La guerra sucia contra Cuba
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Operación Patty de la CIA
Hace medio siglo el pueblo cubano y sus órganos de seguridad frustraron este siniestro plan, tal vez el mejor estructurado entre el más de un centenar de intentos de asesinato contra Fidel Castro y otros dirigentes de la Revolución
Los hechos que dieron lugar a la operación Patty, organizada por la CIA a mediados de 1961, cumplirán medio siglo en los próximos días. Aquel siniestro plan de asesinato marcó una etapa en la guerra sucia declarada por el Gobierno de Estados Unidos para tratar de aniquilar de un solo golpe a la jefatura de la Revolución Cubana.
Ningún intento de asesinato contra Fidel o Raúl en aquellos primeros años contó con tal grado de organización y aseguramiento, en el que participaron directamente la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Servicio de Inteligencia Naval de la Base yanqui en Guantánamo. Los órganos de seguridad cubanos adicionarían al código “Patty”, la palabra “Candela”, como expresión de la respuesta revolucionaria contra aquel grupo de cabecillas y miembros de organizaciones terroristas dirigidas por la tenebrosa agencia estadounidense. A la operación Patty le seguirían otras muchas, también neutralizadas por nuestro pueblo.
El enemigo preveía la realización de acciones independientes de asesinato contra Raúl y Fidel en las ciudades de Santiago de Cuba y La Habana, respectivamente, donde tendrían lugar actos conmemorativos por el 26 de julio en 1961.
Antecedentes de Patty
Otros planes de asesinato contra nuestros dirigentes revolucionarios precedieron a la operación Patty en aquellos primeros años. El 27 de julio de 1960, la CIA había indicado organizar el asesinato de Raúl a través de un “accidente” que supuestamente podría llevar a cabo uno de los “colaboradores” del Comandante dentro de nuestro país. Documentos desclasificados por el Gobierno de Estados Unidos años después, expresan que en agosto de 1960 altos oficiales de la CIA, como Richard Bissell y Edwards Sheffield, coordinaban los detalles de la utilización de figuras del hampa para ejecutar el asesinato del Comandante en Jefe.
También documentos cubanos desclasificados de aquella etapa detallan, como parte de esta obsesión criminal, nuevas infiltraciones clandestinas por las costas desde principios de 1961. El 27 de febrero, procedentes de Miami, se infiltraron por la zona de Santa Cruz del Norte, en la provincia de La Habana, los agentes Willian Patten Tabares y Julio Orias Finalés para organizar el intento de asesinato de Fidel. El agente de la CIA Rafael Díaz Hanscon planificaba hacer estallar una bomba el 27 de marzo en el salón de reuniones del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda, en ocasión de la posible visita del principal dirigente. Hanscon, junto al traidor Humberto Sorí Marín, trabajaban por mandato de la CIA en el occidente de Cuba para reorganizar otros grupos terroristas en un llamado Frente de Unidad Revolucionaria e intensificar el terrorismo urbano. El agente de la CIA Rogelio González Corso, cabecilla de la organización terrorista Movimiento de Recuperación Revolucionaria, organizaba otro plan de asesinato que tendría lugar durante un acto de recordación frente al antiguo Palacio Presidencial, con motivo del aniversario de la huelga del 9 de abril, al que presuntamente debería asistir Fidel.
La CIA aceleraba al máximo otros planes desestabilizadores en los que participó también Alberto Müller Quintana, infiltrado el 17 de abril, quien por instrucciones de la agencia planeaba realizar un supuesto alzamiento en la Sierra Maestra como parte de un acto de distracción del golpe principal que constituía la propia invasión mercenaria de Playa Girón. Una pesquisa realizada por el Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado precisa la realización de 21 infiltraciones clandestinas entre enero y abril de 1961, dirigidas a abastecer a las bandas terroristas, organizar atentados y crear condiciones, en algunos casos, para una auto agresión desde el perímetro de la Base naval norteamericana en Guantánamo, que “justificara” una pretendida invasión con la participación directa del ejército norteamericano.
El 22 de abril de 1961, el presidente norteamericano John F. Kennedy impartió las siguientes instrucciones a su asesor militar, el general Maxwel Taylor: “[…] Examinar de cerca todas nuestras prácticas, y programas en las áreas de las actividades militares y paramilitares, insurgencia y contrainsurgencia que no sean de guerra abierta. Pienso que necesitamos reforzar nuestro trabajo en este campo. En el transcurso de este estudio espero le preste especial atención a las lecciones que pueden aprenderse de los recientes acontecimientos en Cuba”.
Se gesta la operación
A mediados del mes de mayo de 1961, el agente de la CIA Alfredo Izaguirre de la Riva salía de La Habana con destino a la ciudad de Miami a conocer de primera mano las causas del fracaso de la invasión mercenaria, y en especial los nuevos planes contra Cuba que con seguridad ya se fraguaban. Este personaje había sido director de un órgano de prensa y heredero de otros prósperos negocios en el país durante los años 50. En 1959 inicia sus contactos con Jack Stuart, empleado de la embajada de Estados Unidos en La Habana, actividad que mantuvo con otro funcionario nombrado Robert D. Wiecha, vicecónsul en la ciudad de Santiago de Cuba, quien lo reclutó para la CIA. Colaboró en disímiles tareas de inteligencia para los funcionarios de la Estación Local de la CIA en La Habana hasta enero de 1961, período en el que realizó varios viajes a Estados Unidos, donde recibió entrenamiento de inteligencia y acciones terroristas y recepcionó en una finca de su propiedad un lanzamiento aéreo de armas y explosivos enviado por esa agencia para realizar sabotajes dentro del país.
Desarrolló también una activa labor como agente principal de la CIA entre las organizaciones terroristas que operaron en el país en los dos primeros años después de 1959, en los momentos que trabajaba para estructurar un posible frente interno en vísperas de la invasión mercenaria. Había escapado de las detenciones de la Seguridad del Estado, por lo que aprovechando sus documentos en regla, viajó a la Florida en mayo de 1961. En Miami, según narraría posteriormente, encontró una desmoralización generalizada entre los grupos contrarrevolucionarios. “Todos maldecían a los hermanos Kennedy, mientras se lamentaban con amargura de la suerte corrida por la Brigada 2506”.
Facsímil del periódico Sierra Maestra donde se anuncia el atentado a Raúl Castro y el ataque simulado a la Base Naval de Guantánamo
Según diversos autores, Izaguirre de la Riva sostuvo estrechos contactos con un grupo de oficiales de caso de la CIA y de otros servicios especiales, como Frank Bender, Karl Hetch y Howard Hunt, estrechamente vinculados al terrorismo contra Cuba. Según sus palabras, allí conoció por el también oficial Bill Williams —conocido también como Howard Hunt—, un nuevo “proyecto” de la CIA que esperaba por la aprobación de la jefatura de la agencia, dirigido a ejecutar ataques piratas contra las costas cubanas, sembrar minas explosivas en sus principales bahías, la supuesta ocupación de un cayo cubano cercano a la Isla, dotándolo de una potente planta de radio así como de artillería antiaérea y cañones, y la continuación de los suministros de armas y explosivos a los grupos internos, para llegado el momento, realizar alzamientos y otros actos subversivos.
De acuerdo con documentos cubanos, Izaguirre precisó “que aquel proyecto estaba eslabonado al informe que rindiese el Comité Investigador —Comisión Taylor— y la decisión que tomara el Ejecutivo...” En esos días, la Comisión Taylor trabajaba en la investigación de las causas sobre el fracaso de la invasión por Playa Girón y todo indica que decidió aprovechar la presencia de un experimentado agente de la CIA como Izaguirre de la Riva para entrevistarlo secretamente.
Semanas después, al ser detenido en Cuba, Izaguirre declaró a nuestras autoridades que en aquella reunión participaron también funcionarios de la CIA y de otras agencias, y los temas giraron alrededor de los grupos internos, los suministros de armas por aire y la promoción de un alzamiento general.
La tesis del “alzamiento general” persistía con fuerza dentro del Gobierno norteamericano y constituiría meses después uno de los objetivos principales de la Operación Mangosta, que sería aprobada a finales de ese propio año 1961.
Después de aquella reunión, Izaguirre de la Riva sostuvo otros contactos con la CIA en los que precisó la envergadura del nuevo complot en que la agencia lo involucraba. Durante la última conversación antes de regresar a Cuba, uno de los funcionarios que lo atendía le preguntó “qué pasaría si el gobierno o alguien atacaba la Base de Guantánamo”. Esta pretensión no era algo nuevo en el arsenal de agresiones contra Cuba. El 9 de marzo de 1960, el coronel J.C. King, jefe de la División para el Hemisferio Occidental de la CIA, había propuesto la presentación de un análisis donde se “probara” que los dirigentes cubanos “[…] han estado promoviendo un ataque a la instalación de la Marina de Guerra de los Estados Unidos en Guantánamo”.
Después de su regreso a Cuba, Izaguirre se reunió en horas de la tarde del 8 de junio de 1961 con un grupo de cabecillas de organizaciones terroristas, en el apartamento 16-B del edificio Focsa, en La Habana, para exponer el resultado de su visita a Estados Unidos y sus planes acerca de la nueva conspiración. Según fuentes cubanas, Izaguirre expresó que para sus actividades contaba con el apoyo del general Maxwell Taylor “[…] los que están llevando a cabo una gran operación con la que los norteamericanos van a liquidar definitivamente a la Revolución y al Primer Ministro Fidel Castro”.
Discutieron sobre la necesidad de atentar contra las vidas de Fidel y Raúl y desatar una ola de actos terroristas capaz de provocar un alzamiento armado. Igualmente, acordaron que miembros de grupos terroristas internos desarrollarían una maniobra de “autoagresión” a la Base naval yanqui en Guantánamo, como parte de una provocación que serviría como “pretexto” para una invasión armada de Estados Unidos a Cuba. Todas estas acciones debían coincidir con el 26 de julio de 1961.
La tesis de la CIA para eliminar de un golpe a la jefatura de la Revolución tampoco era nueva. El mencionado J. C. King lo había expresado a principios del año 1960. Desde su llegada a La Habana Izaguirre desarrolló un intenso trabajo conspirativo en contacto permanente con la CIA, organizando las comunicaciones y el abastecimiento de armas, reestableciendo el enlace con otros agentes y cabecillas de organizaciones contrarrevolucionarias en distintas regiones del país.
En la entonces provincia de Oriente revitalizaría los contactos con un grupo terrorista que mantenía un enlace directo con el Servicio de Inteligencia Naval de la Base en Guantánamo.
El también llamado Plan de Acción Inmediata, documento ocupado a uno de los terroristas en la región de Oriente, puntualizaba un grupo de medidas para el atentado en Santiago de Cuba, que consistía en tomar posiciones desde una casa adyacente a la tribuna donde haría uso de la palabra el comandante Raúl, e instalar en la misma una ametralladora calibre 30, con dos hombres a su cargo, mientras otros cuatro, armados con granadas de mano, facilitarían la retirada. Otros seis hombres armados con subametralladoras M-3, se emboscarían en la carretera del aeropuerto en el caso que el primer atentado no surtiera efecto y el dirigente decidiera tomar un avión para partir hacia La Habana.
Según aquel plan, este se ejecutaría a partir de las 10 de la mañana y se sincronizaría con un ataque con morteros a la refinería Hermanos Díaz en la propia ciudad de Santiago de Cuba. Los complotados habían estudiado cuidadosamente las instalaciones del estadio, las áreas adyacentes y la mencionada carretera, en particular, el tramo final al aeropuerto.
El plan incluía, simultáneamente, la autoagresión en la Base naval yanqui y otros actos terroristas. Según fuentes cubanas, se situarían en una finca llamada El Cuero, limítrofe con la Base, no menos de cuatro morteros que dispararían seis obuses cada uno. Otro mortero atacaría un emplazamiento de artillería que las Fuerzas Armadas Revolucionarias tenían en un lugar cercano. El propósito era que ambas instalaciones militares se creyesen agredidas y respondieran al fuego de los morteros, lo que provocaría un incidente que pudiera servir de pretexto al Gobierno de los Estados Unidos para una intervención militar contra la Isla.
Las armas y explosivos a utilizar en la provincia de Oriente provenían en su mayoría de la Base naval yanqui y eran trasladadas clandestinamente al territorio cubano, en contubernio con la jefatura militar de ese enclave. Las armas eran enviadas por mar a un punto cercano llamado cayo Toro por agentes al servicio de la Base norteamericana, desde donde eran transportadas hasta la playa El Uvero y llevadas a lugares seguros cercanos a la ciudad de Guantánamo, utilizando camiones cargados de arena.
Estos trasiegos clandestinos de armas y explosivos se realizaban también a través de la cerca perimetral de la Base con nuestro territorio, en lugares de espesa vegetación y limitado tránsito de vehículos, mediante agentes y colaboradores del Servicio de Inteligencia Naval que participaban en todo tipo de acciones subversivas desde el propio lugar, en coordinación con grupos terroristas internos en suelo cubano.
Uno de los principales cabecillas de aquel complot de julio de 1961 se nombraba José Amparo Rosabal, alias el Zorro. Este terrorista se escondía en la Base naval de Guantánamo desde la fracasada invasión de Playa Girón, y desde allí se infiltraba sistemáticamente al territorio cubano para realizar actos terroristas y mantenía contactos conspirativos con jefes y militares de ese lugar. Estos oficiales facilitaron armamentos a los grupos contrarrevolucionarios para las acciones planeadas aquel 26 de julio de 1961 en esa provincia.
Según distintas fuentes consultadas, los miembros de un grupo terrorista en La Habana pretendían utilizar un mortero de 82 milímetros desde una vivienda situada en las inmediaciones de la Plaza de la Revolución, para disparar contra la tribuna donde se encontraría Fidel, una vez iniciado el acto. Ese día, otros grupos terroristas en las provincias de Camagüey y Las Villas, habían planeado realizar otros atentados y acciones terroristas contra instalaciones de servicios públicos y vías de comunicación.
Patty en llamas
El 22 de julio de 1961, nuestras autoridades detuvieron a los principales complotados en todo el país, incluyendo a Alfredo Izaguirre de la Riva, y ocuparon abundantes armas y pertrechos bélicos de la operación. Posteriormente, el Gobierno Revolucionario denunció públicamente la nueva conspiración.
Tan solo en Santiago de Cuba y Guantánamo, entre los armamentos capturados, se encontraban dos cañones de 57 mm, cuatro bazucas, un mortero de 60 mm, dos ametralladoras calibre 30.06, más de 90 fusiles y subametralladoras, decenas de granadas, cajas conteniendo gelatina de demolición, minas, centenares de cartuchos de TNT, miles de proyectiles y otros materiales bélicos, todos de fabricación norteamericana.
La operación Patty fue una nueva derrota del Imperio, pero no fue la única en aquellos años de agresión brutal. Ni la última. En la actualidad, cualquier adversario del imperio yanqui corre el peligro de ser asesinado en su propia casa por un cohete teledirigido desde un avión sin piloto o un comando paramilitar que irrumpe a través de las fronteras de cualquier país.
El pretexto no es ya el peligro comunista, sino la pretendida guerra contra el terrorismo o la supuesta salvaguarda de los derechos humanos.