Imagen sagrada
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Mi padre levanta el puño. Me envía la seña a través del cristal de la sala de terapia intensiva donde descansa. Es lo último que veo. Unos años más tarde, por azares del destino, mami jadea en la misma habitación y a través del mismo cristal hermético me habla. O intenta hablarme, porque sabe que no la puedo escuchar. Lo leo en su rostro. Pero, puñeteramente indócil, no calla. Ninguno de los dos se rindió nunca en la vida. Es el recuerdo que legaron a la familia y a los amigos.
La imagen final de un ser humano muy cercano vale más que el oro.
A Fidel lo rememoro con un dedo en alto o con ambas manos aferradas a la tribuna, inclinado sobre los micrófonos, el rostro ceñudo y el verbo encendido, provocador, francamente airado. No soporta las amenazas a Cuba. Menos, si vienen de otro más fuerte. Peor si las envía la potencia que una vez frustró la independencia por la que sangraron los mambises y murió José Martí.
Mídase la Revolución cubana de la manera que se quiera, pero un mérito no se le puede cuestionar: revivió la dignidad de Cuba como nación, al hacer cierta la independencia desde el Primero de Enero de 1959. Cualquier análisis honesto debe coincidir en que antes era norma la sujeción política de los gobiernos a Estados Unidos. ¿Después? A cantar con Carlos Puebla. La llegada del Comandante cambió radicalmente la historia cubana.
Por la magnitud de las transformaciones, la Revolución socialista trajo a Cuba cambios civilizatorios, para retomar los muy oportunos conceptos de Pepe Mujica, de visita en La Habana en homenaje a Fidel, y de Darcy Ribeiro. ¿De qué otra manera denominar lo ocurrido en educación y salud pública? ¿Qué son, si no cambios profundos, cambios civilizatorios, los saltos en las ciencias y en la vida de las mujeres?
Variaron tanto la realidad y el ideal social, que los cubanos, independientemente de posturas políticas, suelen ver fuera de discusión la gratuidad de los servicios de salud y educación hasta nivel universitario y de postgrado, y también la ayuda internacionalista que prestan en ambos campos. En otros países, tales opciones suenan extrañas.
Queda mucho por hacer. Remotorizar el modelo económico, por ejemplo. Pero creo que los cambios civilizatorios de la Revolución explican su resistencia cuando se fueron a bolina el campo socialista y la Unión Soviética en los años 90. Y explican, si me preguntan, la afluencia masiva a la despedida del líder que, con más osadía y claridad que nadie, entendió cómo ese pueblo, bastante subestimado antes de 1959, sería capaz de realizar tales transformaciones.
Loco parecía Fidel, pero solo era un visionario, cuando anticipó metas y épocas auténticas, alentadoras unas, dramáticas otras.
El pueblo, en un clima de diálogos maratónicos y estrecha confianza mutua con ese líder, ejecutó los cambios radicales.
Analistólogos lejanos buscan en algún síndrome de la muy fría Europa explicación para la afluencia multitudinaria al duelo de Fidel, en las plazas de la Revolución de La Habana y Santiago de Cuba, y en los caminos de la caravana luctuosa. Otros investigan sesudamente las consignas populares, o no entienden el aluvión de expresiones de dolor en sitios y redes sociales. Mejor les iría estudiando la psiquis tropical, la del Caribe, la cubana.
Fidel nunca aprendió a cantar ni a bailar. Un fallo. Pero bebió de lo mejor del pensamiento nacional y universal y, sobre todo, le tomó el ritmo como nadie al alma cubana. A otras cualidades muy humanas –reseñadas con abundancia en estos días- se unía en Fidel una combinación no menos humana de dignidad y coraje. Con raíces en el abakuá de hace siglos y de otras leyendas guerreras cubanas, esos dos rasgos se exacerbaban en este hombre en los momentos de mayor peligro.
Los genes responsables, localizados por estudios cubanos en el pecho y en torno a la ingle, vibraron en el Fidel de 89 años apenas enseñó pretensiones de cuidado el presidente Barack Obama durante su visita a Cuba.
Pese a aceptar la Casa Blanca el fracaso de medio siglo de agresiones y bloqueo económico a Cuba, el capítulo no parece cerrado. La cizaña amenaza con persistir, si Donald Trump pasa de las palabras a los hechos, por más que resulta casi ridículo que Estados Unidos vuelva a las andadas frente al pueblo que vi y sentí de cerca en estos días en la Plaza de la Revolución. Auguro el puño levantado de nuevo, el dedo de advertencia, la voz que se resiste al silencio, el verbo encendido, la expresión renovadora de los jóvenes, los rostros pintados. Las cenizas que cobija el Cementerio de Santa Ifigenia cobran ya dimensión sagrada. Es inevitable: tampoco van a callar.