Discurso pronunciado por el doctor Fidel Castro Ruz en el salón “Palm Garden”, en New York, el 30 de octubre de 1955
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Pocas veces la palabra humana podrá parecer tan limitada y tan deficiente como en el día de hoy, para expresar el cúmulo de sentimientos, de emociones, de ideas, que han surgido al calor de esta montaña de patriotismo que hemos presenciado en la mañana. Momentos de emoción semejantes los he experimentado en otras ocasiones, en que hemos tenido oportunidad de reunirnos delante de una gran multitud.
Hay instantes de mi vida que no podré olvidar jamás, como aquella madrugada, aquel día 26 de julio, a las 4:00 antes meridiano, cuando dirigía por última vez la palabra a muchos de los que cayeron, cuando dirigía la palabra a los que íbamos a combatir, cuando exhortaba a mis compañeros en la última arenga, la arenga más hermosa, la arenga que es el resumen de todos los discursos que se hayan pronunciado hasta este instante, la arenga que precede unos minutos el combate. Recuerdo aquel instante como recuerdo aquel otro en que delante de tres jueces, que decían representar la justicia, denunciaba los crímenes que leyó el compañero Marcos.
El público era precisamente el enemigo. Allí estaban delante los soldados del ejército; nuestro auditorio estaba integrado por más de 100 soldados y oficiales que fueron por curiosidad, o Dios sabe por qué fueron, a aquel juicio. Y a aque11os soldados, nuestros presuntos enemigos, a aquellos soldados más que a los jueces, les estaba dirigiendo la palabra; a aquellos soldados les estaba diciendo qué clase de hombre los estaban mandando, les estaba diciendo qué clase de mancha habían lanzado sobre el uniforme, les estaba diciendo cuán ignominiosa y cuán cobarde había sido la actitud de aquellos que escribieron esa página sin nombre, de vergüenza, en la historia de Cuba.
Y a aquellos soldados les hablaba con la seguridad de que ante la razón, la razón que es nuestro escudo, se inclinarían también reverentes, porque yo sé que basta que sea cubano, aunque equivocado, basta que sea cubano para tener fe en la posibilidad de que comprendan la razón, en la posibilidad de que se avergüencen de sus crímenes, en la posibilidad de que se arrepientan y en la posibilidad de que se sumen también a las banderas de la justicia.
Pero ninguna ocasión fue como la de hoy, ningún instante me ha parecido semejante a éste, ni el instante en que arengaba a mis compañeros para el combate, o el instante en que denunciaba a los asesinos de mis compañeros.
Este día de hoy, estos cubanos que se han reunido escuchando el llamado de la Patria, estos cubanos que a mil leguas de ella no la apartan un instante del pensamiento, estos cubanos que llegaron desde Connecticut, desde Newark, desde Union City, que han venido desde más de cien kilómetros de distancia; este acto de hoy, por lo que significa para Cuba, por lo que significa para su prestigio, por lo que dice de Cuba el que se haya llenado esta sala; este acto, por lo que dice de las virtudes de nuestro pueblo es, lo juro, el acto más emocionante que he presenciado en mi vida. (Aplausos).
Y cuando me preguntan los escépticos, los que no tienen fe en su Patria, cómo vamos a derrocar nosotros al régimen de Batista, cómo vamos a devolverle la libertad a nuestro pueblo, cuando los que no tienen fe hacen esa pregunta, ¡aquí está para ellos la respuesta!
Este acto de hoy organizado en cinco días, sin auxilio de ninguna propaganda, sin periódicos que lo anunciaran --como no fuese una noticia pequeñísima--, sin recursos monetarios con qué pagar un anuncio, con la lluvia que amaneció inundando las calles de New York, a Union City, a Newark; contra la naturaleza, sin recursos, en cinco días, se ha organizado un acto que, según cuentan los bien informados, es el acto de cubanos más grande que se ha dado en New York desde 1895 (Aplausos). Y he aquí la respuesta, cubanas y cubanos, a los escépticos.
Los que conocen la historia de este acto, los que han trabajado incesantemente para este éxito, saben que el martes, hace cinco días, andábamos a la búsqueda de un local donde reunirnos; y fuimos a distintos puntos: aquí se dio tal otro acto, aquí vinieron cientos, aquí vinieron quinientos, doscientos, doscientos cincuenta; y en esa búsqueda no nos sentíamos satisfechos de que el acto que iba a reunir a los cubanos este domingo se diese en ninguno de aquellos locales.
Buscando locales llegamos al Palm Garden, y vimos este lo cal que es amplio. Y cualquiera se hubiera desalentado ante el temor al fracaso, ante el temor al ridículo, ante el temor de que las sillas estuviesen vacías. Pero nosotros, que tenemos esa fe tan grande en nuestro pueblo; nosotros que pensamos, como Martí, que el que no tiene fe en su pueblo es un hombre de siete meses, nosotros no vacilamos un instante en decir: ¡no!, aquí en este local, aquí en este local que se llenará de cubanos, que se llenará de cubanos en cinco días, que se llenará de cubanos aunque no tengamos recursos para propaganda; que se llenará de cubanos aunque llueva, aunque haya un terremoto, aunque haya un cataclismo en la Ciudad de Nueva York (APLAUUSOS).
Y esa es la respuesta para los que nos preguntan cómo vamos a derrocar a Batista. Esa es la respuesta para los que no creen. Nosotros estamos tan seguros de que el régimen caerá, como estábamos seguros, aunque nadie lo creyera, que el local del Palm Garden se iba a llenar esta noche. (APLAUSOS).
Consideramos este acto de hoy como una victoria de Cuba, como una victoria de los cubanos. Y la fama de las virtudes y del patriotismo de nuestro pueblo crecerá por New York y el prestigio de Cuba crecerá; y los que han tratado de sabotear este acto, el puñado de infelices, de mercenarios, que contaban seguramente con que hubiese unas cuantas sillas vacías --aunque no estarían nunca vacías porque allí estaría sentado el espíritu de los muertos, de los que han caído-- (APLAUSOS); los que contaban con que lanzando rumores de que la Emigración iba a visitar este local, como si un Estado poderoso --como si los cubanos estuviesen fuera de la Ley y no estuviesen todos, como están, dentro de la Ley--, como si un Estado poderoso fuera a servirle de instrumento a sus mezquinos designios, pensaban atemorizar a los cubanos. Y a nuestros oídos llegaron las noticias de que un señor que dice ser cónsul --de Cuba no será-- (APLAUSOS) se había dedicado a frustrar este acto. Y no quiero decir, por discreción, algunos de los pasos de ese señor con relación al acto, para no pecar de indiscreto, pero sí les digo que se había propuesto sabotear el acto. Y tengo entendido que hasta un acto por su cuenta preparó, no sé qué acto: un acto de glotonería, creo que un almuerzo, una comida, o algo parecido; y que estaba muy preocupado por el acto y que había lanzado a sus agentes a regar versiones contra el acto.
Pero hay algo más. Llegamos ayer al pueblo de Union City para reunirnos con un grupo de cubanos, de Placetas, de Cienfuegos y de otros lugares de Cuba, que nos estaban esperando. Y resultó muy curioso que a nuestra llegada, al minuto y medio de estar allí, se presentase un capitán, cuatro perseguidoras, unos cuantos detectives y toda una movilización policíaca en aquel pueblo.
Es el caso que nosotros estamos dentro de la Ley, es el caso que nosotros respetamos las leyes del país donde nos encontramos, así como queremos que respeten las nuestras (APLAUUSOS). E interpretamos que aquella movilización so1o podía ser consecuencia y producto de intenciones aviesas de los que hubiesen tratado de sabotear aquel acto; de que algún cónsul --no se sabe de dónde-- había presentado denuncia contra nosotros; de que estaban tratando de perseguirnos. Y tuve que experimentar una vez más en esta vida la persecución, aunque hubiese sido involuntaria por parte de los que la efectuaban, y no les hubiese quedado otro deber que el de investigar cualquier denuncia que se hubiese hecho. Pero aquello resultaba muy raro.
Y es realmente triste que los que están lanzando a los cubanos de su tierra; es realmente triste que los que los han lanzado a este país, para ganarse aquí con el duro trabajo y el sudor de su frente el pan que allí les arrebatan; es muy triste que, no conformes con eso, se dediquen a perseguir acá a los cubanos, se dediquen a amenazarlos de lanzarles las autoridades del país contra ellos, porque si aquí, señoras y señores, hubiese un solo cubano, un solo cubano que la necesidad lo haya arrojado, sin cubrir todos los trámites necesarios, a este país, sólo una explicación podría haber para ello, que es el exceso de miseria, de hambre, que hay en Cuba (APLAUSOS).
Pero además lo persiguen, además lo utilizan, además le quieren ya agriar la vida. Y realmente me ha parecido un poco tonta la actitud de ese Señor Cónsul.
(DEL PUBLICO LE DICEN: "¿De qué país?")
FIDEL CASTRO.- Del país de los contrabandistas, compañero (APLAUSOS). Porque sería como querer tapar el sol con un dedo, sería como creer que este milagro de resurrección de cubanos pudiese ser detenido con intrigas, cuando no ya las intrigas, ¡las bayonetas no podrán detenerlo! (APLAUSOS).
Y a quien debe perseguir la Inmigración de este país no es a los cubanos que vienen aquí a trabajar honradamente, no es a los cubanos que aquí dan manifestación y prueba de su fe democrática, de su amor a la libertad y al decoro de los pueblos del derecho de los pueblos a gobernarse, por lo cual derramaron su sangre millones de hombres en la última Guerra (APLAUSOS).
A quien debe perseguir la Inmigración es a los que con la capota de diplomáticos esconden su figura delincuente. Porque ese Cónsul, dígase bien alto, es una vergüenza para Cuba (APLAUSOS), ese Cónsul es un señor contrabandista de seda, que lo sabe todo el mundo (APLAUSOS); y ese Cónsul no podrá detener con su mano mezquina y traidora el movimiento de un pueblo. Y como Martí, le digo a ese señor Cónsul --para quien siento un poco de desprecio, un tanto de lástima y ningún odio-- que nosotros respondemos a la amistad con la amistad y al acero co el acero,(APLAUSOS), que si se nos respeta, respetaremos; que si se nos ataca, atacaremos APLAUSOS).
Y por último, que muy pronto, quizás más pronto de lo que él piense, aunque no tan pronto como lo pudieran desear algunos impacientes, enviaremos a Estados Unidos un Cónsul que no sea una desvergüenza, sino que sea un prestigio (AFLAUSOS); un Cónsul que ayude a los cubanos en vez de perseguirlos; un Cónsul que pueda venir a los actos patrióticos donde se reúna el pueblo cubano (APLAUSOS), y no un Cónsul --¡Oh vergüenza para la nación nuestra, oprimida y humillada!--, no un Cónsul que un día de gloria para Cuba tenga que estar avergonzado, como Porras en su guarida (APLAUSOS).
Y basta ya, porque he querido sólo no ensañarme con ese infeliz, he querido simbolizar en él toda la sinvergüencería que representa, que eso es lo que representa el Cónsul aquí de Cuba, la sinvergüencería que gobierna en Cuba (APLAUSOS).
Y dichas estas palabras de saludable aclaración, quiero ser más concreto. Los aplausos nos alientan, nos dan ánimo y vemos en ellos el tributo a la patria, el tributo a los caídos y la expresión de la fe de nuestro pueblo. Pero algo nos importa más que los aplausos: nos importa la obra que está por realizar; no venimos a buscar aplausos, venimos a trabajar con los cubanos, venimos a organizar a los cubanos, venimos a realizar la obra que ya nos enseñó el Apóstol en el 95, venimos para hacer entre muchos la obra aquella que sólo pudo hacer un gigante, venimos a hablarle a la emigraci6n cubana de New York y de Estados Unidos.
Porque está ocurriendo en Cuba exactamente igual --y habría que estar ciego para no ver1o--, está ocurriendo exactamente igual que en el 68 y en el 95. Las razones por las cuales se encuentran ustedes aquí --y yo sé que si pudieran estar en Cuba estarían en Cuba, o no estarían aplaudiendo a Cuba (APLAUSOS)--; si se les preguntase a cada uno las razones que los tiene en esta tierra, sería la respuesta exactamente igual que la que hubiese dado cualquiera de aquellos emigrados que, en el 68 y en el 95, se reunían a escuchar la palabra de los libertadores. Exactamente igual que entonces, los cubanos tienen que emigrar de su tierra, porque allí, honradamente, no se puede ganar el pan; y los cubanos antes de ganarlo vilmente, antes de ganarlo deshonrosamente, prefieren abandonar la tierra e irse a otra parte del mundo a ganarlo con decoro, con vergüenza y con honradez. (APLAUSOS).
Allá viven muchos que no han tenido que emigrar, yo sé --porque conozco el valor de los hombres-- que a todos los que están aquí, que a todos los que incansablemente han organizado este acto, a todos, a cualquiera de ellos, no le faltaría cacique político, o político corrompido que le ofreciese doscientos o trescientos pesos para que le haga allí una maquinaria política. Sé que con su capacidad de trabajo, y su entusiasmo, y sus energías, podrían resolver el problema, como lo resuelven un puñado de mercenarios en Cuba.
¿Falta riqueza a Cuba? ¿Faltan a Cuba la tierra prodigiosa y las riquezas extraordinarias para albergarlos a ustedes, para albergarlos no a ustedes, para albergar no seis millones de cubanos, para albergar veinte millones de cubanos? No, no faltan, Bélgica, Holanda, cualquier país de Europa tiene la tercera parte de la tierra cubana, la cubre la nieve durante parte extensa del año, viven tres veces más habitantes que en Cuba, le roban al mar pulgada a pulgada la tierra, construyen diques, y allí viven y compiten inclusive con nuestra riqueza; y la leche condensada, y la mantequilla y una serie de productos, compiten con los productos cubanos, aunque el cubano tenga tierra de sobra, tierras inmensas que están sin cultivar, posibilidades extraordinarias para ser uno de los pueblos más prósperos del mundo. ¡Ah!, en Cuba no falta la riqueza, y la mejor prueba son los millones que se roban todos los años. Si faltara la riqueza, ¿cómo se explica que hayan salido gobernantes con 50 y 60 millones de Cuba? ¿Cómo se explica que Batista haya repartido bienes gananciales por veinte millones de pesos? ¿Cómo se explican los viajecitos que dan sus familiares allegados todos los meses, según dicen, a depositar ciertas cantidades que le extraen a la República en los bancos norteamericanos? Si en Cuba no hubiera riquezas, ¿cómo se han invertido tantos cientos de millones de dinero cubano en los Estados Unidos? ¿Cómo se han comprado tantos edificios de apartamentos en New York? ¿Cómo se hacen tantos negocios por esos pillos, que se están oliendo que el mejor día el pueblo se va a cansar, que se está cansando? (GRITOS Y APLAUSOS). Y no les va a dar tiempo a sacar las maletas. ¡Se lo están oliendo! Deben de escuchar un ruido subterráneo, que ya hoy es lava en la superficie. Porque, señores, ¿cómo disimular esto que está ocurriendo aquí en Nueva York? ¿Cómo disimular el estado de ánimo del pueblo?, ¿cómo negarse a ver? Aunque metiesen la cabeza, como el avestruz, tres metros bajo la tierra, ¿cómo negarse a comprender lo que está ocurriendo en el pueblo de Cuba?, ¿cómo negarse a comprender que el fin está próximo?
¿El fin de la dictadura? ¡Sí!, el fin de la dictadura, pero no solamente de la dictadura. ¿El fin de los ladrones de hoy? ¡Sí!, pero no solamente el fin de los ladrones de hoy. ¡El fin de la dictadura, de los ladrones de hoy, y de los ladrones de ayer! (APLAUSOS). El fin de la opresión, pero el fin también de la politiquería; el fin de la traición de los que asaltaron el poder el lO de marzo, y el fin de los que lo han estado traicionando desde 1902.
Porque ellos son los culpables de este espectáculo triste que estamos contemplando, de este espectáculo de centenares y millares de cubanos obligados a abandonar su Patria.
Si hubiese necesidad de un argumento, de un hecho que fuese decisivo para demostrar lo que está ocurriendo en Cuba, ustedes, la presencia de ustedes aquí, la presencia de este pueblo aquí, es el más irrebatible de los argumentos. Porque unos llevan dos años, otros seis meses, otros tres años, otros diez, otros quince, otros veinte; pero todos han salido por la misma razón, todos han salido porque no podían ganarse allí la vida, todos han salido, y en el pecho trajeron los veinte puñales de la tristeza y de la nostalgia de la Patria. Han salido todos y todos desean volver.
Porque lo he escuchado de los labios de muchos cubanos, he escuchado palabras que desgarran el alma, he escuchado cubanos que me han dicho, elevando las manos hacia el cielo: ¡pero si yo no soy un vago! ¡Pero si yo soy un hombre trabajador! ¡Pero si yo allá hubiera podido ganarme la vida! ¡Pero qué triste tocar de puerta en puerta, de casa en casa, querer trabajar para no robar, querer el pan para los hijos, querer, si no ya él, que su esposa, o su madre, o su hermano, o sus hijos, vivan y que nadie le dé trabajo, que nadie le dé trabajo!
Y ocurra, lo que también decía yo en este discurso, lo que le dije a los jueces --y que el compañero Márquez no pudo leer porque solamente leyó una parte--, lo que le dije allí al Tribunal en Santiago de Cuba: "Cuando ante vosotros acuda alguien acusado de robo, lo enviáis a la cárcel sin la menor consideración. No preguntáis cuántos días lleva sin trabajo, cuántos días hace que su familia no come. ¡No! Lo enviáis a la cárcel. ¡Ah!, pero cualquiera de los que han robado millones y millones al Estado, no ha dormido una sola noche tras la reja (APLAUSOS). Cenáis con ellos en algún lugar aristocrático a fin de año y tienen todo vuestro respeto. Cuando algún acaudalado avaro quema su negocio para cobrar la pó1iza de seguro, aunque se quemen unos cuantos infelices trabajadores, no van a la cárcel porque tienen dinero de sobra para sobornar magistrados, abogados y jueces”.
Y ésa es la verdad, la verdad que nadie quiere decir, la verdad que venimos nosotros diciéndole al pueblo, la necesidad de una cura a la República, una cura a tiempo, una cura de tumor, antes de que el tumor sea maligno, se convierta en cáncer y se muera la República (APLAUSOS); una cura aunque haya que amputar, aunque haya que cortar bien hondo, una cura radical. Para que, señoras y señores, no se me acerque un cubano, como se me acercó ayer --y que seguramente estará entre ustedes-- y me diga que lleva aquí tantos meses y que desde entonces no ha podido ver a su esposa, ni conoce siquiera al último hijo que le nació en la tierra cubana.
Para que esa vida dura, porque dura es la vida de ustedes, lo sé bien; sé cómo es la vida de cada uno de ustedes, sé lo solos que se sienten en medio de esta mole de cemento y acero, lo solos que se sienten en medio de tantos millones, sé
lo solos que se sienten en estas casas, en esas viviendas, en esos apartamentos solitarios, dónde ni siquiera se puede pensar en la ilusión de tener un hijo, en la ilusión de que nazca allí una criatura, porque no habría sol, porque le faltaría el sol de la tierra, les faltaría las "novias que esperan": las palmas, a cuya altura quería poner Martí la justicia (APLAUSOS); les faltaría el cielo purísimo de la Patria, les faltaría el aire donde crecer.
Porque ustedes, los que trabajan aquí, hombres y mujeres, desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche, no pueden tener hijos porque no habría quien cuidara a los hijos; o tendrían que dejar de trabajar, y pasar hambre; o tendrían que dejar de tener hijos.
Y yo, que he presenciado esa tragedia, me pregunto muchas veces: ¿y será posible que cualquiera de estos cubanos tenga que vivir aquí diez, quince, veinte, treinta años, será posible resistir ese infierno de vida, será posible resignarse? Y pensar, además, que allá están los hermanos y están los padres, y están aún peores que él. ¿Habrá resignación posible, habrá dicha posible? Porque bien lo dijo el Apóstol, que no hay dicha sin Patria y sin honra. ¿Habrá dicha sin Patria? Porque, cubanos, lo que nos han quitado a nosotros es algo más que la libertad; no solo nos han quitado la libertad, nos han quitado la Patria, nos han quitado la tierra en que nacimos.
Y en esta lucha lo que estamos tratando de recuperar es la Patria que nos han arrebatado, la Patria aquella, que es nuestra también, tanto como la de ellos, más nuestra que de ellos, porque no la explotamos, porque la queremos; la queremos para vivir allí honestamente, no para oprimirla, no para envilecerla. Y la Patria, como dijo Martí, no es de nadie; y si de alguien sería, sería de aquellos que la amasen con desinterés y estuviesen dispuestos a hacer por ella todos los sacrificios.
Y a los cubanos no nos duele solamente que nos hayan arrebatado la patria; porque nos la han arrebatado, porque allá no podemos vivir, porque nos han separado de nuestros familiares, nos han separado de nuestros afectos y de nuestros sentimientos, nos la han quitado ignominiosamente, nos la han arrebatado por la fuerza, nos la han arrebatado y nos la han arrebatado del único modo que es doloroso, y encima nos han humillado. Triste e insoportable que le arrebaten algo al ser humano, nos la han arrebatado por la fuerza y no nos la quieren devolver. Y cada día son más --y ustedes lo saben--, cada día son más los cubanos que llegan, y las colas son interminables frente al Consulado americano; y cada día llegan amigos de tal pueblo. Y hay pueblos enteros, como la Esperanza, donde había una despalilladora, donde había dos fábricas de zapatos, donde todo se cerró después del 10 de marzo, y el pueblo entero está emigrando; como Placetas, como Fomento, como Cienfuegos; y, para decirlo más brevemente, como Cuba entera (APLAUSOS). Como Cuba entera, donde todo está en ruinas; Cuba, donde los traidores que asaltaron el poder aquella madrugada dijeron que iban a instaurar un gobierno de paz, de respeto a la vida humana y de trabajo. ¡Sí!, Batista le da trabajo todos los años a diez mil cubanos: ¡En New York! (APLAUSOS). Batista está resolviendo el problema del desempleo, gestionando con el Consulado de que den más visas todos los años; Batista está resolviendo el problema de Cuba, dejando a Cuba sin habitantes (RISAS). Y hasta el sentido común más elemental comprende que la ruina de Cuba es progresiva; hasta el más lego en materia de Economía, sabe que el peso que se deja de ganar en una fábrica, el peso que deja de percibir un obrero arrojado de su taller, es un peso que deja de circular en la tienda, en el almacén, en la farmacia, es un peso menos que deja de circular el que fabrica zapatos, el que fabrica ropas, es un peso que se le resta a toda la economía del país.
Y yo quiero que me digan cómo se ha de resolver el problema de Cuba dejando cientos y miles y miles de hombres sin trabajo, hombres que dejan de producir y que dejan de ganar pesos, que servirán para que a la próxima vuelta sea mayor el número de los que tienen que salir. Porque no concibo, aunque haya muchos intereses creados que defiendan tal anacrónicas teorías, que si la Compañía de Ferrocarriles, por ejemplo, necesita dejar cesantes a 500 ó 600 obreros, esa pueda ser una solución saludable para el país. Puede ser que durante unos meses, y aún unos años, sea saludable para esa Compañía; pero aquellos 600 obreros, son 600 menos a comprar en todo el país, son 600 menos a beneficiar todas las industrias del país, son 600 menos a comprar en una tienda, a ir a un espectáculo deportivo, o a un cine, o a cualquier parte; son 600 menos, que al cabo de un año se notará su ausencia en las demás tiendas, en las demás fábricas, en los demás sectores del trabajo. Y la consecuencia será que los otros sectores tengan, al cabo de un año, de un año y medio, que despedir también 500, 1000, 1500, y entonces la caída es vertical. Verticalmente está cayendo hoy, por eso, la economía cubana.
Porque Batista no solamente es un traidor; Batista no solamente es un dictador, un miserable que oprime su pueblo, que arenga a los soldados para que asesinen a los cubanos con las armas que pagan los cubanos, ¡no! Batista, además es un incapaz, es uno de los gobernantes más torpes que ha tenido la República. Dígase de una vez, señores, Batista no sabe ni siquiera dónde está parado.
Porque no es lo mismo --como dijo Martí—“no es lo mismo gobernar una República, que mandar un campamento”. Estas palabras se las dijo Martí a Gómez: "General, una República no se funda como se manda un campamento". Y se lo dijo a Gómez que había peleado diez años, a Gómez que peleó treinta años; a Gómez, le dijo Martí, que una República no se gobierna como se manda un campamento. Y al cabo de cincuenta años, en el cincuentenario de la República, en el centenario del Apóstol, un sujeto, un sargento atrevido, pretende mandar la República como se manda un campamento. Y este señor no estuvo ni diez años, ni treinta años, ni diez meses, ni diez días, ni un día, ni un minuto, ni un segundo, haciendo nada por la independencia de Cuba. Este es un señor General, que se ganó los galones como esos otros generales a quienes les hemos dicho --no desde aquí, que no tendría méritos--, allí delante de ellos, allí desde la cárcel, les hemos dicho que no servirían ni para arrear las mulas donde se cargaba la indumentaria del Ejército de Antonio Maceo.
Maceo, una de nuestras más gloriosas figuras militares, ganó sus galones de General después de más de quinientos combates, después de jugarse la vida todos los días, después de luchar durante ocho años. Y estos señores, estos mequetrefes, con unas estrellitas sobre los hombros, que eran capitanes dedicados al juego ilícito y a explotar a todo el mundo --porque ya se sabe a qué se dedican esos señores en Cuba, a cogerle el dinero al Central tal, a la finca tal, para defender siempre los intereses de aquellos señores, y acabar a planazos con los infelices, que a eso se dedican--, esos señores, de la noche a la mañana, en cincuenta minutos, sin tirar un tiro, se hicieron generales, generales de la madrugada al amanecer, generales que nunca en su vida han corrido riesgos, generales que ya son millonarios.
¡Ah!, ¡se explican esos crímenes! Porque hay odios --como dice Martí-- que nacen babeantes del vientre del hombre. Solamente un odio bajo, el odio de los que ven amenazado el usufructo de esos millones, puede haberse ensañado tan cruelmente con jóvenes que nunca le robaron a nadie nada; con jóvenes limpios, con jóvenes que sin alardes, silenciosamente, discretamente, sin que nadie lo supiera, una madrugada encendieron aquella antorcha del Cuartel Moncada (APLAUSOS).
Había que ensañarse, porque aquel era un ejemplo peligroso; había que dar un escarmiento terrible contra aquella juventud, había que dar una lección tal que a ningún otro joven cubano se le ocurriese levantar las armas contra la opresión y la tiranía.
Creían que exterminarían el espíritu de rebeldía del pueblo, porque ellos, que desde el 10 de marzo no habían encontrado resistencia, que desde el 10 de marzo se ufanaban de haber asaltado la República sin tirar un tiro y se ufanaban de que aquel espíritu tradicional de rebeldía del pueblo había muerto, no podían tolerar aquel brote; había que arrancarlo de raíz, y, torpes, creyeron que lo arrancaban asesinando, que lo arrancaban torturando, que lo arrancaban arrancando ojos y enterrando hombres vivos. Torpes, que no comprendieron que al cabo de unos años, dos años apenas, habría 100 mil jóvenes dispuestos a morir, había un pueblo que se levantaría, un pueblo como éste; porque en este pueblo veo cumplirse aquellas palabras que dije cuando llevaba 16 días incomunicado en una celda, que dije allí la impotencia, en la impotencia física, pero en la omnipotencia moral (APLAUSOS). Les dije --a pesar de la calumnia, porque quisieron inundarnos, sepultarnos en la calumnia, creían que la verdad no se sabría, no calculaban que los hombres que estaban allí tenían energía y decisión suficientes y voluntad suficiente y fe suficiente para hacer triunfar la verdad; no calculaban que aquella masacre no podría ocultarse mucho tiempo--, les dije que verían cómo habría de surgir de aquellos cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus ideas y lo que surge aquí es el espectro victorioso de los ideales de mis compañeros muertos --¡que no están muertos!--; es el espectro que aterra a la tiranía, es el espectro que tiene sin dormir a ese infeliz Cónsul, es el espectro que tiene sin dormir a los generales que saben la derrota aplastante que se les avecina, es el espectro que tiene intranquila a la tiranía.
Porque esto no se puede ignorar, porque esto lo sabrá Cuba, lo sabrá porque habrá órganos que lo publiquen, habrá órganos que publiquen esta fotografía; pero si la censura y el terror impidieran que lo publicasen, esta foto, con este pueblo, circulará por toda la Isla a través de 200 mil manifiestos distribuidos por 2 mil cubanos que integran el aparato clandestino de distribución de la propaganda del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (APLAUSOS).
Cubanas y cubanos: esos pesos que ahí se levantan, esos pesos, constituyen un espectro, constituyen un fantasma; esos pesos que ahí se han reunido, son pesos aterradores; esos pesos harán temblar a los tiranos, porque esos pesos que ustedes vieron ir colocando en el sombrero mambí, esos pesos no eran para mí ----nadie lo pensó, por supuesto--, esos pesos se iban poniendo ahí para Cuba, esos pesos se iban poniendo ahí para decirle al régimen y para decirle a Cuba: ahí están los pesos ganados con el sudor de nuestra frente, ganados con nuestro trabajo diario, con que vamos a conquistar la libertad de Cuba (APLAUSOS).
Señoras y señores: ahora no podrán decir como decían, ahora no podrán decir que le están haciendo un movimiento libertador con el dinero robado al pueblo, ahora no lo podrán tachar de inmoral, como no lo pudieron tachar antes. Porque este Movimiento desde que se inició, desde el primer día, se inició así, se inició con dinero limpio; no queremos dinero mal habido, porque la primera ley del Gobierno Revolucionario será confiscarles todos los bienes a todos los ladrones, no queremos agradecerles favores a ningún ladrón.(APLAUSOS).
Y con esos bienes robados vamos a hacer las primeras grandes obras de la República y vamos a instalar las primeras fábricas y las primeras industrias que necesitamos, para que no haya más emigrados cubanos en el extranjero (APLAUSOS).
Y no queremos compromiso, ni lo tendremos, ni nadie vendrá aquí a comprarle favores a la Revolución, porque la Revolución no vende favores (APLAUSOS). Y en vez de tener que agradecerles a unos cuantos la libertad, se la queremos tener que agradecer al pueblo entero (APLAUSOS).
Ahora no podrán decir que vamos a derrocar al régimen... Sí, porque lo vamos a derrocar, y no lo oculto. Ejercemos el derecho que han tenido todos los pueblos para ser libres; ejercemos el derecho que ejercieron los revolucionarios franceses, ejercemos el derecho de Washington, y de todos los libertadores americanos, que hicieron aquella Declaración de Derechos, en Filadelfia, donde decían que consideraban como verdades evidentísimas que todos los hombres nacen libres e iguales y a todos les concede su creador ciertos derechos, y que para la salvaguardia de estos derechos se establecían gobiernos que cuando no cumplían los fines para los cuales habían sido creados, el pueblo tenía derecho a quitarlos y a poner otro.
En nombre de ese derecho a la libertad, de ese derecho a la lucha contra la opresión, se han libertado todos los pueblos de América, y se libertó este propio pueblo americano contra la opresión de un monarca extranjero. Por eso, confío en que aquí en este país habrá mucho pueblo que simpatice con la libertad de Cuba, que simpatice con los que ejercen el derecho que ellos ejercieron para ser libres.
Vamos a quitar a ese señor de allí, a quitarlo sin violar ninguna ley en ninguna parte. Aquí, predicando, recaudado fondos, y sabiendo lo que tenemos que hacer; aquí, predicando la idea, respetando las leyes de aquellos lugares donde nos den hospitalidad. Aquí estamos elaborando hoy la más terrible arma psicológica que se pueda esgrimir contra el régimen que oprime y envilece a Cuba, porque cuando en Cuba el régimen vea este montón de billetes, cuando el régimen presencie ese espectáculo, entonces sí que acabará de convencerse que su fin está cercano.
Y el pueblo que allí espera la guía, el pueblo que allí, aunque gana un peso -si acaso tiene trabajo-- al día, y no diez pesos todos los días, el pueblo aquel extraerá también gustoso de su bolsillo el peso, porque ahora el Movimiento 26 de Julio lanzará el Manifiesto al pueblo recabando su ayuda, y queremos que este Manifiesto vaya precedido por la foto de la contribución que en el día de hoy han dado los emigrados de Nueva York. Para eso se han puesto aquí, sobre la mesa, para que se vea la contribución, para que se vea grande, y para que sirva de aliento a todos los cubanos.
Porque la esperanza que tiene el régimen, es de que nosotros… tenemos organización, lo saben; tenemos decisión, lo saben, pero saben o creen que no podremos hacer nada. Porque saben que no somos millonarios, porque saben que no le hemos robado un centavo a la República, porque saben que no pediremos un centavo a ningún ladrón. Ahora sabrán algo más; sabrán que tendremos la ayuda necesaria, sabrán de la disposición del pueblo de ayudar esta causa.
¡Ah!, y si admirable ha sido el ejemplo de los que han ido a depositar ahí su aporte, admirable es el ejemplo que allá están dando muchos cubanos, cubanos que ganan doce pesos al mes, cocinando, trabajando, en cualquier lugar, y llevan un
peso; obreros cubanos que en la primera reunión con nuestros compañeros de militancia han dado cien pesos de sus ahorros; cubanos que han impreso este folleto en mimeógrafo por su cuenta; cubanos que copian los manifiestos y venden los manifiestos.
Porque en Cuba, señoras y señores, se está produciendo un verdadero milagro de resurrección, porque comprende que esta es una lucha de hombres limpios, de hombres sinceros, de hombres honrados, en cuya alma no entrará la corrupción (APLAUUSOS). Porque el pueblo tiene la intuición, al pueblo no se le engaña tan fácilmente como parece, el pueblo se deja engañar cuando quiere, el pueblo adivina a sus leales servidores, el pueblo sabe con cuánto amor nosotros servimos esta causa.
y en ocasiones he puesto un ejemplo para explicarlo: el hombre que se enamora de una mujer bella y virtuosa, la quiere con toda su alma, sería incapaz de prostituirla, sería incapaz de alquilarla, sería incapaz de venderla y explotarla, no quiere siquiera que la miren o la ofendan. ¡Así, incapaces de explotarla, de alquilarla, o de venderla, tenemos nosotros la santa idea de la Patria! (APLAUSOS).
Estamos enamorados de ella, y por ella luchamos sin descanso, por ella luchamos sin dormir, por ella vamos de un pueblo a otro, por ella continuaremos esta peregrinación, hasta el día, cubanos, que llegue la hora de ajustar las cuentas con el régimen.
Porque esta vez no será como el 26 de Julio, esta vez no será un puñado, un puñado de jóvenes ignorados; esta vez será el pueblo; esta vez hemos venido a hacer lo que desdichadamente no pudimos hacer antes. Antes las esperanzas estaban puestas en otros hombres, antes se miraba a otra serie de cubanos, conocidos en su Patria, de quienes esperaba la Nación el milagro de que los libertara de la dictadura; esperaba de aquellos cubanos que en épocas normales se paran en una tribuna y allí se dan golpes de pecho y dicen que voten por ellos, porque ellos están dispuestos a dar por Cuba hasta la última gota de sangre, están dispuestos a hacerlo todo, están dispuestos a convertirse en unos espartanos en la defensa de los ideales del pueblo. Y cuando ocurre una situación como el lO de Marzo, cuando llega la hora de dar hasta la última gota de sangre, y hasta el último centavo, esos políticos que se gastan diez mil y veinte mil y cien mil pesos para salir ellos, e hipotecan las casas y hacen todo para salir ellos, ésos ni se aparecen en una reunión, ni dan un centavo para la Patria, y tienen que ir a morir un grupo de jóvenes, con las manos vacías por falta de recursos (APLAUSOS).
Por esto decía --y lo leyó el compañero Márquez-- que eso explica por qué a la República la ha gobernado el bajo mundo de la politiquería cubana, --los hampones de la política, porque no merecen otro nombre porque yo soy de los que pienso que los hampones que desafían la ley y se baten cara a cara con la autoridad, son más valientes que los que roban allí impunemente, sin correr riesgo de ninguna clase--, esos son los que han gobernado la República. Y aquí se está promoviendo un cambio en todos los órdenes: es, antes que nada, una revolución moral; y, además, será la revolución creadora, la revolución que sabe lo que va a hacer, que tiene su programa contenido en este folleto y contenido en los manifiestos, un programa que llevará a Cuba, con hechos, y no con palabras, llevará a Cuba al lugar que le corresponde en América, por la riqueza extraordinaria de su suelo, por las virtudes de este pueblo, porque un pueblo que así se reúne, en cinco días, bajo la lluvia, que así se congrega solo, y con ese entusiasmo con que de pie escuchó durante diez minutos la palabra de un compañero, este pueblo merece algo más que el oprobio en que está viviendo.
Y si otros dudan de él, si otros lo ofenden, lo acobardan y lo amarran al yugo, nosotros --que lo vemos sufrir, que lo vemos luchar, que lo vemos esforzarse por su libertad, decimos: Bendito sea el pueblo cubano. Sólo los escépticos,
aquellos que jamás harán nada en el mundo, aquellos que jamás escribirán una página en la historia, pueden dudar de este pueblo. Con la duda no estarían reunidos ustedes ahí, con la duda nos habríamos quedado en el primer paso, cuando éramos tres los que empezábamos, después éramos cien, después éramos mil.
Y allá en la celda solitaria de Isla de Pinos, donde contra nosotros se ensañaron cobardemente, jamás perdí la fe. Hace un año allá estaba. Allá estábamos solos, allá estábamos aparentemente impotentes y olvidados; hace un año estábamos muy lejos de esto de hoy. Nos ofrecieron la libertad con condiciones, y rechazamos la libertad con condiciones. Dijimos que la libertad nos pertenecía por derecho propio, que allí nos estábamos mil años antes que aceptar una libertad deshonrosa. ¡Y el pueblo nos sacó a la calle! Y hace un año allá estábamos; pero hoy, aquí estamos.
Estamos con el pueblo. Los veintidós meses no nos desalentaron, los veintidós meses no nos hicieron perder el ánimo, ni la fe ni un solo minuto. Aquí estamos, al pie de la bandera, aquí estamos al pie de la idea, aquí estamos al pie de la trinchera, que levantamos con ideas, porque --como decía la cubana que les habló-- "trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra".
Aquí estamos levantando las trincheras de ideas, pero levantando también las trincheras de piedra. (APLAUSOS).
Y en este acto, cubanas y cubanos, sabrá Cuba, y de ese aporte generoso y admirable, de esos pesos que son pesos del 95, sabrá Cuba. Y de acá, de New York, lo digo con la fe que nos acompaña siempre, acá contamos con la seguridad de que los emigrados cubanos, como los emigrados del 95, ayudarán a llevar a la Patria la libertad de nuevo. Acá hemos de tener un apóstol en cada cubano, en cada cubano que aquí se puso de pie, en cada cubano que aquí juró, en cada cubano que saldrá de aquí con la idea de la Patria bien alto; en cada cubano un apóstol hemos de tener. Un apóstol que no se haya de conformar con los aplausos que aquí han tributado, apóstoles que irán a conquistar a los que aquí no están, que irán a conquistar a los que se fueron anoche de fiesta y hoy no están aquí; a esos cubanos vacilantes o cansados, o que perezosos duermen olvidados de la Patria, los irán a despertar con voces de amor y con voces de convicción.
Sólo los cubanos de New York, porque sabemos lo que necesitamos, solo los cubanos de Nueva York podrían ser capaces, si lo quieren, de derrocar a ese régimen, a ese régimen cuyos crímenes horrorizaron a la concurrencia, y solo New York --y no será New York solo, porque será Miami, Tampa, Cayo Hueso y 127 lugares de Cuba--, sólo New York puede derrotar a Batista. ¿Con cuánto sacrificio? Con lo que se gasta en ir al cine durante seis meses. Solo New York puede pagar la libertad de Cuba, New York solo, si logra reunir dos mil cubanos, dos mil cubanos que den dos pesos todas las semanas, que den dos horas de trabajo a la semana; el dinero de ir al cine, el dinero de tomarse un whisky. Seis meses de ayuda bien pagada por los cubanos de New York, les digo con toda responsabilidad, bastarían para conquistar la libertad de Cuba.
¡Y qué cruel venganza, la venganza de los que allá los lanzaron de la Patria, la venganza contra los que los trajeron a ustedes aquí, a esta tierra, la más cruel de las venganzas! Un pueblo que derrocará a un tirano con el dinero de ir al cine durante seis meses.
Grábeseles en el alma esas palabras, porque es verdad. Fe muy grande tengo en que las comprenderán, en que medirán el valor de las virtudes de ustedes mismos por la constancia, por la fe y por la seriedad y disciplina con que ayuden. Les viene a pedir un cubano modesto y pobre, un cubano que no se divierte, que no lo verá nadie nunca tomar una copa, ni ir a un Night Club, ni gastar un centavo que no sea en lo más indispensable para subsistir, cuando lo gastamos en eso, porque donde quiera que llegamos nos encontramos cubanos generosos que nos dan su casa, que nos dan la comida; no necesitamos nada para nosotros, no lo necesitaremos jamás. El primer manifiesto se hizo, para honra nuestra, con el producto de un sobretodo empeñado; con el producto de un sobretodo empeñado se hizo el primer manifiesto, y ya en Cuba hay 40 mil jóvenes afiliados al Movimiento Revolucionario, comprometidos a una cuota mensual, y se levanta el dinero al paso nuestro por todos los pueblos. Porque necesitamos esos recursos para que no ocurra como ocurrió la otra vez, para que no vayan de nuevo desarmadas las manos que comprarán la libertad con sangre limpia y con dinero limpio (APLAUSOS). No pedimos sangre a los cubanos emigrados, aunque sé que la quieren dar; pedimos unas gotas de sudor todas las semanas, vamos a comprar la libertad con el sudor de la frente, vamos a comprarla con dinero limpio, para que no haya compromisos, para que el triunfo no sea manchado por el interés de aquellos que hayan querido ayudarla desinteresadamente, para que podamos cumplir con este pueblo, para que nos sintamos más obligados. Para eso, cubanos, les pedimos la ayuda.
Como Martí, decimos aquí hoy, y reafirmamos nuestra fe de que en todos los honrados corazones encontraremos magnánima ayuda, que tocaremos de puerta en puerta y pediremos limosna para la Patria de pueblo en pueblo, y nos la darán, porque la pediremos con honor.
Ayuden --como dijo el Apóstol-- a la mártir, a la mártir que demanda ayuda, que espera ayuda, que confía en la ayuda, que quiere redimirse con la ayuda (APLAUSOS). No hoy, sino todos los días; no con el patriotismo de un día, sino con el patriotismo puro de toda la vida; no en un momento de entusiasmo pasajero.
Un encargo les dejamos a todos aquí, al marcharnos una cosa les pedimos a estos cubanos que tan emocionados se han sentido en este día de hoy, a esos cubanos que se pusieron de pie para aplaudir al compañero Márquez, les pedimos que nos guarden algo, que guarden el entusiasmo de hoy, que en la caja de sus corazones guarden…
(Incompleta la grabación)
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