Discursos e Intervenciones

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto de graduación del Primer Contingente del Destacamento Pedagógico "Manuel Ascunce Domenech", en el teatro "Lazaro Peña", el 20 de julio de 1977

Fecha: 

20/07/1977

Compañeros de la dirección del Partido, del Gobierno, de la Juventud y de las organizaciones de masas;

Queridos compañeros del primer contingente del Destacamento "Manuel Ascunce Domenech";

Estudiantes;

Familiares:

Hace cinco años, al clausurarse el II Congreso de la Juventud, en este mismo teatro, desde esta misma tribuna, hicimos aquella apelación a nuestros jóvenes estudiantes, para resolver uno de los más agudos y aparentemente insolubles problemas que se nos presentaban en el desarrollo de nuestra educación. Y hoy, demostrando una vez más que el tiempo pasa rápido y que todo noble esfuerzo tiene siempre frutos, asistimos todos con placer y emoción a esta primera graduación de los miembros del destacamento.

Para comprender el significado estimulante que tiene esta graduación, es necesario recordar los enormes obstáculos que ha sido necesario vencer en estos años para llegar a la alentadora situación actual de nuestra educación.

Creemos que nadie puede discutir, en realidad, que no hay país en América Latina —y podríamos incluir al resto de este hemisferio— que haya logrado éxitos tan altos en la educación como nuestro país, sin que esto —desde luego— nos lleve a pensar que todo marcha maravillosamente, que no tenemos ninguna deficiencia, o cosas por el estilo. Pero podríamos decir que los éxitos alcanzados hasta ahora dan la medida de los que alcanzaremos en el futuro.

¿De dónde partimos? ¿De qué partimos? De un país con un 30% de analfabetos y un 95% entre analfabetos y semianalfabetos. Algunos sabían leer un poco, y no tenían necesidad de usar la huella dactilar para firmar; pero tenían un 1er grado, un 2do grado. Un por ciento muy alto de niños —en el campo sobre todo, y también en las ciudades— carecían de escuelas y maestros. No recuerdo exactamente, pero creo que serían alrededor de 600 000, no creo que llegaban a 700 000 los alumnos de las escuelas primarias. Si eso era así, prácticamente la mitad de los niños en esa edad dejaba de asistir a la escuela. Y cosa curiosa: había 10 000 maestros sin trabajo. Y lo difícil sobre todo era conseguir un maestro para enviar al campo, sobre todo para enviar a las montañas. En la capital había muchos maestros sin empleo, pero no era fácil disponer de un maestro en las zonas rurales.

También vinieron las luchas sociales intensas vividas en estos años, lo que trajo como consecuencia que una parte de aquellos maestros sin trabajo y algunos maestros con trabajo decidieran abandonar el país. Pero de todas formas, con el triunfo de la Revolución desapareció esa categoría de maestro sin empleo. Inmediatamente se abrieron miles de aulas en todas partes del país.

Ya desde el primer instante se empezó la lucha para combatir el analfabetismo. Se realizó aquella histórica campaña, que se resolvió también fundamentalmente con los estudiantes. Y en un año se logró erradicar casi la totalidad del analfabetismo.

Después vinieron los programas de seguimiento, los planes de educación de adultos; a tal extremo, que ya hoy día nuestra Central de Trabajadores lucha para lograr que en el año 1980 todos los trabajadores del país hayan aprobado el 6to grado.

Este enorme esfuerzo, lógicamente, tenía que comenzar por la lucha contra el analfabetismo y por el desarrollo de la enseñanza primaria. El número de los que llegaban a 6to grado eran muy pocos; también, por consiguiente, los que ingresaban en la secundaria, en el preuniversitario. No hablo de escuelas tecnológicas o politécnicas, porque prácticamente no existían en el país. Creo que el total de alumnos de nivel medio eran 70 000, y el de alumnos universitarios, alrededor de 15 000, con una estructura de matrícula muy desproporcionada y sin ninguna relación con las necesidades del país.

Este esfuerzo que desde los primeros instantes realizó la Revolución, exigió, por tanto, un número creciente de maestros, sobre todo, primero, en la enseñanza primaria, tanto para los niños como para los adultos. No había maestros sencillamente, no eran suficientes. Fue necesario acudir también a las masas, a las organizaciones de trabajadores, a los Comités de Defensa, a la Federación de Mujeres, a la ANAP, para reclutar ciudadanos con determinado nivel de escolaridad para enseñar en aquellas escuelitas después de un curso emergente de preparación como maestros.

La matrícula crecía por año, y en un momento dado teníamos alrededor de 2 millones en la enseñanza primaria, de unos 700 000 que había antes del triunfo de la Revolución. Porque en esa cifra no influía solo el crecimiento de la población, no influía solo el hecho de que de repente aparecieran las escuelas y los maestros por todo el país, sino también el atraso escolar que venía de atrás; muchachos de 14, 15 y 16 años estaban en tercero, cuarto o quinto grados. Entonces se juntaban no seis edades —podemos decir— de muchachos; se juntaban siete, ocho, diez, con motivo del atraso escolar.

El número de maestros necesarios para adultos y niños creció extraordinariamente, y la solución pudo solo ser esta: la de los cursos emergentes y los maestros no titulados.

Así las cosas en el año 1969, curso 1969-1970, aproximadamente el 70% de los maestros de enseñanza primaria eran no titulados.

A esto se sumó el hecho de que las primeras soluciones que tratamos de darle al problema de la formación de maestros no eran las más adecuadas. Preocupados profundamente por aquel fenómeno de que no se podía disponer de maestros para las áreas rurales, sobre todo para las áreas más apartadas, se ideó inicialmente el plan de enseñar precisamente a esos maestros en las áreas más apartadas. Pero las condiciones materiales y las circunstancias no propiciaban de esa forma la formación de maestros en un número tan alto como el que se necesitaba. De ahí que en un momento dado se cambió la concepción, y se adoptó la decisión de construir escuelas de maestros primarios en todas las regiones del país.

No hace de esto muchos años; sin embargo, ya hoy día puede decirse que no existe ninguna de las 14 provincias sin su escuela de maestros primarios, con instalaciones realmente modernas en casi todas, y en breve tiempo las que faltan estarán construidas. Y tenemos una capacidad actual para 35 000 alumnos en las escuelas formadoras de maestros primarios, y ese es el número de alumnos que tenemos en esos centros de formación: 35 000.

Pero unos problemas, cuando se resuelven, traen otros. Y la solución del problema de la enseñanza primaria nos trajo la necesidad abrumadora de resolver la cuestión de la enseñanza media, porque cuando efectivamente se levantó la promoción, los graduados de 6to grado comenzaron a aumentar como la espuma. ¿Y qué íbamos a hacer con los graduados de 6to grado? El país tenía que enfrentarse a la solución de ese problema. ¿En qué escuela iban a estudiar? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Quiénes les iban a impartir clases? Porque si no teníamos maestros para primaria, menos teníamos profesores para el nivel secundario y preuniversitario. También por aquellos años se graduaban muy pocos de bachiller, y los que ingresaban en las universidades a estudiar pedagogía eran unos poquiticos. ¿Cómo habría de resolverse aquel problema?

Por esos años surgió la concepción de las escuelas de estudio y trabajo, las secundarias básicas en el campo. Eso hacía todavía más difícil el problema, porque hacían falta no solo profesores para secundaria, sino para secundarias en el campo. No íbamos a dejar a esos jóvenes con el 6to grado. Sexto grado era algo en el pasado, y hoy no es nada. Pienso que en un futuro no lejano, quien tenga solo un 6to grado podrá considerarse una especie de analfabeto relativo. ¿Qué serán seis grados para los conocimientos de una sociedad que avanza dinámicamente, que progresa por día, que cambia, en un mundo que cambia también por día? ¿Qué serán seis grados para enfrentar esas realidades?

A la vez habíamos llegado ya a una situación en que el estudio se universalizaba. Y para universalizar el estudio en un país subdesarrollado y no petrolero —digamos—, desde el punto de vista económico era necesario universalizar el trabajo. Pero aunque fuésemos petroleros, habría sido altamente conveniente universalizar el trabajo, altamente formativo en todos los sentidos, y altamente revolucionario. Que por algo estas ideas fueron planteadas hace mucho tiempo por Marx y por Martí.

La tarea de llevar a la práctica este programa exigió un esfuerzo extraordinario en las construcciones. ¡Bien! Y se estaba demostrando que podíamos construir muchas escuelas.

Por aquellos tiempos a algunos les parecían demasiadas escuelas. Nosotros estábamos convencidos de que eran pocas escuelas. Y, a pesar de que el programa consistía en la construcción de cientos de escuelas de ese nivel.

Pero, efectivamente, llegó un momento en que 150 escuelas por año, que podían dar una capacidad de 70 000 a 80 000 alumnos, eran insuficientes para atender un crecimiento de más de 100 000 alumnos en el nivel medio por año. Y no queríamos renunciar al principio de que cada niño que llegara a 6to grado, viviera donde viviera: en Baracoa, en el Segundo Frente, en la Sierra Maestra, en el Valle de Caujerí, donde fuera, tuviese oportunidad de continuar sus estudios.

Y como no alcanzaban las nuevas y —pudiéramos llamar incluso— flamantes escuelas que construíamos con una bella arquitectura, absolutamente funcionales, con todos sus equipos y sus laboratorios, fue necesario acudir a otro recurso: a escuelas de madera, con módulos de esos que se usaban para albergar a los macheteros en la zafra. Y así surgieron también las escuelas de madera junto a las escuelas de hormigón.

Pero tampoco alcanzaban. Y entonces fue necesario acudir a la búsqueda de cualquier local: una casa en un lugar, una oficina en otro. En donde estuviera: en los pequeños pueblos, en las ciudades, en todas partes, para poner escuelas secundarias.

No bastaban ni las ciento y tantas escuelas que construían las brigadas, ni los módulos de madera alcanzaban. Y en un año se hicieron cerca de ¡cien módulos de madera! Fue necesario buscar otras instalaciones. Y se buscaron. Y se adaptaron. Y había que buscar material escolar, y asientos, de todo: todo lo que necesita una escuela.

Después no terminaron las dificultades. Pues no eran ya 110 000, ni 120 000, eran como 150 000 los que ingresaban en el nivel medio. ¡No alcanzaba nada! Hubo que inventar otra vez.

Nos gustaban mucho las escuelas en el campo. No hay duda, son magníficas escuelas. Lo ha demostrado la vida, lo ha demostrado la práctica. Y además, tienen un fin no solo docente; tienen también un fin, un papel productivo. En Isla de Pinos, por ejemplo, hay plantadas ya 24 000 hectáreas de cítricos. No se podía ni soñar en tener esas 24 000 hectáreas de cítricos en Isla de Pinos y atenderlas, sin las 40 escuelas secundarias y preuniversitarios que tienen ya en Isla de Pinos. Lo mismo ocurre en Guane, y ocurre en Jagüey, y en Sola, y en muchos lugares donde tenemos estos planes de cítricos, u otros planes.

Pero los materiales de construcción no nos alcanzaban para construir más escuelas de ese tipo, un número mayor. Los equipos no nos alcanzaban. La moneda convertible para algunos materiales que hay que comprar, no nos alcanzaba. Y había que enfrentar esa masa de graduados de 6to grado siempre creciente. Y aun reduciendo un año en el nivel medio, como se reduce el nivel medio con el sistema de perfeccionamiento, tampoco alcanzaban las escuelas.

Y tuvimos que tomar la decisión de reducir el número de esas escuelas en el campo, de las que se construían cada año. Y algo que no queríamos, que tratábamos de evitar: construir escuelas secundarias también en las ciudades.

No crean que hemos renunciado a la idea de que algún día todos los alumnos de secundaria estudien en secundarias en el campo. ¡Entiéndase bien que esto es una renuncia provisional! (RISAS)

Dijimos: Bueno, claro, la mayor parte de las familias prefiere la escuela en el campo. Estoy convencido de eso. Se sienten más tranquilas. Y constituye una forma de ayuda a la familia también, puesto que en la escuela en el campo se recibe la ropa, la alimentación, en fin, disminuye los gastos familiares. Y sobre todo se dedican más al estudio los alumnos, están mejor organizados, son más disciplinados. Y trabajan. El muchacho en la ciudad, desgraciadamente, va a una sesión por la mañana y no hay quien lo controle después el resto del día, o viceversa.

Por lo tanto, siguen construyéndose escuelas en el campo, secundarias, preuniversitarios, politécnicos al lado de las industrias, etcétera. Pero también ahora estamos construyendo escuelas secundarias en las ciudades. Porque una escuela en la ciudad, al no tener que hacer los dormitorios y otras instalaciones con lo que se creaba capacidad para 600 en el campo, se creaba capacidad para 3 000 alumnos en la ciudad, con esto de un turno por la mañana y otro turno por la tarde. Aunque sabemos que la calidad de esa enseñanza no puede compararse con la otra. Por eso no podemos renunciar a la idea de que un día en esa etapa, en esa edad, estén en las escuelas secundarias en el campo.

Llegará el día en que el crecimiento por año no sea como hasta ahora. Ahora es una explosión, pero es una explosión atómica (RISAS). A tal extremo, que ya en este curso teníamos 717 000 en el nivel medio y el próximo curso tendremos 840 000.

Si bien no con la calidad ideal, había que dar respuesta al problema. No se dejaron de construir —repito— escuelas en el campo y similares, pero se dedicó una parte de esos recursos a construir escuelas secundarias en las ciudades.

Ustedes saben además que para el alumno que vive en las zonas rurales, entre otras cosas, no hay otra solución que esa escuela en el campo, porque ellos viven aislados; es imposible establecer una secundaria al lado de cada bohío, tendrían que caminar decenas de kilómetros. Por eso se han ido reservando fundamentalmente las escuelas secundarias en esta fase a los que, por vivir en el campo sobre todo, no tienen otra oportunidad de estudiar, y además se conviertan muchas en preuniversitarios en el campo; puesto que si por ahora no podemos tener a todos los alumnos de secundaria procedentes de las ciudades en escuelas de ese tipo, vamos a tratar de tener a 90 000, ó 100 000, ó 110 000, ó 120 000 —estas cifras se discuten todos los días— estudiantes de preuniversitarios en el campo, tener la mayoría de ellos en el campo, y cumplir el principio del estudio y del trabajo con ellos, por aquel criterio de la importancia del estudio y del trabajo, cuando todo el mundo estudia, y a fin de evitar desarrollar una sociedad de intelectuales. No es que no queramos una sociedad de intelectuales; queremos una sociedad de intelectuales, pero a la vez una sociedad de trabajadores: hombres y mujeres que sepan trabajar con la mente y con los brazos.

Porque el socialismo es la primera oportunidad, realmente, de que todo el mundo estudie, y de que todo el mundo estudie sin límites. No crean que queremos ponerle límites al estudio, no lo crean por el hecho de que hay un límite al ingreso en las universidades, el límite realmente no lo ponemos nosotros, el límite lo pone la cantidad de instalaciones que tenemos y de profesores universitarios con que contamos. Porque esta ola nos fue agarrando en sucesivas etapas: primero fue la ola de la primaria, después la ola de la secundaria, o la explosión —como lo quieran llamar ustedes—, y después vino también la explosión universitaria. Ciento cinco mil estudiantes universitarios teníamos ya este curso; 150 000 vamos a tener para el año 1980; y, sin embargo, esta cifra no da respuesta todavía a todos los jóvenes o trabajadores que aspiran a realizar estudios universitarios.

Sobre estas cosas hemos hablado en anteriores ocasiones: que nosotros anhelamos que también la enseñanza universitaria se universalice. ¿Qué quiere decir esto? Ofrecerle a cada ciudadano la oportunidad de realizar estudios universitarios, si bien no a todos mediante un sistema de enseñanza regular —porque cualquiera comprende que sería en la práctica imposible tener una universidad, digamos, de un millón de estudiantes universitarios en cursos regulares—, sí la posibilidad de estudiar por otras vías, como pueden ser los estudios dirigidos, que han demostrado en la práctica sus posibilidades. De modo que cada ciudadano de nuestro país tuviera la oportunidad real de realizar estudios universitarios.

Los problemas del mundo de hoy enseñan ciertas cosas. Todas esas metas y objetivos de las sociedades capitalistas desarrolladas no pueden ser nuestros objetivos. Ellos se lanzaron por un camino de búsqueda de lo suntuario en todos los terrenos, la idea de cada familia con un automóvil, o cada ciudadano con un automóvil. Ya la realidad está demostrando las consecuencias incalculables de todo eso.

En primer lugar, no puede resultar modelo de ninguna clase para el resto del mundo, para los países de Asia, de Africa, de América Latina. Imagínense ustedes que cada ciudadano de la India tuviera un automóvil, y que cada ciudadano de China tuviera un automóvil, y que cada ciudadano de Africa luchara por tener un automóvil. Está visto que si el petróleo dicen que dura unos pocos años, unas decenas de años, yo quiero saber cuánto duraría el petróleo en el mundo si los miles de millones de habitantes de este planeta se dedican a pensar en esos sueños, en esos modelos de desarrollo. No, los países del llamado Tercer Mundo —de Asia, de Africa, de América Latina— no pueden gastar la gasolina en automóviles, porque sencillamente la tienen que invertir en producir nitrógeno, o fertilizantes para producir alimentos, materiales para producir ropa o para producir calzados, y materiales de todo tipo, e infinidad de productos que son esenciales, indispensables para la vida.

Si nosotros fuéramos a convertirnos en una sociedad de automóviles en el futuro, no habría ni una tonelada de fertilizante con que cultivar la caña, producir alimentos; porque esos fertilizantes salen precisamente de la nafta. La industria requiere fuel oil, el transporte requiere otros combustibles más ligeros, pero la gasolina es la materia prima —digamos, en el caso nuestro— para los productos mencionados antes, y cuando hagamos nuevas refinerías, la gasolina que salga de esas refinerías tiene que ser para producir fertilizantes y para la petroquímica que necesitamos; porque hasta el jabón, materias primas esenciales para la producción de jabón salen de esos productos de la petroquímica.

Nuestros pueblos no pueden dejarse llevar por esos cantos de sirenas y por esas locuras de esas sociedades que hoy día no saben cuál va a ser su futuro, no lo saben, y siguen produciendo automóviles; porque, si no los producen, entonces tienen desempleo; y si tienen desempleo, tienen crisis, y así. Es un círculo vicioso.

Bien, pensamos que nuestras sociedades al lado del desarrollo material, de la mejora constante en todo lo posible de la vivienda, la salud, la educación, la alimentación, la recreación, la ropa, el calzado; es decir, al lado de la mejora constante de los bienes materiales indispensables, tiene la posibilidad de un enriquecimiento extraordinario del hombre en el terreno cultural y espiritual. Porque no se posee un título universitario solo porque el título nos da una capacidad para trabajar en algo, sino la inmensa satisfacción personal que proporcionan los conocimientos y el certificado de esos conocimientos.

Claro está que uno no saca un título universitario para exhibirlo; pero el título significa que ha puesto a pruebas sistemáticas sus conocimientos, y que se ha hecho acreedor de ese título. No es un título nobiliario —desde luego— el título universitario; pero es una medida de los conocimientos de las personas, del desarrollo cultural y educacional, técnico, profesional y científico de un ser humano. Por supuesto que si en la sociedad futura cubana cientos de miles, o millones de personas tuvieran un título universitario, eso no significa —lo hemos dicho otras veces— que se le pueda dar a cada uno un trabajo de acuerdo con ese título.

Pero si alguien maneja un tractor y quiere ser ingeniero, porque quiere ser ingeniero, y realizar todos los estudios pertinentes y obtener su título aunque siga con su tractor, que lo tenga. Desde luego, estoy convencido de una cosa, de que un ingeniero le saca mucha más productividad al tractor y lo maneja y conserva mucho mejor.

Hablo de esto, porque nosotros pensamos que no se debe limitar el anhelo de nadie a realizar sistemáticamente estudios superiores. Por eso decimos que hoy lo que nos limita es el número de instalaciones y el número de profesores; pero creo que nuestra sociedad podrá dar de sí lo suficiente para seguir ampliando esas capacidades en las universidades y el número de profesores universitarios, de modo que, aparte de los estudios regulares, todos los que quieran realizar estudios dirigidos, puedan hacerlo.

Y uno sabe la satisfacción que comporta el estudio, porque muchos de los compañeros dirigentes del Gobierno, ministros y miembros del Comité Central y del Buró Político, están estudiando, están realizando estudios superiores. No lo hacen por un fin económico; lo hacen para adquirir más conocimientos, para ser más eficientes en su trabajo, en la comprensión de los problemas. Y sé cuán felices se sienten esos compañeros —de distintas edades— cuando hacen un examen y lo hacen bien, y cuando obtienen una buena calificación.

De modo que en el estudio hay mucho de satisfacción personal, que tiene una importancia muy grande para el ser humano. Y nosotros podríamos decir: el socialismo no le ofrece y no le va a ofrecer a cada ciudadano la oportunidad de tener un automóvil; pero le ofrecerá la honrosísima oportunidad de realizar estudios superiores para su mayor preparación, para una mayor eficiencia en su trabajo —de cualquier tipo que sea— y, sobre todo, para su más íntima satisfacción personal.

Hay otro factor que impulsa el estudio, y es que todo el mundo está estudiando, es que las nuevas generaciones vienen con una nueva cultura; y el hombre tiene cierto espíritu de emulación, y nadie va a querer quedarse con su 6to grado —aparte de que con el 6to grado no va a entender el 80% de las cosas que lea—, ni va a conformarse con su secundaria básica ni con su preuniversitario; eso es seguro, y eso se palpa. Y la vida misma, la sociedad misma en su desarrollo, exigirá de cada ciudadano el máximo de conocimientos.

Por eso, lucharemos para que esa oportunidad, de una forma o de otra, pueda existir para todos los ciudadanos del país. Y —repito— ello no implica que a cada título corresponda un trabajo. Es imposible.

Ya hoy día en los estudios regulares se tiene en cuenta el expediente. Llegará un día, cuando los médicos sobren y los ingenieros sobren y los economistas sobren... Y no sé cuándo van a sobrar (RISAS). Porque, en realidad, no podemos pensar solo en nosotros. ¿Quién forma a los médicos para el Africa? ¿Quién los está formando? ¡Pues nosotros! También ingenieros y técnicos. ¡Hay un mundo enorme, hay un mundo enorme!

Y pongo por ejemplo a Etiopía: 35 millones de habitantes, 125 médicos. Para tener el nivel que tenemos nosotros, necesitan 40 000. Ah, y la situación sanitaria en que dejó el imperialismo a ese país: 150 000 leprosos, 450 000 tuberculosos, 7 millones de palúdicos y 14 millones de personas con distintos grados de infección en la vista. Díganme si necesitan o no necesitan médicos; agricultores, ingenieros, agrónomos, veterinarios, todo. Díganme si los necesitan o no. Y esa es la situación de una gran parte del mundo.

Claro que para ir un médico a cualquier país de Africa hace falta ser, ante todo, un revolucionario. Y ese es el tipo de técnicos que está formando nuestro país, ese hombre precisamente.

Antes no había médicos ni para mandar a Baracoa —estaba muy lejos—, no había médicos ni para mandar al campo; y ya tenemos médicos para mandar al Africa y a otros países y a otros continentes.

Claro está que nuestro país es un país pequeño. No somos petroleros —como decíamos—, y no podríamos cargar económicamente con el gravamen de mandar decenas de miles de técnicos a esos países; pero siempre hay fórmulas: algunos que tengan mayores recursos, pueden pagar cierta compensación; los que no tengan ninguno, suministrar sencillamente la vivienda y la alimentación, y nosotros les pagamos aquí el salario. Y puede surgir en el mundo cooperación entre varios países, para ayudar a terceros: unos pueden poner los técnicos, otros pueden poner el financiamiento. Y en definitiva nosotros sabemos que esos técnicos que estamos formando los va a necesitar el mundo; estamos convencidos. Y de una manera o de otra se puede compensar lo que se reciba por un lado con lo que se dona por otro. En fin, todo es posible. Eso no significa que nosotros podamos cargar con el costo económico de todo eso; pero hay muchas fórmulas, por lo cual estoy convencido, estoy convencido de que, por ejemplo, no va a sobrar nunca un médico aquí —para citar un ejemplo.

Ya ahora tenemos uno cada novecientos y tantos habitantes; sin embargo, no tenemos un médico en cada barco pesquero, no tenemos un médico en cada barco mercante, no tenemos un médico en cada fábrica —y se pudiera tener en las fábricas más importantes un médico permanentemente—, no tenemos un médico en cada escuela de 600 alumnos. Hay lugares donde ubicar a los médicos aquí en este país; pero, sobre todo, hay lugares fuera de este país. Y lo mismo pasará con otros tipos de técnicos.

Mencionaba el caso de Etiopía. Nosotros le estamos dando ahora una ayuda médica, y está trasladándose a Etiopía una brigada, entre médicos y auxiliares de la salud, de más de 300; médicos solo, unos 140. Pues nuestro país tiene esos médicos que van a Etiopía y a donde sea; como tiene ingenieros y tiene profesionales universitarios de cualquier otro tipo que están dispuestos a ir a donde sea.

No hay que pensar solo en nuestras necesidades; hay que pensar en las necesidades de miles de millones de seres humanos en este mundo. ¿Y saben cuánto cobra un médico de Europa Occidental en un país africano? De 2 000 a 3 000 dólares mensuales. ¡Y ni así aparecen! Pero el tipo de técnico revolucionario, comunista, que está formando nuestra Revolución, sí aparece (APLAUSOS).

He dicho estas cosas para enfatizar la importancia que a nuestro juicio tienen los estudios y los estudios superiores; y estas ideas de hacer realidad el principio de que cada ser humano que desee realizar esos estudios, pueda hacerla, aunque no lo vaya a necesitar materialmente para vivir.

Problemas similares a los mencionados con las secundarias y los preuniversitarios se presentaron también en la enseñanza técnica y profesional, y surgió también un destacamento. No es muy grande, es un destacamentico pedagógico (RISAS), pero que ya tiene 1 500 en el primer contingente y creo que el segundo tiene otro tanto. Porque ese problema se presenta ya también.

Claro está, las universidades reclaman muchos de los que gradúan para prepararlos como profesores, piden y reclaman y hay que darles. Ellos se quedan con un tanto por ciento de los graduados; no vayan a creer que van todos para la economía. No me refiero a los centros universitarios del Ministerio de Educación, porque esos se quedan con todos absolutamente (RISAS). Todos están en Educación. A unos los emplean como profesores en el pedagógico, a otros los mandan para una escuela secundaria. Pero, digamos, otros técnicos, ¿no?, economistas, ingenieros, se los discuten mucha gente; y la universidad reclama su parte, porque dice: crezco, crezco, ¿de dónde saco profesores? De modo que en la universidad ellos están produciendo profesores para ellos también. Después me imagino que esos profesores sacarán un título científico, etcétera.

La idea del destacamento ha servido para resolver otros problemas en otras ramas de la educación.

Este cuadro general que he estado describiendo, desde los primeros años, ha cambiado mucho, mucho, y es alentador, es satisfactorio. Podríamos decir que uno se siente orgulloso como cubano de ver los avances y saber que estamos en la tercera parte del camino. Sí, estamos empezando prácticamente.

Pero, ahora, ¿cuántas personas tenemos estudiando como personal docente? ¡A que no me adivinan! (RISAS) Porque yo mismo, que siempre ando con los datos de educación y todo, yo mismo me asombro. Entre alumnos estudiantes de los sistemas regulares, los 35 000 de las escuelas formadoras de maestros, los institutos superiores —que tenemos ya ocho pedagógicos superiores para la formación de profesores de secundaria y de preuniversitarios y afines, uno para formar profesores para las escuelas técnicas y un instituto superior de lenguas—; si añadimos el destacamento, que antes de graduarse ustedes tenía ya más de 19 500, casi 20 000 del Destacamento Pedagógico, ¡calculen qué fuerza! Suman en total 67 000 los de estudios regulares y 78 000 los de estudios dirigidos, en total hay 145 000 personas en Cuba en la actualidad formándose como personal docente, ¡ciento cuarenta y cinco mil! Eso es respetable.

Si en el año 1970 teníamos un 70% de profesores en primaria no titulados, ahora es apenas el 40%, y en tres años más no habrá en la enseñanza primaria un solo maestro no titulado, ¡en tres años más! Está calculado matemáticamente. El 96,6% de los maestros primarios no titulados están estudiando para titularse. ¡Qué avance! Dentro de tres años el ciento por ciento de los maestros de primaria serán titulados. ¿Y saben cuántos maestros de primaria tenemos ahora? Ochenta y un mil. Ni me acuerdo cuántos había antes de la Revolución. Quizás alguien lo sepa por ahí (RISAS), pero yo no creo que llegaban a 20 000 (ALGUIEN LE DICE ALGO). Veintidós mil en todos los niveles. Bueno, pues en todos los niveles nosotros tenemos 184 000 en este momento (APLAUSOS). Y repito: para 1980 todos los maestros primarios estarán titulados.

¿Pero piensan que nos vamos a quedar ahí? No. Por eso les decimos que estamos empezando. Ya comienza un plan, que responde a un anhelo de los maestros primarios, que significa para ellos la oportunidad de realizar estudios superiores. Esto lo plantearon con mucho énfasis en el Congreso de Educación y Cultura. Todavía no había una respuesta, pero ya hay la respuesta para el maestro primario que quiera realizar estudios superiores. Es un programa que ya se va a empezar a aplicar con los actuales maestros que tengan tres años de servicios como mínimo y tengan el título de maestros primarios: la oportunidad de estudiar sistemáticamente para alcanzar el título de Licenciado en Educación Primaria. De modo que nuestros maestros ya podrán buscar el título de licenciados. Esta es una cuestión muy importante.

Claro que hoy muchos maestros, ante la necesidad que había de profesores de secundaria, recibieron la oportunidad de estudiar en el pedagógico con ese objetivo; aunque no es lo lógico, porque son dos enseñanzas distintas, dos edades distintas, cada una de las cuales requiere su especialista. Hasta ahora se les han dado esas oportunidades a los maestros primarios, como una alternativa al no poder realizar estudios superiores para la enseñanza primaria. Se produce a veces la tendencia a subestimar el papel del maestro primario, que consiste en pensar que para ser maestro primario se requieren equis conocimientos, que no tienen que ser conocimientos universitarios. Pero si uno analiza la importancia tremenda que tiene para la vida la edad de primaria y los maestros para los niños; la importancia que tiene la educación en esa fase de su vida, se da cuenta de que el maestro primario debe ser un especialista del más alto nivel posible (APLAUSOS). Y el maestro primario debe tener su meta, su aspiración: esa elevada meta de convertirse en licenciado de la educación primaria, y dar clases allí en 1er grado, sí, en 1er grado, donde tiene una importancia tan enorme el tratamiento del niño, y especializarse como maestro de primaria.

Al principio, calculen. No había siquiera graduados de secundaria para ingresar en las escuelas de maestros primarios. ¡Ingresaban de sexto grado! Ahora ya somos un poco más ricos en graduados, ya tenemos más graduados de secundaria básica, y los vamos a tener de preuniversitario. Calcúlense que a estos los están racionando. Por eso discutimos cuántos debían estar en los preuniversitarios. Primero eran 90 000 y ya van como por 110 000, por ahí, porque hemos estado analizando la conveniencia de que haya un poco más de ingreso en determinadas facultades universitarias, y entonces necesitamos un poco más de bachilleres.

Claro que todo eso es por expediente y solo puede ser por expediente. Todo esto ha promovido una preocupación mayor en el estudio de la primaria y de la secundaria, cuando ya saben que las opciones para estudiar una cosa u otra hay que ganárselas con el estudio y con el comportamiento. Eso ayuda mucho a la educación.

Pero ahora ya los que ingresan en las escuelas de maestros primarios tienen nivel de secundaria básica y cuatro años ulteriores de estudio. Vamos a hacer lo mismo con el destacamento, estamos haciendo ahora lo mismo con el destacamento: nivel de preuniversitario. Estamos tratando de que ingresen unos 6 000. Ya esos van a tener una vida diferente; ya esos los dos primeros años los dedicarán a asignaturas básicas, teóricas, sin práctica docente, la cual harán por semestres completos los últimos dos años de la carrera.

Yo no sé qué hará el Ministerio de Educación, si les pondrá su uniforme. De todas formas es una lástima que esa imagen tan alentadora de los compañeros del destacamento en cada una de las escuelas vaya a desaparecer en el futuro. Pero bueno, si los sustituimos por unos profesores muy buenos, pues, no importa que se vistan así como se están vistiendo ustedes en la graduación (RISAS Y APLAUSOS).

Ahora el Ministerio es rico en institutos superiores en estudiantes, en decenas de miles o más de 100 000 personas preparándose como personal docente. ¡Es rico el Ministerio! Además, más o menos decide, discutiendo con el gobierno y el Partido, cuántos entran en los preuniversitarios todos los años. Claro, no podemos correr el riesgo de formar demasiados bachilleres, porque iría en detrimento de los institutos tecnológicos, y tenemos que formar equilibradamente, en muy distintas ramas, a nuestra juventud. Pero de todas formas estamos pensando elevar el número de ingreso en los pre, que serán —repito— preferentemente pre en el campo. Si no pueden ir por lo menos desde la secundaria en el plan de estudio y trabajo, van en el pre; pero —repito— llegará el día en que todos pasen por su secundaria en el campo, ¡todos! Y entonces esas escuelitas bastante buenas que estamos haciendo en las ciudades para secundaria, las podemos pasar para primaria, que bien que lo necesitan, ¡bien que lo necesitan! (APLAUSOS) No nos van a sobrar estas secundarias que hacemos ahora en las ciudades, no. Seguro. Porque hay que ver cómo está todavía de pobrecita la escuelita primaria en muchos lugares. Por eso ahora, por lo menos, si no podemos mejorar las escuelas primarias, mejoramos a los maestros primarios. Y mejoramos los textos y aplicamos el plan de perfeccionamiento del sistema educacional. Puede mejorar mucho en calidad nuestra escuela primaria, ¡mucho!

De ustedes no nos hemos olvidado (RISAS). Hay un plan también para ustedes, ¿no? (RISAS) Es fácil, ya lo más duro pasó (RISAS). Es la posibilidad de completar los estudios superiores, en un plan que está haciendo el Ministerio para que ustedes en dos años puedan sacar también su título, porque ahora se gradúan como profesores de enseñanza superior, y ahí la vida les reserva otro título y a lo mejor otra graduación (RISAS Y APLAUSOS). El título de Licenciados en Educación, con dos añitos nada más lo consiguen (RISAS).

Esta larga historia que hice es precisamente para resaltar la importancia tan grande que tiene esta graduación, porque ese insoluble problema, verdaderos problemas que se presentaron, de escuelas, de materiales, de locales, todo, ¡la tragedia!, ¿cómo lo habríamos podido resolver sin los profesores? Ya eso no era cuestión de ladrillo, cemento, madera, equipos, divisas, etcétera. Ya era un problema del hombre. ¿Cómo resolver el problema de los profesores? Por los métodos tradicionales habríamos tardado 30 años, ¡treinta por lo menos!, para que un día tuviéramos todos los profesores. Yo diría que hemos avanzado 25 años con el Destacamento Pedagógico (APLAUSOS).

Les decía que este próximo curso vamos a tener 840 000 estudiantes en el nivel medio; en 1980 se dice que vamos a tener 1 300 000 en ese nivel, ¡un millón trescientos mil!

¿Cómo habríamos podido resolver ese problema sin el destacamento? (APLAUSOS) ¿Y cómo habríamos podido tener un destacamento sin nuestra magnífica juventud revolucionaria? (APLAUSOS)

Antes hablaba de que teníamos técnicos dispuestos a ir a cualquier parte, pues la juventud había demostrado eso ya en el año 1961, cuando se movilizó en número de 100 000 para la campaña de alfabetización. Y ahora, cuando la Revolución hizo el llamado, también se presentaron en número suficiente para resolver el problema, y contamos hoy con ese destacamento de casi 20 000 jóvenes.

Y les advierto que nosotros sabemos bien que muchos de los mejores estudiantes de 10mo grado se fueron para el destacamento, ¡lo sabemos bien! Porque como eran el dirigente estudiantil y el de la Juventud y el otro, que tenían que estar predicando que había que ingresar en el destacamento (APLAUSOS), incontables cuadros de la Juventud y de las organizaciones estudiantiles pasaron al destacamento. Y muchos magníficos estudiantes, muchos vanguardias —que siempre está ese que quiere ser el primero y está decidido; no es que lo quiera, nadie quiere ser el primero: está decidido a ser el primero cuando hace falta ser el primero (APLAUSOS)—, muchos vanguardias pasaron al destacamento.

Yo se lo decía al compañero Fernández: Fernández, ustedes se están llevando lo mejorcito dentro de los estudiantes (RISAS). Pero, bien, ya llegó un momento que hasta yo protestaba de tantos que querían para el destacamento. Porque yo decía: ¡Ocho mil! ¿Y qué vas a dejar para estudiar otras cosas? Pero es que el número crecía ya, crecía el de 10mo grado. Había un momento en que eran pocos; todavía teníamos el reflejo de cuando eran pocos, y ahora se nos está creando el reflejo de que son muchos ya los que se gradúan por aquí y por allá. Pero en un momento dado hasta 8 000 jóvenes ingresaron en el destacamento. Esto de que yo protestaba, realmente lo dije en broma. Se lo decía en broma al compañero Fernández (RISAS).

Así se creó el destacamento, y así contribuyó a resolver un problema insoluble, demostrando además, nuevamente, que en el pueblo y en las masas siempre hay soluciones para los problemas (APLAUSOS). Y aquí se prueba una vez más la enorme importancia del nivel de conciencia política y revolucionaria de las masas. Y nunca se insistirá suficientemente en esto, porque todo cuanto se haga en ese sentido será poco. Hoy nuestro pueblo refleja en todo esa conciencia: la refleja en el soldado internacionalista, la refleja en el técnico y el profesional internacionalista, la refleja en la juventud, la refleja en el trabajo, en sus héroes del trabajo, en sus esfuerzos, en cualquier movilización que se haga.

Vean cómo ahora, incluso esos estudiantes que hacen estudio y trabajo, muchos de ellos en sus vacaciones, se fueron tres semanas a limpiar caña en el interior del país y en el interior de las provincias (APLAUSOS); esos mismos estudiantes que, si no están en el sistema de estudio y trabajo, hacen su período de trabajo durante el año en el plan de la escuela al campo. Ahora en verano, cuando más aprieta el sol y el calor, limpiando caña, en respuesta masiva, en homenaje al festival, para ayudar al país.

Son muchos ejemplos, incontables ejemplos, los que reflejan el valor de la conciencia política, de la educación política y de la conciencia revolucionaria. Pues cuando eso existe, hay respuesta para todo, hay solución para todo.

Ustedes, los que se gradúan aquí, significan para nosotros los pioneros de ese destacamento; los primeros, los que iniciaron la experiencia, los que demostraron que la solución era correcta. Porque en estos cinco años, a decir verdad, no he oído a nadie quejarse de la calidad de los compañeros del destacamento (APLAUSOS). Como grupo, como colectivo, han adquirido un gran prestigio. Y a decir verdad, las escuelas secundarias básicas en el campo han tenido magníficas promociones en estos años.

Y cuando en una escuela el colectivo de profesores no tenía alumnos del destacamento, se lamentaba siempre mucho, porque los alumnos del destacamento fueron la solución del problema, dirigidos por buenos maestros; maestros abnegados, profesores que haciendo sacrificios grandes aceptaron trabajar en esas escuelas secundarias básicas en el campo. Pero sin ustedes, sin la juventud de ustedes, sin la disposición de ir a la escuela que fuese necesario, no se habría dispuesto jamás de los profesores para esas escuelas, no se habrían podido hacer jamás esas escuelas secundarias básicas en el campo y aplicar ese sistema de estudio y trabajo tan revolucionario, no se habrían podido desarrollar —aparte de eso— los planes de Jagüey, de Isla de Pinos, de Ciego de Avila, de Pinar del Río, de todo el país. No habría sido posible.

Ustedes han hecho posible, primero, que la Revolución cumpliera el principio de que todo joven tuviera oportunidad de seguir estudiando después del 6to grado; de que ningún joven de nuestras montañas, de nuestros campos, se quedara sin su escuela secundaria. Ustedes han contribuido a aplicar el sistema de estudio y trabajo en esas escuelas. Y a su vez fueron un magnífico ejemplo de la aplicación de ese mismo principio, estudiando y enseñando.

Ustedes han recogido incontables experiencias que sirvieron para el resto del destacamento, para todo el conjunto del destacamento, y que será muy útil en todos los años futuros. Ustedes han permitido el éxito de estas cuestiones tan revolucionarias en materia de educación. Por eso todos nos sentimos realmente satisfechos, contentos, felices de poder asistir a esta primera graduación. Y esto lo decimos muy sentidamente.

Las responsabilidades que tienen por delante son muchas. Ustedes son extraordinariamente jóvenes. Cuando hayan pasado esos 25 años, ¡cuánta experiencia, cuántos conocimientos habrán acumulado ustedes!

Yo puedo asegurar que ningún país tiene un grupo así tan numeroso de profesores jóvenes con ese espíritu, con ese entusiasmo que tienen ustedes, y con esa preparación que están adquiriendo ustedes y con la preparación que pueden adquirir ustedes en lo adelante. No solo por los dos años, sino en virtud de ese proceso que debe ser una ley para cada maestro, para cada profesor, que es la superación incesante a lo largo de toda la vida.

Estoy seguro de que nada les aportará a ustedes más satisfacción personal ni más respeto de sus compatriotas, que la capacidad que ustedes logren alcanzar, que los conocimientos que ustedes logren acumular, que la superación que ustedes pueden lograr en los largos años de vida que les quedan por delante. Ese tipo de satisfacción que no lo produce ninguna riqueza material.

Y vean ustedes los resultados del esfuerzo. Hace cinco años —parece que fue ayer— que se creó el destacamento, y ya ustedes son los primeros graduados que pasan ahora a trabajar en las escuelas como ¡respetables profesores! de la enseñanza superior (RISAS Y APLAUSOS).

Qué satisfacción, qué orgullo para los familiares de ustedes, para los vecinos de ustedes, para los compañeros de ustedes, para los alumnos de ustedes. Y con qué emoción van a regresar ustedes a las aulas, ya como profesores: los primeros que llegan de esta formidable fuerza revolucionaria.

Y aunque yo no sé cómo será lo del uniforme, y si el destacamento este que va para el pedagógico graduado ya de pre tendrá o no uniforme, y cómo van a ser esos seis meses de práctica docente cada uno de los últimos años, el destacamento continúa, los otros siguen formando parte también del Destacamento Pedagógico "Manuel Ascunce Domenech". Esos que van ahora de pre allá, al instituto superior. Pero no se preocupen, ustedes están más adelantados que ellos (RISAS). Tienen cinco años de experiencia y cinco años de estudio. Ellos tienen por delante tres de pre. Ahora, en dos años, y cuando ellos van llegando al tercer año, ya ustedes son nada menos que licenciados de educación (RISAS Y APLAUSOS).

¡No desanimarse por nada! Ustedes van delante. ¡Ustedes van delante! Todo el destacamento, todos los cinco primeros contingentes del destacamento. Bueno, ya los que van ahora para tercer año creo que están empatados, porque le quedan tres y después dos. Bueno, por lo menos ustedes los que se gradúan hoy están por delante, amplio, de los otros (RISAS Y APLAUSOS).

Pero, además, a todos les van a llevar una ventaja: ¡Cinco años de experiencia! Porque ahora, todos los que ingresan nuevos en el destacamento, sí, salen con pre, pero en dos años no dan clases. Y yo le preguntaba a Fernández: "¿Tú estás seguro que no van a tener que acudir a los muchachos esos también antes de que pasen los dos años?" Me dijo: "Bueno, yo no sé." Claro está que está contando con ustedes, y está contando con los maestros primarios que están estudiando también en el Pedagógico. Y entre todos suman más de 30 000. Pero yo no sé, yo no sé si les alcanzan (RISAS).

Esto demuestra que, en esencia, el problema está resuelto.

Yo le pregunté a Fernández: "Fernández, ¿qué es lo que más te interesa de estos compañeros que se gradúan?" (RISAS) y como si lo adivinara, me sacó un papelito. Dice: "Esto." Y yo lo traje (RISAS). Tiene seis puntos. Sintéticos, ¿saben? Muy sintéticos, pero ustedes saben lo que quieren decir.

Número uno. Que le interesa de ustedes, sobre el trabajo del profesor, su preparación sistemática diaria, cumplimiento de los planes y programas de estudio, problemas de organización escolar, ejemplo, puntualidad, orden, trabajo educativo continuo, exigencias de todas las disposiciones y normas.

Numero dos. Propiedad social y personal, y la necesidad de su buen uso, cuidado, y evitar pérdidas o sustracción de la misma.

Número tres. Problema de los fraudes y actitud de anatematizar —aquí dice anatemizar, y yo digo anatematizar (RISAS)— este engaño deformante en todo nuestro trabajo (APLAUSOS). Actitud educativa y vigilante de los profesores.

Número cuatro. Problema de la promoción, de la calidad, de la exigencia de la misma.

Número cinco. Normas de conducta. La llamada educación formal. Comportamiento, respeto, consideración y correcta actitud para con todos los demás.

Número seis. Formación comunista. Formación ideológica. Formación política de los jóvenes y deber del maestro y de todo el colectivo pedagógico.

Estos son los seis puntos. Todos nosotros podemos suscribir estos seis puntos, y creemos que ustedes los suscriben sinceramente (APLAUSOS).

A decir verdad, nuestra actitud es de mucha confianza en ustedes. Sabemos cómo han respondido y cómo han actuado. No todos, desdichadamente, llegaron a la meta. Mil cuatrocientos dos comenzaron y hoy se gradúan 900. Es un número alto en realidad, y la calidad siempre se manifiesta en los porcentajes. Eso demuestra el tesón de ustedes, la voluntad de ustedes, la perseverancia de ustedes. Supieron mantenerse, supieron perseverar, supieron vencer todas las dificultades. Por eso pienso que para todos ustedes este 20 de julio ha de ser un día realmente muy feliz y muy emocionante.

Hemos escuchado el juramento serio y profundo de ustedes. Si quieren les pueden añadir los seis puntos para que lo endosen. ¿Está bien eso, Fernández? Se le puede poner una presillita y lo ponen al lado (RISAS).

No los tratamos ya a ustedes como estudiantes. A ustedes los tratamos ya como casi profesores —los de arriba y los de atrás que son todavía estudiantes (RISAS)—; a ustedes, como respetables profesores (APLAUSOS).

Solo me resta decir que nosotros prácticamente los hemos visto crecer a ustedes. Tienen casi la edad de la Revolución, menos edad que el Moncada y más o menos la edad del "Granma". Ustedes, los que hoy juraron como profesores, como los que hace unos días en la Plaza de la Revolución juraron como oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, son hijos de la Revolución (APLAUSOS PROLONGADOS). ¡Y la Revolución se siente orgullosa de sus hijos!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)

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