbol artificial que alude a la primavera, al renacimiento. Delante hay dos vasos con flores e incienso, ofrendas de ella.
 
Que Thi Huong escogiera los 15 de cada mes para ese ritual, invoca el día de septiembre en que agonizaba sus últimos minutos de vida, y Fidel se la arrebató a la muerte. De altruismo y fidelidad está hecho el altar al Comandante en Jefe, en el corazón de Vietnam.