Fidel
Soldado de las Ideas
Se anuncia la alborada; se acerca un nuevo asalto: el día a día en esta Isla es uno y mil asaltos; uno y mil Moncadas. Todo ocurrió un domingo –de julio 26 en sus albores–, por Santiago; dormía la guarnición de «poderosas fuerzas dominantes»; Cuba la sorprendió.
Fue la reacción –aunque inusual– espontánea de un joven frente al descubrimiento, sorpresivo pero soñado. Estaba en su cuarto, a mitad del exilio, en medio del otoño parisino de 1920. Eran él y su cama, sin más testigo que un ejemplar de la revista L’ Humanité, en una de cuyas páginas posó la mirada.
Sobre los hombros del teniente del Ejército Rebelde, José Antonio Boró, y con un ramo de gladiolos en la mano, Zelma se abrió paso entre la multitud delirante, y llegó al jeep descapotable en el que estaba Fidel.
Este 2 de diciembre se cumplieron 59 años de relaciones entre Cuba y Vietnam, una historia de amistad que tiene entre sus principales inspiradores a Fidel
Noviembre de 1953: «Mami, ¿cómo es un hombre audaz?», pregunta la niña Enma Gago Pérez, después de escuchar al abuelo Ubaldo, único guajiro que –salvo su hija– sabe leer por estos confines.
Ubaldo había permanecido con la mirada fija en un ejemplar de la revista Bohemia, ajeno a la curiosidad infantil que lo espiaba, de repente pronunció un nombre y detrás la expresión: «¡se atrevió a asaltar al Moncada!, ¡coño, que hombre tan audaz!».
A Lé Vinh Quán los pelos se le pusieron de punta. Algo extraño había aparecido en el contenido del plato preparado para Fidel. Sobre Lé recaía la encomienda, en la provincia central de Quang Binh, de velar por la protección y los servicios internos del Primer Ministro cubano durante su estancia en esa región del entonces agredido y convulso Vietnam.
Fidel gestó el apoyo internacional para nuestra lucha; esa solidaridad fue un importante factor de victoria, porque los yanquis quedaron aislados, tuvieron que irse, comenta Nguyen Xuan Phong sobre el recorrido del Comandante en Jefe por Vietnam, en 1973.
Me recibe con una sonrisa, la calidez de su abrazo, una mano sobre el hombro y un «Tome asiento, hermano, que usted viene de mi segunda Patria, gracias por su visita». Sobre la mesa, una tradición: el té vietnamita. Derroche de afectos, y nada de protocolo. Nguyen Dinh Bin es la sencillez, la gratitud, la lealtad en persona.
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