La generación que cambió el rumbo de la Historia (parte I)
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Aquella madrugada, mientras la ciudad dormía, 25 jóvenes se alistaban para irrumpir, aún sin saberlo, en la historia de la nación como la generación que en el centenario del Apóstol no permitió que la patria continuara «sangrando» ante los impunes atropellos del gobierno de Batista.
Nada pudo acallar sus ansias de una genuina libertad: ni siquiera el reclamo de la madre, ni la separación de un amor, ni la inminente posibilidad de morir en la flor de la vida. Era el momento de decir con fuego y sangre: basta.
Pero lo que aconteció aquel 26 de julio de 1953 ya ha sido abordado por la historia. En cambio, otros detalles, como las experiencias vividas por aquellos jóvenes días y horas antes de «despertar» a Bayamo bajo los disparos, han sido poco abordados y, sin embargo, encandilan el alma al saber que no hubo cabida para el arrepentimiento o el temor al fracaso.
Gestando la operación
La mayor parte de los que se involucraron en la arriesgada «aventura» procedían de la línea más radical del movimiento ortodoxo.
Con Fidel como líder, la discreción y la disciplina constituían aspectos de estricta obligatoriedad entre estos jóvenes. «La lucha no será fácil y el camino a recorrer, largo y espinoso. Nosotros vamos a tomar las armas frente al régimen», advertía en 1952 Fidel a los miembros que ingresaban al Movimiento 26 de Julio.
Todos asumían el reto convencidos de que el único camino para recuperar la dignidad, arrebatada a los cubanos por la tiranía, era el de la lucha armada, la cual iniciaría con los asaltos a los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, y Moncada, en Santiago de Cuba.
No obstante, este era un plan secreto. Solo lo conocían «Alejandro» (Fidel), Abel Santamaría (segundo jefe), Raúl Martínez Arará (jefe de una de las células) y algunos miembros, con el propósito de evitar que la información se filtrara al ejército. Incluso, los propios asaltantes no estuvieron al tanto de los pormenores de la acción hasta pocas horas antes de llevarla a cabo.
Pero, ¿por qué se escogía el cuartel Céspedes, si no era una de las más importantes unidades de la policía?
En Bayamo la acción era fundamental, primero porque al tomar el cuartel se aislaría la zona, y segundo, porque con la voladura de los puentes impedirían que el ejército enviara refuerzos desde Holguín y Manzanillo a Santiago de Cuba.
Para ello se seleccionaron 25 jóvenes que fueron divididos en cuatro grupos al mando de Raúl Martínez, Antonio (Ñico) López, Pedro Celestino y Hugo Camejo.
Los contactos en la ciudad, donde no existía ningún grupo de apoyo, se hicieron mediante Renato Guitart, enviado por Fidel para conseguir el alojamiento, quien ya se marchaba sin resultados en la búsqueda cuando, a unas calles del cuartel, vio un establecimiento con el letrero de «se vende», el cual sirvió después de fachada para los muchachos que se ocultarían allí. Ese local, conocido como Hospedaje Gran Casino, se lo alquiló entonces a un individuo llamado Elio Rosete. Mientras, en La Habana, los domicilios de Abel, Darío López y Melba Hernández servían de centros de reuniones con el propósito de ultimar detalles. En la casa de Melba también se guardaban los paquetes con uniformes y las pocas armas que se consiguieron mediante Florentino Fernández, un sargento sanitario de Batista quien simpatizaba con el Movimiento y le compraba a los guardias rurales con el pretexto de revenderles a los campesinos que cultivaban tabaco.
Esta fue una tarea compleja, pues no aparecían con facilidad las balas para las pistolas con las que contaban y algunos de los uniformes comprados no les sirvieron a los futuros asaltantes y tuvieron que coserse a mano, como el de Fidel.
No obstante las limitaciones, se decidió la salida hacia Oriente para los días 23 y 24 de julio. La acción sería el 26. El día de la partida, todos contribuyeron al traslado de las maletas, paquetes, balas y otros víveres.
«A pesar de su juventud demostraban una disciplina irreprochable», comentó años después Elena, la madre de Melba, quien fuera testigo de aquellas jornadas de ajetreo. «Fue todo un día que cargamos… no sé cómo pudimos cargar tantas maletas, era una montaña enorme, una cosa que llamaba la atención… Algunos vecinos lo notaron, subieron incluso a la azotea para ver qué pasaba, pero no vieron, porque cerramos la puerta… Después que se llevaron las cosas esa noche vinieron varios compañeros… ya tarde Fidel impartió órdenes… y se fueron a las dos de la mañana», añadió Elena.
Esa misma madrugada 25 jóvenes de la Generación del Centenario marcharon rumbo a Bayamo por diferentes vías: autos, ómnibus y tren.
Despedidas
Pedro Celestino se encontraba en Varadero de vacaciones con su familia cuando Fidel le hizo saber lo de la acción. Regresó con su esposa e hijo a Palma Soriano y allí los dejó para partir al encuentro con la historia.
Ñico López y Adalberto Ruanes también tuvieron que cambiar los planes, pues Ibrahim Sosa (el chofer) había recibido un tiro en la mano y no podía manejar. Ante la situación, Fidel les comunicó: «Bueno, no importa, como ustedes no saben manejar yo les tengo que poner a uno más en este grupo que sepa…», y llamó a Mario Martínez.
Al salir Ñico y Ruanes fueron a la casa de Mario, allí, según el testimonio de Ruanes, «se produjo una despedida en que pudo más el cumplimento del deber revolucionario que el sentimiento conyugal». Darío, que también andaba con ellos, señaló: «al pasar después por la casa de su madre, la señora dijo: oye Mario, ya tengo la comida en la mesa, ¿qué esperas? y él le contestó: enseguida vengo para acá…, y ella le respondió que viniera pronto, que lo esperaba».
Él solo comentó: «La pobre, me da pena engañarla, decirle que voy a regresar dentro de un momento y mira qué viaje voy a hacer». Mario nunca volvió a ver a su madre.
Sarah Hidalgo, esposa de Hugo Camejo, relató que todos los muchachos iban contentos y cantaban. Ella les hizo un jarro de café antes de que se fueran y tomó el recado de Luciano González, primo de Hugo, que al montar en la máquina le dijo: «Si mi señora pregunta por mí o me llama le dices que estoy en una zapatería en Pinar del Río». Sarah tampoco imaginaba entonces lo que el destino deparaba a sus dos seres queridos.
Así partían, con el corazón deshecho por la separación familiar, pero orgullosos de saber que emprendían el único sendero posible hacia la verdadera libertad.
El recorrido de los grupos hasta Bayamo se hizo sin grandes contratiempos, aunque el auto que conducía Raúl Martínez se salió de la carretera cerca de Holguín por el cansancio del conductor, pero lograron controlarlo. En cambio, los muchachos que iban en el carro de Mario llevaban una guitarra y una filarmónica y por todos lados que pasaban cantaban «al carnaval de Oriente me voy».
La noche preludio
Los primeros en llegar a la ciudad en horas de la tarde fueron Ramiro y Rolando. Ellos trajeron por tren tres maletas con armas. En el ferrocarril los esperaron Rosete (que luego «desapareció» obligando a cambiar el plan inicial) y Gerardo Pérez, este último les orientó que ante un encuentro con los guardias debían decir que eran comerciantes.
Más tarde llegaron los restantes grupos, pero como aún no era la hora indicada para entrar al Hospedaje Gran Casino, los muchachos del grupo de Ñico se fueron hasta el poblado de Cauto Cristo y los del grupo de Raúl Martínez se sentaron en un puentecito, donde al parecer acudían maleantes, pues un grupo de guardias les «advirtió» que no querían verlos más por allí. Ante la actitud déspota y brutal de la policía los jóvenes se dispersaron, pero sin alejarse del lugar.
De ahí, algunos a pie y otros en coche, pasearon por Bayamo, ciudad que no conocían, y hasta fueron al cine para aparentar que eran jóvenes que se divertían y hacer tiempo hasta las diez, hora en la que se encontrarían en el parque San Juan para ser conducidos por Aguilera hasta el Hospedaje.
Fidel llegó cerca de esa hora, allí se informó de la situación general, sincronizó su reloj con el de Raúl Martínez (jefe de la acción en Bayamo) para que coincidiera con la operación de Santiago, dio las últimas orientaciones y partió a esa ciudad. Pasadas las 11 les entregaron las armas y los uniformes a los asaltantes, exhortándolos a dormir y a descansar. Algunos lo hicieron; otros no pudieron.
Solo a las cuatro de la madrugada vieron el plano, las fotografías del cuartel y los pormenores del plan. Todo estaba listo, pero los jóvenes comenzaron a inquietarse, pues se acercaba la hora de la salida y enfrente se encontraba un guardia. Varios de ellos propusieron cogerlo preso para evitar que se alarmara al verlos salir, disparara o los denunciara, pero Ñico observó por una celosía rota y, justo cuando se aproximaba la hora, el hombre recogió sus cosas y se fue. Todos respiraron aliviados.
«Antes de salir para el asalto, Ñico se planteó cantar el Himno Nacional, no en voz alta, sino pensando»… relató al triunfo de la Revolución Ramiro Sánchez, sobreviviente de aquella gesta.
Minutos después se escucharon los primeros disparos. La ciudad despertaba bajo la acción prevista por aquella generación resuelta a cambiar los rumbos de la historia.