Fidel
Soldado de las Ideas
Me recibió con una sonrisa, la calidez de su abrazo, una mano sobre mi hombro y un «tome asiento, hermano, usted viene de mi segunda patria».
Una mesa repleta de exquisiteces pudo no ser tocada en el desayuno del 27 de junio de 2002, por efecto de la inapetencia y la migraña. Debe haberle ocurrido a George Walker Bush, en la Casa Blanca, al amanecer con la noticia de lo que el pueblo cubano había proclamado en su Constitución el día antes: «Cuba no volverá jamás al capitalismo».
La dispersión, el regionalismo, el doble filo contaminado de inconsecuencias e intrigas hirieron hondo el pecho de Cuba. Había que curarla a tiempo, y evitar otras desgarraduras. Había que salvarla.
Baraguá, marzo 15, 1878. Cara a cara se vieron la sombra y la luz bajo aquellos mangos «baratos» –soñados así por un forastero con grado de general– que llegó al sitio para cogerlos «bajitos», como lo hizo antes en México, Marruecos, y en su propia España, frente a la llamada «resistencia carlista» de Cataluña y Navarra; contiendas todas de las que, con ayuda de sobornos, intrigas, fusilería y discursos edulcorados, su sable colonizador emergió victorioso; smart power (poder inteligente) le llaman hoy a esa doctrina.
¿Qué pensamientos, qué imágenes, qué sensaciones poblarían sus memorias, minutos antes de la explosión?: ¿La patria añorada? ¿La Habana ante los ojos que la admirarían desde las ventanillas del avión, cuando descienda a la pista…?
Una reflexión a propósito del Moncada
El primer sol de mayo iluminó la mañana de Cuba, cuando una avalancha de humanidad se aproximó al hogar, que es uno y millones, una plaza y una pupila en desvelo, en Venezuela o en el IPK, en Sudáfrica o en Lombardía.
Obedeciendo más al apremio del reloj que al sentido común, y sin darle mucha importancia a las bravatas de la madre natura, salimos al encuentro del héroe: o lo entrevistábamos ahora o perderíamos el testimonio. Con la agenda llena, y casi nada de tiempo, solo quedaba una opción: desafiar la amenaza.
Cuando en la antesala de su partida física, Fidel solicitó que no se construyeran monumentos a su memoria, ya él mismo, sin advertirlo, se había construido uno en la patria de Ho Chi Minh.
No en bronce ni en mármol, como el de la Plaza Fidel Castro, que el visitante encuentra en el centro urbanístico de Dong Ha, capital de Quang Tri; ese lo esculpieron los vietnamitas, tres años después del deceso del Comandante en Jefe.
Ancha, oscura, aterradora, la columna de calor y tizne buscaba el cielo; en lo alto remataba su corona siniestra con un sombrero de humo, hongo mortal que, a las tres y diez de aquella tarde de viernes, 4 de marzo de 1960, dejó a La Habana sin sol durante unos minutos, y a Cuba herida de una cuchillada que aún duele.
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