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Raiz y flor en palabras de Fidel

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Cuadernos Americanos. México, año XXXV, No 2

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En el devenir histórico de la isla tuvo parte importantísima el imperialismo norteamericano que sembró semilla de divisionismo y encono en los albores del siglo xix cuando la mentirosa tesis del "destino manifiesto” apresó la voluntad de los hombres del Norte quienes marcharon, implacables y brutales, a corretear las llanuras desde los límites septentrionales hasta las lejanas regiones de Sur América despojando a los indios de sus territorios y disputándose las tierras más fértiles y hermosas hasta tocar las zonas más débiles y desamparadas que eran Cuba y Puerto Rico, Panamá, Colombia y esa faja conocida por Centroamérica. Los dirigentes norteamericanos, bajo la inspiración de Jefferson, propugnaron la expansión territorial y marítima del país a costa de pueblos próximos, ricos y poco explorados, hundieron las garras y abrieron el camino del oeste, se apoderaron de las Floridas (la Oriental y la Occidental), desgarraron a México y se sintieron aptos para engordar sus ambiciones descargadas sobre Las Antillas y sus mares prodigiosos. Cuba, para ellos, por su posición geográfica y condiciones estratégicas, representaba "un apéndice” de los Estados Unidos; tenían, sin embargo, una rival poderosa y temible: Gran Bretaña, a la sazón Reina de los Alares y dueña y señora de la gran industria y del comercio triangular. Bien pensado, en aquellos momentos, no era conveniente enfrentar enemiga tan vigilante y Norteamérica aceptó el statu-quo colonial, establecer la política de "paciente espera” por preferir que las islas permanecieran en "manos débiles” antes que cayeran en la órbita de gravitación inglesa.
 
Durante varias décadas hubo, con respecto a Cuba, dos alternativas: anexión y compra-venta. El enemigo embestía y, por su parte, el espíritu quijotesco español gruñía y decía ¡NO! mientras apretaba sus resortes en Cuba, perseguía a los liberales, desterraba a los maestros cuyo pensamiento "seguía con demasiado fervor la juventud”, multiplicaba sus desmanes, se congratulaba con la burguesía criolla estimulando a los oligarcas del comercio y la industria cañera e inventaba conspiraciones para atemorizar al pueblo torturando y fusilando tras procesos sumarísimos que nada comprobaban. Eran, solamente, actos de barbarie y terror. Bien fortificada La Habana (desde 1763, después de ser devuelta por los ingleses), introducida la máquina en los ingenios azucareros y libre la trata negrera, la esclavitud perdió su carácter casi paternalista para hacerse más inhumana y más cruel y, en contraposición, el espíritu cubano más rebelde e insumiso. Cuba llegó a ser el primer país productor de azúcar en el mundo. Autoridades coloniales y burguesía criolla acumularon fortunas fabulosas pero los palenques de esclavos africanos ofrecían resistencia y los cimarrones aumentaban por días. El contrabando se hizo tan activo que afectó la economía nacional y los intereses de la Corona y la inquietud predominaba en los campos, sobre todo de Oriente, y en las zonas urbanas que crecían y se desarrollaban gracias a la base social esclavista.
 
Llegó así el 1868. Un grupo de hombres pronunció en La Demajagua el grito de ¡Independencia o Muerte! Era la guerra dirigida por patriotas cubanos procedentes de familias ricas (principalmente hacendados), cultas y de autoridad y relaciones sociales. La revolución, llamada de Yara, no llegó a las provincias occidentales (La Habana y Pinar del Río) donde más arraigados estaban los intereses esclavistas de aquella sociedad opulenta y egoísta, pero arrastró, tras sí, a campesinos, artesanos, esclavos emancipados por sus amos revolucionarios, tomó a Bayamo y la incendió antes de entre-garla, y celebró en Guáimaro la primera Asamblea Constituyente despertando el patriotismo fervoroso de estudiantes, profesionales e intelectuales quemados en el resplandor patriótico de Carlos Manuel de Céspedes, iniciador del movimiento, Francisco Vicente Aguilera, hacendado millonario que murió en la miseria, Máximo Gómez, agricultor dominicano, los hermanos Maceo, agricultores, Bartolomé Masó, hacendado, Ignacio Agramonte, abogado, los hermanos Sanguily, (Manuel y Julio), Luis Ayestarán, estudiante, "Mo- ralitos”, maestro y muchísimos más que azotaron con la palabra y las armas al ejército regular de España. Máximo Gómez sostuvo la campaña de Guantánamo con la colaboración eficaz de su bravo lugarteniente Antonio Maceo; ocupó la dirección del ejército mambís camagüeyano, después de la caída en combate del Mayor Ignacio Agramonte; sostuvo batallas famosas (Naranjo, Palo Seco, La Sacra, las Guásimas) y organizó y llevó a cabo la invasión de Las Villas burlando la trocha española con un pequeño ejército que acampó en el triángulo azucarero de Sancti Spíritus, región clave, y, desde allí, su bizarro brigadier Henry Reeve (el Inglesito) asedió a Matanzas e incendió ingenios. La campaña del 68 afectó a todo el país y la represión española, la soldadesca asesinando a hombres, mujeres y niños, arrojando de sus bohíos a familias humildes e indefensas y apoderándose de ganado, cosechas y producción, representó la más agresiva y violenta contrarrevolución que conoce la lucha inicial cubana. Si occidente se mantuvo relativamente quieto fue debido al miedo de la burguesía más reaccionaria protectora de sus cuantiosos intereses salvaguardados con fuertes sumas entregadas a las autoridades coloniales para el sostenimiento de las tropas españolas, concentradas en aquellas provincias, más productivas y mejor guarnecidas.
 
La experiencia de esta larga (diez años) y dramática guerra aportó un conocimiento que habría de ser útil. El joven habanero José Martí asimiló política y teóricamente sus enseñanzas al unirse estrechamente con los veteranos más combatientes y decididos. El genio político de Martí salvó todos los obstáculos para la preparación de la del 95 con la organización de un partido único y unitario (Partido Revolucionario Cubano), la creación de un órgano de propaganda (Patria), la realización de giras y conferencias por varios países para conocer hombres e intercambiar ideas y, por fin, crear clubs y centros revolucionarios en diferentes lugares y, muy especialmente, en los que vivía una población obrera y cubana. Martí había residido largos años en New York y concurrido a las Conferencias de Washington, no olvidaba la frase de Bolívar sobre el designio de los Estados Unidos para "empobrecer” a los pueblos latinoamericanos y, estas sugestiones, ampliaron la visión política del joven habanero quien añadió el ingrediente antiimperialista (1)  en el complejo táctico-ideológico de libertar a Cuba y acuciar los ideales hacia otras tierras (Puerto Rico) sujetas al dominio español. Martí añade elementos a la guerra: la prevención contra el "monstruo”, del que conocía las "entrañas”, la solidaridad de pueblos hermanos y el internacionalismo en las luchas de liberación nacional. Hay singulares coincidencias entre la táctica marxista-leninista y los ideales martianos y basta, para estimarlo, la creación de un partido directriz, la creación de una prensa y la solidaridad e interna-cionalismo tan vigentes en nuestros días. Esta similitud en los trabajos preparatorios de las revoluciones (cubana y bolchevique) la hizo notar, Fidel, en su detallada exposición informativa.
 
La titánica empresa organizada por Martí iba a recaer en dos figuras simbólicas del 68: el general Máximo Gómez, dueño y maestro de una estrategia guerrillera de formidable alcance y su lugarteniente el mulato oriental Antonio Maceo quien había rechazado la paz del Zanjón y pronunciado la Protesta de Baraguá. Pero es José Martí quien da contenido ideológico a la "guerra justa” recogido en el Manifiesto de Montecristo (firmado por Martí y Máximo Gómez, como General en Jefe de la guerra, nombrado por el Partido Revolucionario Cubano). Logra Martí poner en marcha no solamente a los veteranos gloriosos del 68 sino que incorpora a las nuevas generaciones ("pinos nuevos”) a trabajadores, del campo y las ciudades, estudiantes y clase media alumbrando la conciencia americanista sin distinción de razas, sexo o nacionalidades y fijando, en fin, una línea ideológica de verdadera independencia y soberanía frente al colonialismo y la voracidad norteamericana. (Estas consignas cristalizan en La Sierra y desarrollan en la práctica del gobierno revolucionario cubano). La ruta invencible de La Invasión (1895-96) marca la culminación epopéyica. Es entonces que Estados Unidos intervienen. La gesta cubana ha asombrado a Europa y causado desequilibrio económico en la balanza mundial.
 
El Congreso norteamericano, presionado por la opinión pública que simpatiza con la emancipación de Cuba, aprueba la Joint Resolution. Me Kinley, temeroso del triunfo cubano, vacila, la presa puede escapársele, y aprovechando los conflictos internacionales, en el Lejano Oriente, de la Gran Bretaña, despacha un comisionado a Madrid para "comprar” (reiteración ya vieja) a Cuba y nuevamente rechazada, confiados los dirigentes españoles en los métodos wylerianos, se cumple el plazo concedido por USA y una escuadra pretende, sin lograrlo, tomar La Habana, mientras un ejército, al mando del general Shaffer, se equipa y adiestra en tierra próxima para "salvar a Cuba de las crueldades de Weyler”. La participación de los Estados Unidos fue solamente "un episodio” en la guerra hispanocubana y sólo los combates de El Caney, San Juan y la batalla naval de Santiago de Cuba salvaron a los yanquis del ridículo. Los jefes militares de USA no tenían un plan concreto y combinado de guerra. Rondaban las costas cubanas cambiando tiros o cañonazos pero sin poder desembarcar. Fue el servicio de inteligencia cubana el que informó que la escuadra de Cervera había zarpado hacia La Habana y se encontraba embotellada en el puerto de Santiago de Cuba y, en aquellas acciones, se reconoce (por técnicos militares y hasta autorizados historiadores y autoridades norteamericanas) que fueron las tropas cubanas, mandadas por el general Calixto García, las que jugaron un papel más decisivo y airoso, no obstante el general Shaffer cometió la majadería (y vanidad) de no invitar a estas tropas a entrar en la ciudad de Santiago de Cuba ni tomar puesto en el desfile de la victoria.
 
¿Olvidaban los norteamericanos que durante 30 años los cubanos habían combatido por su independencia y soberanía? Los mambises no tan elegantemente vestidos, con armas deficientes, sin logística, validos solamente de sus conocimientos del terreno, de las partes vulnerables, y la forma de lucha guerrillera implícita de abnegación y patriotismo diezmaron, aniquilaron un ejército regular que llegó a disponer de 300,000 soldados y millones de pesos. Ese ejército, exhausto, vencido ya, fue el que encontró Shaffer ignorante de la guerra en los trópicos y con un volumen de carne de 300 libras que le impedía moverse y actuar con la agilidad que requiere la guerra. España, viéndose perdida prefirió entregar la isla, retenida 4 siglos, a una nación extraña antes que ponerla en manos de sus gloriosos hijos. (Esto ya lo había previsto Martí. Era una adivinación sagaz. También Juárez sabía, y escribió a su hijo político, que "los fuertes no se pelean ni preocupan por la suerte de los débiles”) (Carta al cubano Pedro Santacilia, Paso del Norte 19 de enero de 1866). El Tratado de París establecía un "protectorado” sobre Cuba, cedía la isla de Puerto Rico y el archipiélago Filipino y recibía un montón de dólares.
 
USA ocupó el territorio cubano, impuso un gobierno militar, sus leyes y normas; forzó el patriotismo de los convencionistas constituyentes, ahogó toda protesta popular y obligó a introducir, en la Carta Magna cubana, una Enmienda, que, entre otras calamidades, abogaba por el derecho de intervención, exigía tierras para estaciones navales y escamoteaba la Isla de Pinos que por sangre y legendarios antecedentes históricos es tierra eminentemente cubana. La gran batalla de la Enmienda Platt es una de las más cívicas y valientes que ha tenido Cuba en el orden constitucional. Después de la ponencia de Juan Gualberto Gómez y de la negativa, casi general, de la Asamblea, el famoso "apéndice” viajó varias veces a Washington y dividió la opinión de los congresistas muchos de los cuales la rechazaban como "indeseable” tanto por el pueblo norteamericano como por el cubano. Después de réplicas, manifestaciones masivas (20,000 personas protestando en las más céntricas calles habaneras) la disyuntiva de los dirigentes yanquis fue "¡Enmienda o continuación del gobierno militar!” Le habían cruzado las manos a Cuba y Sanguily que fue un oponente sincero y un elector de ¡SI! obligado dijo, con amargura: "Cuba es un país de hechos consumados”, frase que repitió en otra ocasión de dramática tensión. En reñida votación la Enmienda fue aprobada y los convencionistas trataron de suavizar asperezas. Pero la semilla tenía muy fuertes raíces y la flor no brotaría hasta muchísimos años después.
 
Los yanquis cayeron sobre Cuba como plagas. Robaron tierras, despojaron a los guajiros de sus predios, se apropiaron de los ingenios y zonas mineras, explotaron "al barato” la mano de obra cubana, inventaron en beneficio propio la "reciprocidad” —otro debate histórico con paladín lleno de dignidad: don Manuel Sanguily— y los asuntos cubanos se guisaron en Washington antes y después de montar una republiquita mediatizada, presidida por un cubano anexionista, colaborador insinuante de la Enmienda Platt y tan terco y ensoberbecido que atizó su reelección, con la oposición de todo el pueblo, se hizo de la "vista gorda” ante asesinatos (Enrique Vi lluendas), provocó la sublevación liberal y acabó en el ostracismo, después de pedir a Teodoro Roosevelt "dos buques de guerra, uno para La Habana y otro para Cienfuegos” para "restablecer la tranquilidad y "garantizar las inversiones norteamericanas”. Llegaron Taft y Bacon pero no arreglaron nada. Don Tomás Estrada Palma estaba obcecado y se creía el "hombre providencial”. Eran los halagos de sus adictos bien acomodados y las lisonjas antipatrióticas de sus consejeros áulicos: Ricardo Dolz y Domingo Méndez Capote. Acéfala la república, Charles Magoon llegó campechano y divertido; hombre sin escrúpulos que había sido embajador en Panamá y gobernador de la zona del Canal. Con transgresión de la ley dictó indultos a granel, se hizo de una cohorte de adictos sin moral, repartió comisiones y prebendas, creó la botella (2) y protegió a gerentes y empresarios contra el pueblo trabajador. El maestro Enrique José Varona reconoció en un artículo ("El Talón de Aquihes”, publicado en El Fígaro) que “el único móvil de la intervención había sido garantizar los intereses extranjeros”. Magoon gobernó desde octubre de 1906 hasta 1909 que entregó la presidencia al jefe liberal, General José Miguel Gómez, de amplia base popular. Los $13.525,539-63 que don Tomás había acumulado en el Tesoro Nacional volaron como golondrinas mensajeras y sólo quedaron .... $2.809,462.50. A José Miguel lo obsequió Magoon con una deuda de $11.924,825.54.
 
II
 
SALUDABLE, sin mostrar cansancio, vestido con uniforme militar de gala, animoso y lleno de energía, Fidel examinó dialécticamente todo este proceso cubano y el siguiente, de los presidentes amarrados a la coyunda yanqui. Al iniciar su informe el dirigente cubano recibió una ovación espontánea y estruendosa. La Asamblea, puesta en pie, dio fraternal acogida al organizador y jefe de la rebeldía de la Sierra, creador del Ejército Rebelde (de "barbudos”), y timonel firme y valiente de 16 años de gobierno revolucionario con enemigos internos y externos, agresiones, bloqueo, intrigas y aislamiento político y comercial mantenido por las clases más reaccionarias del mundo, el gobierno de la Casa Blanca y los alter-ego tullidos de la OEA (excepto México que supo mantener su dignidad e hizo válida la libre determinación de los pueblos). Fidel sereno, calmudo casi, comenzó con palabras de reconocimiento para los pueblos hermanos y delegados elegidos en asambleas de sindicatos, instituciones y organizaciones de masas así como invitados extranjeros. Fue aquel un momento emocionante el de evocación de los mártires del 68, del 95; de las infortunadas víctimas del régimen machadista: Alfredo López, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y tantos otros que supieron mantener la altiva virtud del sufrimiento y, con entereza, recibir la muerte como holocausto a los ideales. Machado dejó el camino jalonado de cadáveres multiplicados en nombre de la "tranquilidad”, la "democracia” y la "civilización”. Con él comienza, en alto grado, —en nuestro país— la reaparición de la espantosa herencia de los conquistadores dejada por los españoles en las guerras civiles del Perú que de nuevo encontramos en el tratamiento cruel recibido por los nativos de las islas Canarias, eslabón entre Granada y América. Ya desde los tiempos del presidente Rosas las torturas y violencias muestran los mismos caracteres y estampas de ferocidad de los tiranos que en América Latina se hacen llamar "Generales” y "caballeros” y cuelgan, en las guásimas (3)  a sus adversarios, utilizan los fosos de las fortalezas para lanzarlos al mar, ametrallan en las calles a jóvenes desarmados y cometen, impunemente, las mayores fechorías.
 
Tecnificados los métodos se ha llegado al colmo de sacarle los ojos a prisioneros, asesinar a mujeres indefensas, encerrar en crujías, junto a los delincuentes, a luchadores políticos para ser estrangulados y certificar: "suicidio”. Y no faltan, en los días que vivimos, "castigos” tan bárbaros como cortar las manos, dar toques eléctricos, enloquecer y maltratar hasta hacer caer a la víctima en la desesperación agónica. No es necesario citar nombres. Los hechos son conocidos. Estos procedimientos, que humillan y envilecen al que los practica y glorifican y ennoblecen al que los padece, no detuvieron la revolución del 30 justa y certeramente analizada por Fidel en su Informe. En aquel movimiento la clase obrera, el campesinado, las capas medias, hombres y mujeres, negros y blancos, pelearon con denuedo dirigidos por el Partido Comunista que apenas había traspasado el primer lustro de su fundación (se organizó en 1925) y unido a otras fuerzas progresistas los comunistas sufrieron persecuciones, cárceles, torturas, destierros, hambre y muchos de sus mejores activistas perdieron la vida por hierro enemigo. Fueron ellos los primeros en talar el espeso bosque de la emboscada imperialista y fueron ellos los más abnegados y tenaces, considerados "sin patria”, sin familia, sin hogar, con refugios ocasionales de personas comprensivas o amadas. En realidad no solamente los comunistas pasaron por los peligros (justo es reconocerlo) pero sí fueron ellos los más desamparados, los más resistentes y los más avizores del porvenir practicando una autocrítica severa que rectificó errores políticos y hoy se maneja con espléndida habilidad por el Alto Mando que encabeza Fidel Castro.
 
Las conquistas "del 30” no completaron la independencia y soberanía cubana. Abrogada la Enmienda Platt la presión imperialista, el poder de la burguesía y el absorbente control de las compañías a las que se unieron latifundistas, ricos comerciantes, exportadores y la traición de Fulgencio Batista, echaron por tierra acciones tan aplaudidas y avanzadas como la nacionalización de la Componía Cubana de Electricidad (Antonio Guiteras Holmes). En 1935 la huelga general fracasó bajo el fuego de las ametralladoras y la revolución sufrió un colapso. Fue necesario un impasse para reorganizar las filas. Guiteras y su compañero Carlos Aponte fueron ametrallados en el Morrillo cuando, con un grupo de revolucionarios, se disponían a salir para México con el fin de organizar allá la insurrección armada. Siguieron días negros, sórdida la atmósfera cubana, fríos y desolados los corazones. El fascismo en marcha apocalíptica, la pérdida de España republicana, la "caza de brujas”, la guerra fría ensombrecieron al mundo y, en Cuba, las disensiones impedían la unidad. Los comunistas eran marginados y sus líderes asesinados (Jesús Menéndez).
 
Los gobiernos auténticos resultaron anodinos y corruptos. En 1944 triunfa el doctor Ramón Grau San Martín con gran mayoría sobre el candidato de Batista. Despierta las esperanzas populares pero resultó la gran frustración. Arrebató a los comunistas la dirección del movimiento sindical y se emplearon todos los medios de que disponía el Estado para entregar ese movimiento en las manos sucias y gananciosas de una camarilla traidora y violenta. El anticomunismo —consigna de Washington— adquirió una virulencia inusitada y en la administración pública, donde las recaudaciones habían aumentado por el precio del azúcar, el robo, el despilfarro, los falsos valores aupados produjeron una grieta tan grande que el autenticismo se resquebrajó y Eduardo R. Chibás abandonó sus filas para crear el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) que atrajo a millares y millares de hombres y mujeres de todas las clases sociales que adquirieron una cohesión nunca vista en los partidos tradicionales del país. Chibás fustigó con estentórea voz (oída a través de la radio) los latrocinios, desvergüenzas, altas tarifas impuestas por el imperialismo en la luz eléctrica y los teléfonos y la cam-paña del líder ortodoxo prácticamente destruyó el autenticismo que perdió todo su prestigio en período y medio de mandato. Grau llevó al poder a su "discípulo” Carlos Prío Socarrás, hombre que había sido dirigente estudiantil en el movimiento "del 30”, pero ni Grau ni Prío tenían autoridad y Batista, ambicioso de poder, se coló por una posta de Columbia y echó al Dr. Prío de Palacio. Era el 10 de marzo de 1952. El 16 de agosto de 1951 Eduardo Chibás se había dado un balazo y muerto ante la conmoción del pueblo cubano en su totalidad.
 
La isla de Cuba con 8 millones de habitantes, rica, fértiles campos y mares de pesca abundante, cultura superior desarrollada y años, décadas, siglos, de trabajo empeñoso y difícil como es el cultivo cañero y con patriotismo suficiente para dar, en igualdad de condiciones, "una solemne paliza” a todos los generales del 10 de marzo, recibió como una humillación el retorno al poder, por medio de un sigiloso golpe de Estado, del hombre enriquecido fabulosamente con las arcas del Tesoro nacional, acatador sumiso de las órdenes de Washington y anfitrión fastuoso de Alí-Babá y sus 40 ladrones. Pero no era posible, por el momento, hacer nada. Claro que el valor no faltaba pero ¿con qué pelear frente a un ejército regular adiestrado y equipado en los Estados Unidos? Aquel odiado ejército, de caqui y armas superiores, era el mismo ejército organizado por los norteamericanos en la primera intervención y estaba listo, siempre, para agredir, atropellar, desencadenar la ferocidad y producir el balazo. Lo habían educado para matar, defender las propiedades del imperialismo y las de un grupito de capitalistas hechos a la sombra de los mandantes de turno que enriquecían a sus favoritos designándolos cuatro o cinco semanas ministros o funcionarios ejecutivos.
 
El pueblo, por el contrario, carecía de armas, de organizaciones masivas, no tenía fe y había frustrado todas sus esperanzas. El gobierno de malversadores y truhanes había huido dejando abandonado al pueblo. Un pueblo sin escuelas, sin hospitales, con miles desocupados y otros miles en la miseria dedicados a los juegos de azar, explotar la prostitución y vivir de la vagancia, el robo y los negocios extralegales (el contrabando y la sargentería política). La situación cubana, en 1953, año del asalto al cuartel Moneada era desoladora. Los conflictos se multiplicaban. El mismo Fidel (La historia me absolverá) así lo denunció en el alegato más valiente y de mayor contenido ideológico pronunciado en ocasión de comparecer ante el Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba el día 16 de octubre de 1953.
 
Ofreció cifras: 500,000 obreros del campo habitaban bohíos miserables y antihigiénicos, trabajaban cuatro meses al año, en labores de la zafra y el resto, él y su familia, padecían hambre y necesidades; 400,000 obreros industriales y braceros sufrían el saqueo de sus retiros desfalcados; vivían en vecindades ruinosas y sus salarios pasaban de las manos de los patrones a las de los garroteros; 100,000 pequeños agricultores trabajaban una tierra que no les pertenecía; 30,000 maestros carecían de aulas; 20,000 pequeños comerciantes estaban abrumados de deudas, arruinados por la crisis y los jóvenes profesionales que salían de la Universidad no encontraban dónde aplicar y desarrollar sus conocimientos. Era el desdichado pueblo cubano cuyos caminos estaban cerrados; había sido engañado, sus riquezas naturales habían pasado, sucesivamente, a empresas extranjeras que explotaban el campo, las industrias, los servicios públicos ¡todo! e introducían en el país la ideología burguesa más retardataria penetrando a través del libro de texto, el cinematógrafo, la TV, los "muñequitos” más idiotas y hasta el idioma y la música estaban afectados y una jerga ramplona sustituía el bello decir de Castilla mientras estrepitosa música, de mal gusto, llenaba el ambiente que "lo cubano” cadencioso y melódico dotaba de galanura y espiritualidad. Cuba era una estación tributaria perdedora de lo propio y característico. Una isla cuyo porvenir era una incógnita. Las vías usuales no resolverían nada y se hacía necesario abrir los ojos, alertar la mente y entregar el corazón a nuevas formas de combate y vida. La levadura iba ser el Moneada.
 
El audaz asalto a la fortaleza mejor guarnecida de Oriente es una hazaña pero no representó el triunfo de la revolución. La revolución pagó con numerosas víctimas esa temeraria acción admirada por todo el pueblo que recibió, también, su manto de luto. Fidel reconoció los resultados del asalto como definidores de "un programa de liberación”. Los reveses tácticos no siempre son sinónimos de derrotas y, en realidad, no existían —en 1953— las condiciones necesarias para contrarrestar las desventajas de la correlación mundial de fuerzas. El imperialismo yanqui era extraordinariamente poderoso y "si la revolución hubiese sido puesta en la disyuntiva de claudicar o perecer habría, sin duda, perecido antes de claudicar”. Fidel explicó cómo la historia no transcurre en ningún país sin estas alternativas imponderables y a veces trágicas y el futuro, en determinadas circunstancias, depende de la voluntad inquebrantable de lucha y la propia acción revolucionaria. Sin el Moncada, —enfatizó Fidel— no habría existido el Gramna, la lucha de la Sierra y la victoria del 1 de enero de 1959- Es un proceso semejante al que se produce en todas partes. ¿Acaso sería independiente Cuba sin las dramáticas contiendas del 68 y el 95? ¿Acaso las luchas cubanas, desde las batallas constituyentistas del inicio republicano, la Enmienda Platt, el Tratado de Reciprocidad, las demandas obreras y campesinas, el movimiento del 30, la organización del PC cubano y la trágica lucha contra Batista, representan otra cosa que el desarrollo consciente y la acción decidida de lucha por la liberación nacional? Hechos combativos que aglutinaron a amplias capas del país que secundaron la rebelión de la Sierra alcanzando, para Cuba, su completa independencia y soberanía. Desde el siglo XIX la política cubana transcurrió entre evidencias, virajes y acometidas. En el primer cuarto del presente siglo ya se constató, claramente, que los problemas cubanos no tenían solución por la vía capitalista y el desarrollo y éxito del socialismo marcó definitivamente la pauta a seguir. Había llegado la hora de convertir a Cuba en el primer país socialista de América, separarla totalmente del pulpo que la absorbía y hacerla dueña absoluta de su propio destino.
 
III
 
E l Congreso sesionó cuatro días. Su fundamental objetivo consistió en tomar Acuerdos para el plan de trabajo a desarrollar en el próximo quinquenio y, además, organizar el referendum con vistas a someter a la aprobación popular la Constitución y la Ley de Tránsito Constitucional. El Comité Central fue renovado promoviéndole a él a militantes destacados en sus tareas y centros de trabajo los cuales han demostrado capacidad de trabajo, desarrollo ideológico, abnegación y voluntad creadora. El 22 de diciembre se clausuró la magna asamblea con un acto en la Plaza de la Revolución al que asistió una multitud de más de 1.000,000 de personas. Ratificado el comandante Fidel Castro Primer Secretario del Partido reiteró su saludo a los delegados y la gratitud del pueblo cubano hacia los países que de una u otra forma han colaborado a reducir la distensión política en la esfera del continente americano, así como a la Unión Soviética y países socialistas que materialmente están cooperando en el desarrollo integral de Cuba.
 
 
 
(1) No debe extrañar que Martí no empleara la palabra antimperialismo. No era usual entonces. Se decía: colonia, coloniaje, metrópoli. El verdadero imperialismo financiero no había desarrollado ampliamente en los años de José Martí, menos en los de Bolívar y don Benito Juárez.
 
(2) Coima, dádiva con que se soborna a una persona.
 
(3) Horca en Cuba.