PLAYA GIRÓN 1961: Cronología de una victoria
Fecha:
Fuente:
Autor:
No quiso que se revelara su nombre en la prensa cuando lo entrevistaron a finales de 1961. La reportera Justina Ávarez decidió apodarle Juanillo. Era entonces de pequeña estatura y reacio a decir su edad. Cuando se inscribió en las Milicias y no lo aceptaron, protestó: “¿Es que para defender la Revolución hay que ser alto y mayor de edad?”. Al final pasó la escuela de adiestramiento y recorrió mejor que muchos los 62 kilómetros. Y el 15 de abril de 1961 estaba acuartelado en un antiguo cuartel de la guardia rural con algunos de su batallón. Ya casi amanecía y no podía conciliar el sueño, por lo que salió a coger fresco.
De pronto el horizonte se iluminó e inundó el ambiente de un ruido ensordecedor, como de grandes explosiones y tableteos de ametralladora. Sus compañeros abandonaron las hamacas, profiriendo gritos. Juanillo señaló con la mano hacia el oeste.
En la base aérea de San Antonio de los Baños los pilotos dormitaban cerca de sus aviones. Un ruido familiar, de bombardero B-26, los despertó. “Ah, esos son los compañeros de Santiago”, dijo alguien. El ametrallamiento y el bombardeo a la pista los sacaron de su letargo. Años después Enrique Carreras, entonces piloto, recordaría: “Ahí nos pusimos la ropa, el que pudo ponérsela, y salimos a buscar nuestros aviones”.
En el aeropuerto de Ciudad Libertad, cuando las naves mercenarias comenzaron a arrojar sus bombas, las antiaéreas les abrieron fuego. Uno de los aparatos, incendiado, se precipitó al mar. Eduardo García Delgado, de 23 años, instructor de artilleros, fue a buscar un FAL para repeler la agresión. “No suba, profe, venga”, le alertó uno de sus alumnos. Pero él subió. Un rocket le alcanzó. Sangraba profusamente por el cuello y un brazo. Antes de morir, escribió en una pared, con su sangre generosa, a modo de mensaje, un nombre: Fidel.
16 de abril
Al batallón de Juanillo lo ubicaron muy cerca de la tribuna en el acto en las capitalinas calles de 12 y 23. Una impresionante masa de pueblo, que colmaba de acera a acera la calle 23, fue a enterrar a sus muertos, víctimas del ataque aéreo, algunas de ellas civiles. Nunca había visto tan de cerca a Fidel y alzó su fusil cuando el Comandante en Jefe proclamó el carácter socialista de la Revolución: “Lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es la dignidad, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario […] ¡Y que hayamos hecho una Revolución Socialista en las propias narices de los Estados Unidos!”. Antes de disolverse la concentración. Fidel habló otra vez al pueblo: “Compañeros, todas las unidades deben dirigirse hacia la sede de sus respectivos batallones, en vista de las movilizaciones ordenadas para mantener el país en estado de alerta”.
En la medianoche, en Playa Girón, el jefe del puesto de milicias y un alfabetizador paseaban por la arena. “Una luz roja en el mar”, dijo el adolescente. Creyéndolo un barco extraviado, estacionaron el yipi frente a la embarcación. Una ráfaga destrozó la carrocería del auto. Del pequeño cuartel llegó un grupo de milicianos. “Ríndanse”, conminaron los de la lancha. “Nosotros no nos rendimos, somos de Patria o Muerte”. Se generalizó la balacera. Había comenzado la batalla de Playa Girón.
17 de abril
En las primeras horas de la madrugada, se recibió del puesto de observación en Playa Larga un inquietante mensaje: “Una lancha está desembarcando y dispara hacia la playa. Tenemos esta gente encima. Vamos a romper la planta y nos vamos para las trincheras”. El batallón 339 marchó a rechazar el desembarco. Empezaron a avanzar por el terraplén en medio de la noche. Avistaron gente. “Alto ahí, ¿quiénes son ustedes?”. “El 339 de Cienfuegos. ¿Y ustedes?”. “La compañía E del segundo batallón”. “Eso no existe en Cuba”. “Somos del Ejército de Liberación, no vinimos a pelear contra ustedes. Ríndanse”. “Patria o Muerte”, gritó un joven. “Fuego”, ordenó el más veterano. Y comenzó el combate.
Con su tenaz resistencia de aquella madrugada, aquellos milicianos hicieron fracasar una parte importante del plan de la CIA para la brigada mercenaria. Habían impedido que la compañía E siguiera avanzando hacia el estratégico poblado de Pálpite, en donde debían unirse con los paracaidistas y de este modo consolidar la ocupación de la cabeza de playa.
Fidel envía al entonces capitán José Ramón Fernández como jefe de tropas al central Australia. Cuando este llegó a la fábrica de azúcar, Fidel le aguardaba al otro extremo de la línea telefónica para encomendarle la toma de Pálpite. Fernández ordenó al Batallón 225 “salir por el terraplén y ocupar posiciones a la salida de la laguna. Si no encuentran resistencia, avancen hasta Pálpite, que está a dos o tres kilómetros de la playa”. A pesar del hostigamiento de la aviación enemiga y la tenaz resistencia de los paracaidistas mercenarios, se tomó el pequeño batey a las 10 de la mañana. Fidel gritaba jubiloso cuando se le informó de ello: “Ya ganamos la guerra: Les hemos hundido dos barcos y tres lanchones y si no se dieron cuenta de que tienen que defender Pálpite, están perdidos”.
Ese mismo día, en las primeras horas de la tarde, al entonces teniente Néstor López Cuba, al frente de cinco tanques T-34, el Comandante en Jefe le ordenó: “Tienes que llegar hasta Playa Larga. Ustedes deben salir ahora para Pálpite. Salgan ahora mismo que yo los espero allá”. López Cuba y los cinco T-34 bajo su mando llegaron de noche al estratégico batey. Allí ya los esperaba Fidel. “¿Qué pasó que se demoraron tanto?”. Ya entrada la noche, junto con Fernández y otros altos oficiales de las FAR, delineó el nuevo plan de ataque.
18 de abril
Cerca de la una de la madrugada, Fernández detuvo el fuego artillero contra las posiciones de los mercenarios en Playa Larga. Cuatro T-34 iniciaron la marcha con las luces apagadas. El quinto permaneció en Pálpite para mantener la comunicación. Los bazuqueros mercenarios neutralizaron dos tanques. Los hombres de la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas y de la columna Uno del Ejército Rebelde seguían avanzando. Los invasores resistían. El ataque revolucionario no tuvo éxito. Cumpliendo orientaciones de Fidel, Fernández ordenó al batallón 144 marchar a Soplillar y de ahí a Caleta del Rosario, para evitar el paso de cualquier refuerzo. Colocó al batallón 180 en las posiciones de la carretera a Playa Larga y envió a un destacamento de la Escuela de Matanzas hacia Buenventura, atravesando monte, para atacar al enemigo por la izquierda. La columna Uno, con grandes bajas en las acciones de la madrugada, quedaba de reserva.
El batallón 180 recibió la orden de avanzar. El Jefe de esa unidad, Jacinto Vázquez de la Garza, dispuso un reconocimiento con los zapadores al frente y detrás él mismo encabezando una compañía ligera de combate. Años después confesaría a su entrevistador que halló “un escenario dantesco”. Había milicianos heridos y muertos por doquier. En el combate de la madrugada, los mercenarios habían contado con grandes ventajas para aguantar un camino estrecho, sin vegetación, y una ligera curva en una hondonada para parapetarse muy bien.
Vázquez halló en un hueco una ametralladora 50 del enemigo, con varios mercenarios muertos a su alrededor. A unos metros del parapeto, estaba el cadáver de Juan Alberto Díaz, profesor de la Escuela de Matanzas, y varios de sus alumnos. “A pesar de lo angosto del camino y de la 50, habían llegado hasta allí. Después he pensado que la guerra se decidió en la mente de los mercenarios allí, en Playa Larga, por el heroísmo de los alumnos del segundo curso de la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas y sus profesores”.
A las 10:30 a.m., las fuerzas revolucionarias tomaron Playa Larga. Los mercenarios se habían replegado desde el amanecer a Playa Girón. Para el ataque contra los mercenarios atrincherados en ese caserío, el capitán Fernández contaba con los batallones 123 y 144, la mitad del 180, ya que la otra parte seguía en Playa Larga persiguiendo a grupos de invasores que no habían podido replegarse a tiempo, además de una compañía de cañones de 100 mm, una batería de morteros pesados, otra de cañones antitanques de 85 mm, así como cuatro baterías de obuses de 122.
La aviación mercenaria comenzó a bombardear a las tropas cubanas, incluso con Napalm, por más de media hora. La ofensiva revolucionaria quedó momentáneamente detenida. El batallón 123 sufrió fuertes bajas y el 144, extenuado por tanto tiempo sin agua ni comida, tampoco estaba en condiciones de proseguir la marcha. A unos nueve kilómetros de Girón, se logró reorganizar la tropa mientras que más de cien milicianos, quemados o heridos en el bombardeo, eran trasladados al hospital de Jagüey Grande. Uno de ellos resultó ser Juanillo.
Ya él había tenido en la mañana su bautismo de fuego. “Eran aviones mercenarios, pintados con nuestros colores y la efigie de la Fuerza Aérea Rebelde”. Intentó buscar refugio junto a un árbol cercano. “Sin soltar el FAL en mi derecha, cubrí mi cabeza con la izquierda y hundí la cara en la tierra tanto como pude”, recordaba. Sintió un golpe violento y todo comenzó a ponérsele negro. Despertó en el hospital. “Hoy es ya 20 de abril”, le aclaró una enfermera. “Entonces ayer cumplí 15 años”, dijo.
19 de abril
Para darle apoyo a la brigada mercenaria, la CIA envió cinco B-26 para hostigar a las fuerzas cubanas. Entretanto, en la base cubana de San Antonio de los Baños, despegaban dos T-33, en misión de reconocimiento. El piloto Enrique Carreras avistó la flotilla y alertó a su compañero de vuelo. Se entabló un combate aéreo. Dos B-26 mercenarios, tripulados por estadounidenses, cayeron incendiados al mar. Otros dos se dieron a la fuga. El quinto resultó derribado por las antiaéreas cubanas del central Australia.
A las 10 de la mañana, las fuerzas cubanas tomaron San Blas y el aledaño pueblo de Bermeja. El enemigo se replegó hacia Girón y se atrincheró en la gran curva que hace la carretera. Al oeste, el batallón de la PNR se batía contra los mercenarios. Cuando llegaron los T-34 para reforzar la ofensiva, el capitán Luis Artemio Carbó gritó a la tropa: “Detrás de los tanques. Avancen con ellos, que tenemos que coger a esa gente”. Como un resorte, todos se pusieron de pie. El fuego enemigo arreció. Una bala alcanzó a Carbó en un hombro y le hizo caer. Se levantó, recogió su arma: “Vamos, adelante”, y siguió disparando con solo una mano. Cuentan que nunca más soltó el arma, aferrado a ella murió de frente al enemigo. Solo tenía 23 años. Y el batallón de la PNR siguió avanzando.
Entretanto, Fidel se reunía con la tropa que había liberado San Blas y organizó la ofensiva sobre Girón. A una orden suya, los tanques encabezaron la marcha, él de tripulante en uno de ellos, con la infantería detrás del último carro. En el oeste, los batallones de la PNR y de las milicias entraban en Girón sin encontrar una resistencia organizada. Con ellos, montado en un yipi, el capitán Fernández. Al poco rato, llegaba Fidel con el resto de los tanques. Era las cinco y media de la tarde del 19 de abril de 1961.
Fuentes consultadas
Testimonios ofrecidos por la periodista Justina Álvarez al autor de este trabajo. Los libros La Batalla de Girón, de Quintín Pino Machado; Girón, la batalla inevitable, de Juan Carlos Rodríguez; Girón en la memoria, de Víctor Casaus: Girón no fue solo en abril, de Miguel Ángel Sánchez; y Playa Girón: derrota del imperialismo (4 tomos)