Fidel
Soldado de las Ideas
A veces las confunden. María Antonia Figueroa Araujo (Santiago de Cuba, 10 de agosto de 1918) es la maestra hija de maestros, pues aprendió de sus padres —Cayita Araujo, un icono del magisterio cubano, y Ramón Figueroa, profesor de violín—, que solo se puede educar si se es un evangelio vivo, como aconsejaba De la Luz y Caballero. María Antonia González Rodríguez (La Habana, 29 de abril de 1911), fue la gran anfitriona de la emigración revolucionaria en México, aquellos muchachos que marcharon a la nación azteca con el sueño de ser libres o mártires en 1956 y que hallaron en su casa refugio seguro.
A poco menos de dos meses de su salida de presidio, el acoso a Fidel se acrecentaba cada día. El teléfono de su casa estaba interceptado por la policía, que ni siquiera disimulaba la grabación de sus conversaciones. A Raúl lo acusaron de una acción terrorista en la capital cuando se hallaba en Oriente visitando a sus padres y tuvo que partir al exilio el 24 de junio de 1955. Catorce días después, Fidel siguió sus pasos.
Al presentar al pueblo a los integrantes del Comité Central, Fidel subrayaría que «no hay episodio heroico en la historia de nuestra patria en los últimos años que no esté ahí representado.
La tarde del domingo 15 de mayo de 1955 se abrieron las puertas del Presidio Modelo de la entonces Isla de Pinos para dar paso a los primeros moncadistas liberados
Poco después del mediodía del domingo 15 de mayo de 1955 se abrieron las puertas del Presidio Modelo de la entonces Isla de Pinos para dar paso a los primeros moncadistas liberados. Concluía así una larga batalla de meses librada por el pueblo contra la tiranía batistiana para que esta excarcelara a los participantes de las acciones del 26 de julio de 1953.
La historia de lo acontecido hace 59 años en aquella medianoche del 18 de diciembre bajo las cinco palmas de la finca de Mongo Pérez, donde se reunieron ocho expedicionarios de los grupos de Fidel y Raúl.
A pesar de que casi todos sus compañeros habían muerto o estaban en prisión o en el exilio, ellas se lanzaron a la calle, sin temor a represiones, para aunar voluntades.
El luego comandante rebelde Efigenio Ameijeiras se vio en medio de una balacera en plena vía pública de la capital cubana. “Hemos sufrido muchas bajas, hay que ordenar la retirada”, dijo el jefe de la operación. “Hay compañeros nuestros atacando el Palacio Presidencial y no podemos abandonarlos a su suerte”, replicó Efigenio. En esos momentos avistó un camión rastra que se acercaba y lo detuvo. Tras recoger el M-1 de un compañero caído, tomó el timón. El resto del comando montó atrás. Avanzó directamente contra el portón. Una ráfaga cercenó el parabrisas y las esquirlas le hirieron el rostro. Con una granada neutralizó a quienes le disparaban. Subió las escaleras disparando…
No quiso que se revelara su nombre en la prensa cuando lo entrevistaron a finales de 1961. La reportera Justina Ávarez decidió apodarle Juanillo. Era entonces de pequeña estatura y reacio a decir su edad. Cuando se inscribió en las Milicias y no lo aceptaron, protestó: “¿Es que para defender la Revolución hay que ser alto y mayor de edad?”. Al final pasó la escuela de adiestramiento y recorrió mejor que muchos los 62 kilómetros. Y el 15 de abril de 1961 estaba acuartelado en un antiguo cuartel de la guardia rural con algunos de su batallón. Ya casi amanecía y no podía conciliar el sueño, por lo que salió a coger fresco.
El Che escribiría años después: “Quedamos en tierra firme, a la deriva, dando traspiés, constituyendo un ejército de sombras, de fantasmas, que caminaban como siguiendo el impulso de algún mecanismo psíquico”.
Era las cinco y media de la tarde del 19 de abril de 1961, y en menos de 66 horas se había vencido inobjetablemente a la brigada mercenaria organizada por la CIA
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