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¡Vas bien Fidel!

Fecha: 

03/01/2018

Fuente: 

Revista Bohemia

Aquella noche del jueves 8 de enero de 1959, con la entrada de los rebeldes a La Habana, se consagró definitivamente el triunfo de la Revolución Cubana. Diría entonces Fidel: “Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”.
 
Quiso una afortunada casualidad que se posara en su hombro una paloma, como para subrayar el sentido de paz y unidad de su mensaje. E igualmente queda en la memoria imborrable de aquel discurso en el campamento militar Columbia, la pregunta en voz alta al otro héroe que estaba a su lado, también muy amado por el pueblo y devenido su imagen: “¿Voy bien, Camilo?”.
 
Hoy, vale recordar que un poco antes, en los últimos días de 1958 y primeros de 1959, los acontecimientos se habían sucedido de forma vertiginosa. La estratagema urdida entre la cúpula militar batistiana y su jefatura imperial para impedir el triunfo de las fuerzas revolucionarias había sido frustrada.
 
Documentos desclasificados revelan que cuando ya se venía abajo la tiranía, el gobierno de Estados Unidos y su Agencia Central de Inteligencia calificaban al Movimiento 26 de Julio como una organización “carente de responsabilidad y de habilidad necesarias para gobernar a Cuba”.
 
El mando yanqui no se resignaba en modo alguno a perder sus prerrogativas sobre la neocolonia y se sirvió de los oficios de un general, quien, a sabiendas de que Fidel procuraba evitar más derramamientos de sangre, se entrevistó con él, apenas a 72 horas del fin de año, en un antiguo ingenio azucarero oriental. Allí se comprometió ante el jefe rebelde, a cumplir exigencias de este: no dejar que el dictador escapase, impedir una asonada castrense, y no procurar mediación de la Embajada norteamericana.
 
Sin embargo, aquel militar traicionó la palabra empeñada, acompañó al tirano hasta el avión en que huía, y siguiendo la pauta estadounidense trató de impedir la victoria popular mediante un intento de sucesión espuria que procuraba confundir a los revolucionarios y al pueblo.
 
Pero al conocer la fuga del sátrapa, Fidel actuó con su misma decisión y firmeza de principal gestor de las hazañas del Moncada, el Granma y la Sierra Maestra: “¡Revolución SÍ; golpe militar NO!”, deslindaba la proclama que él mismo leyó por Radio Rebelde, y agregaba, “¡más unidos y más firmes que nunca deben estar el pueblo y el Ejército Rebelde, para no dejarse arrebatar la victoria que ha costado tanta sangre!”.
 
Y en cumplimiento de sus órdenes urgentes y precisas a los comandantes que operaban en los diferentes territorios, Raúl toma el Moncada, Camilo y Che, desde Villa Clara, respectivamente ocupan Columbia y La Cabaña; los nuevos mambises esta vez sí entran con Fidel en Santiago. El pueblo secunda la huelga general. Van cayendo en manos revolucionarias todas las fuerzas y armas de la tiranía. La Marcha Triunfal del Ejército Rebelde que cantara el poeta, sella a su paso, la victoria absoluta del pueblo.
 
Una vez tomada la capital del país, el Comandante en Jefe reitera el llamado a la imprescindible unidad que condujo a la victoria, y denuncia sin ambages las ambiciosas maniobras de ciertos lidercillos que habían sustraído y ocultado armas… “¿Armas, para qué?”, emplaza categórico, y reitera al final de su histórico primer discurso habanero: “tengo una fe extraordinaria en el pueblo de Cuba. Vale la pena sacrificarse por nuestro pueblo”.
 
Y así lo hizo, en grado sumo, hasta entregarnos su legado excepcional de ética y dignidad plena, como la pedía Martí en la república nueva. Sin dejar de alertarnos de que esta Revolución no la puede destruir el enemigo desde afuera, pero podríamos destruirla desde adentro, si se cometen errores graves, que jamás permitiremos.
 
Legó a las actuales y futuras generaciones la conciencia de lucha por un mundo mejor, más justo y posible, con una iluminada definición de lo que es ser verdaderamente revolucionario. Tal vez nada destaque tanto en su obra monumental, como la de haber fundado un pueblo nuevo, heroico, aún con las imperfecciones de todo lo humano, pero que nunca lo defraudó ni lo defraudará.
 
Juramos ser Fidel, para perpetuar su ejemplo con nuestra conducta y obra. Reafirmamos con Raúl que ante las inmensas tareas y desafíos actuales, no retrocederemos ni nos detendremos, y mantendremos en alto el espíritu de resistencia y victoria. Entonces, si de nuevo preguntásemos al legendario guerrillero paradigma de fidelidad, cómo vamos, quienes, unidos y pujantes, tratamos de empinarnos para ser continuidad de la obra del eterno Comandante en Jefe; sin duda volvería Camilo a responder: ¡Vas bien Fidel!