Los días en que amaneció la libertad
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Tras alcanzarse las victorias rebeldes de Guisa, Yaguajay y Santa Clara, comandadas personalmente en ese orden por Fidel, Camilo y Che, en diciembre de 1958, el embajador de Estados Unidos en La Habana, Earl T. Smith, sostuvo un urgente encuentro secreto con el dictador Fulgencio Batista.
En sus memorias, bajo el título de El cuarto piso, el diplomático aclaró que el tirano expresó: «¡He sido el mejor amigo de Estados Unidos entre todos los presidentes de Cuba! Señáleme una sola vez que yo haya faltado a las amistosas orientaciones de mi admirado general Eisenhower».
Ante los asesinatos y torturas de los batistianos, miles de cubanos se acostaron entristecidos el 31 de diciembre de 1958. La patria sufría casi cuatro siglos de dominación española, seis décadas de neocolonia norteamericana y siete años de horrores de la dictadura.
El triunfo del Primero de Enero se logró a los cinco años, cinco meses y cinco días del asalto al cuartel Moncada, y a dos años y 13 días de que Fidel, con solo siete fusiles, reiniciara en Cinco Palmas la lucha armada de la Sierra Maestra.
Al sospechar un golpe de Estado en la capital, Fidel convocó el 2 de enero a una Huelga General Revolucionaria y ordenó a los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara que avanzaran con sus columnas hacia La Habana. El Che ocupó La Cabaña y Camilo la fortaleza de Columbia. A su paso se les rindieron sin resistencia los cuarteles enemigos a lo largo de la Carretera Central.
El 2 de enero inició su recorrido la Caravana de la Libertad. Victoriosa hizo paradas por las provincias. Empezaban a nombrarse las nuevas autoridades revolucionarias. Los sindicatos regresaron a sus manos legítimas y los viejos partidos políticos desaparecieron, sin que nadie los prohibiera.
Ya en La Habana, aquel histórico 8 de enero, Fidel pronunció un discurso breve pero rotundo en la terraza norte del Palacio Presidencial. Poco después, en el Cuartel de Columbia, cuando una paloma se posó en su hombro, dibujando un símbolo imborrable, les habló a una multitud y al país, en ese discurso por radio y televisión surgió la entrañable pregunta a su hermano de la Sierra Maestra: «¿Voy bien, Camilo?», marcada por otro símbolo, el de la lealtad.