La era pos-Castro
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Fidel se reía mucho de los planes de sus enemigos “para la era pos-Castro”. Un día dijo que mientras ellos hablaban de ese momento, él trabajaba para ese momento.
Y vaya si les ganó de nuevo. Apenas una semana antes de cumplir los 96 años de nacido, y cuando ya lleva más de un lustro ausente, su nombre volvió a levantarse como el monumento que expresamente prohibió que se le hiciera.
Cubanos de todas las edades que salieron a batirse con una catástrofe accidental sin pensar en los riesgos, llevaban su nombre en los labios y lo citaban como si estuviera de cuerpo presente.
Se le ha querido culpar de todo lo que nos falta (tecnología, insumos, mercadería, lujo...), es decir, cosas, muchas, infinitas cosas, que de tanto faltarnos casi nos matan. Pero su nombre no suena entonces sino cuando se habla de todo lo que nos lega (salud, educación, cultura, ciencia, conciencia, coraje, unidad), que es casi todo lo que nos salva.
Atrapados en la enfermiza obsesión de matar y vencer a un enemigo con el que no pueden ni después de muerto –y muerto cuando él quiso y no cuando ellos quisieron–, los creadores de aquel lapidario designio para una era, sin ellos saberlo, también levantan monumentos a la memoria de Fidel, constantemente.
Lo hacen cada vez que hablan del régimen Castro-Canel, como si no pudieran decir Cuba sin zafarse del apellido de los dos hermanos que derrotaron la leyenda bíblica de Abel y Caín, hasta convertirse en símbolo de su reverso.
O como si reconocieran el espíritu de los Castro en todo lo que el nuevo liderazgo del país hace con más pasión que recursos, casi milagrosamente.
Ay, nuestros adversarios de afuera, ignorantes y prepotentes, fatal mezcla que no los deja ver. Ay, nuestros adversarios de adentro, ignorantes y sometidos, ridícula mezcla que no los deja ser.
Lo mejor de la era pos-Castro es que lleva muchos apellidos y una diversidad tremenda de genes. Blancos, mulatos y negros, mujeres y hombres, jóvenes y viejos. Profesionales, obreros, intelectuales, artistas, deportistas, campesinos, empresarios, cuentapropistas, inversionistas extranjeros y hasta ¡emigrados! de todas las épocas.
Fidel solía decir también que la política era un juego de ajedrez de 500 piezas. No tengo la menor duda de que su jugada más brillante fue plantar la unidad como destino ineluctable en "la era post-Castro". Jaque Mate.