Premios que vale la pena recordar
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Las medallas y distinciones que se entregan en el mundo por las más disímiles razones, guardan una historia que se lleva consigo cada premiado. Muchos creen que el cargo de conciencia por haber inventado la dinamita llevó a Alfred Nobel a disponer en su testamento la creación de un fondo que premiase a los principales exponentes de la literatura, la medicina, la física y la química, así como a quienes hicieran los mayores aportes para evitar guerras.
Este último galardón, el que se dedica a la paz, resulta el más polémico de todos los Nobel por sus intereses políticos de fondo.
Figura en los estantes de personajes tan polémicos como el belicista secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger; el sionista Shimon Peres o el presidente que no vivió un solo momento sin conflictos bélicos durante su paso por la Casa Blanca, Barack Obama.
Si bien la distinción que otorga el Comité Noruego resulta la más conocida, no ha sido la única.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas entregó anualmente durante varias décadas el Premio Lenin de la Paz. Entre otros políticos e intelectuales progresistas del siglo pasado, lo recibieron el presidente mexicano Lázaro Cárdenas (1955), el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (1963) y el mandatario chileno Salvador Allende (1972).
En la lógica de la Guerra Fría, en la que cada acción de Occidente tenía una contraparte en el campo socialista, algunos lo llamaron el Nobel soviético, pero la realidad era mucho más compleja.
Creado en 1949, poco después de concluida la Segunda Guerra Mundial, el galardón pretendía contribuir a los esfuerzos por un mundo estable y de concordia entre los pueblos.
Su principal aval eran los más de 20 millones de muertos que puso la Unión Soviética para erradicar la amenaza del fascismo, una realidad que siempre se intentó minimizar en este lado del Atlántico.
Al principio llevó el nombre de Joseph Stalin, quien estuvo al frente del país en aquella guerra y marcó con su estilo dogmático y mano dura una parte de la vida soviética y del comunismo internacional.
A partir de su muerte y las críticas que se hicieron sobre el culto a la personalidad durante el estalinismo, el premio fue rebautizado con el nombre de Lenin, el líder bolchevique que materializó el primer Estado socialista del mundo.
Fue por ese entonces que la Revolución Cubana estremeció al mundo y su alcance desbordó las fronteras nacionales. El Comandante en Jefe de aquella aventura a 90 millas de Estados Unidos, Fidel Castro, se convirtió en un símbolo de escala planetaria.
En 1961 fue galardonado con el Premio Lenin de la Paz y el 21 de marzo del siguiente año lo recibió oficialmente en el teatro Chaplin de La Habana.
El poeta Nicolás Guillén lo había obtenido en 1954 y Vilma Espín, eterna luchadora por los derechos de la mujer, lo haría posteriormente en 1977.
"En ningún otro minuto de la historia humana la idea de la guerra es tan terrible como en este momento", recordó Fidel en el acto de entrega del premio.
El líder cubano, que apenas unos meses antes había comandado en las arenas de Playa Girón la resistencia a la invasión mercenaria organizada por Estados Unidos, disertó sobre la necesidad de evitar los conflictos en un mundo amenazado por las armas nucleares.
Pero dejó claro a qué tipo de paz deberían aspirar los revolucionarios: "La lucha por la paz, es decir, la lucha contra la guerra, la lucha por el desarme, significa no una actitud pasiva, sino una actitud activa en favor de la independencia y de la liberación de los pueblos".
El pueblo cubano, dijo Fidel, hizo un gran aporte al librarse del dominio imperialista y señalar con su ejemplo el camino a los demás pueblos hermanos de América Latina.
"¡Yo llevo esta medalla sobre mi pecho en nombre del pueblo! No yo, ¡es el pueblo quien ha recibido esta medalla!", dijo en la conclusión de sus palabras.
Fue esa misma Cuba de Fidel la que acogió durante cuatro años el proceso de paz más importante en la historia de Colombia y la que fue sede del encuentro histórico entre el Papa Francisco y el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, su Santidad Kirill.
Fue también aquí que se proclamó América Latina y el Caribe como Zona de Paz, en el cierre de la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, un organismo sobre el cual solo se podía soñar en 1962.
Más de medio siglo después de aquel discurso en el teatro Chaplin, sobre nuestra región sigue pendiendo la amenaza de la guerra en las distintas variantes del siglo XXI, desde los golpes suaves a la guerra no convencional.
El panorama internacional es aún más desfavorable con el avance de las ideas radicales, el proteccionismo y la xenofobia. Las alertas que hacía entonces Fidel -y que siguió sosteniendo el resto de su vida- siguen vigentes y lo estarán en el futuro previsible, aunque ya nadie se dedique a otorgar un premio distinto al Nobel.