La acción más martiana de Fidel (+ Fotos)
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Cuando marines yanquis profanaron la estatua de José Martí en el habanero Parque Central, en marzo de 1949, el joven Fidel Castro Ruz fue uno de los que encabezó la iracunda protesta frente a la embajada de los Estados Unidos.
Apenas cuatro almanaques después, en el juicio por los hechos sucedidos el 26 de julio de 1953, en el momento en que el doctor Ramiro Arango Alsina, joven abogado del Partido Auténtico solicitó la palabra para preguntarle (a Fidel) si él (Arango Alsina) era, como se decía, y de lo cual se le acusaba, el autor intelectual del Moncada; el joven revolucionario defendió a todos con un escudo infranqueable.
“Nadie debe preocuparse de que lo acusen de ser el autor intelectual de la Revolución, porque el único autor intelectual del asalto al Moncada es José Martí, el Apóstol de nuestra independencia”.
A aquellos que le habían impedido consultar las obras de Martí los desarmó moralmente durante su alegato de autodefensa, sobre todo al asegurarles: “¡No importa en absoluto! Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro”.
El primer frente guerrillero en la Sierra Maestra lo bautizó con el nombre del Apóstol. Luego escaló el punto más elevado de la geografía cubana, el Pico Turquino, para allí colocar un busto suyo. Acciones de hondísima vocación martiana a las que pudiéramos mencionar muchísimas otras, porque “en él Martí no fue moda pasajera”.
Si tan solo tomamos como punto de partida su participación en la referida protesta de 1949, entendemos que Fidel dedicó más de medio siglo de su existencia a cumplir los sueños martianos de dignificación del hombre, unidad latinoamericana, paz universal, antimperialismo…
En un ser así de comprometido con el pensamiento del Héroe Nacional de Cuba resulta difícil definir el acto más apegado al ideario del Apóstol, sin embargo, muchos coincidiremos en que hacer una Revolución “Con todos y para el bien de todos” lo coronó entre los mejores martianos.
“¡Al fin, Maestro, tu Cuba que soñaste, está siendo convertida en realidad!”, expresó el Comandante en un discurso de 1960, fundamentando en Martí la obra de cambios que emprendía el gobierno revolucionario.
Un proceso social que rescató la soberanía nacional, abolió la explotación y elevó las condiciones de vida de la gente. Una propuesta política atenta a los requerimientos populares: tierra, trabajo, educación, salud, empleo y otras demandas sociales. Sin duda, profundamente martiana.
Cuba vio a Martí en Fidel, cuando solo días después de la gran victoria, en su condición de Primer Ministro, promulgó la Ley Fundamental de la República, la cual conservó la mayor parte del articulado de la Constitución de 1940 (muy progresista para su tiempo). Igualmente, cuando creó el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda para fomentar el ahorro y comenzar a dar solución al agudo problema de la vivienda. Asimismo, cuando materializó la Reforma Agraria poniendo fin a la explotación del campesinado por los latifundistas.
Los cubanos sintieron al Maestro en aquellos alfabetizadores que erradicaron la ignorancia en más de un millón de personas que no sabían leer ni escribir sus propios nombres. Cualquier líder hubiese priorizado otro aspecto, pero él, con total apego al pensamiento del más universal de los cubanos de que “La ignorancia mata a los pueblos”, priorizó esa misión. En apenas un año, el 22 de diciembre de 1961, ya Cuba se proclamaba Territorio Libre de Analfabetismo. Ocasión en que Fidel expresó:
“Ningún momento más solemne y emocionante, ningún instante de júbilo mayor, ningún minuto de legítimo orgullo y de gloria, como éste en que cuatro siglos y medio de ignorancia han sido derrumbados (…) Hace más de cien años José Martí afirmó categóricamente y sin réplica posible: "Ser culto es el único modo de ser libre".
El pueblo de la Isla traslució al Apóstol en ese Comandante que defendió con uñas y dientes la Patria y creyó siempre en la condición victoriosa del pueblo unido. En Girón, al entregarle un fusil a todo el que quisiera defender su tierra. En la despedida de los Mártires de Barbados, cuando la voz le tembló de dolor e impotencia ante un crimen horrendo.
Martí en Fidel en el desvelo con relación al imperialismo yanqui y la posibilidad de que este encontrara una excusa para intervenir en la Isla. Porque como el Maestro le escribiera a su amigo Gonzalo de Quesada, él también pensaba que, “Una vez en Cuba los Estados Unidos, ¿quién los saca de ella?”.
Profundo conocedor de la historia, analizó la sicología depredadora de los imperios, incluida la de su vecino del Norte, a solo 90 millas. Y fiel al pensamiento martiano de que “Ni pueblos ni hombres, respetan a quien no se hace respetar”, el de verde olivo mantuvo una posición viril ante cada intento por cercenar la soberanía nacional. Bahía de Cochinos, Crisis de Octubre, Elián, Los Cinco…
Tal vez la actitud más loable, en este sentido, fue su discurso en respuesta a las amenazas del presidente estadounidense W. Bush, el 14 de mayo de 2004.
“Puesto que usted ha decidido que nuestra suerte está echada, tengo el placer de despedirme como los gladiadores romanos que iban a combatir en el circo: Salve, César, los que van a morir te saludan. Sólo lamento que no podría siquiera verle la cara, porque en ese caso usted estaría a miles de kilómetros de distancia, y yo estaré en la primera línea para morir combatiendo en defensa de mi patria”.
Al hablar de confluencias martianas y fidelistas, no puede faltar su latinoamericanismo. Ambos asumieron y enriquecieron las ideas de Simón Bolívar, a la vez que concibieron en sus proyectos políticos la necesidad de unidad de América Latina y el Caribe.
Además de “Patria es Humanidad” y “Es hora del recuento y de la marcha unida”, Martí hizo su llamado de unidad o muerte. “Puesto que la desunión fue nuestra muerte, ¿qué vulgar entendimiento, ni corazón mezquino, ha menester que se le diga que de la unión depende nuestra vida?”, sentenció durante su estancia en Guatemala, en 1877.
Igualmente Fidel, siempre vio el proceso cubano como parte de una Revolución mayor. De ahí su constante apoyo a los movimientos de liberación de esta zona geográfica, antes y después del triunfo de enero de 1959.
Integró los comités Pro Independencia de Puerto Rico y Pro Democracia Dominicana. Participó en 1947 en la expedición de Cayo Confites contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y en los sucesos conocidos como el Bogotazo. En aquella época defendió públicamente el derecho de los panameños sobre el canal interoceánico y el de los argentinos sobre las Islas Malvinas.
Luego de la victoria rebelde, la vocación integracionista de Fidel se hizo más explícita en numerosos pronunciamientos y acciones públicas. En el Cuarto Encuentro del Foro Sâo Paulo, efectuado en La Habana en 1994, avizoró:
“Aquellos que piensen que el socialismo es una posibilidad y quieren luchar por el socialismo, pero aun aquellos que no conciban el socialismo, aun como países capitalistas, ningún porvenir tendríamos sin la unidad y sin la integración”.
Mas fue con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1998, que los esfuerzos colosales de Fidel en pos de la unidad latinoamericana comenzaron a rendir sus frutos: la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América -Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Que no son solo siglas, se traducen en millones de vidas salvadas, economías que sobreviven a la persecución imperial, miles y miles de personas alfabetizadas en pleno siglo XXI, esperanza de un mañana mejor, gracias a diferentes acuerdos de colaboración entre los países que integran estos mecanismos de integración.
Como Martí, Fidel es la idea del bien. Algo siempre me los trae juntos a la memoria: la infancia. Una anécdota, en especial, me habla de lo martiano en el líder de la Revolución cubana.
Cuando terminó aquella función del Segundo Congreso Pioneril, el coro de 40 niños sordomudos, -quienes le habían cantado, señalándolo con el dedo: "Aunque el mundo cambie de color, yo estoy aquí, contigo"; bajaron y lo abrazaron y besaron. Pero estaban muy maquillados y le dejaron la cara llena de manchas naranjas, azules, blancas, rojas. Entonces Vilma le alcanzó un pañuelo para que se limpiara el rostro, mas él replicó sonriendo:
“¡Qué va!, nadie me toca la cara hasta que llegue a mi casa y me vea en un espejo, porque quiero ver cómo me veo maquillado”, e inmediatamente le dijo a todos los niños: “¡Gracias!, porque ustedes me han regalado el sudor de su juego, en colores, y me lo llevo en mi cara para mi casa”.
Probablemente en ese momento recordó a Martí, quien de los más pequeños dijo: ¡Oh, qué hermosa gratitud la de los niños, la pura gratitud no envenenada!