Fidel
Soldado de las Ideas
Cuando el 23 de julio de 2020 Harry Belafonte tuvo en sus manos la medalla de la Amistad, otorgada por el Estado cubano, seguramente editó en su memoria, como en las buenas películas, secuencias inolvidables de los tantísimos momentos de su vida en que compartió suerte, convicciones y destino con los habitantes del archipiélago.
Apenas unas horas después de sentirse estremecido por la noticia del deceso del líder histórico de la Revolución, Armando Hart publicó un artículo titulado Fidel, paradigma y leyenda por siempre. Aunque dictado por la urgencia y asaeteado por las circunstancias, el político e intelectual había madurado largamente sus reflexiones.
A las puertas de la sesión conmemorativa del vigésimo aniversario de la adopción de la Declaración y el Programa de Durban contra el Racismo y la Discriminación Racial, que reunirá a líderes de la comunidad internacional el próximo 22 de septiembre en la sede de las Naciones Unidas, sería muy conveniente volver a las palabras pronunciadas por Fidel en la ciudad sudafricana.
Salón de actos de la Biblioteca Nacional José Martí, 16 de junio de 1961. Un nutrido grupo de escritores y artistas responde a la convocatoria de la dirección del Gobierno revolucionario a fin de exponer criterios, ventilar preocupaciones, aclarar dudas, despejar problemas y abordar cuestiones relacionadas con la creación artística literaria y su promoción.
La voz de Juan Almeida Bosque vibró en Alegría de Pío: «¡Aquí no se rinde nadie…!», espetó a los enemigos, y redondeó la imprecación con una palabra que le vino del fondo del alma, en la mañana del 5 de diciembre de 1956.
No fue aquella una frase dicha al vuelo sino manifestación pública de una convicción muy honda. «Nosotros no le decimos al pueblo: cree. Le decimos: lee». Era Fidel el 9 de abril de 1961 en una comparecencia televisiva que ponía fin al sexto ciclo de la Universidad Popular, Educación y Revolución.
Nadie, salvo algún que otro minado por los virus de la envidia y la mediocridad, pone en duda la estatura poética ni el calado de la narrativa (La tregua, Montevideanos y Gracias por el fuego, entre otros títulos) ni la brillantez de los ensayos de Mario Benedetti, el escritor uruguayo, o mejor dicho, nuestro americano, a quien celebramos este 14 de septiembre.
José Martí siempre fue un ancla familiar, el Martí inacabado e irrealizado de los oscuros años de la primera república, más en los años en que el joven Armando Hart Dávalos se formaba, tras la frustración revolucionaria antimachadista y en medio de la demagogia rampante de los años 40. El Martí que su padre, el respetado e incorruptible jurista Enrique Hart, que arrastró a los hijos de ciudad en ciudad junto con los diversos nombramientos que recibió a lo largo de la Isla.
Cuando Fidel y su aguerrida tropa de barbudos, curtidos en la guerra contra las huestes de la dictadura, irrumpieron en los predios de Columbia el 8 de enero de 1959, culminaba una ardua etapa de la gesta de liberación nacional y comenzaba un esperanzador e inédito capítulo de la historia patria.
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