Y en eso conocí a Fidel
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Llegué a Cuba en los años 90. Numerosas razones, más que nada económicas y todas contra mi voluntad, habían influido en la demora de conocer esta Isla y su mítica Revolución.
En enero de 1994, me encontraba realizando una serie de reportajes sobre la situación en que se hallaba la Isla, a menos de un lustro de la caída de la URSS y en medio del llamado “Período Especial”.
Cuando entrevistaba a pequeños niños rusos y ucranianos, víctimas del accidente nuclear de Chernobyl, que eran atendidos en La Habana, me avisan del Centro de Prensa Internacional que estaba acreditado para asistir al “IVº Encuentro de Solidaridad con Cuba”.
Fue en esa oportunidad que, por vez primera, vi en persona al Comandante Fidel Castro Ruz. Yo estaba a poco más de diez metros del podio del Palacio de Convenciones desde donde, con su habitual ductilidad, cerraba en un extenso discurso, también habitual, el IVº Encuentro de Solidaridad con Cuba. Pasaron cinco años para que pudiese tener la posibilidad de acercarme y establecer contacto con el líder de la Revolución Cubana.
En noviembre de 1999 se desarrolló en La Habana la IXº Cumbre Iberoamericana de Presidentes y Jefes de Estado. El 15 de ese mes Fidel recibió en el Palacio de la Revolución a los mandatarios presentes. Con su tradicional humor y como buen anfitrión, entre invitado e invitado, mantuvo varios encuentros con los periodistas que estábamos presentes, preguntó la nacionalidad de cada uno y ahí establecí el primer contacto directo con el Jefe de Estado cubano.
A esta Cumbre, y por presión del gobierno de Estados Unidos, algunos gobernantes latinoamericanos no asistieron; entre ellos el entonces Presidente argentino Carlos Saúl Menem. El tema sobrevolaba la reunión y activó mis reflejos periodísticos para, casi irreverente, tener algunas palabras con Fidel. Recuerdo que me disculpé en nombre de los argentinos por esa ausencia, lo que encendió la barba del Comandante con una sonrisa y el comentario sobre lo bien que estaba representada Argentina por mí.
Mientras recibía a los representantes hubo un momento en que el Comandante en Jefe nos miró haciendo gestos de que le faltaba un presidente, por el retraso del dominicano, de inmediato levanté el brazo y fui a parar junto a él, en el mismo sitio en que recibía a los ilustres convidados. Con su mano indicó a los fotorreporteros para que hiciesen su trabajo, como si se tratara de otro mandatario más, e inmediatamente estrechó su diestra con la mía en un acto de complicidad que rubriqué pidiéndole su autógrafo en un billete de veinte pesos cubanos que llevan la imagen de otro icono revolucionario: el Comandante Camilo Cienfuegos.
Varios años después, bromas mediantes y junto a otros cuatro colegas, tuve la oportunidad de ser invitado por el Comandante a compartir una cena que por la hora de inicio (las 6 de la madrugada) se transformó en un desayuno que duró ocho horas y del que resultó un extenso reportaje con jugosas, e irreproducibles por su pedido explícito, confidencias.
Al despedirnos le dije que ya no quería fotos con él, porque me sentiría casi en una pose cholula si de cada ocasión que nos viésemos, resultaba un registro fotográfico. Sonriente, me preguntó si me había gustado el vino chileno que compartimos entre ambos, asentí y de inmediato hizo traerme un par de botellas de este noble producto trasandino y le pidió a uno de sus escoltas que me trasladara hasta mi hogar, ya que todos habíamos pasado la noche sin dormir.
No está demás decir que esta experiencia ameritó descorchar uno de esos vinos al llegar a casa, reservando aún el otro en cuya etiqueta Fidel Alejandro Castro Ruz dejó estampada su firma.