Al terremoto ocurrido 22 de mayo de 1960 en la zona de Valdivia, Chile, se le considera como el mayor de la historia registrado hasta ese momento con una intensidad entre X y XII grados en la escala sismológica de Mercalli, que afectó cerca de 1, 000 kilómetros de tierra y mar, desde Biobio hasta Aysén y duró aproximadamente diez minutos.
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Con el sentir de los cubanos, descrito en la frase del Himno Nacional: «La patria os contempla orgullosa», llegaron a Cuba los 34 integrantes del contingente Henry Reeve que ayudaron a combatir la covid-19 en el Principado de Andorra, territorio de unos 70 000 habitantes, ubicado entre Francia y España.
Tres senadores estadounidenses, cual de ellos más obcecado con hacer rendir por hambre a Cuba, acaban de presentar un proyecto de ley que pretende castigar a aquellos países que aceptan la colaboración médica de la Isla.
Cualquiera de los tres, Marco Rubio, Ted Cruz y Rick Scott, tiene un amplio aval al servicio de la peor política contra la Mayor de las Antillas, y queda descartado que a alguno le interese cuántas personas salvan o ayudan a salvar nuestros galenos.
El aplauso con que se premia cada noche a los médicos cubanos que combaten sin descanso el virus que hoy amenaza, sonó ayer dos horas antes, justo cuando pisaron tierra cubana los 52 integrantes de la brigada médica Henry Reeve, que partiera hacia Lombardía el pasado 21 de marzo; un hecho que marcaría por vez primera la presencia en Europa del contingente fundado por Fidel, para que Cuba iluminara con sus profesionales de la Salud los más lóbregos rincones del mundo.
Cuando llegaron los médicos y enfermeros cubanos a Turín, ella, que es cantante lírica, pero cubana, se inscribió en la Cruz Roja para servir de intérprete. Ileana Jiménez Calá, toda risa y cordialidad, se torna seria al decirme:
Si apenas son notables en los atlas geográficos, no hay modo de que sean titulares en los medios más grandes. Uno, por lo pequeñas que son las Islas Turcas y Caicos. Dos, porque se trata otra vez de ese obstinado gesto de la solidaridad que tanto incomoda a las potencias enormes, al gobierno del capital, a los que entienden la salud mediante las facturas contables de los servicios privados, de aquellos que cotizan el sobrevivir o no según la bolsa del mercado. Tres, porque es Cuba, nuevamente, la nación que se ofrece.
La doctora cubana Sara Cirila Hernández Aranguren, se desempeña como cirujana en el Hospital Scottish Livingstone, de Molepolole, capital del distrito Kweneng y sus pacientes botswaneses la consideran una princesa, una mujer de alto rango, noble y sagrada.
En todos los países en los que están, pueden venir o van a llegar médicos cubanos por acuerdos intergubernamentales, se repite en las redes sociales el mismo coro de voces conservadoras e intolerantes y de «trolls» anónimos que, iracundos, se pronuncian en contra. Y está pasando en el Perú desde que se anunció oficialmente la firma de un convenio para recibir a esos cooperantes.
Los resultados de la Mayor de las Antillas en el combate al nuevo coronavirus no aparecen por estos días en los titulares de los grandes medios de prensa. Otra vez reina el silencio cuando este verde caimán se empina y salva vidas, golpe a golpe contra a la covid-19, sin escatimar esfuerzos ni recursos, y desafiando un bloqueo que persiste y daña, limita y encarece. En medio de esa lucha sin tregua por la salud de nuestra gente, comparte también con los que nos necesitan en momentos difíciles, más allá de nuestras fronteras.
Han transcurrido más de 30 años desde que el ejercicio de la profesión me llevó, sin sospecharlo ni proponérmelo, ante él. Tenía apenas 16 años de edad, aunque al verlo me pareció que eran menos. Minutos antes, algún combatiente había hecho referencia a su conmovedora historia y no quise continuar mi periplo por el Flanco Sudoccidental Angolano sin ver al hijo de todos los cubanos.
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