Fidel
Soldado de las Ideas
En la visualidad auroral del acto con que nuevamente el pueblo cubano −¡el pueblo cubano!, no perversas falsificaciones de él− ratificó el pasado sábado, 17 de julio, su lealtad a la patria y su consecuente conciencia antiimperialista, el monumento a las víctimas del desastre del acorazado Maine tuvo un lugar ostensible. Ese monumento recuerda uno de los pretextos que a lo largo del tiempo el imperialismo estadounidense ha usado en sus voraces planes injerencistas.
Es difícil, si no imposible, pensar en la acción revolucionaria del 26 de julio de 1953 y no tener presente a José Martí. No solo porque esa acción le rindió, en el año de su centenario, un homenaje concebido para defender su legado en medio de una república medularmente contraria a la que él quería para su patria.
A las gestas que le dieron a Cuba independencia y soberanía, y cimientos para la justicia social, le rinde profundo homenaje el proceso del cual está surgiendo su nueva Constitución. Será un logro relevante en una historia que –si de cultura jurídica propia se trata– viene de la Asamblea de Guáimaro.
Tras la noticia de su muerte y durante las correspondientes honras fúnebres se corroboró la capacidad de irradiación vital que Fidel Castro conservaba y continúa trasmitiendo.
Lector voraz como José Martí, Fidel Castro pudo haber escrito de sí palabras con que el primero se autocaracterizó: “Napoleón nació sobre una alfombra donde estaba la guerra de Europa. // Yo debí nacer sobre una pila de libros”.
Desde que se acuñó para nombrar una forma de funcionamiento social en la Grecia culta y fértil, pero esclavista, el término democracia —etimológicamente, poder del pueblo— ha venido cargando con realidades y embustes, logros y manquedades, en proporciones varias. Así y todo, constituye un desiderátum de la mayor importancia para la humanidad.
En la Plaza de la Revolución José Martí, el pasado 29 de noviembre, mientras se le rendía homenaje multitudinario al líder fallecido cuatro días antes, Nicolás Maduro contó que, pocos años atrás, en medio de una conversación premonitoria en muchos sentidos, Fidel les dijo a él y a Evo Morales: “Yo hice ya mi parte. Ahora les toca a ustedes”.
Desde el seno mismo de la obra revolucionaria que él fundó, de distintos modos se ha dicho que nadie volverá a tener en Cuba la autoridad que décadas de consagración a su pueblo concentraron legítimamente en Fidel Castro. Al vaticinio se suma la comprensión de que se trata de un ser humano cuyos cargos podrán o deberán necesariamente ser ocupados por otros, pero él —de tan excepcional— es insustituible.
Sin restar importancia a las dos guerras llamadas mundiales, ni a la liberación de naciones como China y Vietnam —esta, además, con la ejemplar victoria sobre la invasión estadounidense en su haber—, del siglo XX cabe destacar cuatro procesos revolucionarios diversos: en orden cronológico, la Revolución Mexicana, la Revolución de Octubre, la Segunda República Española y la Revolución Cubana.