Un abrazo, y no hace falta más
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«Pues venga». Así respondías al solícito deseo de tu gente de tenerte cerca, de tocarte, de agarrar tus manos y besarlas como acaso se venera a un santo. O quizá sí lo eras, o al menos para nosotros, que te creíamos con ese raro don de la ubicuidad. Aparecías cuando menos se te esperaba, en cualquier lugar, lo mismo en los altos de la Sierra Maestra que en una escuela en plena obra de construcción. Siempre preguntando, queriendo saberlo todo.
Para compartir ese mundo de historias diluidas en la cotidianidad y en la oralidad del pueblo, Granma dispuso el correo electrónico tuhistoria@granma.cu y la plataforma de comentarios en su página web.
A continuación les dejamos algunas de ellas.
Ramón Esquivel Fernández
La primera vez que tuve la oportunidad de estar con Fidel fue en el 1959, en su visita de la Caravana de la Libertad a Cárdenas, Matanzas, a la tumba de José Antonio Echeverría; en esa ocasión tenía nueve años, acompañado con mi difunto padre, miembro del Partido Socialista Popular en la localidad.
La segunda ocasión en que estuve junto a nuestro Comandante en Jefe, fue en la República de Guinea, en ocasión de su primera visita a África, antes de participar en la Cumbre de los Países No Alineados en Argelia, donde me encontraba cumpliendo misión internacionalista en Guinea y Guinea Bissau. Esta vez tenía 20 años, y tuvimos varios encuentros con él; en la primera oportunidad que lo saludé me abrazó y me preguntó la edad, si tenía comunicación con la familia y si tenía algún problema en la casa. Recuerdo que le dijo al Comandante Raúl Díaz Argüelles (caído posteriormente en Angola), jefe de las misiones en la República de Guinea, que cuidara a la juventud porque era el futuro de la Revolución.
La tercera vez fue en ocasión del III Congreso de los CDR, donde participaba como delegado de la entonces Ciudad de La Habana, en el Palacio de Convenciones.
Al día siguiente, al concluir la primera sección de la mañana en el receso, todos los delegados fueron a merendar, y yo me quede en mi asiento leyendo el periódico Juventud Rebelde. Enorme fue mi sorpresa al ver llegar al Comandante en Jefe, que había bajado de la presidencia para ir hasta donde yo estaba.
Al verme vestido de uniforme de gala de las FAR, me preguntó de donde me conocía con anterioridad, expresándole que fue en la República de Guinea en su visita en 1973, me volvió abrazar y me dijo: «Raulito —se refería al Comandante Raúl Díaz Argüelles—cumplió con lo que le dije en Guinea. Me agrada que hoy cumplas con la misión de trabajar con el pueblo».
Ramón Cuétara López, profesor de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona,La Habana
Como alumno fundador del Pedagógico Varona, en enero de 1964 y, a partir de 1968, como profesor durante todos estos años, he participado en numerosas actividades. Particularmente memorable me resultan tres de ellas donde estuve muy cerca del Comandante en Jefe e intercambié con él.
Especialmente significativa me resultó la estancia en un trabajo productivo en 1969, en lo que después sería el Jardín Botánico Nacional. Este fue un plan que dirigió Celia Sánchez, que incluía también la construcción del Zoológico Nacional y el Parque Lenin. A 1969 se le llamó Año del Esfuerzo Decisivo, por cuanto daba paso a 1970, donde esperábamos producir diez millones de toneladas de azúcar. Fidel había solicitado al pueblo posponer los festejos de fin de año, para las vacaciones de julio, y esperar el 70 en tareas productivas. Como siempre ha sucedido, el Varona dio el paso al frente ante este llamado, y sus alumnos y trabajadores se incorporaron a diferentes tareas. Junto al profesor Hilario Santana, nos tocó la dirección de la actividad en el Jardín Botánico. Por ser esta una obra priorizada, el compañero Fidel la visitaba con relativa frecuencia.
Nunca olvidaré aquel viernes en que el profesor Santana se había trasladado hasta La Habana, y me encontraba al frente del campamento, cuando los estudiantes vieron acercarse tres jeeps cuatro-puertas y enseguida advirtieron la presencia del Comandante. El entusiasmo y la alegría que aquel hecho produjo, convirtió al Botánico en un verdadero manicomio; después de algunas advertencias de la escolta, los estudiantes se acercaron al Comandante, quien estableció con ellos un animado diálogo.
Después de preguntar acerca de la procedencia de los alumnos y felicitarnos por el trabajo que estábamos realizando, indagó por el jefe del campamento; el compañero René Peralta, quien atendía la construcción del Botánico por el Gobierno. Para mí la cosa no fue tan fácil que digamos, pues al saber que estaba al frente del trabajo, Fidel me preguntó cuántas plantas habíamos sembrado, cuántas había «moteadas», qué cantidad de huecos teníamos abiertos, en fin, todo lo que le interesó saber en ese momento, pero gracias a la colaboración solidaria y de amistad de Peralta, no salí tan mal en el «examen» a que me sometió.
Pero hoy, visto a la distancia, considero que es el examen más agradable que he hecho en mi vida, pues significó hablar con él, estar a su lado, intercambiar, y que su brazo derecho estuviera todo el tiempo sobre mi hombro. Así es de grande Fidel. Muchos compañeros después hacían bromas y me decían que no lavara más la camisa que llevaba puesta, porque ahí había colocado su brazo el Comandante en Jefe.
Si hubiera tenido la perspectiva histórica que tengo hoy, realmente hubiera conservado esa camisa tal y como estaba. Ahora me conformo con guardar en mi corazón ese recuerdo.
Mayra Leyva Santisteban, municipio Puerto Padre, Las Tunas
Yo de niña siempre en mis sueños soñaba que conocía a Fidel, entonces un día mi sueño se hizo realidad.
En el año 1996 trabaja en la dirección de economía de la empresa azucarera Antonio Guiteras Holmes, de Las Tunas. Recuerdo que me encontraba con la presión baja y estaba tomando café, cuando mis compañeros de trabajo conociendo el anhelo que tenía de conocer al Comandante, me dijeron: «Mayra por ahí pasó Fidel en una máquina negra para el central». Yo corrí de emoción hacia allá y el Comandante caminaba por las áreas del central de aquí para allá como él era de intranquilo.
La última área que visitó fue los basculadores y molinos y yo tanto caminé que quedé parada delante de él. Fidel comenzó a conversar con el director y yo le digo a mi compañera que estaba al lado mío, «mi amiga como yo había anhelado este momento». Entonces, él levantando su mano fina me dijo: «¿Cómo usted dice?». Y yo respondo que había anhelado mucho ese momento de verlo frente a mí y darle un abrazo.
Fidel me dijo: «Pues venga». Nos dimos un abrazo y le di tres besos en su cara y cuando me separé de él le dije: «Ahora me puedo morir tranquila». Y él se echó a reír.
Gisela Sigler Ramírez
Como maestra primaria siempre asistí a todas las actividades relacionadas con mi trabajo y, por supuesto, en muchas de ellas estuvo presente Fidel.
Recuerdo que en agosto del 2012 nos encontrábamos trabajando en la construcción de una nueva escuela que se llamaría Antonio Bachiller y Morales en el Cerro, para dar cumplimiento a la disposición recién tomada por el Ministerio de 20 alumnos por aula.
Todas las maestras habíamos renunciado a las vacaciones para ayudar en lo que hiciera falta: cernir arena, alcanzar bloques, sacar clavos, sirviendo alimentos a la brigada de trabajadores, a contar y rechequear todos los materiales que se entregaban así como protegerlos de la lluvia, vientos, etc. Teníamos un doble turno alternando de 7:00 a.m. a 7:00 p.m., y luego de 7:00 a.m. a 7:00 p.m., días muy complicados sobre todo para nosotras, las mujeres, que éramos la mayoría.
El 15 de agosto me tocó el turno de la noche, otras compañeras y yo estábamos pintando la biblioteca y los demás trabajadores ponían lo que sería el piso del salón de la entrada, cuando de pronto se apagaron todas las luces, y nosotras, mujeres al fin, dimos al unísono un fuerte grito, pero automáticamente llegó la luz. Y entonces, si gritamos más fuerte, pero esta vez fue de gran alegría y cariño pues al frente de nosotras se encontraba la gallarda figura de nuestro Fidel.
Él se dirigió hacia nosotras, nos pasó las manos por las cabezas, nos abrazó y enseguida entabló un diálogo que solo acertábamos a balbucear de la emoción. Fidel nos preguntó cómo nos sentíamos, si estábamos cansadas, si habíamos comido, qué decían nuestros esposos por pasar la noche fuera de la casa, y por último, nos preguntó (pues había observado que todavía faltaba mucho para terminar la obra): «¿Creen ustedes que la escuela esté lista para iniciar el curso el 1ro. de septiembre?». Todas, a una sola vez, dijimos: «¡Claro que sí Comandante, cuente con ello!».
Al final pidió que nos tomáramos unas fotos todos juntos.
Días más tardes la pusieron en el mural de la escuela y con gran orgullo la mostrábamos a todos los pioneros y visitas que llegaban. Quedó como un recuerdo infinito de nuestro líder y su preocupación por la educación de su pueblo.
He tenido la costumbre que en el libro que leo y tengo en mi cabecera anoto algo emotivo que me pasó o algo curioso. Ahora, ante esta pérdida, busqué qué libro sería el que estaba leyendo en esos días, me acordé y releo: ¡Nunca imaginé que llegara el día mi Comandante de verte tan cerca!, y un sollozo mientras leo se me ahoga en el pecho.
Elpidio Morales Velázquez
Como humilde soldado de la patria, en las gloriosas filas del Ministerio del Interior, tuve la inolvidable oportunidad de cumplir algunas tareas para la protección de la integridad física de nuestro querido Comandante supremo Fidel.
En ocasión de la inauguración de la textilera Celia Sánchez Manduley en Manzanillo, provincia de Granma, fui ubicado en la carretera que enlaza los límites de Las Tunas con Manzanillo; esta vía aún no estaba completamente concluida y presentaba varios baches que podían provocar algún tropiezo en conductores desconocedores de la zona.
Mi tarea era impedir que cualquier curioso o intruso fuera a entorpecer el paso de nuestro líder que inauguraría el mencionado centro textil, solo eso. Pero al percatarme de la situación de la vía y la velocidad en que se acercaban los vehículos donde por lógica venía mi querido Fidel, no pude más que salir de mi discreción, darme a la luz y gesticular con señales de mano para que se disminuyera la velocidad y evitar el más mínimo incidente.
Experimenté una amalgama de emociones y sentimientos: el orgullo de ver frente a mí al líder de la Sierra Maestra, sentado, con espejuelos, su gorra, traje verde olivo, documentos en las manos y leyendo; me hizo gesto de saludo militar, todo en fracciones de segundos el carro continúa suavemente para sobrepasar el bache sin dificultad.
Junto a la alegría también sentí la sensación de miedo al verme rodeado de su escolta personal que me preguntaban el porque de mi acto... Tomaron los respectivos vehículos y se alejaron. Yo quedé alegre y triste a la vez; lo tuve muy cerca y lo protegí pero no sabía si mi jefe me halaría las orejas por lo que hice. No recuerdo como mi jefe se enteró, lo que si recuerdo es que se me otorgó un estímulo moral y un reconocimiento que nunca olvidaré.