Discursos e Intervenciones

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en la Inauguración de la IX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, en el Palacio de las Convenciones, La Habana, Cuba, 16 de noviembre de 1999

Fecha: 

16/11/1999

Majestad;

Excelencias;

Invitados:

Cuando en julio de 1991 se inició la primera Cumbre en Guadalajara, no imaginaba siquiera cuál sería la evolución posterior de ese evento. Yo era allí una especie de ave rara, un intruso al que se le perdonaba la vida al admitirlo en aquella sala. Cuba era la eterna excluida de toda reunión en este hemisferio. No pocos me miraban con curiosidad y hasta con lástima. Es posible que casi nadie creyera que Cuba podía resistir el derrumbe del campo socialista que condujo al doble bloqueo que abruptamente habría de soportar nuestro país.

Acostumbrado a participar en otro tipo de cumbres en el Movimiento de Países No Alineados, bastante radicales en sus pronunciamientos, o con Jefes de Estado o Gobierno de países socialistas, que jamás dejaban de mencionar determinados términos del vocabulario revolucionario y antimperialista; habituado a la idea de una América unida e integrada con un largo camino por recorrer todavía, me preguntaba qué hacía yo en aquella cumbre, qué hacían allí nuestras antiguas metrópolis, España y Portugal, miembros, por añadidura, de la Unión Europea y de la OTAN.

Nunca olvidaré, sin embargo, el gesto de México al invitarnos, como no dejaré de agradecer el trato amable y respetuoso del Rey Juan Carlos, y la sincera solidaridad que percibí en otros dirigentes allí presentes con la oveja negra que representaba en aquella reunión a un pueblo rebelde y tenaz, que treinta años antes se apartó del rebaño para seguir su propio camino y estaba condenado al matadero en cuestión de semanas, o a más tardar meses. Lo más que aprecié entonces era el hecho de que por primera vez se reunieran los latinoamericanos sin ser convocados por Washington. ¿A qué se debía todo aquello? Tal vez los historiadores puedan ofrecer algún día una explicación razonable de las cosas extrañas que estaban ocurriendo.

Han pasado sólo ocho años. Entonces la palabra globalización no la mencionaba nadie, ni siquiera en las revistas especializadas en materia económica y política. Todavía en los libros se hablaba del "milagro japonés" y de los legendarios e invulnerables "tigres de Asia". Rusia entraría en la fabulosa etapa de la democracia más pura que en el mundo ha existido, y con ella a un crecimiento veloz y sin límites, gracias a las recetas del Fondo Monetario Internacional y a la sabiduría económica de Occidente.

El capitalismo había descubierto ya la piedra filosofal, un desarrollo ininterrumpido sin recesiones ni crisis.

Era el fin de la historia.

Cuando ya muchos pensaban que tales reuniones cumbres estaban de más, nadie puso la menor objeción de que Cuba fuese sede de una novena cumbre en 1999. Para esa fecha ni siquiera existiría. Esta ha sido la razón esencial por la que no resultó difícil asignarnos la tarea de organizar lo que entonces no era más que una utopía.

Fue por aquellos días que gente docta y sabia de los que adivinan el porvenir, muy coordinadamente, se dieron a la imposible tarea de persuadir a Cuba de que debía abandonar los caminos de la revolución y el socialismo como única alternativa de salvación posible. Llovieron consejos de todas partes. Pero nosotros pensábamos de otra forma y estábamos decididos a luchar.

Como si tuviésemos por preceptor al mismísimo Aristóteles, escuchábamos educadamente sus consejos con la sonrisa de la Gioconda y la bíblica paciencia de Job.

La historia nos ha dado a todos una lección. Las cumbres iberoamericanas han adquirido una importancia enorme. Han sido motivo de inspiración, impulso o apoyo a muchas actividades integracionistas; miles de altos funcionarios y especialistas de nuestros países han entrado en contacto y estrechado relaciones; los dirigentes políticos nos conocemos mejor unos a otros y comprendemos con más profundidad los complejos problemas de nuestros respectivos países; no necesitamos permisos ni convocatorias ajenas para reunirnos en familia y sin exclusión de nadie; España y Portugal se han convertido en sólidos e imprescindibles puentes con la Europa que se une y se integra; los lazos con el Caribe se desarrollan y estrechan. Nadie habría concebido hace pocos años una reunión cumbre como la que tuvo lugar en Río de Janeiro entre caribeños, latinoamericanos y los países de la Comunidad Europea, que a mi juicio no habría sido posible sin el camino iniciado con la Cumbre de Guadalajara. Tenemos hoy la posibilidad de defender unidos nuestros intereses vitales y negociar en común los temas cruciales de nuestra época. Actuando separados, uno a uno, podríamos ser todos devorados; juntos, nadie tendría poder para devorar a ninguno de nosotros.

Surgen conflictos y diferencias de un tipo u otro entre los iberoamericanos, pero ninguno podría resistir la voluntad común de resolverlos. Los acuerdos sobre conflictos fronterizos, algunos de los cuales eran ya centenarios como los de Perú y Ecuador, y los alcanzados entre Argentina y Chile, son ejemplos. El mundo difícil y complejo que se nos viene encima, y en el que se juega la integridad y supervivencia de nuestros países, sólo podrá ser soportado por las espaldas sólidamente unidas de todos nuestros pueblos.

He preferido referir con toda sinceridad esta breve historia. No he querido hablar al inaugurar esta IX Cumbre de nuestro tema central, "Iberoamérica y la situación financiera internacional en una economía globalizada", que fue propuesto en Oporto por Cuba cuando algunos daban por seguro que a estas horas en 1999 no habría ya el menor síntoma de crisis. Preferimos que sean ustedes los que inicien el debate sobre el tema principal.

Como organizadores de la IX Cumbre nos hemos guiado por determinados principios básicos:

* La Cumbre no es de Cuba ni para honrar a Cuba; es por encima de todo la Cumbre de los Jefes de Estado y de Gobierno que nos visitan.
* Nuestro deber es crear las condiciones óptimas para su desarrollo.
* Un mínimo de actividades protocolares y un máximo de trabajo en el escaso tiempo disponible.
* No buscar protagonismo alguno.
* No utilizar en absoluto las ventajas como anfitriones para ejercer presiones o tratar de trazar pautas.
* Prestar atención a los problemas e intereses de los demás países por encima de nuestros propios problemas e intereses.
* Brindar a todos el máximo de consideración y respeto con independencia de las discrepancias pasadas o presentes.
* Trabajar sin descanso.
* El verdadero éxito consistirá en que la Cumbre sea fecunda y fructífera.

Los resultados de esta línea de conducta son visibles. Incontables encuentros han tenido lugar en nuestro país antes de la Cumbre, con la presencia de miles de altos funcionarios y especialistas.

Todos los temas posibles han sido abordados.

Todos los documentos han sido elaborados y consensuados.

Todas las facilidades necesarias han sido creadas. No hay detalle o interés de los Jefes de Estado y de Gobierno, o de sus eficientes asesores, ayudantes y auxiliares, que no hayan sido atendidos y resueltos.

Surgirán temas nuevos. Habrá contradicciones y debates. Cuando nos reunamos los Jefes de Estado y de Gobierno absolutamente solos en horas de la tarde durante y después del almuerzo, es difícil que no avancemos en la solución de nuestras discrepancias.

No habrá rigidez en el programa.

Todos los puntos de residencia, reunión, medios de prensa y actividades de la Cumbre están a distancia mínima. Cualquier deficiencia o error sería fruto de nuestra incapacidad y nunca de nuestra negligencia y despreocupación.

De antemano les solicito perdón por cualquiera de ellos.

Cuba y su pueblo se ponen por entero a disposición de ustedes.

Muchas gracias.

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