Sesenta años de una relación soberana y digna
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«Hemos podido asomarnos a la Corea de los trabajadores liberados, del pueblo soberano y digno, de los científicos creadores, de los niños felices, ¡la Corea del socialismo!», expresó el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro, el 11 de marzo de 1986, durante su visita a la República Popular Democrática de Corea, donde sostuvo conversaciones amistosas con el líder, Kim Il Sung.
Habían transcurrido, entonces, 26 años desde que, el 29 de agosto de 1960, ambas naciones establecieran relaciones diplomáticas y de colaboración.
En el transcurso de estas seis décadas que celebramos hoy, mucha amistad se ha cimentado entre ambos pueblos, partidos y gobiernos.
Fidel ponderó entonces al pueblo coreano por su «tenacidad y firmeza, que bajo la dirección del compañero Kim Il Sung, transformó el heroísmo de la guerra en el heroísmo no menos importante del trabajo abnegado, disciplinado y cotidiano, del cual ha surgido una industria desarrollada, un impresionante esfuerzo constructivo y una agricultura moderna y eficiente».
La colaboración recíproca, la coincidencia en asuntos internacionales, la invariable postura norcoreana de apoyo a Cuba y de condena al bloqueo que por más de seis décadas mantiene Estados Unidos contra la Isla, constituyen parte de un patrimonio de dignidad y valor entre ambas naciones.
Cuba ha abogado y trabajado siempre porque la paz en la península coreana sea un objetivo permanente, no solo para esa región del mundo, sino para todos los países.
Durante su participación en el 73 Periodo de Sesiones de la Asamblea General de la ONU, en Nueva York, el 26 de septiembre de 2018, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, al referirse a la República Popular Democrática de Corea, expresó: «Damos la bienvenida al proceso de acercamiento y diálogo intercoreano, que constituye la vía para el logro de una paz duradera, la reconciliación y la estabilidad de la Península Coreana. Al propio tiempo, condenamos enérgicamente la imposición de sanciones unilaterales e injustas contra la República Popular Democrática de Corea y la injerencia externa en los asuntos coreanos», afirmó.
Así se ha constatado siempre, lo mismo en foros internacionales que en las numerosas visitas oficiales de dirigentes cubanos a la nación asiática, iniciadas por el Comandante Ernesto Che Guevara, quien fue objeto de un gran recibimiento de pueblo el 3 de diciembre de 1960 y recibió el abrazo del líder Kim Il-Sung.
En 1966, el entonces presidente Osvaldo Dorticós y el comandante Raúl Castro, ministro de las far, de visita en Pyongyang, además de llevar el mensaje de saludo y admiración para el pueblo y la dirección de la nación asiática, recibieron el cariño de sus anfitriones.
Más reciente en el tiempo, en 2018, el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel, fue recibido en Pyongyang por el líder norcoreano Kim Jong-un, en medio de una multitudinaria concentración de pueblo que sumó más de un millón de personas a lo largo del trayecto recorrido por ambos dignatarios.
Los principales medios de prensa de la nación asiática destacaron en sus titulares la «invencible amistad y unidad» de los dos estados.
«Se trata de un evento histórico que demuestra de forma poderosa la invencible amistad entre ambos países, y la camaradería de dos pueblos que avanzan hombro con hombro en su lucha conjunta contra la política de agresión de los imperialistas, y que pelean por la paz y por la victoria de la causa socialista», reza el editorial de ese día del diario oficial del Partido de los Trabajadores norcoreano, Rodong Sinmun, acompañado de una biografía de Díaz-Canel.
Por su parte, la agencia KCNA reseña que «El Partido (norcoreano) tiene como política establecida impulsar las relaciones tradicionales de cooperación y amistad con el pueblo cubano, que se han consolidado durante siglos y generaciones, tal y como requiere esta nueva era».
En una Reflexión de Fidel (Las dos coreas II Parte), del 24 de julio de 2008, el Comandante en Jefe escribe: «Cuando llegué el 7 de marzo de 1986 a la República Popular Democrática de Corea, casi 33 años después de la destrucción que dejó la guerra, era difícil creer lo que allí sucedió. Aquel pueblo heroico había construido infinidad de obras: grandes y pequeñas presas y canales para acumular agua, producir electricidad, abastecer ciudades y regar los campos; termoeléctricas, importantes industrias mecánicas y de otras ramas, muchas de ellas bajo tierra, enclavadas en las profundidades de las rocas a base de trabajo duro y metódico. Por falta de cobre y aluminio se vieron obligados a utilizar incluso hierro en líneas de transmisión devoradoras de energía eléctrica, que en parte procedía de la hulla. La capital y otras ciudades arrasadas fueron construidas metro a metro. Calculé millones de viviendas nuevas en áreas urbanas y rurales y decenas de miles de instalaciones de servicios de todo tipo. Infinitas horas de trabajo estaban convertidas en piedra, cemento, acero, madera, productos sintéticos y equipos. Las siembras que pude observar, dondequiera que fui, parecían jardines. Un pueblo bien vestido, organizado y entusiasta estaba en todas partes, recibiendo al visitante. Merecía la cooperación y la paz».
Y resume: «No hubo tema que no discutiera con mi ilustre anfitrión Kim Il Sung. No lo olvidaré».