La Historia me Absolverá: germen del socialismo en Cuba
Fecha:
16/10/1986
Fuente:
Periódico Granma
Autor:
En el editorial escrito por el compañero Fidel, de presentación de la Revista “Cuba Socialista”, en septiembre de 1961, se señala: “El 16 de abril, cuando acompañábamos a las víctimas del cobarde ataque aéreo del día anterior, puestas en tensión todas las fuerzas nacionales, respirándose ya la atmósfera de la agresión inminente, en víspera de la batalla contra el imperialismo que todo el mundo adivinaba, se proclamó el carácter socialista de la Revolución. La Revolución no se hizo socialista ese día. Era socialista en su voluntad y en sus aspiraciones definidas, cuando el pueblo formuló la Declaración de La Habana. Se hizo definitivamente socialista en las realizaciones, en los hechos económicos-sociales, cuando convirtió en propiedad colectiva de todo el pueblo los centrales azucareros, las grandes fábricas, los grandes comercios, las minas, los transportes, los bancos, etc”.
“El germen socialista de la Revolución se encontraba ya en el Movimiento del Moncada, cuyos propósitos, claramente expresados, inspiraron todas las primeras leyes de la Revolución”.
Cuando se estudia La Historia me Absolverá puede apreciarse cuánta razón asiste a Fidel al hacer esas afirmaciones relativas a aquel documento que, siendo en su inicio, el Programa de los Moncadistas, devino, con el quehacer revolucionario, el Programa de todo nuestro pueblo. Sin lugar a dudas, el cumplimiento del contenido económico, político y social recogido en La Historia me Absolverá nos condujo al socialismo.
En La Historia me Absolverá se hace une exposición concreta y realista de los problemas que aquejaban a Cuba en aquellos años. En ese documento se plantea la necesidad de cambios estructurales capaces de ofrecer solución definitiva a los problemas económicos, políticos y sociales que asfixiaban a nuestro país. Se denuncia que, en tanto el país siguiese sujeto a la misma estructura económica dependiente del imperialismo (esto sin llamarlo por su nombre) y, por ende, subordinado en lo político, no se podía satisfacer las grandes demandas que la nación requería y que las fuerzas más radicales venían reclamando hacía largos años. No mencionar al imperialismo, y en particular al yanki, por su nombre formó parte de la estrategia que se impuso Fidel. Esto, de por sí, fue expresión de la aplicación creadora de los principios marxistas-leninistas como una guía para la acción.
Decíamos que en La Historia me Absolverá se hace una exposición realista, concreta, de los problemas centrales e inmediatos que debía enfrentar un proyecto verdaderamente revolucionario. El autor de ese trascendental documento los resumió en los siguientes aspectos:
“El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo, he aquí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y a la democracia política”.
Los seis puntos cardinales anteriores, unidos a una serie de leyes revolucionarias que también se enuncian y que han sido cumplidas por la Revolución, sólo podrían ser enarbolados por una revolución que tarde o temprano debía, forzosamente, transitar hacia el socialismo con el desarrollo del proceso revolucionario. Aunque, teniendo en cuenta las condiciones reales en que vivía nuestro pueblo y el nivel de desarrollo de su conciencia política, no se proclamó, abiertamente, el socialismo. He ahí uno de los grandes aciertos de La Historia me Absolverá. Pero su fundamentación no negaba la necesidad del tránsito hacia este régimen; todo lo contrario, lo implicaba.
Fidel ha expuesto con claridad que antes del golpe de Estado del 10 de marzo ya él poseía una concepción relativa de cómo tomar el poder político. Subrayaba que había que hacerlo con las masas y con las armas.
Así, en la conmemoración del XX Aniversario del 26 de Julio, apuntaba: “En el programa del Moncada, que con toda claridad expusimos ante el tribunal que nos juzgó, estaba el germen de todo el desarrollo ulterior de la Revolución. Su lectura cuidadosa evidencia que nos apartábamos ya por completo de la concepción capitalista del desarrollo económico y social”.
Abundando sobre el propio objetivo de la Revolución, en aquella intervención precisaba:
“Algunos de nosotros, aún antes del 10 de marzo de 1952, habíamos llegado a la íntima convicción de que la solución de los problemas de Cuba tenía que ser revolucionaria, que el poder había que tomarlo en un momento dado con las masas y con las armas, y que el objetivo tenía que ser el socialismo”.
Hoy día, nuestra época tiene un sello característico: el tránsito del capitalismo al socialismo a escala mundial. Sin embargo, eso no implica, ni mucho menos, que esa tarea esté a la orden del día en todos y cada una de los pueblos que luchan por su real independencia. La política de unir amplios sectores en cada país contra la intromisión en las cuestiones de carácter interno por parte del Imperialismo yanki —enemigo número uno de los pueblos—, en muchos casos, más que una táctica, se transforma y adquiere relieves de necesidad histórica. De ahí que Fidel, en el contexto latinoamericano de la lucha actual contra la Deuda Externa y la agresividad del imperialismo, haya señalado:
“En un momento en que nosotros estamos levantando la bandera de la acción común, y hay países de distinto sistema social, lo más torpe que podría hacer yo en todos esos planteamientos, es decir que hay que nacionalizarlo todo, socializarlo todo, y empezar a confiscar por aquí y por allá (...) Si se ponen a teorizar sobre estas cuestiones, en otro contexto podría hacerlo, pero en torno a este problema, y cuando se plantean estas tesis, he tratado de evitar inmiscuirme en lo que debe hacerse, porque yo creo que eso les corresponde a cada país y a los ciudadanos de cada país, a los revolucionarios de cada país, decir lo que tienen que hacer dentro. No me corresponde a mí, cuando estoy precisamente tratando de promover una lucha dentro, con esas excepciones, y la acción común de los países de América Latina y el Tercer Mundo; porque es más, creo que para librar esta batalla en un país determinado debe haber el máximo de unidad interna posible dentro de las circunstancias explicadas anteriormente”.
Retomando lo planteado por nuestro Comandante en Jefe, el compañero Carlos Rafael Rodríguez ha acotado:
“No se trata, repitámoslo, de elaborar un programa que promueva el capitalismo sino de lograr la victoria contra el imperialismo y sus agentes más brutales y reaccionarios a través de medidas que, sin renunciar al socialismo como objetivo final pero sin presentarlo tampoco como objetivo inmediato, hagan posible un período dentro del cual ciertos sectores que no son todavía proclives al socialismo y otros que nunca lo serán puedan convivir, mientras se crean las condiciones políticas indispensables para conducir al proletariado al asalto final que establece el socialismo”.
En ese propio trabajo del compañero Carlos Rafael Rodríguez, publicado en el número 20 de la revista “Cuba Socialista”, del año en curso, se señala:
“No es más revolucionario, sino menos, incitar en nombre del socialismo a las fuerzas revolucionarias de la América Latina a dejar de lado las perspectivas que hacia la revolución socialista abre la posibilidad de aglutinar, para la revolución en marcha, fuerzas no socialistas...”
El Programa del Moncada, expuesto hace 33 años, y su posterior materialización tras el triunfo del Primero de Enero de 1959, es una experiencia concreta —y exitosa— de la importancia de la unidad del pueblo en torno a una serie de objetivos inmediatos, propios de una revolución nacional liberadora que, en su desarrollo, condujo a la aparición —de manera irreversible— del primer Estado de obreros y campesinos del hemisferio occidental.
La táctica entonces seguida por Fidel al exponer un programa que no proclamaba el socialismo como objetivo inmediato, no sólo fue históricamente correcta sino que mantiene plena vigencia en el contexto de la lucha revolucionaria contemporánea en Nuestra América.
“El germen socialista de la Revolución se encontraba ya en el Movimiento del Moncada, cuyos propósitos, claramente expresados, inspiraron todas las primeras leyes de la Revolución”.
Cuando se estudia La Historia me Absolverá puede apreciarse cuánta razón asiste a Fidel al hacer esas afirmaciones relativas a aquel documento que, siendo en su inicio, el Programa de los Moncadistas, devino, con el quehacer revolucionario, el Programa de todo nuestro pueblo. Sin lugar a dudas, el cumplimiento del contenido económico, político y social recogido en La Historia me Absolverá nos condujo al socialismo.
En La Historia me Absolverá se hace une exposición concreta y realista de los problemas que aquejaban a Cuba en aquellos años. En ese documento se plantea la necesidad de cambios estructurales capaces de ofrecer solución definitiva a los problemas económicos, políticos y sociales que asfixiaban a nuestro país. Se denuncia que, en tanto el país siguiese sujeto a la misma estructura económica dependiente del imperialismo (esto sin llamarlo por su nombre) y, por ende, subordinado en lo político, no se podía satisfacer las grandes demandas que la nación requería y que las fuerzas más radicales venían reclamando hacía largos años. No mencionar al imperialismo, y en particular al yanki, por su nombre formó parte de la estrategia que se impuso Fidel. Esto, de por sí, fue expresión de la aplicación creadora de los principios marxistas-leninistas como una guía para la acción.
Decíamos que en La Historia me Absolverá se hace una exposición realista, concreta, de los problemas centrales e inmediatos que debía enfrentar un proyecto verdaderamente revolucionario. El autor de ese trascendental documento los resumió en los siguientes aspectos:
“El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo, he aquí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y a la democracia política”.
Los seis puntos cardinales anteriores, unidos a una serie de leyes revolucionarias que también se enuncian y que han sido cumplidas por la Revolución, sólo podrían ser enarbolados por una revolución que tarde o temprano debía, forzosamente, transitar hacia el socialismo con el desarrollo del proceso revolucionario. Aunque, teniendo en cuenta las condiciones reales en que vivía nuestro pueblo y el nivel de desarrollo de su conciencia política, no se proclamó, abiertamente, el socialismo. He ahí uno de los grandes aciertos de La Historia me Absolverá. Pero su fundamentación no negaba la necesidad del tránsito hacia este régimen; todo lo contrario, lo implicaba.
Fidel ha expuesto con claridad que antes del golpe de Estado del 10 de marzo ya él poseía una concepción relativa de cómo tomar el poder político. Subrayaba que había que hacerlo con las masas y con las armas.
Así, en la conmemoración del XX Aniversario del 26 de Julio, apuntaba: “En el programa del Moncada, que con toda claridad expusimos ante el tribunal que nos juzgó, estaba el germen de todo el desarrollo ulterior de la Revolución. Su lectura cuidadosa evidencia que nos apartábamos ya por completo de la concepción capitalista del desarrollo económico y social”.
Abundando sobre el propio objetivo de la Revolución, en aquella intervención precisaba:
“Algunos de nosotros, aún antes del 10 de marzo de 1952, habíamos llegado a la íntima convicción de que la solución de los problemas de Cuba tenía que ser revolucionaria, que el poder había que tomarlo en un momento dado con las masas y con las armas, y que el objetivo tenía que ser el socialismo”.
Hoy día, nuestra época tiene un sello característico: el tránsito del capitalismo al socialismo a escala mundial. Sin embargo, eso no implica, ni mucho menos, que esa tarea esté a la orden del día en todos y cada una de los pueblos que luchan por su real independencia. La política de unir amplios sectores en cada país contra la intromisión en las cuestiones de carácter interno por parte del Imperialismo yanki —enemigo número uno de los pueblos—, en muchos casos, más que una táctica, se transforma y adquiere relieves de necesidad histórica. De ahí que Fidel, en el contexto latinoamericano de la lucha actual contra la Deuda Externa y la agresividad del imperialismo, haya señalado:
“En un momento en que nosotros estamos levantando la bandera de la acción común, y hay países de distinto sistema social, lo más torpe que podría hacer yo en todos esos planteamientos, es decir que hay que nacionalizarlo todo, socializarlo todo, y empezar a confiscar por aquí y por allá (...) Si se ponen a teorizar sobre estas cuestiones, en otro contexto podría hacerlo, pero en torno a este problema, y cuando se plantean estas tesis, he tratado de evitar inmiscuirme en lo que debe hacerse, porque yo creo que eso les corresponde a cada país y a los ciudadanos de cada país, a los revolucionarios de cada país, decir lo que tienen que hacer dentro. No me corresponde a mí, cuando estoy precisamente tratando de promover una lucha dentro, con esas excepciones, y la acción común de los países de América Latina y el Tercer Mundo; porque es más, creo que para librar esta batalla en un país determinado debe haber el máximo de unidad interna posible dentro de las circunstancias explicadas anteriormente”.
Retomando lo planteado por nuestro Comandante en Jefe, el compañero Carlos Rafael Rodríguez ha acotado:
“No se trata, repitámoslo, de elaborar un programa que promueva el capitalismo sino de lograr la victoria contra el imperialismo y sus agentes más brutales y reaccionarios a través de medidas que, sin renunciar al socialismo como objetivo final pero sin presentarlo tampoco como objetivo inmediato, hagan posible un período dentro del cual ciertos sectores que no son todavía proclives al socialismo y otros que nunca lo serán puedan convivir, mientras se crean las condiciones políticas indispensables para conducir al proletariado al asalto final que establece el socialismo”.
En ese propio trabajo del compañero Carlos Rafael Rodríguez, publicado en el número 20 de la revista “Cuba Socialista”, del año en curso, se señala:
“No es más revolucionario, sino menos, incitar en nombre del socialismo a las fuerzas revolucionarias de la América Latina a dejar de lado las perspectivas que hacia la revolución socialista abre la posibilidad de aglutinar, para la revolución en marcha, fuerzas no socialistas...”
El Programa del Moncada, expuesto hace 33 años, y su posterior materialización tras el triunfo del Primero de Enero de 1959, es una experiencia concreta —y exitosa— de la importancia de la unidad del pueblo en torno a una serie de objetivos inmediatos, propios de una revolución nacional liberadora que, en su desarrollo, condujo a la aparición —de manera irreversible— del primer Estado de obreros y campesinos del hemisferio occidental.
La táctica entonces seguida por Fidel al exponer un programa que no proclamaba el socialismo como objetivo inmediato, no sólo fue históricamente correcta sino que mantiene plena vigencia en el contexto de la lucha revolucionaria contemporánea en Nuestra América.