Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la inauguración del II Congreso de Economistas del Tercer Mundo, efectuada en el Palacio de Convenciones, el 26 de abril de 1981
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Distinguidos invitados y miembros de la Asociación de Economistas del Tercer Mundo:
Valoramos altamente la celebración en La Habana del II Congreso de Economistas del Tercer Mundo.
Este Congreso ha reunido a muy destacadas personalidades de la ciencia económica, las ciencias sociales en general y de la dirección económica de casi todos los países de Africa, Asia y América Latina. También se encuentran presentes muchos distinguidos invitados de Europa y Norteamérica. Este formidable conjunto de especialistas tiene la singular oportunidad de discutir, en un ambiente científico y de respeto mutuo, los temas más importantes de la economía internacional.
La idea de agrupar a los economistas y sociólogos de nuestros países fue, sin duda, una brillantísima iniciativa de nuestro inolvidable amigo el presidente Houari Boumediene, tan preocupado siempre por nuestros destinos comunes (APLAUSOS). Al fijar su sede en Argelia, el I Congreso reconoció este relevante mérito y rindió tributo al glorioso pueblo argelino que, bajo la dirección del Frente de Liberación Nacional, dio un ejemplo de lucha por la liberación de su tierra.
El precio que han pagado nuestros pueblos para alcanzar la oportunidad de deliberar sobre nuestras independencias y acerca del derecho al desarrollo es sumamente elevado. ¡Hace treinta años era imposible concebir un Congreso de este carácter! ¡Nadie nos regaló este derecho, nosotros mismos lo hemos conquistado! Nuestras culturas han florecido, nuestros enfoques se han ido enriqueciendo, nuestras respectivas personalidades nacionales se han afianzado. Estamos en disposición de pensar plenamente con nuestras cabezas.
Estados Unidos quiere a veces arrogarse el derecho a determinar quiénes pueden o no participar en eventos internacionales e, incluso, en qué lugares del orbe puede efectuarse o no una negociación específica. Hace apenas unas semanas presionó a oligarquías afines y grupos dependientes para oponerse a que la VI UNCTAD tenga lugar en 1983, en La Habana, tal como había recomendado el Grupo de los 77 y refrendado la VI Cumbre de los Países No alineados. Esta inaceptable presión de carácter tan irracional se corresponde con su persistente oposición a toda propuesta que no implique la subordinación a los egoístas objetivos de sus monopolios. ¡No podemos permitir que Estados Unidos imponga sus humillantes condiciones, y que se erija en árbitro y dictador de lo que tenemos que hacer!
La aceptación de esa política llevaría a la claudicación, a concesiones en cuestiones de principios y a la pérdida de nuestro decoro y el derecho de nuestras naciones.
¡Sin el respeto a la dignidad de los países subdesarrollados no podrán encontrarse salidas honorables y efectivas!
Teniendo en cuenta las experiencias de todos los pueblos que han erradicado el dominio imperialista y la opresión colonialista, estamos en el deber de formular nuestro pensamiento propio y liberarnos de los tutelajes seudocientíficos de los representantes directos o indirectos de los monopolios transnacionales.
En el último decenio surgió la teoría del llamado diálogo Norte-Sur. Según ella, el opulento Norte trata con el misérrimo, empobrecido y atrasado Sur.
Sin mucho trabajo se evidencia que, a través de símbolos geográficos, se encubre el conocido fenómeno de las relaciones entre los países poseedores de las grandes fortunas y aquellos otros desposeídos, que nutren las filas de los infortunados. Es una forma sintética y cortés de olvidarse del pasado, borrar el presente y endulzar el futuro.
Algunos han pretendido extender el concepto de Norte a los países socialistas desarrollados, que nada tuvieron ni tienen que ver con la práctica colonial, neocolonial e imperialista. Para nosotros, por así decirlo, el Norte se identifica totalmente con los países antiguamente colonizadores y, en general, actuales neocolonizadores e imperialistas que todavía conservan una posición de dominio sobre la economía de numerosos estados de Africa, Asia y América Latina, que constituyen, desde luego, el simbólico Sur (APLAUSOS).
Los países socialistas no tienen empresas transnacionales ni poseen minas, yacimientos petrolíferos o fábricas fuera de sus fronteras. No hay país socialista que explote a un obrero o campesino en otro país. La verdad del diálogo Norte-Sur, es que el Norte tiene el poder económico, que se materializa y expresa en su industria todopoderosa, en sus enormes reservas financieras y en el dominio de tecnologías avanzadas; mientras el Sur, en general, tiene el mayor caudal de materias primas, mano de obra barata y está desmesuradamente endeudado con las instituciones financieras del Norte.
La crisis económica del capitalismo ha entrado en una fase endémica. Desde 1973 las cosas han marchado de mal en peor y no se avizora su alivio y, mucho menos, su terminación.
Los países capitalistas desarrollados presentan un cuadro de estancamiento de sus economías, las que, en su conjunto, crecieron en 1980, un magro 1% en relación con 1979, continuando su ciclo descendente.
La inflación, el otro fenómeno acompañante, se comportó en los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, y según sus informaciones, a un ritmo de 13,9% en 1980. En la actualidad, persisten los mismos síntomas. El desempleo, que es a la vez un hecho económico y una enfermedad social, ha tomado caracteres de masividad.
Así, más de un 5% de la fuerza de trabajo disponible de esos países está totalmente ociosa y una parte mayor, no registrada oficialmente, trabaja a medias o por períodos.
Fuera de la fría consideración porcentual estadística, los desocupados suman, tal vez, más de veinte millones en este grupo de países. Solamente en Estados Unidos, más de ocho millones de hombres y mujeres dispuestos a trabajar no encuentran cómo vivir honradamente. Esta situación se refleja aún más negativamente en los jóvenes y, sobre todo, en la población negra y latinoamericana de ese país.
Este panorama desolador ahonda la crisis política y moral en esos países y ocasiona el incremento del crimen y de los problemas sociales.
Si el panorama de los países capitalistas desarrollados lo calificamos de desolador, al abordar los problemas descomunales de los países subdesarrollados, quizás el adjetivo más apropiado sería el de trágico.
Todos los males económicos de las sociedades capitalistas desarrolladas tienen una repercusión sumamente amplificada en la generalidad de los países de Africa, Asia y América Latina. El estancamiento y retroceso de sus economías, la inflación galopante y el desempleo creciente no guardan relación razonable con lo que sucede en la otra parte. La crisis capitalista ha profundizado los rasgos permanentes del subdesarrollo, que tan bien conocemos todos nosotros.
Por contraste, los monopolios transnacionales no cesan de aumentar sus dividendos y lograr acumulaciones financieras impresionantes. Podemos extraer algunas cifras de la literatura oficial internacional, en este caso de la UNCTAD. Por ejemplo, en el período 1970-1978 el flujo total de inversiones directas de estos monopolios en los países subdesarrollados ascendió a 42 200 millones de dólares. En el mismo período, las empresas transnacionales remesaron a sus países de origen, por concepto de utilidades repatriadas, la cantidad de 100 218 millones de dólares. Ello significa que por cada nuevo dólar invertido en los países subdesarrollados, en el período citado, como promedio, se extrajeron aproximadamente 2,4 dólares en forma de ganancia repatriada.
En ese mismo período, las inversiones procedentes de Estados Unidos hacia el Tercer Mundo sumaron 8 701 millones de dólares, siendo repatriadas a sus fuentes, por concepto de utilidades, 39 685 millones de dólares. Esto representa un ingreso a la balanza de pagos de Estados Unidos de 4,5 dólares, como promedio, por cada dólar nuevo invertido en los países subdesarrollados.
Como puede apreciarse, la parte del león de las transnacionales norteamericanas alcanzó casi un 40% de las ganancias monopolistas totales y por poco duplica la efectividad del capital de las empresas similares de otras naciones.
El control ejercido por las transnacionales sobre el comercio de productos básicos es impactante. Ellas comercializan del 50% al 60% del azúcar y los fosfatos; entre el 70% y 75% de las bananas, del arroz, caucho y petróleo crudo; entre el 75% y el 80% del estaño, del 85% al 90% del cacao, té, café, tabaco, trigo, algodón, yute, productos forestales y cobre. En un grado mayor, del 90% al 95%, el mineral de hierro y la bauxita.
Esta comercialización arroja ganancias tremendas, de decenas de miles de millones que son tragados por las arcas de las transnacionales que despojan y descapitalizan aún más a los países subdesarrollados.
La concentración, centralización e internacionalización del capital de las transnacionales, intensificados en los últimos 20 años, han dado lugar a un fortalecimiento extraordinario del capitalismo monopolista de Estado, es decir, a la fusión de esos inmensos monopolios con el aparato de los Estados capitalistas desarrollados. La política de esos Estados en general, y específicamente la política económica, se formulan sobre la base de los intereses de esos monopolios.
Un ejemplo muy destacado es el que se refiere a los precios que fijan estos monopolios para los productos básicos de los países subdesarrollados, y que ahondan el intercambio desigual, razón primera del endeudamiento de esos países. Mediante este injusto comercio se produce un despojo adicional de los países subdesarrollados. Por otra parte, los productos industriales que los países capitalistas desarrollados venden al Tercer Mundo, además de cargar la inflación ya mencionada, traspasan a estos también los costos crecientes de la energía. Esta relación de intercambio es un círculo vicioso del cual no se podrá salir jamás en las circunstancias actuales.
La orientación del crédito es otro de los aspectos en que se manifiesta la acción de las transnacionales, puesto que los gobiernos que las representan y las entidades privadas que se les subordinan, practican la política de obligar a que se utilicen en inversiones complementarias en los países imperialistas y bloquean todo curso de legítimo desarrollo. Los créditos están casi siempre condicionados políticamente en favor de las metrópolis. Esta política conduce a la pérdida de acceso a tecnologías beneficiosas para el desarrollo, o sea, aquellas que los Estados liberados necesitan y plantean que se les facilite.
Por otra parte, los productos industriales de países subdesarrollados son discriminados mediante el establecimiento de cuotas y altos aranceles que impiden su entrada en los mercados desarrollados.
Como si todo esto fuera poco, impera una política calculada y persistente de conquistar a los científicos, técnicos y obreros calificados de los países subdesarrollados. Especialmente esto ocurre con los de mayor nivel científico técnico, y es lo que se conoce ampliamente con el nombre de "robo de cerebros".
La crónica penuria de especialistas y técnicos de los países subdesarrollados se ha exacerbado. Según datos de la ONU, solamente en un año, por ejemplo 1967, Estados Unidos recibió 5 189 científicos, ingenieros, y médicos extranjeros procedentes básicamente de los países subdesarrollados. Ese mismo año, de un total de 100 262 estudiantes extranjeros en Estados Unidos, el 70% pertenecía al mundo subdesarrollado, de los cuales, el 42,6% permaneció en este país al final de sus estudios. La situación más dramática de este "robo de cerebros" se observa en el campo de la medicina.
En ese mismo período, los médicos extranjeros alcanzaban ya los 20 000 en Estados Unidos. La demanda creciente de médicos procedentes del Tercer Mundo, y muy especialmente de América Latina ha llevado a que cerca de un 10% de los graduados de todas las escuelas de medicina del continente, los más capaces como regla, se marchen a ese país.
Esto priva al Tercer Mundo de la posibilidad de dirigir su propio desarrollo y reproducir su fuerza de trabajo calificada.
En ese marco de presiones y despojos, se desenvuelve la acción del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Estas instituciones, dominadas por las metrópolis, manejan inescrupulosamente la crisis monetaria y financiera que aqueja más fuertemente al Tercer Mundo. La acción del Fondo Monetario Internacional ha sido expuesta y condenada incluso por personalidades e instituciones ajenas a ese Tercer Mundo que han visto, en las onerosas condiciones políticas que exige un peligro de rebelión masiva y quiebra total del sistema.
El Fondo Monetario Internacional se erige como un gendarme de las transnacionales y de sus gobiernos para ahondar, aún más, la crisis internacional y el subdesarrollo.
Aunque nadie conoce los datos exactos, la deuda externa de los países subdesarrollados alcanza ya o rebasa la fabulosa y casi increíble cifra de más de 500 000 millones de dólares. Por otra parte, sus industrias, escasas y generalmente de baja productividad, son mayormente productoras de bienes intermedios o de las ramas alimenticia y ligera, y suelen pertenecer al tipo de instalaciones de alta intensidad de trabajo. Los países no productores de petróleo se encuentran en la peor situación, pues carecen de la energía indispensable, gastan buena parte de sus pocos recursos en importarla y en consecuencia no compensan esta sangría con la venta de sus productos.
La deuda pública de los países subdesarrollados creció a una tasa promedio anual de alrededor de un 21%, en el decenio 1970-1980. Solamente por servicios de la deuda nuestros países pagaron 44 200 millones de dólares en 1979.
Como se aprecia, esto es la bancarrota. El insoportable fardo de la deuda y del pago de su servicio disloca la vida de las naciones del Tercer Mundo y las ata, cada vez más, a los dueños del capital financiero. La mayoría de la humanidad está hambrienta y carece de ropas, de techo, de escuelas, de hospitales, de fábricas donde emplear sus brazos, de medios de producción agrícola.
Ciertamente, un pequeño grupo de países subdesarrollados, en virtud de las riquezas petrolíferas de su subsuelo, concentra temporalmente grandes riquezas financieras. Esos recursos han sido utilizados por los países petroleros, en la colaboración con países en vías de desarrollo, en proporciones que empiezan a ser más altas que las que los países desarrollados emplean para ese fin, pero que sin embargo son todavía notoriamente insuficientes. Por otra parte, importantes excedentes financieros derivados del petróleo se invierten en la compra de acciones de compañías transnacionales o se depositan en la banca transnacional, a través de las cuales se refuerza el objetivo neocolonial de aquellas.
La cooperación Sur-Sur es todavía insuficiente. En ella, los excedentes creados por la exportación de petróleo pueden y deben tener un papel más activo e importante.
Uno de los factores principales y al mismo tiempo agravante de esa crisis, es la desbocada carrera armamentista que golpea al mundo entero.
Los gastos para la guerra, según estudiosos del tema, ascenderán este año a más de 500 000 millones de dólares, tomando en cuenta los presupuestos directos de armamentos y los otros gastos que estos ocasionan, cifra que solo es comparable con la deuda externa acumulada de todos los países subdesarrollados juntos.
El uso de una parte sustancial de lo que se derrocha en armamentos, aplicado al desarrollo, surtiría un efecto tremendo en la economía de todos los Estados; reduciría las tensiones y abriría las perspectivas de un entendimiento racional sobre nuevas bases.
Una de las manifestaciones más peligrosas del capitalismo monopolista de Estado es el denominado "complejo militar industrial". La producción bélica es generadora de pingües ganancias para sus promotores. En ella se emplean cientos de miles de los mejores cerebros y millones de técnicos y obreros especializados.
La carrera armamentista es una política suicida cuyo peso, de proseguirse, agudizará incalculablemente la crisis económica internacional. La carrera armamentista desemboca inevitablemente en la guerra, y la guerra, en los términos actuales, es un holocausto.
En las circunstancias descritas no es posible pensar en diálogos igualitarios a partir de una situación tal, a menos que los países subdesarrollados cierren filas y apliquen una política consistente de solidaridad entre ellos.
En los últimos años ha venido perfilándose la necesidad de instaurar un Nuevo Orden Económico Internacional, sobre el cual no hay unanimidad de opiniones acerca de cómo debería ser en todos sus aspectos. No obstante, lo esencial de ese nuevo orden sería poner a nuestros países en condiciones de alcanzar la independencia económica real y crear las condiciones materiales y espirituales para elevar el nivel de vida de la población a la altura de las conquistas contemporáneas de la ciencia y la técnica. Partiendo del rechazo al modelo de las sociedades hipertrofiadas y conocidas como de consumo, que son intrínsecamente superficiales en sus ofertas, derrochadoras y absolutamente inaplicables en el Tercer Mundo, tenemos que llegar a la conclusión de la necesidad de construir nuestras propias sociedades de trabajo y equidad social.
Creo que todos estamos de acuerdo en que, en primer lugar, los recursos naturales de nuestros países deben ser propiedad de la nación y estar al servicio del pueblo.
En segundo lugar, la venta o intercambio de esos recursos y de sus resultados industriales debe realizarse sobre bases justas que impidan el trato e intercambio desigual en el comercio con los países capitalistas desarrollados. Es decir, frenar el actual proceso de deterioro de los términos de intercambio.
En otra ocasión dijimos que no habrá paz sin desarrollo. Esto quiere decir que la lucha por la paz equivale a la lucha por el desarrollo, y no pueden haber paz ni desarrollo sin una era de cooperación en gran escala entre todas las naciones, con la premisa del respeto a la libre determinación de cada pueblo en cuanto a la selección del régimen social en el cual quiera vivir. Un gran mejicano que ganó merecidamente el título de Benemérito de las Américas, Benito Juárez, esculpió una frase lapidaria cuando dijo que "el respeto al derecho ajeno es la paz" (APLAUSOS). Por nuestra parte, confiamos en las leyes de la historia y estamos convencidos de que los pueblos escogerán, más temprano que tarde, una organización social cada vez más democrática y a la postre optarán por un sistema sin explotadores ni explotados.
Si los pueblos de los países subdesarrollados no actúan en la dirección del desarrollo, tampoco habrá desarrollo. El desarrollo no solo es económico sino también social. Puede haber un crecimiento económico, deformado o dependiente, que no sirva a este objetivo ni conduzca a los fines esperados. Una política económica y social acertada debe tener como centro y preocupación al hombre. Si se traza una política que no corresponda a este contenido, no habrá desarrollo y ni siquiera paz.
En muchos de nuestros países la reestructuración de las relaciones en el campo es un paso elemental que hay que tomar. Tanto las arcaicas trabas feudales como el dominio imperialista han mantenido en diferentes lugares la propiedad latifundista de nativos y monopolios extranjeros. La tierra debe ser para quienes la trabajan, sean estos obreros agrícolas agrupados en haciendas propiedad de la nación, cooperativistas campesinos o campesinos individuales que no exploten el trabajo ajeno. En gran parte de nuestros países, donde la mayoría de la población es rural, las reformas o revoluciones agrarias significan incorporar a millones de personas a una vida nueva; producir los alimentos y materias primas requeridas y ensanchar el mercado interno para el progreso de la industria. Tampoco habrá desarrollo económico y social sin la liberación de las masas rurales y la liquidación de las relaciones tradicionales de producción en el campo.
El desarrollo es también industrialización. Pudiéramos preguntarnos ¿qué tipo de industrialización? No hay dudas de que el establecimiento de industrias requiere un lapso prolongado, sobre todo cuando se comienza la diversificación. Cada país tiene y tendrá su política al respecto. Esta depende de las condiciones, tanto económicas como sociales y educacionales.
Al hablar de la industrialización de los países en vías de desarrollo, surge enseguida el llamado "redespliegue industrial". Es una forma inteligentemente elaborada por las grandes transnacionales para promover una apariencia de "industrialización" mientras se intensifican las ataduras neocoloniales de los países en que se emplea, a la vez que refuerzan la llamada "iniciativa privada".
El redespliegue establece un cierto tipo de nueva división internacional del trabajo que convierte al atrasado Sur en un depósito de industrias con bajo nivel tecnológico relativo, abundante mano de obra, así como las de efectos contaminantes que los pueblos de las respectivas metrópolis rechazan. Se explota además, así, la abundancia de mano de obra barata.
Hong Kong, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, etcétera, son ejemplos concretos de esta supuesta y deformante industrialización. No es esa, desde luego, la industrialización a que aspiramos.
Para tener acceso a la producción moderna y dominar las tecnologías avanzadas es imprescindible instruir a los hombres y mujeres que las van a manejar, formarlos para el mayor conocimiento de sus especialidades y dotarlos de una conciencia social, patriótica e internacionalista que permita realizar tanto los proyectos económicos y sociales propios corno contribuir al desarrollo de la parte de la humanidad más urgida y que sufre en peor grado las consecuencias del pasado colonial.
En nuestro caso, la Revolución prestó, desde el primer día de su triunfo, una preferente atención a la formación educacional del pueblo. Uno de los años más difíciles para Cuba fue 1961, período en que se desencadenaron las agresiones más feroces de Estados Unidos y que tuvo su expresión en la oficialización del bloqueo económico, en la organización de las bandas armadas contrarrevolucionarias por parte de la CIA, de los sabotajes y crímenes, de la agresión derrotada en Playa Girón, del cerco diplomático internacional establecido a consecuencia de las presiones y el soborno del gobierno de Estados Unidos. No obstante, fue en ese año que se dio la gran batalla contra el analfabetismo en la cual participaron más de 100 000 adolescentes y jóvenes con el apoyo de todo el pueblo revolucionario. Ese fue el gran punto de partida. Creímos entonces, y creemos hoy, que la educación es el basamento del desarrollo económico y social. ¿Cómo llegar a tener cientos de miles o millones de especialistas, técnicos y obreros calificados? Esto solo sería posible emprendiendo una intensa labor educacional que abarcara a todo el pueblo. La profunda raíz nacional de nuestra Revolución y la fidelidad al ideario de José Martí, nos llevó a plasmar en realidades su apotegma de "ser culto es el único modo de ser libre".
La batalla de la educación es tan necesaria como difícil. No se resuelve en un decenio, ni en una generación. Nosotros mismos, que le hemos dedicado elevados recursos económicos y gran energía, a poco más de 22 años de Revolución estamos enfrascados en llevar a todos nuestros trabajadores aptos, desde sexto grado de escolaridad que ya alcanzaron, hasta el noveno. Esto ya no sucede con la nueva generación nacida después de 1959. Todos nuestros niños, adolescentes y jóvenes han estudiado y estudian. En nuestras universidades e instituciones superiores se forman en la actualidad más de 200 000 alumnos. Si en el pasado quinquenio graduamos más universitarios que en todos los años precedentes de la historia de Cuba, en el presente quinquenio graduaremos más que en todos los años anteriores juntos (APLAUSOS).
Cuidar la salud del pueblo, evitar sus sufrimientos y sanar sus enfermedades es una tarea, principalmente, de orden social y moral; pero también tiene un sentido económico, pues son los hombres y mujeres del pueblo los que crean los valores, y una población trabajadora sana y fuerte es imprescindible para el desarrollo.
Uno de los aspectos más retrasados en las sociedades del Tercer Mundo es el referente a los servicios de salud. Enfermedades endémicas y epidemias azotan a su población. La mortalidad infantil es generalmente pavorosa. A la falta de medidas de higiene y prevención, se une el agravante de la desnutrición permanente que hace a las personas presas fáciles de todos los males. Faltan hospitales, policlínicos o simples puestos de atención médica. Las medicinas escasean o son muy caras y no están al alcance de los necesitados. No existe, en una palabra, la infraestructura de higiene y salud.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, más de 1 000 millones de personas, el 25% de la población del planeta, viven en condiciones de miseria, hacinamiento y peligro contra sus vidas. De los 122 millones de niños nacidos cada año, el 10% morirá antes de cumplir un año; otro 4% morirá antes de llegar a cinco años. Mientras el riesgo de muerte antes de alcanzar la adolescencia es 1 de cada 40 en los países desarrollados, este riesgo es 1 de cada 4 para los países africanos e incluso 1 de cada 2 en algunas áreas del Tercer Mundo. Cada año mueren en el mundo más de 18 millones de niños menores de cinco años, el 95% de ellos de los países subdesarrollados.
Indiscutiblemente, lo más difícil de solucionar es la provisión de médicos, enfermeras y otros técnicos de salud, sin los cuales, ni aun existiendo físicamente las instalaciones, esta situación puede tener remedio. Formar médicos es un largo camino que comienza en la escuela primaria y se extiende a no menos de 18 años. Un especialista añade unos cuantos años más a su preparación.
Pero si es costoso y lleva tiempo graduar médicos y el otro personal de la salud, más complicado es, en ciertas sociedades, hacer que estos residan y trabajen en las zonas que más los requieren, invariablemente en los lugares apartados de los centros urbanos o áreas remotas e inhóspitas. Además, en muchos hospitales, centros docentes e instituciones investigativas del mundo capitalista desarrollado podemos encontrar a miles de médicos y otros científicos sustraídos a sus pueblos subdesarrollados. A nosotros nos sucedió eso al comienzo del triunfo revolucionario. Más de 3 000 médicos emigraron a Estados Unidos estimulados por la acción criminal del gobierno de ese país. Solo nos dejaron 3 000. Ese éxodo nos enseñó mucho. Con los médicos conscientes, patriotas y humanitarios que nos quedaron, iniciamos la formación de nuevos médicos revolucionarios e internacionalistas. Hoy tenemos más de 15 000 y en 1985 serán 24 000 (APLAUSOS). Esto significará un médico por cada 435 habitantes. Miles de nuestros médicos, odontólogos, enfermeras y personal de salud realizan sus deberes en numerosos países del Tercer Mundo y se les puede encontrar en los parajes más recónditos, agrestes o insalubres (APLAUSOS).
Si el poder decisivo en el Estado y en la sociedad no está en manos de las grandes mayorías trabajadoras, ninguno de estos prerrequisitos del desarrollo será realidad. Una política económico-social como la que se requiere solo puede ser el resultado de una dirección política que exprese los intereses más genuinos de los trabajadores. Creer que los instrumentos políticos locales de las oligarquías, transnacionales y de las minorías feudalizantes y explotadoras van a dar esos pasos transformadores, es ilusorio. La democratización de la sociedad es, por tanto, el requisito básico de todos los cambios, expresión de la voluntad de desarrollo. El poder político tiene que pasar, de unas pocas manos a las mayorías creadoras. Huelga decir que ello implica terminar con la discriminación de la mujer y abolir la intolerable discriminación racial (APLAUSOS).
Estados Unidos, lugar donde más de 26 millones de negros son totalmente discriminados y más de 14 millones de latinoamericanos son tratados del mismo o parecido modo, es un destacado ejemplo de esta nefasta práctica social.
Los pueblos de Asia, Africa y América Latina conocen bien las formas muy diversas de la discriminación racial que les dejó el colonialismo y todavía subsisten. El caso más escandaloso y flagrante, corno se sabe, es el de Sudáfrica, que también mantiene sus garras sobre Namibia.
Durante decenios y en los últimos meses mucho más, hemos escuchado a los voceros de la reacción internacional la teoría del fomento de las revoluciones mediante astutas maniobras de agentes internacionales. Estos agentes tan hábiles, según esos voceros, han logrado el milagro de levantar a millones de personas y convencer a pueblos enteros para que se rebelen contra la opresión, contra la negación de sus más elementales aspiraciones nacionales y sociales, contra el hambre, el desempleo, la miseria, la enfermedad, la ignorancia. Estas afirmaciones tan ridículas son repetidas hasta el cansancio.
¿Quiénes de ustedes, economistas y sociólogos del Tercer Mundo, conocedores de sus países y sus regiones, pudieran admitir la fábula imperialista sobre las causas que generan las guerras de liberación nacional y las revoluciones, si no son el fruto de la justa respuesta de los pueblos a la violación permanente de los derechos más esenciales y sagrados de las sociedades humanas? (APLAUSOS)
Si queremos tener una imagen gráfica de las duras realidades de los países del llamado Tercer Mundo baste señalar lo siguiente: la población mundial asciende ya a 4 400 millones de habitantes, de ellos el 75% pertenece a los países subdesarrollados. Sin embargo, los países desarrollados, es decir el 25% de la población mundial, disponen del 83% del producto nacional bruto del mundo; consumen el 75% de la energía y el 70% de los cereales; poseen el 92% de la industria mundial y el 95% de los recursos tecnológicos; emplean el 89% de los gastos mundiales de educación.
El consumo per cápita de proteínas de origen animal, es seis veces mayor en los países desarrollados que en los países subdesarrollados. En estos últimos, de 400 a 500 millones de seres humanos están sufriendo hoy día hambre física. Téngase en cuenta que dentro de 20 años, es decir a fines de siglo, el número de habitantes del planeta rebasará la cifra de 6 500 millones, que los actuales países subdesarrollados contarán con el 80% de la población mundial, y que las diferencias lejos de reducirse siguen ampliándose.
Estas son las secuelas de siglos de explotación colonialista, imperialista y neocolonialista.
En octubre de 1979, en ocasión de hacer uso de la palabra ante el XXXIV Período de la Asamblea General de Naciones Unidas para informar de los acuerdos de la VI Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, hicimos una proposición con el fin de que la misma se incluyera en la estrategia del decenio que comenzó en 1980. Así, planteamos la necesidad imperiosa de un flujo adicional de recursos por no menos de 300 000 millones de dólares, a los valores reales de 1977, distribuidos, ya desde los primeros años, en cantidades anuales que no debían ser menores a los 25 000 millones, para invertirse en los países subdesarrollados. Esta ayuda debería ser en forma de donaciones y créditos blandos a largo plazo y mínimo interés. Es posible que esa cantidad equivalga hoy a unos 400 000 millones de dólares. En 1979 lo que se pidió coincidía con los gastos de guerra, ahora ya estos los superan en unos 100 000 millones.
En aquella asamblea dijimos y hoy reiteramos:
"El intercambio desigual, arruina a nuestros pueblos. ¡Y debe cesar!
"La inflación que se nos exporta, arruina a nuestros pueblos. ¡Y debe cesar!
"El proteccionismo, arruina a nuestros pueblos. ¡Y debe cesar!
"El desequilibrio que existe en cuanto a la explotación de los recursos marinos, es abusivo. ¡Y debe ser abolido!
"Los recursos financieros que reciben los países en desarrollo, son insuficientes. ¡Y deben ser aumentados!
"Los gastos en armamentos, son irracionales. ¡Deben cesar y sus fondos empleados en financiar el desarrollo!
"El sistema monetario internacional que hoy predomina, está en bancarrota. ¡Y debe ser sustituido!
"Las deudas de los países de menor desarrollo relativo y en situación desventajosa, son insoportables y no tienen solución. ¡Deben ser canceladas!
"El endeudamiento abruma económicamente al resto de los países en desarrollo. ¡Y debe ser aliviado!
"El abismo económico entre los países desarrollados y los países que quieren desarrollarse, en vez de disminuir se agranda. ¡Y debe desaparecer!
"Tales son las demandas de los países subdesarrollados" (APLAUSOS).
Sin embargo, ni en el diálogo Norte-Sur ni en otros foros se ha arribado a decisiones constructivas, y ya vamos transitando por el segundo año del decenio.
Por supuesto, todos estos problemas se han complicado y no se vislumbra un enfoque realista de esta alucinante situación. Es más, las relaciones políticas y económicas internacionales han experimentado un serio deterioro. Asoma un ambiente de guerra fría, la distensión se esfuma; y las amenazas de Estados Unidos contra los países que no se le someten, pronostican un posterior agravamiento de las tensiones y peligros de guerra.
El período que comprende los dos próximos decenios ha sido considerado por muchos como una etapa de vital significación para los destinos de la humanidad. Sin dramatizar ni ser partícipes de concepciones catastróficas, podemos concluir, a la vista de hechos y datos, que de seguirse el rumbo actual, el futuro es incierto y está preñado de catástrofes. Estas serán infinitamente más severas para los pobres de la Tierra, pero no se salvarán de sus terribles consecuencias los países del rico Norte.
El mundo actual ha adquirido una fisonomía distinta. El vínculo nacional-internacional se ha hecho indisoluble. No hay país exento de esta relación y ningún asunto, en esta esfera, puede examinarse con ópticas simplemente nacionales. La economía se ha internacionalizado y prosigue con rapidez ese derrotero. En el futuro inmediato y para siempre, no habrá soluciones si no se parte de esta premisa. Esta es la verdad, progresivamente aceptada por cuantos tienen que ver con las problemáticas socio-económicas y políticas.
Nuestra era es de lucha democrática dentro de una cooperación universal entre las naciones. No hay otra alternativa valedera y racional. La política opuesta a ella significa la guerra mundial, con su secuela previsible de aniquilamiento de miles de millones de habitantes del globo terráqueo y la destrucción de la mayor parte de los centros de civilización y de las fuerzas productivas modernas. Los escritores de ciencia-ficción pudieran imaginar cómo viviría la humanidad después de esos acontecimientos. Es por eso que creemos que las soluciones a los males presentes que aquejan al Tercer Mundo no pueden ser de naturaleza parcial. Hay que tomar las medidas pertinentes de manera integral. Los problemas no son aisladamente monetario financiero, comerciales, energéticos, de transformaciones socioeconómicas y políticas, poblacionales o ecológicos y ambientales, etcétera. Todos ellos constituyen un conjunto que debe considerarse integralmente. Asimismo, esta totalidad tiene que verse en el marco de las relaciones económicas y políticas con el resto del mundo.
Este es el dilema de nuestros días, el cual todos debemos contribuir a resolver. Aclarar conceptos, debatir ideas y formular tesis y teorías acertadas es una manera muy valiosa de abrir los caminos del progreso.
Como hemos dicho otras veces, el reconocimiento de las dificultades a que nos enfrentamos no debilitará jamás nuestro arraigado y profundo optimismo. Los problemas podrán ser enormes, pero mayor aún es nuestra decisión de buscarles y hallarles solución. Si todos nos unimos, si todos somos capaces de promover el urgente esfuerzo de colaboración internacional a que aspiramos, estamos seguros de que lograremos vencer cualquier obstáculo y salir adelante.
Este evento tiene características de universalidad. La Asamblea General de la UNESCO, efectuada en Belgrado, en noviembre del pasado año, acordó prestarle todo su concurso.
Más recientemente, en febrero de este año, la Conferencia de Ministros de Relaciones Exteriores del Movimiento de Países No Alineados, reunida en Nueva Delhi, India, le otorgó unánimemente su saludo y apoyo.
Esta confianza depositada en ustedes es un estímulo que obliga a la reflexión, el estudio y la acción. Creemos firmemente que la Asociación de Economistas del Tercer Mundo saldrá fortalecida y sólidamente inspirada en las ideas que le dieron nacimiento.
El futuro plantea a nuestros países, a la humanidad toda, un reto difícil, pero apasionante. Frente a ese desafío el papel del economista se crece extraordinariamente. Pudiéramos decir que nunca antes los economistas estuvieron en condiciones de influir tanto y tan positivamente sobre el curso de los acontecimientos mundiales. Ustedes, distinguidos participantes de este Congreso, representan precisamente una parte notable del talento, la experiencia y los destacados valores que han logrado desarrollar los pueblos de Asia, Africa, América Latina y el Caribe. No tenemos duda de que esa sabiduría hallará un cauce ancho y fecundo en esta reunión. No tenemos duda de que este Congreso constituirá una nueva demostración de la esencial unidad y cohesión de nuestros países en torno a muchos problemas vitales. No tenemos duda de que con sus debates ganará no solo la ciencia económica; ganará también la justa causa de la independencia, el desarrollo y la colaboración entre los pueblos.
Les deseamos los mayores éxitos en su Congreso, queridos y respetados amigos; que las discusiones y los acuerdos ayuden a iluminar el camino que debemos seguir juntos; que el progreso y la paz sean el fruto del talento, el corazón y la noble voluntad del hombre.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)